sábado, marzo 28, 2015

A pesar de todo. Dosis subversivas en el cine comercial



A pesar de los intereses de los magnates de la industria, de sus potentes compromisos con los gobiernos en general y con el ejército y la Iglesia en particular, la subversión moral e social consiguió su espacio en el cine.

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A pesar de los intereses de los magnates de la industria, de sus potentes compromisos con los gobiernos en general y con el ejército y la Iglesia en particular, la subversión moral e social consiguió su espacio en el cine.
Esto fue incluso bajo dictaduras como la que ocupó la piel del toro durante cuatro décadas. Durante ese tiempo sucedió que el pueblo, sobre todo a partir de los años cincuenta y sesenta, encontró en las salas oscuras su mayor distracción y, de paso, un espacio cultural de una amplitud hasta entonces desconocida. Obviamente, los discursos reaccionarios estuvieron al orden del día, reforzando el ambiente existente. Un ambiente de censura que prohibía, cortaba, manipulaba películas, en muchos casos este cerco se complementaba por las señoras de los ministros, hasta por los párrocos que se creían con derecho de poner la mano delante del proyector para que el público no pudiera ver el beso que acompañaba el “The End.
A pesar de todo, de todo lo dicho, el régimen no podía evitar la entrada del grueso de lo mejor de Hollywood, a los grandes títulos del cine europeo, la influencia del neorrealismo. En resumen: de un cine que situaba en una línea de avanzada, incluso de ruptura, con la voluntad de las clases dominantes de mantener el pueblo sometido al miedo y a la ignorancia. Es cierto que una obra como la de John Ford es susceptible de ser instrumentalizada perfectamente en West Point o por los intelectuales orgánicos del Tea Party, pero también lo pueden ser en sentido contrario. Por lo general, el gran cine contiene bajo diversas formas, un rechazo a los poderosos, así como un canto a la eterna lucha de la libertad contra la esclavitud. El cine de aventuras con todos sus componentes machistas y colonialistas, contiene además un canto a la audacia y a la imaginación.
Regresando a la España del franquismo, su estupidez era tal que actualmente se puede afirmar que, salvo contada excepciones-, las mejores películas antifranquistas la realizaron autores como Berlanga, Bardem, Buñuel, Carlos Saura y hasta J. A. Nieves Conde, bajo las narices del franquismo. Es curioso, pero contra Franco, tanto Bardem como Berlanga realizaron sus mejores películas, llegaron a un nivel que perdieron en democracia. De hecho, con las libertades el cine español opera una regresión por muchos motivos, pero el creciente conformismo fue lo fundamental.
Actualmente, el simple hecho de rescatar el legado del cine para las nuevas se ha convertido en una tarea cultural primordial. Resulta penoso comprobar como artefactos como los videojuegos o incluso el cine desde casa, manifiestan la existencia de una terrible regresión cultural que se traduce igualmente en la decadencia de la lectura, en el menosprecio del arte y de las actividades culturales colectivas.

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El historiador cinematográfico anarquista, el norteamericano Richard Porton (Cine y anarquismo, Gedisa, Barcelona, 2001) se refiere en su obra a un cine de “doble filo”, perfectible en la “anarquía” del cine cómico mudo y en las mejores comedias de Ernest Lubitsch, Howard Hawks o Preston Sturges, y por supuesto en las más enloquecidas de los Marx, sin olvidar el Charles Chaplin de tantos cortos enloquecidos (en los que no falta tampoco el nihilista o el anarquista barbudo que, involuntariamente, acaba de desencadenar una desestructuración de un repelente burgués), por no hablar de sus obras más geniales, radicales y atrevidas como lo es sin lugar a duda La quimera del oro…
Sobre esta, Darío Fo veía “todavía más rabia. E insulto a la gran trampa del capital: `Tengan paciencia, sean buenos, todos podrán un día tener fortuna. La fortuna es la gran madre de esta sociedad que nos hace a todos iguales´. Esa interminable caravana que se dirige hacia la `esperanza´, hacia la riqueza, hacia el sueño. La historia individual es en cambio la historia de cientos y cientos de angustias, de dificultades, de violencias sufridas, de manera que se puede hablar de una respuesta “libertaria” a la mitología del sueño burgués “americano”. La lista sería prolija. Habría que hablar también de muchas de Charles Chaplin como Tiempos modernos o El gran dictador, disfrutada por generaciones de obreros rebeldes a la automatización que, como los infelices protagonistas, sueñan con unos horizontes no muy diferentes a los que proclamaba en la última el inmortal barbero judío, el anti-Hinkel” (La rabia de Charlot, reproducido en diversas páginas electrónicas). Fo recuerda que, entre otras cosas, Charlot fue definido como un “anarquista lírico”. Quizás sea esta una manera de calificar una cierta tendencia próxima al ideal anarquista, y que logra expresarse mediante alegorías y vericuetos muy diversos, sobre todo a través del humor, por ejemplo, satirizando el autoritarismo y el egoísmo propietario. En la genial La calle de la paz (Easy Street, USA, 1917), aparece un anarquista barbudo sin más motivos que provocar una situación peligrosa, pero el doble filo atraviesa toda la película, y sí algo que queda malparado, es la policía.

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Ni que decir tienen, dentro de esta zona libre existe un lugar para el cine de aventuras clásico, en el que es posible detectar un cierto sentimiento libertario más o menos subyacente en algunas de las grandes aportaciones del género “de aventuras”, y a mi parecer esto resulta evidente en el caso de la extraordinaria El halcón y la flecha (The Flame and the Arrow, USA, 1950) una historia revolucionaria realizada en una época en la que estas cosas todavía eran posible en Hollywood.
Estamos en una Lombardía medieval oprimida por los señores, y en la que la revuelta de los campesinos obliga al “chico”, Dardo (Burt Lancaster), a tomar posición en el conflicto y a evolucionar desde el contumaz individualismo (“Yo no dependo de nadie”), hacia una aceptación entusiasta y entregada de la acción colectiva, desde la que proclama: “Un hombre no puede vivir sólo para sí”. Escrita por el militante comunista represaliado Waldo Salt a partir del modelo de Robín Hood (un rebelde que al final acaba aceptando un “rey bueno”), con la diferencia que en esta ninguno de los de arriba merecen la menor simpatía…Animada por un fotografía inolvidable de Ernest Haller, por un magnífico trabajo de ambientación, es justamente considerada como una de las obras maestras de su realizador Jacques Tourneur, que tuvo unas cuantas. Es un cine de aventuras con mayores ribetes de los tradicionales, contiene una madura reflexión sobre el dilema entre reforma (encarnada por el marqués Alessandro cuyos objetivos son muy parciales) y la revolución que va a por todas. Ésta aparece enérgicamente animada por aquella pareja de insumisos saltimbanquis formada por Burt Lancaster y Nick Cravat, que le confieren con sus tretas un dinamismo admirable. Se trata de una de esas “cult movies” que ganan con los años, y en la que la atracción de su contenido utópico resulta evidente. Bajo un formato “comercial” se nos invita a soñar con la liberación.
Se puede hablar pues, de una corriente subterráneamente “subversiva” subyacente que a mi juicio resulta bastante explicita en Si yo fuera rey (If I Were King, USA, 1938), de Frank Lloyd, con guión de Preston Sturges y con Ronald Colman de protagonista encarnando al poeta más destacado de su tiempo, autor de diversos poemas que testimonian de su solidaridad con los pobres y los oprimidos, François Villon (1431-después de 1463), una evocación del mayor poeta francés de su tiempo, un personaje de vida extraordinaria, irrespetuoso y turbio representante de los bajos fondos en los que ingresó después de haber matado a un clérigo en 1455, y en la que se evoca el asedio a París por las tropotas del duque de Borgoña en el siglo XV, y el contraste entre la actitud de los poderosos y la del bajo pueblo.
En mi opinión se trata de una película a descubrir. Javier Coma llega a decir que fue considerada “como muestra del espíritu izquierdista que se desarrollaba entonces en Hollywood. Quienes ostentaban el poder resultaban notoriamente ridiculizados en la acción mientras que el universo de la ilegalidad era contemplado con afecto y simpatía (…) encerraba una visión altamente pesimista de las instituciones y un ánimo más bien revolucionario” (Javier Coma, Diccionario del cine de aventuras, 1994; 101)

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En cuanto al cine europeo, pienso se puede hablar de lecturas todavía más o menos “criptoanarquistas” como las que permiten películas tal como Fanfan la tulipe (Francia, 1952), que se beneficiaba de la interpretación de Gerard Philippe, un film que convendría revisar, o Cartouche (Francia-Italia, 1961), que sigue el mismo modelo irreverente, esta vez a la mayor gloria de Jean-Paul Belmondo, o el Tom Jones (GB, 1963), animado por el espíritu pícaro de la novela de Henry Fielding que fue algo así como el estandarte en el género del “free cinema” de la mano de dos de sus nombres más representativos: su director, Tony Richarson, y el actor protagonista, Albert Finney. Son películas que muestran muy poco o ningún respeto por los representantes del orden establecido, y que en su momento, reanimaron las inquietudes de sectores del público, sobre todo en aquella España sórdida bajo el franquismo. Obviamente, eran por lo general filmes que buscaban antes que nada el buen entretenimiento, pero quizás fuese por esto por lo que contribuían a atizar una voluntad de rebeldía que no sería yo el que desde aquí se atreva a subestimar.
Otro buen ejemplo lo podemos encontrar en una lejana Noche temática dedicada a la piratería, se emitió un documental del inquieto Michel Viotte, Los ángeles negros de la Utopía, que distingue en los “Hermanos de la Costa”, un sector de la piratería con actitudes de “lobos solitarios, idealistas altivos”, a los que se les calificaba de “rebeldes contra la tiranía”, y “ángeles negros que soñaban con un mundo nuevo”, mito muy arraigado en el siglo XIX y sobre el que existen diversos estudios de especialistas como Christopher Hill que vinculan este fenómeno con el destino errante de los “niveladores” de la revolución inglesa, tan notablemente representados por Wistanley, considerado como un pionero del anarquismo, criterio que aparece subrayado en la magnífica película homónima…Se ha dicho muchas veces que algunos piratas fueron en no poca medida los anarquistas de los mares. No en vano hay una coincidencia en la bandera negra, la de la negación, expresión emblemática donde las haya del espíritu de revuelta. Hoy se sabe que su historia inicial existía un sustrato subversivo, posiblemente alimentado por levas de rebeldes y revolucionarios frustrados como lo fueron los que derrocaron a Carlos II e impusieron la República puritana liderada con mano férrea por Oliver Cromwell. luego “Lord Protector”…

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Pero al margen de la verdad histórica, lo cierto es que, primero la literatura y luego el cine, le dieron un sentido romántico y liberador que quedaría expresado en no pocas películas, entre las que creo resulta sumamente representativa El temible burlón (The Crissom Pirate, USA, 1952), inicialmente escrita por el mismo guionista, el comunista Walt Salt, que empero fue eliminado de los títulos de crédito cuando fue denunciado por su antiguo camarada Budd Schulberg (guionista de La ley del silencio), y fue rescrita por el propio Burt Lancaster, ya convertido en una “estrella” intocable, y que volverá a trabajar con su compañero de circo Nick Cravat (mudo nuevamente por problemas de voz). Ahora la trama tiene como pivote el pirata Vallo (Lancaster), un sinvergüenza que en un principio solo busca el beneficio, pero que acaba liderando una revolución que derroca a los poderosos y corruptos.
Nuevamente se trata de una revolución contada en un tono festivo y satírico y en la que tanto las clases dominantes como las normas sociales más tradicionales y sus representantes resulten debidamente vapuleados ante el regocijo de la platea. Por muy breves que sean estas notas, sería injusto no mencionar la extraordinaria Viento en las velas (A high wind in Jamaica, GB, 1965), la adaptación que el Alexandre Mackendrick realizó de la extraordinaria novela de Richard Hugues, un inquietante joya del cine “de aventuras” en la los piratas resultan ser unos pobres diablos al lado de los niños burgueses que habían raptado. Aunque resulta un tanto sorprendente, en la primera película que dirigió Leslie Howard, Pimpernet Smith (GB, 1941), hay un momento en el protagonista (Howard), un “pimpinela” ahora antinazi, lanza una soflama anarquista que recuerda a la de Chaplin de El gran dictador. Howard murió poco después en un accidente de avión cuando volvía de una misión secreta en España destinada a evitar que el régimen franquista se aliara con el Eje
No se puede olvidar The Front Page (Primera plana, USA, 1931) en la que Ben Hecht destripa la prensa norteamericana, célebre sobre todo por dos variaciones mayúsculas: la de Howard Hawks, con Luna nueva (His girl friday, USA, 1940), unas de sus grandes comedias con unos extraordinario Cary Grant y Rosalind Russell, y también Primera plana de Billy Wilder (The Front Page, USA, 1974), con un reparto excepcional, sin duda la más incisiva, tanto en su demoledor descripción de los políticos, policías y periodistas, como por la demostración de que, al final de cuentas, los dos únicos personajes dignos de admiración son el ingenuo anarquista que ha perpetrado un acto terrorista (un personaje digno de Jerry Lewis), y la prostituta encarnada por Carol Burnett. En la versión de Milestone esta demarcación no resulta tan potente…La otra es Hallelujah I´m a Burn (USA, 1933), titulo tomado de un canción wobbly, que Milestone “despojó de este anatema IWW de sus implicaciones radicales” (p, 142). De trayectoria irregular, Milestone sobresalió en las películas “de guerra”, y en policíacos como El extraño amor de Martha Ivers (USA, 1946), basado en un espléndido guión de Robert Rossen y que ofrece una dura parábola sobre el egoísmo propietario o sea sobre el capitalismo.
Unas escena muy habitual en las películas de Woody allen 8y en otros autores), muestra a un personaje llevando a un niño o a una niña a ver una vieja película en blanco negro como sí le estuviera haciendo un regalo de primer orden, tanto más importante por cuanto el personaje muestra una voluntad de afecto y acompañamiento, de introducción…Durante años, el autor de esta trabajo hizo algo parecido con el hijo de su compañera, mostrándole el gran cine de todos los tiempos en sesiones irremediablemente televisivas que, en una primera época, acabaron dando lugar a un rechazo. Pero la semilla estaba puesta y con el tiempo, rebrotó.
Creo que las viejas generaciones que han visto 2001: una odisea en el espacio, están obligadas a hacer todo lo que esté en su mano para que las nuevas redescubran el cine en la sala oscura, con pantalla grande, viendop películas que son hermosas como catedrales.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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