jueves, febrero 02, 2012

Un libro alrededor de la Internacional Comunista. Hablamos de: De un Octubre a otro. Revolución y fascismo en el período de entreguerras, 1917-1934



Nos decía Manuel Rivas que hoy todo el mundo tienen una internacional menos los obreros…La verdad es que, mirando la historia social desde el ángulo del “internacionalismo”, no hay la menor duda de que los amos del mundo han sabido ganar la batalla por más que su victoria pueda acabar siendo el principio de otra mucho más decisiva…Así, mientras que el imperialismo británico, pero sobre todo el norteamericano ha podido poner en marcha su “internacionalismo” interviniendo en todas partes donde le ha sido necesario, en no pocos casos de manera “preventiva” (véase sino el trasfondo de la Transición española), la Segunda Internacional ha acabado siendo la “izquierda imperialista”, la AIT anarquista acabaría minorizada y sin incidencia, en tanto que la Tercera Internacional acabó arruinada por su “rusificación”.
Se podría decir que la Cuarta Internacional bastante ha tenido con mantener levantada esta bandera.
En estas páginas nos hemos referido a la Primera y a la Segunda Internacional cuya historia resulta, en trazos generales, bastante asimilable. Pero en el caso de la Internacional Comunista, organizada para extender la revolución rusa que se había postulado como “prólogo” de una revolución al menos en Europa, y que en sus momentos más brillantes trató de establecer las bases de un acuerdo general entre los trabajadores y los campesinos en un frente único, todo resulta mucho más complicado. De ahí la impresionante bibliografía suscitada, y de la que nos ha llegado un nuevo título rico en aportaciones sobre esta historia. Se trata de De un Octubre a otro. Revolución y fascismo en el período de entreguerras, 1917-1934, extensa obra coordinada por Alejandro Andreassi y José Luís Martín Ramos, y que contiene notables aportes entre otros, de Aldo Agosti (Los estudios sobre “El partido mundial de la revolución”: recorrido y textos), Alejandro Andreassi (Willi Münzenberg, el gran comunicador rojo o “La propaganda como arma”), Claudio Natoli (El movimiento comunista y el fascismo en la Europa de entreguerras), Josep Puigsech Farrás (El particularismo del movimiento obrero catalán ante la Internacional Comunista, 1936-1943), Chris Ealham (“Nosaltres sols”: La CNT, la unidad antifascista y los sucesos de octubre de 1934 en Cataluña), Francisco Erice (El Octubre asturiano, entre el mito y la interpretación histórica), Sandra Souto Kustrin (“Las revoluciones no se hacen con hachas y hoces”. Estrategias del octubre madrileño), a los que hay que añadir aportes de Ramón alquezar sobre ERC y de Ferran Gallego sobre el fascismo y el antifascismo, en resumen de un material desigual con apartados francamente recomendables y otros más discutibles, pero que sin duda merece plena atención entre la gente que reconoce la importancia del debate histórico para entender tanto el pasado como el presente.
Se habla pues de la Internacional Comunista, diferenciada de la socialdemocracia que conoció su Rubicón el 4 de agosto de 1914 cuando sus aparatos –parlamentarios, burocracia sindical-, se olvidaron de los principios y de los acuerdos y se pasaron con armas y bagaje al socialpatriotismo, a una locura belicista que enloqueció a buena parte del pueblo, pero que no tardaría en demostrar su rostro más amargo, el de unas contradicciones interimperialistas que a la postre, acabarían siendo también el prólogo de la Segundo Guerra Mundial, o sea del mayor desastre humanitario jamás conocido en la historia de los pueblos.
Al poco tiempo de la desintegración de la Segunda Internacional a raíz del estallido de la Primera Guerra Mundial, Lenin escri¬bió en noviembre de 1914: «La Segunda Internacional ha muerto, víctima del oportunismo [...]. Larga vida a la Tercera Internacional» (La posición y las tareas de la Internacional Socialista). Esta Tercera Internacional —llamada Internacional Comunista (IC), o Komintern— fue fundada en Moscú en marzo de 1919, por iniciativa de los bolcheviques luego de la victoriosa Revolución del 7 de octubre en Rusia, y en una época de renacimiento revolucionario en la Europa Central…De una manera muy sintética, se puede seguir el hilo de la IC través de sus congresos.
Los dos primeros están marcados por la euforia revolucionaria, por una línea de ofensiva que trata de desplazar a la socialdemocracia y al sindicalismo reformista mediante el empuje de nuevos partidos (sin experiencia ni formación) y los consejos obreros…Ante el I Congreso Lenin expresó la disposición y las expec¬tativas predominantes al declarar que «estamos en el camino de la instaura¬ción de una República internacional de los Soviets». Más adelante de¬finió «el reconocimiento de la dictadura del proletariado y el poder soviético en lugar de la democracia burguesa» como «los principios fundamentales de la Tercera Internacional». La llamada «Unión Mundial de Repúblicas Socialistas Soviéticas» iba a conservar su objetivo ofi¬cial durante toda su existencia, si bien hacia 1935 ocupaba un lugar secunda¬rio y oscuro. En el siguiente, celebrado en Moscú, en julio y agosto de 1920, el panorama se había ampliado. Se distinguen delegados de partidos y organizaciones de 41 países, así como delegados con¬sultivos, entre otros, del Partido Socialista Francés y del alemán USPD, una mayoría de los cuales iba a votar antes de final del año la afiliación a la Ko¬mintern. Alegando que la nueva Internacional estaba amenazada de disolu¬ción debido a los inestables elementos de la socialdemocracia, el Congreso promulgó sus draconianas 21 condiciones de afiliación (tema de un artículo anterior en Kaos: Alrededor de 90 años del PCE. Las 21 condiciones de la Internacional). Todos los partidos que quisieran afiliarse tenían que «expulsar a los reformistas y centristas de todos los puestos de responsabilidad en el movimiento obrero» y combinar la actividad legal con la ilegal, incluida la propaganda en el seno del ejército. Definiendo aquella época como la de una «encarnizada guerra civil», exigía una «disciplina de hierro» y el mayor grado posible de centralización bajo la égida de los partidos, que, a su vez, estarían subordinados nacional e internacionalmente a la ejecutiva de la Komintern, cuyas decisiones eran vinculantes entre congresos.
El Komintern declaraba en sus estatutos que había que «romper de una vez por todas con las tradiciones de la Segunda Internacional, para la que sólo existían los blancos». Su misión consistía en abarcar y liberar a los trabajadores de todos los colores. El II Congreso adoptó unas tesis sobre la cuestión nacional y co¬lonial, redactadas por Lenin, quien subrayó la necesidad de una alianza an¬tiimperialista de los movimientos de liberación colonial y nacional junto con la Rusia soviética y los movimientos de la clase obrera para luchar contra el capitalismo.
La obra de Lenin La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo, escrita en 1920, intentaba combatir las ten¬dencias izquierdistas (más tarde llamadas “consejistas”), o sea abordaba un debate interno en el seno de la organización y aportaba los argumentos para una participación comunista en elecciones parlamentarias, así como pa¬ra trabajar desde dentro de los sindicatos reaccionarios. Estas fueron las líneas maestras que planteó en el III Congreso, cuando algunos líderes percibieron que la ola revolucionaria había descendido y los partidos comunistas del exte¬rior representaban una minoría dentro de la clase obrera, y que las anteriores tácticas ofensivas revolucionarias, modeladas según la experiencia rusa, ya no eran apropiadas en Occidente. El Congreso hizo un llamamiento a un frente unido de los partidos obreros, nacional e internacionalmente, para luchar por las necesidades inmediatas de la clase obrera. A raíz del mismo tu¬vo lugar una conferencia de las ejecutivas de la Komintern y de la Segunda Internacional y la Unión de Viena, en Berlín (1922), pero no consiguieron lle¬gar a un acuerdo.
Después del fracaso de la esperada revolución alemana en octubre de 1923 que cerró el periodo iniciado en Octubre, la Internacional reconoció que había comenzado un período de una relativa esta¬bilidad capitalista. Durante los años siguientes, las luchas internas del partido soviético fueron trasplantadas a la Komintern. Luego de muy amargas ba¬tallas, la oposición internacionalista a la política de Stalin de instrumentalización del "aparato" internacional en aras de la prioridad del socialismo en un solo país, y que se manifestó por primera vez tanto en el comité para la unidad sindical anglo-rusa, como en la táctica y estrategia seguida en la revolución china de 1925-1927.
Este giro marca un cambio radical en la propia naturaleza de la Internacional. El internacionalismo de los cuatro primeros congresos es arrinconado, combatido con el pretexto de la lucha contra el “trotskismo”, lo que lleva a la expulsión de Trotsky de la ejecutiva de la Komintern en septiembre de 1927. El VI Congreso tuvo lugar en 1928, adoptó un extenso programa, redactado en gran medida por un Bujarin ya sometido, y que tiene como base primordial las exigencias de la política interior soviética orientada hacia una planificación arbitraria y burocrática. La consecuencia será al «tercer período» de la Ko¬mintern, durante el cual se denunció la socialdemocracia como «socialfascismo» y se rechazaron las propuestas de un frente unido con sus líderes. El ejemplo más enloquecido de estas líneas se manifiesta en 1931, cuando la ejecutiva de la Komintern señaló que había que dejar de trazar una línea de separación «entre el fascismo y la democracia burguesa, y entre la forma parlamentaria y la dictadura de la burguesía y su forma abiertamente fascista». Los desastrosos efectos de esta política, sobre todo en Alemania, condujeron desde 1933 a una revisión de la estrate¬gia de la Komintern, pero ya había tenido la mayor derrota de la historia del movimiento obrero, un momento cuya importancia histórica no fue inferior a la que pudo tener en un sentido opuesto, la revolución de octubre
En marzo de 1933, tras el establecimiento de la dictadu¬ra nazi, la ejecutiva de la Komintern recomendó públicamente a sus partidos afiliados el acercamiento a los comités centrales de los partidos socialde¬mócratas, con el propósito de aunar su acción contra el fascismo. Esto con¬dujo a una acción unida entre comunistas y socialistas en Francia, primero por abajo –o sea impuesta por los propios trabajadores en las calles-, si bien al final esta unidad se pondrá al servicio de una política, la del Frente Popular, cuyo objetivo es llevar adelante lo que la burguesía liberal –representada por el partido radical de Herriot-, no es capaz de hacer por sí sola. .
El VII y úl¬timo Congreso se escenificó sin el menor debate de opiniones en 1935, y sus líneas maestras fueron después debidamente ajustadas a las exigencias del guión del PCUS. En aquel momento ya representaba a unos tres millo¬nes de comunistas (785.000 procedentes de países capitalistas) de 65 partidos, argumentó poderosas razones para la formación de un frente unido de parti¬dos obreros y su extensión a un Frente Popular más amplio, con el fin de in¬tentar detener la ascensión del fascismo. En su informe principal, Dimitrov subrayó que ya no se trataba de escoger entre dictadura del proletariado y de¬mocracia burguesa, sino entre democracia burguesa y una dictadura bur¬guesa terrorista representada por el fascismo. La nueva estrategia de la Komintern contribuyó a inspirar los Frentes Populares en Francia y España. Movilizó en una primera fase el apoyo internacional en la lucha de la República Española contra el fascismo (y contra una revolución que molestaba los planes de Stalin de priorizar un acuerdo con el imperialismo anglofrancés que, a su vez, esta empeñado en apaciguar el nazismo), en tanto que la siguiente se expresó ante todo por el ambiente creado por los “procesos de Moscú” que se intentan trasplantar a España y a otros países. Esta política crea un estado de desconcierto y de rechazo incluso entre la socialdemocracia que en un principio había aceptado el Frente Popular como una reedición de su propia línea de coalición con la burguesía liberal.
Así pues, el Komintern, férreamente dominada por el PCUS, dio su apoyo amplio a las purgas de Stalin en la década de 1930; du¬rante las mismas varios de sus miembros principales murieron, verificándose la disolución del Partido Comunista polaco en 1938 bajo acusaciones inven¬tadas, un horror que alcanzará a buena parte de los cuadros comunistas exiliados en la URSS en la época. Después del acuerdo germano-soviético de no agresión en agosto de 1939, la Komintern revisó su estrategia basada en la crucial diferenciación entre democracias burguesas occidentales y Estados fascistas. Desde 1939 hasta 1941 condenó la guerra como injusta, reaccionaria e imperialista por ambas partes. Después del ataque alemán a la URSS en junio de 1941, dio su apoyo total a este país y a sus aliados occidentales en la lucha contra las po¬tencias del Eje. La Komintern se disolvió en junio de 1943 a propuesta de su presidencia, señalando que las diferentes condiciones bajo las cuales tenía que funcionar en aquella época el movimiento comunista internacional hacían imposible su dirección desde un centro internacional. La disolución se llevó también a cabo para aplacar a los aliados occidentales de Stalin. No fue suficiente, todavía en los inicios de la Transición españoles las Cortes franquistas tratan de evitar la legalización del PCE adjudicándole una filiación internacional y totalitaria que Carrillo negará, sin cuestionarse el cinismo de los métodos del gobierno Arias-Fraga
El libro abarca diversos capítulos de esta historia si bien el límite se sitúa en la revolución de Asturias de 1934, Asturias sola en medio del mundo, como escribirá Pedro Garfias. En sus páginas se abordan sobre todo el periodo contextualizado por el “irresistible ascenso” de los nazis al poder, y la consiguiente destrucción del movimiento obrero alemán por el nazismo, provocará que la Tercera Internacional actúe como un verdadero partido organizado y unificado a nivel mundial.
Se establece un hilo conductor que enlaza estos dos Octubres: el de la revolución bolchevique y el de los momentos insurreccionales que estallan en España, pasando desde Asturias a Cataluña y Madrid, lo que se hace desde varios ángulos sin pretender una visión de conjunto. De hecho cada capítulo tiene una entidad propia, y su coordinación viene dada por el establecimiento de un cuadro común sobre el que se vierten puntos de vistas muy diversos, trabajos que, por lo general, brillan a una gran altura.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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