miércoles, mayo 18, 2011

La razón de Estado, un "pragmatismo" absolutamente equivocado


La deportación de Joaquín Pérez Becerra es un caso escandaloso. Un bochorno. Supera todos los límites.

Los hechos Ya se conocen. Lo extraditaron rápidamente. Sin mayores trámites y sin dudarlo un segundo.Toda nuestra solidaridad para el periodista y compañero Joaquín Pérez Becerra. Le esperan momentos muy duros. La burguesía colombiana, mafiosa y corrupta, y sus amigos del norte que dirigen esa mafia, no perdonan ni tienen clemencia. Interrogatorios, tortura, vejaciones, montajes, sentencias preanunciadas reñidas con la ley, cárcel, aislamiento.

Primera reacción

Sorpresa, indignación, asco, odio, tristeza. Muchas preguntas.

Segunda reacción

Analizar razones y objetivos.

¿Qué busca el gobierno de Colombia?

Con esta nueva operación, el gobierno de Santos se muestra tal cual es: la continuidad absoluta del gobierno de Uribe (mal que le pese a más de un ingenuo que cree que Santos es una inocente caperucita y no quien bombardeó Ecuador y, en tanto jefe del Ministerio de Defensa en tiempos de Uribe, el responsable de miles de cadáveres en fosas comunes).

¿Qué persigue? Un triple objetivo:

(a) Generar miedo. La pregunta obvia que todo el mundo comienza a hacerse (algunos ya lo han escrito, otros sólo lo han pensado en voz baja) es la siguiente: ¿Quién es el próximo? Si alguien que tiene pasaporte sueco y vive hace décadas en Suecia (“paraíso” imaginario de la socialdemocracia, país “civilizado” y pluralista bien alejado del Tercer Mundo) termina apresado como un animalito por estas bestias sedientas de sangre… ¿qué queda para los que vivimos en América Latina donde la vigilancia, las amenazas, la represión y la muerte están a la vuelta de la esquina?
(b) Golpear a toda la disidencia. Ya no solo contra la insurgencia comunista en sus fuerzas directas —secretariado, bloques, frentes y combatientes de las FARC-EP o militantes del Partido Comunista Clandestino, fuerzas del ELN, etc.—), sino contra el abanico entero de la disidencia, incluyendo hasta al más alejado intelectual aunque viva al otro lado del planeta y que se haya animado a escribir dos líneas alertando sobre las violaciones a los derechos humanos, las fosas comunes con miles y miles de cadáveres tirados como animales, sin tumba, sin identificación, torturados con las manos atadas y vejados, o que haya denunciado los vínculos del gobierno de Colombia y de sus principales instituciones con el narcotráfico, los paramilitares, la economía sucia y la delincuencia.
Allí, en esa persecución global de la disidencia, se inscriben desde las ridículas causas judiciales contra la senadora Piedad Córdoba (que según tengo entendido no anda con un fusil al hombro sino predicando la paz y llamando al diálogo), hasta el juicio contra el periodista chileno Manuel Olate (cuyo pecado más atrevido fue… hacer un reportaje); desde las amenazas públicas de muerte contra los cineastas que se animan a oprimir PLAY en un proyector en festivales de cine para ver un documental hasta la persecución de unos jóvenes nórdicos, no recuerdo si daneses o noruegos, que se animaron a imprimir unas camisetas con el logo de la insurgencia colombiana (¿las camisetas con la imagen del Che y su boina o las del sub Marcos con su pipa son cool, pero las remeras con símbolos de las FARC-EP son «terroristas»?).
Los ejemplos son muchísimos. Imposible recordarlos todos. Pero siempre tienen el mismo tenor. Mirados en conjunto son ridículos, grotescos, bizarros, irracionales y profundamente reaccionarios. Así es el régimen colombiano, mal llamado “democrático”.
(c) Impedir la solidaridad internacional. Que la disidencia colombiana se sienta aislada y solita. Que nadie en el mundo —incluso viviendo en Europa— se anime a decir ni “mu” por miedo a ser vigilado, perseguido, demonizado y llegado el caso extremo extraditado. Que todo el mundo se calle. Que hasta el último curioso mire sumisamente para abajo y tenga las manos en la espalda. Que haya silencio, mucho silencio, para que continúen los negocios y los asesinatos. Y si alguien se anima a disentir, supongamos el Papa de la Iglesia Católica Apostólica Romana o el secretario general de la o­nU, Riki Martin o Shakira, Calle 13 o Calamaro, puede llegar a aparecer en los computadores mágicos de Raúl Reyes…
Eso es Colombia hoy y eso ha sido durante las últimas décadas. No es novedad. Es indignante, genera ganas de vomitar, pero no es novedad.

¿Y el Gobierno de Venezuela?

¿Cuál es la novedad entonces de la extradición del periodista Joaquín Pérez Becerra? Lo que nos partió al medio es lo que ha hecho el gobierno de Venezuela.
Tampoco es una novedad absoluta, porque hubo antecedentes en los últimos tiempos.
Pero este caso ya es escandaloso. Un bochorno. Supera todos los límites. En estos dos días me han escrito muchísimos amigos venezolanos o que viven en Venezuela. Todas las cartas, los emails y las comunicaciones empiezan igual: “estoy tristísimo”, “no entiendo nada” y muchas otras frases similares.
¿Por qué pasó esto? Intentemos ir más allá de la anécdota puntual, que en pocos meses, cuando Estados Unidos invada un nuevo país y asesine a otras 100.000 personas, explote otra central nuclear o haya un terremoto, pocos recordarán.
¿Cómo explicar lo inexplicable, al menos para quienes defendemos el proceso bolivariano y consideramos al presidente Hugo Chavez un compañero bolivariano y uno de los principales líderes políticos de la revolución latinoamericana de nuestros días?
Lo que pasó tiene un nombre preciso: “Razón de Estado”. El predominio impiadoso de supuestos “intereses geoestratégicos” que el común de la gente, supuestamente, no comprende, pero que habría que privilegiar, aun violando los principios revolucionarios y solidarios más elementales.

¡La “Razón de Estado”! Monstruo canceroso que todo lo devora.

Siempre invocada a la hora de hacer concesiones a los enemigos históricos, pactos inmundos con los verdugos, renuncia a las banderas más queridas y entrañables de los pueblos, aquellas mismas que en Venezuela han permitido derrotar un golpe de estado, a la CIA y a toda la derecha escuálida durante más de una década.
Que la “Razón de Estado” huele a materia fecal, pocas narices lo pondrían en discusión. Sin embargo muchos la defienden porque piensan y creen, ingenuamente, que es realista, pragmática y —esto sería lo que el común de la gente no entendería por dejarse llevar por sus pasiones—, a la larga sirve a la causa revolucionaria.
¿Es así? Sospechamos que no. Cada vez que un proceso de transición hacia una sociedad diferente, no capitalista, que intenta realizar cambios sociales en profundidad, comenzó a privilegiar la “Razón de Estado”… las cosas salieron mal, muy mal, pésimas.
“Si les das la mano, se toman el codo”, dice un refrán popular. Si le concedes 10%, los enemigos van por el 50% y una vez que lo consiguen van por el 100%. Entregar al gobierno de Colombia a este periodista… no sólo va contra la ética revolucionaria, no sólo rompe las normas mínimas del ideal bolivariano y el internacionalismo socialista, además constituye un gravísimo error político y estratégico. El compañero Hugo Chávez y el proceso que él encabeza quedan enormemente debilitados. El enemigo sabe que ahora puede ir por más. Si se dobló la mano, ahora pueden quebrar el codo.
Recuerdo en 1986 al comandante sandinista Tomás Borge —por entonces rebosante de prestigio entre muchos jóvenes— declarando ante una revista argentina “Vamos a civilizar a la burguesía”. ¿Sí? ¿En serio? Poquito tiempo después, en 1990, la burguesía nicaragüense terminó de “civilizar” a la revolución sandinista original.
El comandante Hugo Chávez no va a “civilizar” al paramilitarismo colombiano de esta manera o negociando con sus enemigos históricos (aunque se lo recomiende algún que otro amigo prestigioso que en otras décadas supo encabezar la revolución latinoamericana). De eso no cabe duda.
Ojalá se revise con urgencia esta política de “Razón de Estado” no sólo porque golpea profundamente la conciencia revolucionaria y bolivariana de nuestros pueblos, no sólo porque mancha la ética de la revolución, no sólo porque hace estragos en la credibilidad popular, no sólo porque transforma la bandera roja del socialismo y el comunismo en un trapo opaco y gris, sino porque además es ineficaz. No es realista. No es pragmática. No sirve más que para llevarnos al fracaso. Y eso no es lo que buscamos, ¿no es cierto?

Nestor Kohan

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