domingo, diciembre 27, 2020

August Blanqui o la intransigencia revolucionaria


En el extraordinario Partenón de la historia del movimiento obrero y del socialismo, la potente figura de Louis Auguste Blanqui (Puget-Théniers, 1805-París, 1881, brilla todavía; sigue siendo un referente, alguien al que Daniel Bensaïd entre otros, citaba constantemente. En Blanqui el aspecto mili­tante socialista sobresale netamente sobre el teórico. Sus pocos es­critos son por lo general, redactados en la cárcel (su sobrenombre fue «El Encerrado») que fue su «hogar» la mayor parte de su vida, conociendo numerosas prisiones, incluso en las colonias. Hijo de un revolucionario que pasaría a servir con la Gironda, para acabar sien­do subprefecto de Napoleón; y de una mujer de gran ca­rácter, Blanqui es enviado desde su ciudad natal a París. Allí a los 16 años ingresa en una de las sociedades secretas de la época, en concreto en la de los carbonarios. Es muy joven todavía cuando entra en contacto con Buonarrotti, que le detalló la historia de la «conspiración de los iguales», y le marcó en su ulterior evolución política, en gran medida «babeuvista». Cruzó indomable todo el siglo XIX, partici­pando en las jornadas de julio del año 30, en la revolución del 48, así como, indirectamente, en la Comuna de París. Blanqui y el «blanquismo», debe de comprenderse como una de las primeras manifestaciones de la lucha del proleta­riado francés, todavía muy disperso y sin cohesión ideoló­gica, y como una toma de conciencia clara del carácter antirrevolucionario de la burguesía liberal. 
 Ya en 1829, participa en la sublevación del arrabal de Saint Antoine, uno de los centros de la vieja «sans culotte­rie». En julio de 1830 se encuentra de nuevo en la calle y se enfrenta desde el primer día contra la «Monarquía bur­guesa», resultando ser uno de los inculpados en el «proceso de los doce» revolucionarios. En 1836 constituye el grupo llamado «Sociedad de las Estaciones», hecha a imagen y semejanza de las sociedades radicales que se mueven en las «ultratumbas», tendencia ésta que se explica tanto por la represión como por el espíritu romántico de la época. Tres años después, junto con Harbés -otro gran conspi­rador, aunque políticamente más moderado que Blanqui-, prepara una insurrección aislada y minoritaria que fracasa. Detenido, es condenado a perpetuidad. Liberado por la revolución de febrero de 1848, su posi­ción la explica así el historiador británico Cole: «En 1848, Blanqui estaba dispuesto a apoyar al Gobierno Provisional, metiéndole a la vez una presión constante de las socieda­des de izquierda y de los obreros. Pero esto no quiere decir que ha renunciado a la idea de la revolución ulterior, sino que deseaba aguantar por el momento, seguía pensando ha­cerse dueño del Poder mediante un golpe de Estado organi­zado por una minoría de revolucionarios disciplinados, adiestrados en las armas y dispuestos a hacer uso de ellas. En las Sociedades sucesivas se negó a admitir a todos los recién llegados; pues aspiraba a crear, no un partido de masas, sino una élite revolucionaria relativamente pequeña, de hombres escogidos. Éstos, elegido el momento adecuado, cuando el descontento llegase a su punto podrían asumir la dirección efectiva de los trabajádores, para seguir gracias a ellos ya otras organizaciones obreras por el verdadero ca­mino revolucionario, y poco a poco, mediante una dictadura, poner los cimientos de una nueva sociedad».
 La experiencia de viejo león, le lleva a no tener ninguna confianza en los discursos floridos de Lamartine, ni siquiera en los proyectos reformistas de Hlanc en el palacio de Lu­xembourg. Adivina a Cavaignac detrás de todo. Como escri­be Abendroth: «¿No parecía en efecto, justificada la espe­ranza de Louis Blanc de llegar sin lucha de clases a una sociedad auténticamente democrática, en un compromiso pacífico con los demócratas burgueses y capitalistas indus­triales, representados en el Gobierno Provisional? ¿y no era Hlanqui, que criticó eba concordia, un revoltoso amargado por su reclusión? Los obreros tuvieron que aprender con sus propias y amargas experiencias después de la revolución de febrero que Blanqui había comprendido sus intereses con más claridad que ellos mismos». En mayo del mismo año el Gobierno Provisional le con­dena a las mazmorras por diez años. En 1869, reaparece para animar -desde fuera- a sus seguidores en la AIT, y la lu­cha contra Napoleón III. En el momento de la guerra fran­co-prusiana escribe un llamamiento con el título de «¡La Patria en peligro!», en el que preconiza un frente nacional interclasista, pero luego rectifica e intenta, otra vez sin éxito, una nueva insurrección junto con Flourens, que sería uno de los líderes de la Comuna. Ésta le coge en manos de los «versalleses», entonces los «communards» intentan can­jearlo a cambio del obispo de París, pero Thiers no cede. En 1879, sale de la cárcel al ser elegido diputado por los republicanos de Hurdeos y vuelve a ser hasta su muerte el militante de hierro que siempre fue.
 La obra escrita de Blanqui no es precisamente muy am­plia, aunque al margen de ello, Blanqui consiguió aglutinar un importante grupo de seguidores que jugaron un desta­cado papel en la AIT, en la Comuna y en los primeros años del socialismo galo. Su ideario se puede sintetizar así: a) Se apoya en el proletariado, .pero para él no hay distin­ción entre éste y el resto de los sectores populares.b) El medio revolucionario que privilegia es el del partido de los revolucionarios, o sea, de la élite conspiradora que desconfía de las masas; c) La revolución sólo la concibe a través de una insurrec­ción perpetrada por.el partido o sociedad, después pro­pugna una dictadura que impondría entre otras cosas, la escuela laica y gratuita, cooperativas, una legislación socialista…Para Blanqui, «el comunismo no puede implantarse por decreto», ni «cambia por sí mismo ni a los hombres ni a las cosas»; no sueña con ninguna utopía futura e indeterminada, el «comunismo, dice contra Cabet, no es un huevo empollado en un rincón del género humano, sino un pájaro con dos piernas, sin alas ni plumas». En 1879, salió de la cárcel y fue elegido diputado por Burdeos, a pesar de que legalmente no podía serlo.
 Ahí quedan sus palabras ante los tribunales: El presidente al acusado: -Decidme vuestro nombre, edad, lugar de nacimiento y domicilio. 
 Blanqui: -Louis-Auguste Blanqui, de veintiseis años de edad, nacido en Niza, con domicilio en París, calle de Monteruil, número 96, faubourg Saint-Antoine. 
El presidente: -¿Cuál es vuestra profesión? 
 Blanqui: -Proletario. 
El presidente: -Esa no es una profesión. 
Blanqui: -¿Cómo que no es una profesión? Es precisamente la profesión de treinta millones de franceses, que viven del trabajo y que están privados de derechos. 
El presidente: -Bueno; ya está bien… 
Tras la defensa de Gervais, Louis-Auguste Blanqui toma la palabra, y se expresa en los siguientes términos: Señores del jurado: Se me acusa de haber dicho a treinta millones de franceses, proletarios como yo, que tenían el derecho de vivir. Si esto es un delito creo que, cuando menos, debería responder de él ante hombres que no fueran a la vez jueces y parte en la causa. Más, señores, aquí se ha observado que el ministerio público no ha vuelto en absoluto los ojos hacia vuestro espíritu de equidad ni hacia vuestra razón, sino que los ha vuelto del lado de vuestras pasiones, del lado de vuestros intereses. No invoca, ese ministerio, vuestro rigor refiriéndose a un acto contrario a la moral y a las leyes; no quiere sino desencadenar vuestro espíritu de venganza contra lo que él describe como una amenaza para vuestra existencia y para vuestras propiedades. No me hallo, por consiguiente, ante unos jueces, sino ante unos enemigos: sería, por tanto, inútil el defenderme.
 En la última etapa de su vida dirigió un diario de extrema izquierda, Ni Dieu ni maître, que luego sería un slogan anarquista. Fue el primero que consideró la idea del revolucionario como profesional, y contribuyó a formar el partido blanquista, que primero se llamó la «Comuna revoluciona­ria» y más tarde, «Comité Central Revolucionario» bajo la dirección de Émile Eudes. Luego, su discípulo más desta­cado, Eduard Vaillant construye el Partido Revolucionario Socialista que se integrará más tarde en la socialdemocracia francesa. sus ensayos sobre problemas teóricosd fueron reunidos después dee su muerte con el título de La crítica social. El artista A. Maillol le dedicó una de sus mejores esculturas, la Acción encadenada, emplazada en su ciudad natal.
 Su biografía más exhaustiva es la de Samuel Bernstein Blan­qui y el blanquismo (Siglo XXI, Madrid, 1975), la más clásica es Blanqui, de Maurice Dommaguet, (Espartacus. París). Al margen de los diversos estractos, parece que existe una sola edición de escritos de Blanqui en castellano.

 Pepe Gutiérrez-Álvarez

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