viernes, marzo 25, 2011

La experiencia de la Comuna de París


Aciertos, insuficiencias y objetivas limitaciones se inscriben en el acontecimiento que vio la luz el 18 de marzo de 1871, justamente cuando por vez primera en la Historia escrita el proletariado se hizo del Poder Político e intentó instaurar una sociedad equitativa y solidaria, pasaje conocido como la Comuna de París.
En los apenas 72 días que continuaron al trascendental suceso —se malogró el 28 de mayo del mismo año—, un verdadero ensayo de asalto al cielo escenificaron los comuneros, apreciable en las leyes que dictaron: decreto sobre el traspaso a los obreros de las empresas que quedaron abandonadas por la burguesía; licenciamiento oficial del Ejército permanente y la Policía, sustituidos por gente de pueblo; eliminación de la burocracia y ubicación en la gestión administrativa de funcionarios públicos electos y revocables, de acuerdo con la voluntad popular; y separación de la Iglesia del Estado.
No obstante, insuficiente resultó el complemento que necesitaba tales leyes, a saber: los comuneros paralizaron la ofensiva que debía garantizar la desarticulación de las tropas contrarrevolucionarias; al tiempo que fueron contemplativos ante la Banca —dinero que a la postre sirvió a las fuerzas enemigas.
Simultáneamente, se convirtió en obstáculo la ausencia de una vanguardia ideo-política organizada, capaz de conducir por el camino correcto la lucha revolucionaria, lo que en alguna medida redundó en el hecho de que no se lograra la indispensable alianza obrero-campesina. A ello se sumó otra limitación, desde el punto de vista objetivo: la posibilidad que tenían las fuerzas productivas de continuar su desarrollo en el marco de las relaciones de producción capitalistas, tal como certificó la misma práctica posteriormente.
Sin embargo, el revés de la Comuna de París se tradujo en experiencias que potenciaron ulteriores procesos revolucionarios. Así, ante el Movimiento Obrero Internacional se hizo evidente que no se debía aspirar al derrocamiento de la burguesía, si previamente no estaban creadas las condiciones objetivas y subjetivas. Al hacerse eco de la idea anterior, hacia mediados de 1915 Lenin arribó a la siguiente conclusión:
Para un marxista es indudable que la revolución es imposible sin una situación revolucionaria; además, no toda situación revolucionaria desemboca en una revolución. ¿Cuáles son, en términos generales, los signos distintivos de una situación revolucionaria? […] 1) La imposibilidad para las clases dominantes de mantener inmutable su dominación; tal o cual crisis de las “alturas”, una crisis en la política de la clase dominante, que origina una grieta por la que irrumpe el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle la revolución no suele bastar con que “los de abajo no quieran”, sino que hace falta además que “los de arriba no puedan” seguir viviendo como hasta entonces. 2) Una agravación, superior a la habitual, de la miseria y de los sufrimientos de las clases oprimidas. 3) Una intensificación considerable, por estas causas, de la actividad de las masas, que en tiempo de “paz” se dejan expoliar tranquilamente, pero que en épocas turbulentas son empujadas, tanto por toda la situación de crisis, como por los mismos “de arriba”, a una acción histórica independiente.
Sin estos cambios objetivos, no sólo independiente de la voluntad de los distintos grupos y partidos, sino también de la voluntad de las diferentes clases, la revolución es, por regla general, imposible. El conjunto de estos cambios objetivos es precisamente lo que se denomina situación revolucionaria. [… pero] no toda situación revolucionaria origina una revolución, sino tan solo la situación en la que a los cambios objetivos arriba enumerados se agrega un cambio subjetivo, a saber: la capacidad de la clase revolucionaria para llevar a cabo acciones revolucionarias de masas suficientemente fuertes para romper (o quebrantar) el viejo gobierno, que nunca, ni siquiera en épocas de crisis, “caerá” si no se le “hace caer”.
Obviamente, los comuneros carecieron de todas las condiciones que luego —y en otro contexto— pudo aquilatar y enumerar Lenin. En rigor, solamente la praxis revolucionaria ulterior era la llamada a evidenciar cómo el proceso de desmontaje del poder de la burguesía exigía de la combinación de los factores objetivos y subjetivos antes apuntados, incluyendo en estos últimos a una vanguardia ideo-política de nuevo tipo, organizada y capaz de liderar dicho proceso —para el caso, la presencia de un sujeto bien estructurado en un Partido que dirigiera la Revolución, so pena de perderse el objetivo final del proletariado.
Entretanto —y justo hoy que se cumplen 128 años de la entrada a la eternidad de Karl Marx— a mí memoria vino que él pensó que la Comuna de París había caído porque no se pudo reproducir simultáneamente en otros puntos cardinales del movimiento revolucionario de aquella época. Ello, a la distancia de 14 décadas del Primer Asalto al Cielo protagonizado por la clase obrera, me resulta más que suficiente para que las fuerzas progresistas en todos los confines de la Tierra nunca olviden estas experiencias.

Noel Manzanares Blanco

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