jueves, octubre 01, 2020

La pobreza, sin “grieta”

Como ocurriera con los recientes datos de desocupación, la estadística oficial sobre la pobreza e indigencia dejó también su arista encubridora. Aunque el INDEC informa sobre una pobreza de casi el 41%, ese dato resulta de estimar un promedio del primer semestre. Por lo tanto, minimiza el verdadero alcance del derrumbe social vivido bajo la pandemia, el cual se fue acrecentando con el paso de los meses. En efecto: mientras que en el primer trimestre la pobreza alcanza al 35%, en el segundo llegó al 47%, según estima el IPYPP, el Instituto que dirige el economista Claudio Lozano. En consecuencia, la mitad de la población argentina es pobre. Esa misma fuente admite que la indigencia – la población que pasa hambre- alcanza al 12%. Cinco millones “nuevos” de pobres y dos millones de indigentes es el saldo que deja esta medición.
 Los datos de hoy son una gruesa bofetada a la política “asistencial” del gobierno, y a la pretensión de que las medidas de “emergencia” hubieran paliado la crisis social. La pandemia devolvió a la Argentina a los niveles de pauperización de la gran crisis de 2001/2002 o de la hiperinflación de 1989, con todos los IFE y ATP del caso. La impotencia de estas asistencias, sin embargo, contrastan con un Tesoro y un Banco Central que ahora se declaran exhaustos de recursos. La explicación es clara: el grueso de la batería de rescates económicos fue embolsados por los grupos capitalistas, los cuales lograron hacerse pagar los sueldos por el Estado mientras compraban dólares baratos para “reducir pasivos”. En cuanto a los bancos, absorbieron los pesos emitidos para esos rescates a costa de arrancarle al Estado una tasa de interés superior al 40% anual. Mientras tanto, Desarrollo Social retaceaba las asistencias a comedores populares, que en muchos casos se sostuvieron con donaciones.
 La cifra de casi 50% de pobres excede también a la de la desocupación efectiva, la cual -considerando a la totalidad de la población activa- ronda el 30%. Por lo tanto, una porción importante de quienes han trabajado –alrededor del 20%- debe considerarse “pobre”. Si pensamos que en ese segundo trimestre el trabajo precario se redujo a la mínima expresión, por los rigores de la pandemia, hay que concluir en que ese 20% se concentra entre trabajadores en blanco y bajo convenio. (Entre los precarizados, la pobreza debe rondar el 60 o el 70% de quienes trabajan). La pobreza, por lo tanto, ha penetrado en el corazón de la clase obrera de la industria y el comercio. En este trimestre pandémico, los obreros que fueron declarados “esenciales” debieron volver a sus puestos de trabajo y arriesgar su salud y sus vidas ¡sin el derecho a percibir un salario que cubra sus necesidades elementales! Entre esos trabajadores, están también quienes apelaban a la compra de los 200 dólares para luego, en su reventa, estirar un salario que no llega a la línea de pobreza. Las recientes medidas cambiarias han cancelado esa posibilidad, aunque sus patrones podrán seguir comprando dólares “en oferta”, al menos, hasta cubrir el 40% de sus deudas. 
 La pobreza, por lo tanto, supera a las “políticas sociales” o asistenciales. El dedo acusador se proyecta sobre las burocracias sindicales, que están hundiendo a sus afiliados en la pauperización “en blanco”. Las paritarias inmediatas, un aumento salarial de emergencia, la duplicación de planes sociales y la indexación de los salarios con carácter mensual plantean una deliberación urgente en las organizaciones obreras. 

 Marcelo Ramal 
 30/09/2020

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