sábado, agosto 07, 2021

“Woodstock 99”: todos los fuegos el fuego

HBO lanzó el documental “Woodstock 99: Peace, love and rage” (“Woodstock 99: Paz, amor y furia”), dirigido por Garret Price, que trata sobre el festival que intentó emular el espíritu ´flower power´ del original, realizado en 1969, pero terminó con la destrucción total de las instalaciones, reducidas a cenizas luego de que gran parte del público las prendiera fuego.

 Génesis 

El festival Woodstock fue llevado a cabo entre el 15 y el 18 de agosto de 1969 en Bethel, Nueva York, y congregó a 500 mil personas. Se convirtió en uno de los hitos más importantes de la historia del rock, por varios motivos: uno fue su masividad, ya que nadie esperaba tal afluencia de público. Esto demostraba que el rock había calado en lo más profundo de la cultura de la juventud estadounidense y se convertía en un fenómeno de masas, poco después, a escala mundial. Los shows de artistas de la talla de Janis Joplin, The Who, Jefferson Airplane y Jimi Hendrix, en su apogeo creativo, fueron registrados en un célebre documental que los acercó a públicos de todo el planeta. Fue también el canto del cisne del movimiento hippie norteamericano, protagonista de aquellas jornadas, y de su filosofía de “paz, amor, drogas y liberación sexual”. La oposición a la guerra de Vietnam sobrevoló el ánimo de todo el festival. 
 El festival fue, obviamente, un gran éxito para sus organizadores. Su romantización exagerada se instaló en el imaginario popular hasta alcanzar proporciones míticas. La súper explotación del gran negocio de la cultura rock mostraría los dientes en su reedición de 1999.

 Dame fuego

 Woodstock 99 se realizó entre el 22 y el 25 de julio en un gran predio en Rome, Nueva York, y reunió a 400 mil personas. 
 El line up reunió a los artistas más reconocidos de la época, varios del estilo ñu metal (una mezcla de rap y metal) que se encontraba en auge, como Korn y Limp Bizkit, en la cúspide de su popularidad, y otras bandas como Metallica, Rage Against The Machine, The Offspring, Fatboy Slim, Red Hot Chili Peppers, entre otros. 
 Desde un primer momento sus organizadores (Michael Lang y John Scher) intentaron emular el Leitmotiv de “tres días de paz y amor” del festival del 69. La campaña publicitaria se completó con la instalación de puestos de ONGs progresistas en el predio. Sin embargo, Lang y Scher perseguían ganancias monumentales, a costa del público y su salud, en su mayoría jóvenes blancos de no más de 25 años. 
 Ni las entradas ni la comida dentro del predio eran baratas. La seguridad de la puerta no dejaba ingresar a nadie con alimentos o bebidas. Una ola de calor asolaba Nueva York, pero las botellas de agua costaban el exorbitante precio de 4 dólares, lo mismo que la cerveza. Según Scher, es que “no era un festival para pobres” (sic). 
 Si se suma el hecho de que el predio no tenía ningún tipo de sombra, las fuentes de agua colapsaron el primer día, al igual que las rústicas duchas de campaña y los baños químicos, cubriendo gran parte de la superficie del predio de una mezcla de barro y excremento. 
 Para el segundo día, todo lo que deberían haber previsto los productores fallaba por su propia voracidad de utilidades. El público comenzó a destruir las instalaciones. Se produjeron violaciones y abusos masivos. El sueño hippie se reeditó como pesadilla. Algo pasaba en la juventud de EE. UU. de aquellos años de la era Clinton. Tres meses antes del desastre de Woodstock, dos adolescentes habían irrumpido armados en su colegio y masacrado a 12 estudiantes y un profesor antes de suicidarse. La enajenación y opresión que vivían los jóvenes dentro del “imperio del mal” (como se llamó el segundo disco de los combativos Rage Against The Machine) era reflejo de las provocaciones belicistas del imperialismo en los Balcanes y Medio Oriente. 
 Las miles de velas que había repartido una ONG para homenajear a las víctimas del tiroteo de Columbine durante la tercera jornada del festival, fueron utilizadas por parte del público para comenzar los incendios que redujeron equipamientos y pantallas a cenizas. 
 Después de tres días de hastío, abuso capitalista, deshidratación y mal trato, los jóvenes mostraron su furia, destruyendo absolutamente todo lo que pudieron. Así concluyó Woodstock 99. 
 El documental narra, de forma clara y cronológica, con un relato coral de testigos y protagonistas, archivo y testimonios del público, cómo fueron sucediendo los distintos hechos que desembocaron en el desastre final. Productores, músicos, periodistas, empleados de seguridad, paramédicos, asistentes al festival, dan testimonio desde diversos puntos de vista, que suelen contradecirse, pero ofreciendo al espectador los elementos para sacar sus propias conclusiones. Continuamente, los realizadores del film intentan encontrar respuestas políticas, culturales y sociológicas al por qué de la brutalidad de lo que se vivió esos días en el festival. Los productores, por su parte, intentan descargar responsabilidades sobre músicos, público y hasta MTV. Vale la pena verlo para entender lo sucedido, tanto en el festival como entre la juventud yanqui y la industria del entretenimiento en la década del 90. 
 Que Woodstock 99 no arrojara el saldo de un gran número muertes fue pura suerte. Bajo el capitalismo, la “cultura” es otro gran negocio, y los apetitos de lucro son colocados por delante de la vida. Lo mismo ha ocurrido durante toda la pandemia, en la medida que las empresas, con el visto bueno de los diversos gobiernos, hicieron retornar a sus empleados a sus puestos de trabajo, sin importar los riesgos, en nombre de “la economía”. El problema es, una vez más, el capitalismo y, por eso mismo, hay que destruirlo. 
 En Argentina tuvimos en nuestra historia reciente dos experiencias que muestran que las ansias de ganancias de los capitalistas del arte importan más que la vida del público: una fue, en 2004, la masacre de Cromagnon, cuando en un show de Callejeros el lugar se prendió fuego y las salidas de emergencia habían sido bloqueadas, con un saldo de 194 muertos. Otra más reciente fue la de la fiesta electrónica Time Warp, en 2016, en el que un entramado siniestro que mezclaba venta monumental de drogas, falta de agua en los baños, precios elevados de agua, nula ventilación, hacinamiento y altas temperaturas, dieron como resultado la muerte de 5 jóvenes por ingesta de drogas de diseño. En ambos casos, los jóvenes pagaron con sus vidas la connivencia de empresarios y funcionarios. 
 Bajo un gobierno de trabajadores, veremos renacer nuevas formas de expresión y encuentro, disociadas del lucro que envenena todas las manifestaciones culturales de las masas.

Matias Melta
04/08/2021

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