domingo, diciembre 13, 2020

Clark Terry, a cien años de su nacimiento


«Da capo» 

 Del silbido de las balas que impactaron al lado de sus pies, fusionado a las carcajadas estridentes del policía que se las disparó por atreverse a entrar en una estación de servicio reservada para gente blanca, el trompetista Clark Terry tal vez aprendió que existían sonidos a los que él, como músico negro, no podía sustraerse. Claro, algo así como asevera el escritor francés Pascal Quignard en su ensayo «El odio a la música»: las orejas no tienen párpados. Para Terry, ya llegaría el momento de enfrentar esos sonidos también desde el jazz. 
 Esta brutal lección sucedió en alguna de las ciudades ubicadas a orillas del río Mississippi, cuando -en la década del 40 del siglo pasado- afianzaba sus pasos como trompetista profesional en la Big Band que conducía George Hudson, un colega del instrumento. 

 En órbita 

 El título del álbum que grabó en 1958, con la participación destacada del pianista Thelonious Monk, viene a cuento porque ilustra su habilidad para posicionarse dentro de una constelación en la que se conjuntaron estilos varios y creadores de personalidades arrolladoras.
 Protagonizó las diferentes eras que se sucedieron unas a otras; la del Bebop, la del cool de la costa oeste de Estados Unidos y más, sin apagarse junto a los respectivos ocasos de cada una de estas. Su originalidad pervivió a pesar de todos esos avatares, de lo que dan testimonio los registros discográficos de las múltiples colaboraciones que efectuó, muchos de los cuales hoy se consideran piezas antológicas del género. Sobre este punto, el crítico Alain Tercinet enfatizó oportunamente que su importancia se acrecentaría con el decurso de los años. 
 Durante el apogeo de las grandes orquestas, tocó en dos de las más imponentes del período del swing, cuyas concepciones alrededor de la composición no supieron coincidir demasiado: las de los pianistas Count Basie y Duke Ellington. Aun así, jamás se escudó detrás de la interpretación maquínica del sesionista eficaz; por los intersticios de los solos, emitió los destellos de una inspiración singular.

 «Flügelhorn» y balbuceo

 Arriba del escenario se comportó como un funámbulo que enlazaba las ánimas del público con la misma cuerda sobre la que practicaba sus acrobacias. Precursor de la ejecución del flügelhorn en el jazz, solía soplar este instrumento y la trompeta de manera simultánea. Sus labios besando aquel par de boquillas arrojaban un hechizo irrompible. 
 Ejercitó una ingeniosidad atenta a los ofrecimientos que le hacía lo imprevisto, con la que asimismo difuminó los límites de lo módico. En un trabajo de 1964, en que el se sumó al trío del pianista Oscar Peterson, aprovechó el tiempo contratado de utilización del estudio que les sobró para improvisar una suerte de humorada vocal, un balbuceo atropellado de sílabas- «Mumbles» se llama el tema de dos minutos de duración- al que se lo escucha correr propulsado por las síncopas juguetonas de la base rítmica. 

 Adiós al maestro 

Nació en Saint Louis el 14 de diciembre de 1920 y murió en la misma ciudad del estado de Missouri 94 años después, el 21 de febrero de 2015. En las postrimerías de su vida, a causa de la diabetes una densa niebla cubrió su visión, además de que una anquilosis generalizada no le permitía pulsar nada con los dedos de las manos. Sin embargo, nunca cejó en su tarea de formador de jóvenes artistas. El trombonista Bob Brookmeyer, con quien constituyó un quinteto superafiatado a mediados de la década del 60 del siglo pasado, lo describió como un compañero excepcional, humanamente enriquecedor. Mientras que el trompetista y compositor Miles Davis, oriundo de Alton una pequeña población del vecino estado de Illinois, un genio que fue poco proclive a adular las destrezas ajenas, lo elevó a la categoría de un maestro indiscutible.

 Gastón Rama

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