viernes, septiembre 17, 2010

La sonrisa de Tamayo Méndez


Suele ocurrirme en más de una ocasión que intento escribir sobre un hecho y me encuentro con la sorpresa de haberlo abordado tantos o cuantos años antes. Me pasa este 18 de septiembre, cuando se conmemora el trigésimo aniversario del vuelo al Cosmos del hoy General de Brigada Arnaldo Tamayo Méndez, hijo del llamado Tercer Mundo, latinoamericano, cubano y negro, primero de todos ellos en tener la oportunidad de ver “desde afuera” al planeta Tierra.
Cuando publiqué el comentario que ahora ofrezco, era un conocido “periodista independiente” al servicio de la archicondenada política de los Estados Unidos hacia Cuba, calificada de “éticamente inaceptable” por anticomunista tan probado y confeso como Juan Pablo II. Sólo que también era, o en verdad lo era en primer lugar, "Miguel", el seudónimo con el cual la Seguridad del Estado cubano me conocía como uno de sus principales agentes dentro de ese movimiento contrarrevolucionario.
Algún día, quizás no muy lejano, las memorias de "Miguel" saldrán a la luz. Pero por aquel entonces el supuesto contrarrevolucionario escribió sobre Tamayo Méndez para cumplir una vez más con uno de los objetivos perseguidos por la Seguridad cubana: aprovechar los medios de difusión enemigos para publicitar subliminalmente mensajes de la Revolución.
Diez años después de publicado el comentario, encuentro al releerlo que no le cambiaría ni una coma. Pasó así, la calle habanera lo vio así y mis opiniones de entonces sobre el particular siguen siendo las de ahora. Aprecié en el vuelo de Tamayo más un acontecimiento científico y cultural que político, y así le sigo valorando, como también observé que, ante todo, fue un tremendo orgullo para TODOS los hijos de la tierra de José Martí.
Por tanto, sin más protocolos, aquellos apuntes sobre un guantanamero humilde, primero en ascender al Cosmos en nombre de todos los cubanos… y en el de todos los hijos del llamado Tercer Mundo.

La sonrisa de Tamayo Méndez

Manuel David Orrio, CPI

La Habana, septiembre - Este 18 de septiembre aparece en los anales cubanos como el vigésimo aniversario de un acontecimiento digno de análisis. Por primera vez, ese día de 1980, un hombre negro, latinoamericano y cubano, formó parte de la tripulación de una nave espacial, soviética por más señas, y devino así el primer cosmonauta del llamado Tercer Mundo. "Veinte años no son nada", cantó Carlitos Gardel. Pero nuestra casa común de hoy en nada se parece a la de ayer. Cayó el Muro de Berlín, nació Internet, el sida amenaza con despoblar África y palestinos e israelitas siguen sin llegar a una convivencia realmente civilizada. Cuba pareció minipotencia; hoy, en la era del picadillo de soja.
Injusto es no recordar el orgullo que tantos cubanos echamos a volar, cuando vimos en nuestros televisores en blanco y negro a la sonrisa de Arnaldo Tamayo Méndez. Veinte años después, más allá de debates políticos, vale decir, como Álvarez Guedes: "¡Que viva Cuba, carajo!".
Desde luego, siempre sin olvidar que a los cubanos de la Isla aún se nos debe el derecho de ver en la televisión, sin cortes ni ediciones, nada menos que el alunizaje del Apolo 11. Increíble, pero cierto: aún estamos por escuchar a Neil Armstrong; aún esperamos por su "pequeño paso para el hombre, gran paso para la Humanidad".
El vuelo del cosmonauta cubano no solamente reportó utilidades científicas y tecnológicas. De hecho, sirvió para borrar de la memoria colectiva, al menos momentáneamente, a los efectos sociales de la llamada Crisis del Mariel. Si el 17 de septiembre aún La Habana sólo hablaba de "aquello", un día después la sonrisa de Tamayo convidó al olvido... al momentáneo olvido. Más o menos lo mismo ocurrió con la invasión estadounidense a Granada y la presencia en la Isla del cantante Oscar D´León, ejemplos por los que también vale citar a quienes opinan que una de las carencias de la idiosincrasia nacional es la de un insuficiente sentir histórico. Pensemos en ello. Vale la pena, porque ya hemos repetido, muchas veces, muchos errores. Y "el tiempo pasa, y nos vamos poniendo viejos", canta no Carlitos, sino Pablito (Milanés).
La sonrisa de Arnaldo Tamayo recorrió el orbe. Pero, por lo menos yo, desconozco si le acompañó el obligado chiste que los degenerados humoristas del país siempre, en todas las ocasiones, hacen circular. De acuerdo con éste, Tamayo arribó a La Habana con las manos fracturadas. Cuando le preguntaron qué había pasado, respondió:
- Cada vez que iba a empuñar los mandos, el soviético me pegaba. ¡Se mira y no se toca!, me gritaba.
Cierto o falso, chiste o no, cualquiera diría que la sabiduría popular expresó a través de la broma una verdad como templo: ¿qué hizo por esas alturas un cubanito, si aún ahora Cuba parece incapaz de cultivar caña de azúcar con algo de sentido común? Pensemos en ello, vale la pena. Nuestras frustraciones nos han llevado en más de una ocasión a arremeter contra molinos de viento, siempre olvidados de hallar un equilibrio entre Don Quijote y Sancho Panza. Pensemos en ello, aún cuando recordar la sonrisa de Tamayo Méndez nos diga que no hay motivo para arrepentirse de gritar, como Álvarez Guedes, "¡que viva Cuba, carajo!"

Manuel David Orrio

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