domingo, julio 20, 2008

¿Qué camino escogerán los dirigentes cubanos?

La revolución cubana se encuentra ante una encrucijada
Bárbara Areal

El pasado 11 de julio, Raúl Castro realizó una intervención en el parlamento de Cuba, de gran trascendencia, para explicar las medidas de ajuste económico que el gobierno adoptará para paliar los efectos negativos de la crisis que atraviesa la economía mundial, especialmente tras la subida del precio del petróleo y de los alimentos. En su discursó dejó claro que se acercan momentos difíciles: "Seguiremos haciendo cuanto esté a nuestro alcance para que esas serias adversidades afecten lo menos posible a nuestro pueblo, pero es inevitable que sufriremos cierto impacto en determinados productos y servicios". A continuación propuso una batería de medidas que, en su opinión, permitirán relanzar la economía, señalando destacadamente el fin de la igualdad salarial, la ampliación de la edad de jubilación y el reparto de tierras en usufructo no sólo a campesinos individuales y a cooperativas, también a grandes empresas.

Una compleja combinación de factores económicos y políticos

Ciertamente, la gravedad de la situación es innegable. Derechos básicos de la población como la vivienda o la alimentación están sufriendo un deterioro acelerado. En lo que respecta a la vivienda, el Gobierno reconoció este mismo mes de julio que el 85% de los inmuebles de más de tres pisos necesitan reparación. La escalada de los precios de los alimentos en el mercado mundial golpea duramente a la población cubana, puesto que la isla importa una gran parte de los alimentos que consume. En concreto, las previsiones oficiales estiman que de los 1.600 millones de dólares gastados en importación de alimentos en 2007 se pasarán a 1.900 en 2008. Las penurias económicas alcanzan tal profundidad que dejan ya su huella en las estadísticas demográficas: en 2006, los nacimientos llegaron a su nivel más bajo en seis décadas; y, por primera vez, la población cubana decreció en más de 4.000 habitantes.
En los tres últimos años se ha producido una compleja combinación de factores políticos y económicos. A los ya viejos problemas domésticos, se suma ahora la situación de inminente recesión de la economía mundial en el mismo momento en que Fidel Castro es sustituido como máximo dirigente al frente del Estado cubano. Así pues, cuando sólo falta un año para celebrar el 40 aniversario de la victoria revolucionaria, el pueblo trabajador, auténtico sostén material de la revolución, comprueban como las dificultades lejos de ser superadas se intensifican. La confluencia de todos estos factores hace que la percepción de que la revolución cubana se encuentra en una encrucijada sea generalizada. La utilización del término encrucijada no es casual. Pretende destacar que existen diferentes caminos entre los que escoger. La revolución es un proceso vivo, protagonizado por hombres y mujeres, en el que la voluntad de la dirección política es decisiva.

¿Es China un modelo para Cuba?

La potente irrupción de la economía china en el mercado mundial ha convertido a este país en un foco de atención para muchos dirigentes del PC cubano. Sus espectaculares cifras de crecimiento económico, que rozan los dos dígitos durante casi dos décadas, han convertido la vía china, según se desprende de muchas intervenciones de cualificados líderes de la revolución y economistas del Partido Comunista Cubano, en una promesa de un futuro de abundancia y bienestar, en un ejemplo a seguir.
Sin embargo, un análisis marxista de lo que ocurre en China revela que tras las cifras macroeconómicas y las banderas rojas con hoces y martillos que presiden todavía el parlamento chino, lo que realmente encontramos es el crecimiento de las desigualdades y la explotación al calor del triunfo de la contrarrevolución capitalista. El proceso empezó poco a poco, con las reformas económicas precapitalistas iniciadas por Den Xiaopin hace treinta años que permitieron la creación de zonas económicas especiales en las que el capital extranjero podía invertir. Con el tiempo el proceso se empezó a generalizar y extender a nuevas áreas del país. La baja productividad del trabajo en el campo y la industria fue estimulada con incentivos económicos de diferente tipo para aquellos trabajadores que fueran capaces de producir más en menos tiempo pero, sobre todo, a través de una explotación despiadada de la fuerza de trabajo, a la que se arranco tasas de plusvalía formidables. Finalmente la cantidad se ha transformado en calidad. Hoy en China la propiedad privada de los medios de producción se ha generalizado al tiempo que se ha destruido el monopolio del comercio exterior; de esta manera se han arruinando las bases de la planificación económica, que se hace inviable si las empresas decisivas organizan su producción atendiendo a la competencia en un mercado regulado por la oferta y la demanda capitalista. En estos momentos, según la propia Federación de Industria y Comercio de China, el 65% del PIB procede de la empresa privada.
La restauración del capitalismo en China se ha traducido en un aumento del sufrimiento para las masas y la aparición de una nueva clase de capitalistas chinos, muchos de los cuales llevan el carné del PCCh en su cartera. En un artículo publicado en El Militante en abril del pasado año explicábamos el significado de algunas decisiones adoptadas por la dirección del Partido Comunista Chino y que tuvieron un impacto mundial: "La legitimación de la propiedad privada, bendecida por 2.799 diputados de los 3.000 que integran la Asamblea Popular Nacional china el pasado marzo, no es más que el reflejo, en la esfera del derecho, de la culminación de la restauración capitalista. ... Los efectos de la restauración capitalista en China han sido devastadores. Según datos del Banco Mundial, el cociente 20/20 (entre la parte de la renta nacional del 20% más rico de los hogares y la parte del 20% más pobre) ha aumentado de 6,5 en 1990 a 10,6 en 2001. China es la sociedad más desigual de Asia: el cociente es de aproximadamente 5 en India o Indonesia y es inferior a 10 en Filipinas (...) Vivir en el campo es prácticamente sinónimo de pobreza: los casi 900 millones de chinos que viven en zonas rurales, aproximadamente el 60% de la población, ingresan una tercera parte de los que habitan zonas urbanas. Pero este dato no debería llevarnos a pensar que la población urbana disfruta de una situación de bienestar. Si bien es cierto que se está desarrollando una clase media en las ciudades, base social de la contrarrevolución capitalista, la mayoría de los trabajadores urbanos vive en condiciones extremadamente difíciles (...) millones de trabajadores han sido contratados en miles de industrias privadas creadas al calor de las inversiones de las multinacionales extranjeras en condiciones de máxima explotación: jornadas interminables de hasta 12 horas son habituales en la industria juguetera o textil, acompañadas de salarios miserables y ausencia de cualquier tipo de derecho sindical (...) El desmantelamiento de la sanidad pública, una de las conquistas más importantes de la revolución de 1949, ha supuesto que acudir a un médico o un hospital en caso de enfermar sea un privilegio sólo asequible para aquellos que puedan pagarlo. Algunos periódicos chinos han hecho público que sólo el 25% de la población urbana y el 10% de la rural dispone de algún tipo de seguro médico, lo que sitúa a China en el cuarto puesto mundial, por la cola, en equidad en el acceso a la sanidad solo superado por Brasil, Birmania y Sierra Leona."[1]

¿De cada cual según su capacidad, a cada uno según su trabajo?

A la experiencia china se suma la de la extinta URSS, en la que, a pesar de los diferentes ritmos y particularidades, la restauración del capitalismo ha sido plenamente completada con el consiguiente horror para las masas.
Estos procesos nos muestran que no es la primera vez que una economía como la cubana, donde los medios decisivos de producción están nacionalizados y la actividad económica se organizan a través de la planificación, atraviesa serias dificultades. Pero lo realmente importante de las experiencias de la URSS y de China es que de las medidas concretas que los dirigentes adopten tendrán una influencia determinante, no sólo en la resolución de la crisis económica coyuntural, sino en la supervivencia misma de las conquistas de la revolución.
No parece por tanto demás considerar las medidas propuestas en el Parlamento cubano por Raúl Castro a la luz de estas experiencias. Si observamos el plan en su conjunto, se hace evidente que el objetivo fundamental es aumentar la productividad, el rendimiento del trabajo humano. Desde el marxismo siempre se ha defendido que la superioridad material del socialismo frente al capitalismo consiste precisamente en su capacidad de desarrollar las fuerzas productivas e incrementar la productividad del trabajo y, por tanto, la producción de bienes y servicios para garantizar el máximo bienestar social. Esta es la precondición material necesaria para eliminar progresivamente la desigualdad económica heredada del capitalismo, una vez que la producción no tiene como objetivo la obtención del máximo beneficio para un puñado de grandes monopolios y capitalistas.
Ahora bien, la base material para la superioridad económica del socialismo surge de la propiedad nacionalizada de los medios de producción, la planificación de la economía y la participación consciente y democrática de la clase obrera en la dirección de la economía y la sociedad. La democracia obrera se convierte en un factor político decisivo para el funcionamiento eficiente de la economía planificada. Solo así se puede acabar con la anarquía dominante en la producción capitalista y la propiedad privada, permitiendo que la clase trabajadora deje de ser sujeto pasivo de la explotación para convertirse en la dirección de la sociedad. No podemos perder de vista en ningún momento esta cuestión, ya que el capitalismo también es capaz de incrementar la productividad del trabajo, no sólo con la introducción de la tecnología y la maquinaria, sino con la intensificación de la explotación de la mano de obra a través del aumento de los ritmos de producción. Atendiendo a estos fundamentos teóricos, los estímulos para incrementar la productividad del trabajo propuestos por Raúl Castro son más característicos de una economía de mercado que de una sociedad en transición al socialismo. En el debate abierto en las filas de los comunistas cubanos las voces que justifican estas reformas no son pocas. Por ejemplo, las declaraciones del viceministro de trabajo, Carlos Mateu, publicadas en Granma son bastante elocuentes: "El trabajador ganará lo que sea capaz de producir... Este sistema de pago debe verse como una herramienta que ayude a obtener mejores resultados productivos". Pero esta es precisamente la base del taylorismo que actuó como palanca del floreciente capitalismo estadounidense y también, porqué no decirlo, del movimiento Stajanovista impulsado por Stalin en los años treinta del pasado siglo.

De cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad

En un trabajo titulado Sistema "Científico" de estrujar el sudor[2], Lenin describe el modelo desarrollado por el ingeniero norteamericano Fredrerick Taylor de la siguiente forma: "El resultado es que en las mismas 9 ó 10 horas de la jornada laboral se le estruja al obrero tres veces más trabajo ... se absorbe con triplicada rapidez cada gota de energía nerviosa y muscular del esclavo asalariado ... Al comienzo, al obrero le aumentan el salario." Respecto al estajanovismo, impulsado por la burocracia estalinista rusa como un ejemplo de disciplina laboral propia de una sociedad socialista, Trotsky afirma: "Cuando el ritmo del trabajo está determinado por la caza del rublo, las gentes no trabajan según sus capacidades, sino que se ejercen violencia a sí mismos. En rigor este método no puede justificarse más que invocando la dura necesidad; erigirlo en "principio fundamental del socialismo" es arrojar al suelo las ideas de una cultura nueva y más elevada, con objeto de hundirla en el acostumbrado lodazal del capitalismo."[3]
No se trata de un dilema moral, sino de un aspecto decisivo para la edificación de una sociedad socialista. La lucha por incrementar la productividad del trabajo como parte indispensable de la construcción del socialismo, rechaza los métodos y estímulos propios del capitalismo, porque precisa liberar a la clase obrera de las jornadas extenuantes, de la lucha individual por la subsistencia, de la autoexplotación como medio para acceder a un mejor salario. Bajo esas circunstancias materiales difícilmente los hombres y mujeres de la clase obrera contarán con las condiciones necesarias para dirigir todas las esferas de la vida social: la economía, la política, la cultura...y desarrollar todo su potencial creador. Engels era muy claro al respecto: "Añadamos con esta ocasión que todas las contraposiciones históricas conocidas entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, encuentran su explicación en esa productividad relativamente subdesarrollada del trabajo humano. Mientras la población que realmente trabaja está tan absorbida por su trabajo necesario que carece de tiempo para la gestión de los asuntos comunes de la sociedad -dirección del trabajo, asuntos de estado, cuestiones jurídicas, arte, ciencia, etc.-, tiene que haber una clase especial liberada del trabajo real que resuelva esas cuestiones, y esa clase no dejó nunca de cargar sobre las espaldas de las masas trabajadoras cada vez más trabajo en beneficio propio. El gigantesco aumento de las fuerzas productivas alcanzado por la gran industria permite finalmente dividir el trabajo entre todos los miembros de la sociedad sin excepción, limitando así el tiempo de trabajo de cada cual, de tal modo que todos se encuentren con tiempo libre para participar en los comunes asuntos de la sociedad, los teoréticos igual que los prácticos."[4]
La lucha individual y desesperada por alcanzar un oasis particular y privado de bienestar en competencia con otros trabajadores, el estímulo de la desigualdad y competitividad entre ellos siguiendo el modelo imperante bajo el capitalismo, nada tienen que ver con el socialismo ni nos acerca a él. Por eso, la bandera del comunismo que Marx y Engels levantaron y Lenin, Rosa Luxemburgo, Trotsky y otros grandes revolucionarios enarbolaron, lleva inscrita la leyenda: de cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad.

En defensa de la revolución y de la clase trabajadora de Cuba

El asedio al que el capitalismo somete a la sociedad cubana no sólo se libra en el terreno económico; también en el ideológico hay una terrible presión. Por ello es tan importante delimitar firme y tajantemente la diferencia irreconciliable entre los métodos capitalistas y socialistas para estimular el rendimiento económico.
La experiencia de la Perestroika con Gorbachov fue muy aleccionadora. Tras constatar la profunda crisis y estancamiento que atravesaba la economía soviética desde finales de los años setenta, la nomenclatura dirigente del PCUS apostó por una batería de reformas económicas destinadas a estimular la productividad, a combatir el absentismo laboral, a mejorar la eficiencia y acabar con la corrupción y el caos. La desigualdad salarial, el fin de los subsidios a los precios de los productos básicos o la asignación de más recursos a las empresas más productivas, estaban entre ellas. Finalmente, el problema real y acuciante del estancamiento económico no se resolvió: los obreros no se sentían identificados con las apelaciones que desde la cúpula dirigente del PCUS se les reiteraba a favor de su implicación en la producción. En realidad, para una inmensa mayoría de trabajadores soviéticos, más allá de la fachada propagandística, la Perestroika siguió sancionando los mismos privilegios y la misma corrupción de la burocracia dirigente del Estado. En definitiva, todo para el pueblo pero sin el pueblo.
Para sorpresa de aquellos que consideraban la Perestroika una forma de "perfeccionar" el socialismo, las reformas de Gorbachov supusieron el inicio de la liquidación de la propiedad nacionalizada de los medios de producción y de la destrucción de la planificación económica, que finalizó con la restauración capitalista.
La cuestión decisiva en aquel momento en la URSS, y hoy en Cuba, no es que las masas no estuvieran dispuestas a luchar con empeño por la igualdad, la justicia social y la desaparición de cualquier tipo de privilegio de clase o casta. ¿Quién puede dudar o poner en tela de juicio la actitud revolucionaria del pueblo cubano, que durante casi cuatro décadas ha resistido un cruel embargo económico, agresiones militares y todo tipo de privaciones? Hombres y mujeres llenos de creatividad y capacidad de trabajo, capaces de levantar en su pequeña isla un sistema sanitario y educativo con el que sólo pueden soñar los millones de desposeídos en América, Asia y África.
Las dificultades económicas que atraviesa la revolución, descritas por los dirigentes del PC cubano, son una realidad cruel para las masas cubanas que las padecen día tras día, año tras año. Nadie debería extrañarse que tantos años de esfuerzos y privaciones sumados a la perspectiva de nuevos sacrificios produzcan cierto cansancio y abran interrogantes respecto al futuro entre sectores de la población, incluso entre aquellos firmemente comprometidos con la revolución. La aspiración a una vida mejor no sólo es legítima, sino que es precisamente el motor de la lucha por la transformación social, la esperanza de los explotados y oprimidos. Ese no es el problema. La cuestión central y decisiva es encontrar el camino, la estrategia, enumerar las tareas y objetivos que saquen a Cuba de esta encrucijada y eviten la restauración capitalista como en la URSS y en China.
Puesto que las masas cubanas han sido y son la base de la revolución, su auténtico sostén, y el escudo protector frente a todos los ataques de la contrarrevolución, ellas deben ser las protagonistas de las decisiones a tomar. Los revolucionarios rechazamos la impostura de la democracia formal, es decir, de la democracia burguesa, que tras consultar al pueblo una vez cada cuatro o seis años toma las decisiones verdaderamente importantes en sus despachos y salones a espaldas de ese mismo pueblo. Frente a ella, los marxistas leninistas defendemos la democracia obrera, que no se limita a consultar a las masas, sino que pone en mano de éstas la toma de decisiones y dirección de la sociedad. Profundizar y desarrollar la democracia obrera y defender una política realmente internacionalista, fortalecerá extraordinariamente la revolución, permitiendo que quienes cargan a sus espaldas los esfuerzos y sacrificios que la ofensiva imperialista impone, sientan también su papel protagonista y dirigente en la resolución de los problemas. En palabras del marxista cubano Franck Josué Solar: "... La única socución para Cuba es, por un lado, incentivar, profundizar mecanismo de control obrero, que en determinados momentos han sido coyunturales, hacerlos sistemáticos, institucionales en la economía y la política económica y, por supuesto, la extensión de la revolución en América Latina, la mayor confluencia y la integración hacia una Federación Socialista entre Cuba y Venezuela como lo pidió Chávez en su última visita a nuestro país."[5]
El socialismo en un solo país es una utopía reaccionaria. Por la Federación socialista de América Latina
La experiencia histórica ha demostrado que es imposible construir el socialismo dentro de las fronteras de un solo país. La poderosa URSS, que llegó a desafiar el poderío tecnológico espacial de los EEUU, y la inmensa República Popular China, no pudieron evitar la enorme presión del mercado mundial que, junto a los errores de sus dirigencia, propició la restauración capitalista.
A pesar de toda la fuerza creadora del pueblo de Cuba, de todo su heroísmo y abnegación, la revolución cubana no podrá superar, por si sola y de forma exitosa y definitiva, sus dificultades: la economía cubana sigue siendo una pequeña isla sitiada por un mundo capitalista hostil. Hay períodos en los que una correlación de fuerzas mundial desfavorable a la revolución hace que la resistencia sea la única forma de supervivencia. Los bolcheviques tuvieron que enfrentarse a un período de esas características tras el fracaso de la revolución alemana y europea en 1919-1920, que impidió el auxilio de la clase obrera de los países económicamente más desarrollados. El aislamiento de la revolución fue una de las causas objetivas de su degeneración.
En este sentido, la revolución cubana cuenta hoy con una extraordinaria ventaja. Su lucha ejemplar por afirmarse y mantener las conquistas revolucionarias después del colapso de la URSS, en condiciones extremas, le ha permitido enlazar con un nuevo período histórico sumamente favorable a la revolución socialista. Las masas oprimidas de América Latina están dando una lección: la lucha por la transformación socialista de la sociedad vuelve a estar en el orden del día. Venezuela y su revolución se encuentran a la cabeza, pero tras su estela se sitúan los trabajadores y campesinos bolivianos, ecuatorianos, peruanos, chilenos, mexicanos... La victoria socialista en Venezuela abriría no sólo la puerta al triunfo revolucionario en el Cono Sur, sino que proveería de la ayuda material y la inspiración política que Cuba necesita.
Ahora más que nunca, el triunfo de la revolución socialista en Venezuela y el futuro de la revolución cubana están indisolublemente unidos.

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(1) El Militante nº 204, abril 2004
(2) Lenin, Pravda nº 60, 13 de marzo de 1913, Obras Completas tomo 23, páginas 18 y 19, Editorial Progreso, Moscú 1984.
(3) Totsky, La revolución Traicionada, página 104, Editorial Fundación Federico Engels, Madrid 1991.
(4) Friedrich Engels 1878, La subversión de la ciencia por el señor Eugen Dühring , páginas 187 y 188, Editorial Crítica, Barcelona 1977.
(5) Fran Josué Solar, Marxismo Hoy nº 17, página 80, Editorial Fundación Federico Engels, Madrid abril 2008.

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