miércoles, julio 29, 2020

Hace 82 años terminaba la Guerra del Chaco, esa “guerra de la sed”



En 1932, paraguayos y bolivianos se enfrentaron en el inhóspito Chaco Boreal. La falta de agua y comida causó miles de bajas. El acuerdo final de paz se celebró el el 21 de julio de 1938. ¿Por qué pelearon los dos países más pobres de Sudamérica?

ni una gota de agua
para perder en lágrimas

Agua, petróleo y sangre

Entre 1932 y 1935, 120 mil paraguayos y 250 mil bolivianos libraron la contienda sudamericana más cruenta del siglo XX. Estaba en disputa el Chaco Boreal, un área de 650 mil km2 al norte del río Pilcomayo, al cual llamarían “infierno verde” por sus condiciones inhóspitas: escasez de agua, temperaturas de casi 50° en verano y menos de 0° en invierno, presencia de ofidios venenosos y de insectos portadores de enfermedades.
Para la Royal Dutch Shell y la Standard Oil, el Chaco representaba un paraíso verde y negro, una fuente inexplorada de dólares y petróleo. Su cercanía al río Paraguay constituía una vía de acceso al océano Atlántico, que lo tornaba ideal para la colocación de oleoductos; y se sospechaba que debajo de esas tierras áridas había importantes yacimientos. También tenían intereses en la región las empresas forestales, como la Carlos Casado S.A., que en 1925 gestionó el ingreso de las Colonias Menonitas del Chaco Paraguayo.
De acuerdo con el historiador Maximiliano Zuccarino, hubo otro factor en juego: “las inversiones argentinas en Paraguay, que la administración justista se empeñaba en proteger”. Muchas de ellas, estaban enlazadas a capitales británicos que operaban en Buenos Aires y databan del siglo XIX. Era el caso de The Argentine Quebracho Co.; The Argentine Land & Investment Co. Ld.; la Santa Fe & Córdoba Great Southern Land Co. Ld.; y The Forestal Land, Timber & Hailways Co. Ld.
Luego de la Guerra de la Triple Alianza, las zonas vírgenes de la frontera habían asegurado a los inversores británicos propiedades a precios muy bajos. En el nodo del asunto, no solo estaban la comercialización, el transporte y el precio de los hidrocarburos, sino los títulos de líneas férreas y de transporte marítimo, así como la instalación de frigoríficos y obrajes. En resumen, las posiciones estratégicas para la producción y circulación de bienes exportables: tierras baratas y cursos fluviales.
Dentro de ese marco, los magnates del negocio hicieron lo que saben hacer mejor. Con una crisis económica mundial sin precedentes como telón de fondo, pertrecharon a los dos países más pobres de la región y se lanzaron a la competencia por el crudo. Explotaron las largas disputas territoriales que existían los dos pueblos. Ni Paraguay, ni Bolivia habían aceptado ninguno de los cuatro tratados de límites fronterizos presentados entre 1878 y 1907. Esta fue la casus belli. Los capitales anglo-holandeses (que tejían lazos con la oligarquía argentina) financiaron al Paraguay, mientras que los norteamericanos realizaron empréstitos a Bolivia.
Para los hombres movilizados de uno y otro bando, aquélla fue la guerra de la sed. Un cuarto de ellos perdería la vida principalmente por deshidratación –junto con la inanición y la disentería-, decenas de miles acabarían mutilados y muchos desaparecerían por siempre, entre el polvo.
El escritor Augusto Roa Bastos, quien sirvió como enfermero, volcó sus experiencias en la novela Hijo de hombre. Allí hablaba de pozos secos que se convertían en fosas, de hombres sin gotas para desperdiciar en lágrimas, moviéndose como borrachos quienes han olvidado el camino a casa. El escritor paraguayo Julio Correa, el poeta y representante de la polka y exsoldado Emiliano R. Fernández, al igual que un sinfín de excombatientes y cuentistas bolivianos retrataron en sus obras esos duros días.
La conflagración consumió los ya escasos recursos de ambos países. Uno y otro tenían heridas frescas. Bolivia había peleado la Guerra del Pacífico entre 1879 y 1883, que la despojó de su litoral sobre el Pacífico. Paraguay no se había recuperado del exterminio ocurrido entre 1864 y 1870, por el cual fue asesinada el 90% de su población masculina adulta.

Los bandos

El crack de 1929 había tenido un fuerte impacto sobre el país andino. A lo largo de solo tres años, la denominada “oligarquía del estaño” había visto caer sus exportaciones casi en un 80%. Si en 1927 conseguía 289 libras por tonelada de mineral, para 1929 esta cifra había pasado a 202 libras. En 1939, a 141. Como contracara, el endeudamiento externo ahogaba al país y no había perspectiva de conseguir créditos internacionales. Con la creciente socialización del proceso de trabajo en las grandes empresas mineras, aparecían las primeras luchas obreras por organización sindical. En este contexto, las clases gobernantes se embarcaron en la guerra.
Si bien el ejército boliviano fue superior al paraguayo en una relación de 3 a 1, era una fuerza donde primaba el racismo, sin apoyo popular y dedicada a la represión interna. El propio Joaquín Espada Antezana, ministro de Guerra, decía que ésta era una de las principales debilidades en el campo de batalla. La masacre ejercida sobre los campesinos de Pucarani para obligarlos a pelear fue ilustrativa, en este sentido.
El Paraguay, por su parte, venía de años de hegemonía del Partido Liberal (PLRA) y primaba la inestabilidad política. La clase obrera daba sus primeros grandes pasos de organización: entre 1923 y 1931, se habían conformado las principales centrales sindicales, que libraron un total de 43 huelgas. A diferencia de lo ocurrido en el país vecino, los liberales sí lograron un apoyo importante de trabajadores y campesinos para la contienda, impulsándola como una “causa nacional”. Pero ésta no estaba destinada a perdurar. El reclamo por tierras y por derechos para los trabajadores pronto volvería a escena.

El desenlace (abierto)

El 12 de junio de 1935, se acordó el cese de hostilidades; y, el 21 de julio de 1938, se firmó un tratado en Buenos Aires donde se fijaron los límites definitivos. Finalmente, se estableció la soberanía paraguaya sobre tres cuartas partes del territorio y Bolivia obtuvo una zona a orillas del río Paraguay. En 2009, los presidentes Evo Morales y Fernando Lugo firmaron –otra vez, en Buenos Aires- un acuerdo definitivo. Habían pasado 74 años del conflicto que se llevó la vida de 50 mil bolivianos y 40 mil paraguayos.
La Guerra del Chaco significó un punto de quiebre, que terminaría por hundir tanto a la “oligarquía del estaño”, como al Partido Liberal. En ambos países se desataron importantes procesos signados por golpes militares, reconfiguraciones políticas y, sobre todo, por la insurgencia obrera y campesina.
La Standard Oil fue una de las grandes victoriosas. Una vez que cesó el fuego, se comprobó que ésta venía contrabandeando una porción de producción a través de un oleoducto clandestino, con el beneplácito de funcionarios argentinos y bolivianos, vinculados a la firma norteamericana. Por otra parte, en la “Historia empresarial” reflejada en la página oficial de Shell, puede leerse: “Los años 30 fueron difíciles”.
Muchos excombatientes vinieron a países como Argentina escapando del hambre o la persecución. Gumersindo, veterano paraguayo, fue uno de ellos. Él solía relatar cómo se le hinchaban la lengua y las extremidades durante la guerra, por la falta de agua; recordaba que sus compañeros enloquecían y bebían el combustible de los tanques, solo para morir intoxicados a los pocos minutos. Había aprendido que la industria del petróleo está manchada con sangre trabajadora.

Jazmín Bazán
Martes 21 de julio

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