sábado, marzo 27, 2010

Miranda, vigencia de un empeño liberador


Pese a la diversidad de hechos insurreccionales que se suscitaron en la América colonizada durante los trescientos años de duro dominio español, le corresponde a Francisco de Miranda idear la emancipación de nuestro continente como un todo, asignándole, incluso, un nuevo nombre: Colombia, nombre que sería reivindicado por los patriotas, tanto al norte como al sur de este amplio y variopinto territorio.
Ciertamente, Miranda muestra un mejor nivel teórico respecto a la causa de la independencia de la América meridional, lo cual le convierte -más que en un precursor- en el protolíder, como le llamara Alfonso Rumazo González, ya que éste “no anunció a nadie; promovió y organizó una revolución americana, como creación suya auténtica, diseñada en forma magistral, haciéndose el líder de su propia forja y luego actuando dentro de ella al momento de la acción militar”. Aunado a ello, es de reconocerse en Francisco de Miranda el empeño de tantas décadas en dotar de sólidos argumentos a los americanos colonizados que anularan la ideología de la dominación, con sus prejuicios y supersticiones inculcadas, sobre todo, por la religión. Para lograrlo, apelará a la diferenciación existente (mas no constatada) entre “el ser español” y “el ser americano”, clarificando el asunto de la identidad de los pobladores de nuestro continente, en “la afirmación constante de América frente a Europa y, en particular, frente a España”, como lo resume la historiadora Carmen L. Bohórquez-Morán, quien indica adicionalmente que “esta diferenciación constituye, además, el punto de partida en la construcción de una noción de pertenencia a una entidad cuya existencia no solamente puede ser disociada de la de España, sino que, más importante aún, es anterior a la presencia española en América”.
Miranda cuestiona los razonamientos que terminaron por legitimar el imperio de España en nuestra América, tales como el derecho que le asistía al Papa Alejandro VI de “donar” estas vastas regiones a los llamados “Reyes Católicos”, en virtud de ser él “heredero o vicario de Jesucristo en La Tierra”, y, también, el derecho de conquista de los españoles, según el cual podrían adueñarse de las mismas, ya que se hallaban despobladas o, en todo caso, pobladas por salvajes incultos e infieles que era preciso catequizar, esclavizar y, si se resistían, simplemente exterminarlos en nombre de la civilización (como ocurre en la actualidad con Estados Unidos e Israel en Oriente Medio, a la vista de todos, en contra de los musulmanes). Pero, aparte de esto, Miranda opone a la falta de libertad civil, política y económica padecida por los americanos, su necesidad vital y legítima de emanciparse e instaurar un sistema republicano distinto al experimentado en Estados Unidos y en la Francia revolucionaria; una cuestión que ha merecido poca atención de los estudiosos, limitando la trascendencia del prócer caraqueño a su relevante actuación militar en la independencia estadounidense y americana, como en la Revolución Francesa, ignorando o subestimando la reivindicación que hace de la indianidad como paradigma de la libertad.
No obstante la incomprensión de sus contemporáneos, a Francisco de Miranda no se le puede escatimar su dedicación al proyecto de liberación de nuestra América, así como su condición incuestionable de revolucionario, al margen de las anécdotas galantes que rodean su vida. Como nadie antes, percibió y desarrolló la posibilidad que América se sacudiera exitosamente el yugo ibérico, abriéndole nuevas perspectivas a las propuestas republicanas y de regeneración humana que ya eran conocidas en su tiempo y que, a partir de entonces, animarían las luchas de los pueblos en todo el mundo por alcanzar una libertad integral.

Homar Garcés

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