domingo, junio 06, 2010

La insumisión de las masas


Con un título similar pero más optimista, “La rebelión de las masas”, señalaba hace cosa de un siglo Ortega uno de los rasgos característicos de su tiempo: el advenimiento de las masas al primer plano de la sociedad; su pugna por protagonizar el presente y diseñar su propio futuro.
Poco duró esa rebelión, pues si bien las masas siguen siendo la clave de la dinámica mundial, los tiranos de turno han ido encontrando el modo de neutralizar su voluntad y con ella su capacidad de hacer y hacerse, de construir y construirse humanamente.
La violencia criminal de las armas fue el primer recurso empleado para desactivar los detonadores de la gran fuerza expansiva del pueblo. Luego vino el terror, el recuerdo vivo y presente de la sangre derramada, de la guerra perdida frente a un enemigo feroz. Más tarde, con los espíritus ya atemorizados y los líderes asesinados o exiliados, llegó la hipnosis; religiosa primero, como en los viejos tiempos; tecnológica después, hasta alcanzar nuestros días.
El siglo XX, que se nos ofrecía como un tiempo de progreso y crecimiento humano en casi todo el mundo ocupado por la civilización occidental cristiana, fue cayendo en barbaries de diverso tinte que ensombrecieron su horizonte hasta desterrar por completo de él a la Utopía.
Con el paso del tiempo, el nihilismo más irreflexivo se fue enseñoreando de la sociedad “civilizada”. El capitalismo fue creciendo en fuerza y expandiendo por el mundo su ideología materialista repleta de codicia y egoísmo. Las baratijas tecnológicas que produce acaparan la mente de la población durante horas y más horas, desterrando la reflexión y con ella a la sabiduría. La forma de vida que impone promueve un modo de pensar individualista y alienante que somete a la persona y con ella al pueblo.
En modo alguno este siglo recién pasado satisfizo las expectativas humanas que despertaba en millones de almas, sino muy al contrario, pues que ha sido tiempo de desalientos y renuncias, de frustraciones múltiples, individuales y colectivas.
Hoy, entrado ya el siglo XXI, superada la mítica barrera del año 2000, diversas crisis nunca imaginadas vienen a sacudir a la masa adormecida. Las felicidades efímeras comienzan a desvanecerse como niebla mañanera ante la realidad ardiente. Los paraísos mentales cierran con estrépito sus puertas.
Atiborradas las mentes de saberes técnicos, sin más adiestramiento que el de pensar en lo inmediato, la visión de lo universal escapa a la mirada de la ciudadanía media, esa gran capa de población que en lenguaje humano se denomina pueblo. Mucho nos trajo en instrucción el siglo XX; poco, muy poco, en humana sabiduría.
Es de nuevo la hora de los falsos profetas, de los manipuladores, de quienes cínicamente afirman poseer los conocimientos necesarios para superar todas las crisis. Y como cabe esperar es también la de los violentos, la de los amorales, la de quienes sin el menor reparo están dispuestos a asegurar mediante la fuerza bruta y el crimen la sumisión del pueblo. Nada nuevo bajo el sol. La humanidad lleva siglos doblegándose a la violencia.
Lo más grave de este tiempo de crisis es que nos pilla sin defensas. Muellemente acunada en nubes de opiáceos placeres, la civilización occidental cristiana lleva años desidiologizada, sumisa y con la guardia baja ante sus opresores. Falta conciencia. Es difícil organizar acciones de defensa.
Pero la natura humana es en sí misma fuente de dignidad y de justicia. Con reflexión o sin ella cabe esperar que tarde o temprano florezca la insumisión ante el abuso, primer paso hacia la rebeldía. Y cabe esperar también que tras ella el pueblo rebelde descubra de nuevo la necesidad de cultivar la sabiduría.
Nada sucede en vano. Las crisis son zarandeos del alma, invitaciones a seguir avanzando hacia la utopía.

Pep Castelló

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