viernes, abril 17, 2015

Shelley: Del ateísmo a la anarquía



Shelley fue quizás el más avan­zado de la impresionante hornada de poetas revolucionarios y visionarios británicos surgidos al calor de la obra de God­win y de la revolución francesa (cuya decadencia lamentó aunque se negó a renunciar de sus principios como sí hizo por ejemplo Coleridge), fue altamente apreciado por Marx y otros socialistas de su tiempo, sin embargo, su nombre no ocupa el lugar que merecería en la historia de los orígenes del socialismo junto con Lord Byron.

A Shelley pertenecen frases tan rabiosamente actuales como estas:
La riqueza es un poder usurpado por la minoría para obligar a la mayoría a trabajar en su provecho.
Un cristiano, un turco, y un judío, tienen derechas iguales: son hombres y hermanos.
La denuncia romántica más elaborada y vehemente al capitalismo es sin duda la de Shelley, qwue sin embargo no obtuvo la repercusión que merecía, de ahí su escasa presencia en las obras de historia social. El poeta se yergue con coraje frente a una sociedad cuyas innovaciones no liberan a la imaginación. Sin ésta, el error prevalece. La crítica es una cualidad de la imaginación libre, no es un mero juicio de lo que ya se conoce. La civilización contra la cual arremete sólo produce una imaginación oprimida y errabunda. Como poeta y como hombre libre no acepta la estrechez de esta condición. Shelley basa su idea de la libertad en la libertad de la imaginación, como la libertad frente a la injusticia y la mezquindad. El amor y la imaginación van forzosamente juntos en este recorrido de ruines acechanzas. Shelley se despega de un romanticismo pútrido, que se iba modelando de acuerdo con los contratos y las negociaciones de una sociedad que no soportaba verse en el espejo. Shelley no elude la contemplación lúcida de la miseria, sin abandonar los imperativos de la libertad y su imaginación.
En el extenso drama lírico Prometeo liberado (1820), una suerte de continuación del “Prometeo Encadenado” de Esquilo, pero apartándose conscientemente de la figura de un Prometeo reconciliado con Júpiter, como intentaría representar el dramaturgo griego en la segunda y tercera parte de su trilogía prometeíca, de la que sólo sobreviven fragmentos. Sin duda una de sus obras más significativas, con una estilizada conjugación de mito e historia, refiere el fin del reinado de la tiranía, el Mal y el odio (representados por la figura de Júpiter) para dar paso a una era de primacía del Bien, el Amor y el florecimiento de las Artes. La liberación del titán Prometeo se equipara a la liberación de la humanidad de las cadenas del patriarcalismo, la violencia y el dominio del hombre por el hombre, y la posibilidad de una nueva comunión con la Naturaleza.

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Percy Bysshe Shelley (Field Place, cerca de Horsham, Sussex, 1792-golfo de La Espezia, 1822), hijo de un rico baronet, de 1804 a 1810 cursó estudios en Eton, luego estudió en Oxford, donde leyó apasionadamente a Platón, Locke, Hume, pero sobre todo a Godwin. Ya mientras estudiaba en el colegio de Eton, famoso por su rigidez, Percy era cono­cido como «el ateo» y «el loco». Pocos años después fue expulsado de la Universidad de Oxford (1811) por haber es­crito un panfleto llamado La necesidad del ateísmo, y un año después tuvo que esconderse por difundir en Dublín un subversivo Discurso al pueblo irlandés, igualmente defendió los derechos nacionales de los galeses en su primer poema importante: Queen Mab (1813) demostración de la corrupción de la humanidad a causa de las instituciones y la moral convencional; en este tono continuará la mayor parte de su obra siguiente, caracterizada por una ausencia de desarrollo concreto y de razonamiento lógico. Shelley estaba interesado por los problemas sociales y políticos, pero nunca desarrolló una filosofía específica de acción.
Hijo de aristócratas de Sussex, Percy asistió a Oxford, en 1811 contrajo matrimonio con Harriet Westbrook, a quien abandonó tres años más tarde para fugarse con Mary, hija de William Godwin, cuya ideología de racionalismo anarquista ejerció influencia en el pensamiento de Shelley. La proposición que hizo por entonces de que Harriet debía convivir con Mary y con él ejemplifica su excentricidad moral y social. Al casar con Mary Godwin (después del suicidio de Harriet) mantuvo varias relaciones idealizadas con algunas mujeres, que celebró en su poesía. Residió en Italia, donde constituía el centro de un grupo de escritores ingleses, de 1818 a 1822, en que pereció ahogado en el mar en circunstancias curiosas que hacen suponer que no hizo ningún intento para salvarse.
Durante muchos años, la poesía de Shelley estuvo considerada en Inglaterra como algo casi inmencionable. Su primer poema importante se publicó en 1813: Queen Mab, Su tendencia a transferir sus creencias a altas y sublimadas visiones utópicas y a insuflarlas con autocompasión y un sentido moral, egoísta e. el efecto, si no en el motivo, lleva al lector, del contenido particular, al tono general de su poesía. A veces hace gala de un refinamiento completamente moderno, otras de una petulancia infantil, pero invariablemente utiliza el idioma con una sorprendente facilidad, aunque a veces no exenta de laxitud.
Algunos de sus poemas, como La mascara de la Anarquía (1819), poseen un vigor inequívoco y horrendo y utiliza la alegoría con una directa eficacia. Pero generalmente es incapaz de resistir la inclinación a descansar en última instancia en la retórica simbólica. Más tarde tendió con mayor insistencia hacia el simbolismo y una poesía de sentimiento más que de declarado didactismo. En Alastor, of the Spirit of Solitude desarrolla con cierta amplitud un tema característico. El héroe del poema, puro e incorrupto, es conducido por su imaginación idealista a la búsqueda de un símbolo viviente de su visión, pero es destruido por su decepción y fracaso personales. Shelley combina aquí una actitud visionaria con otra de íntima absorción y la expresión de idealismo fracasado se convierte en un vehículo para la autoindulgencia. El poema está en verso blanco, lo que contribuye a velar toda realidad concreta, y el lenguaje es una mezcla de exaltada pasión e imprecisa palidez. Y, sin embargo, la intensidad del poema, su falta de contención, la misma ausencia de vínculo en sus saltos de imagen en imagen, causan una honda impresión.
Sus poemas de la madurez revelan el influjo de los neoplatónicos. La falta de solidez, los vislumbres de formas luminosas y cambiantes, muestran los esfuerzos de Shelley por expresar la posibilidad de un mundo de perfección eterna. Prometheus Unbound (1820), drama en verso, reitera la victoria redentora del amor, fue Shelley veía como el medio de la salvación moral del hombre. Epipsychidion (1821) constituye la declaración más completa su teoría de amor platónico, pero se entrecruza la autocompasión, y el poema tiene una especie de furia al sentirse el poeta incapaz de conseguir las cumbres excelsas ofrecidas por su imaginación. Adonais (1821), elegía a la muerte de Keats, en la que extrañamente ofrece una visión, extrañamente profética, de su propia muerte en el mar. Pero Shelley es famoso sobre todo por sus poemas más breves, en los que imaginación poética se combina con un uso más dominado del idioma, aunque aún así llega a alcanzar un trémulo éxtasis. En Oda aI viento del oeste, A una alondra y La nube (1820), no faltan su usual preocupación por sí mismo y el vigoroso empleo de la convención patética, pero se encuentran domeñados por un ritmo seguro y un lenguaje pictóricamente vivido.
Escribió La mar­sellesa de los obreros que empieza diciendo: «Hombres de Inglaterra, ¿por qué laborar para los lores, que os tienen bajo sus plantas? ¿Por qué tejer con pena y preocupación los ricos trajes que llevan vuestros tiranos?» Y que finaliza así: «Sembrad grano; pero que ningún tirano lo coseche. Hallad tesoros; pero que no los amontone ningún impostor. Tejed túnicas; pero que ningún perezoso las use. ¡Forjad armas, a fin de llevarlas para defensa vuestra!». También escribió una Declaración de Derechos del hombre con 31 puntos que revelan su ideario social-Iibertario, donde de­fiende el derecho a levantarse contra los gobiernos, la garantía de que nadie sea perseguido por sus ideas, a la libertad ilimitada en la expresión, y donde critica a la monarquía, el militarismo, la religión, etc.
Shelley escribió también poemas comunistas como éste: «La máscara repugnante ha caído, queda el hombre / sin rey, liberado, generoso, nada más que el hombre / com­pañero sin clase ni tribu ni patria / desembarazado del te­mor, del culto, de la jerarquía. / ¿Sin pasiones? No, pero libre del remordimiento o del castigo.» Se opuso al bonapartismo, pero subrayó que los enemigos de la humanidad eran sus adversarios. Símbolo por excelencia del romanticismo, en la obra de Shelley se da un gran idealismo y una fe entusiasta en la futura liberación de la humanidad, pero igualmente subsiste una profunda melancolía ante la mediocridad y las desdichas de la vida humana; en ella desempeña un importante papel el concepto de naturaleza, considerada, románticamente, como vínculo de los seres humanos con los valores absolutos.
A Defence of Poetry (escrito en 1821, pero no publicado hasta 1840; hay una traducción de Carlos Sahagún, en Camp de l’ Arpa, Barcelona, 1974) es un breve tratado en prosa que contiene el pensamiento más maduro y elaborado de Shelley, donde defiende la validez esencial de la imaginación creadora. Ataca el mezquino utilitarismo y exalta la poesía como instrumento sin par de enseñanza y legislación moral. En su poesía. Shelley solía ser, desde el punto de vista técnico, descuidado, ingenuo y perverso. Su excelencia consiste en el hecho de que, a pesar de estos defectos, muchos de sus poemas son la expresión profunda y brillante de un idealismo apasionadamente cordial y amplio.

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La cuestión de la miseria social es recurrente en sus poemas (incluyendo una «Invocación a la miseria»), y aparece entre titanes, elementos del universo, hazañas y grandes cuadros de la vida. Une los estigmas sociales de una época —miseria, hambre, opresión y violencia— a las imágenes más brillantes y magníficas del universo romántico. Su poesía no es escapista ni sublimadora, siempre afronta. El poeta posee una dialéctica combativa que consigue el efecto poético más allá de la estética romántica. La unión de su conciencia radical con su lirismo exaltado perpetúa su poesía más allá de la mistificación de la primera y la fosilización del último. Al tratar la condición miserable y oprimida del hombre en un contexto de aspiraciones estéticas, impulsos cósmicos y sentimientos sublimes, Shelley —poeta muy popular entre los obreros ingleses— restituye la dignidad de los impulsos más utópicos entre los que viven una degradación social. Shelley es quien mejor hace aparecer el cielo de la imaginación en el corazón oprimido por el deterioro de las relaciones humanas. Denuncia un mundo de teatro ruin y alelado: «Tumultos-loterías-rabia-decepción / Ginebra-suicidio-y-metodismo». Como Goethe, experimenta la inhumanidad en los propios estímulos del amor.
Shelley los encaja sin aislarlos en reflejos nostálgicos como los «cari inganni» de Leopardi. La imaginación sirve antes que a nada, o a nadie, a la conciencia. Por esto, la libertad de imaginación deviene un bien moral. Puede considerarse como la primera síntesis de la cultura anarquista: una sociología entre Rousseau y Godwin, una moral conceptualista de la libertad, una ciencia materialista y humanista, un ateísmo lógico y espiritual, y un naturismo pacifista. En Queen Mab Shelley desenmascara la apología reaccionaria: la falsa conciencia que conlleva la idea de una naturaleza malvada, por parte de quienes no luchan contra el mal social; los «reyes que mandan y los cobardes que se arrastran».
No puede decirse que el hombre herede naturalmente el vicio y la miseria, cuando la fuerza y el fraude ya se abalanzan sobre la misma infancia. La guerra glorificada, el trabajo envilecido, el espíritu ruin, el hambre pacífica y el egoísmo hasta la abyección quieren pasar por las virtudes de una sociedad: patriotismo, laboriosidad, responsabilidad, paciencia, iniciativa. A esta falsa conciencia opone Shelley otra, no mediada por el espíritu de la propia suficiencia, el celo de la ganancia y el negocio de la prudencia.
El objetivo de Shelley no es únicamente la crítica de lo evidente, sino la crítica contra lo que puede parecer evidente, y contra el desorden que parece orden. Shelley no es un nihilista, al contrario, muestra y ataca el espíritu nihilista del capitalismo. El nihilismo es un producto de la provisionalidad, la contradicción y el avasallamiento del sistema emergente. El orden que reclama ese capitalismo no le es propio, debe mantenerse amenazado por lo que dice defenderlo. El capitalismo, con su individualismo, su desgaste de las cosas y las personas, su intimidación económica y sus caprichos mercantiles, es una amenaza para cualquier ordenamiento razonable de la sociedad. El orden histórico del capitalismo es otro: el asesinato, el fraude, la hipocresía, la destrucción y finalmente la anarquía. En su frente: Soy Dios, Rey y Ley. Así comienza la reacción de Shelley a la masacre de Peterloo, en la que una concentración de radicales y obreros fue salvajemente atacada por las fuerzas locales de orden público. Shelley reacciona con escándalo: las leyes de Inglaterra se han construido en nombre de la libertad. El uso oprobioso de la ley contra la libertad no procede de la autoridad, sino de la anarquía.
Shelley no teme, como otros románticos, el contagio de la miseria humana, el embrutecimiento de las vilezas. Su solidaridad y su imaginación no están reñidas, todo lo contrario. Su lirismo no olvida ni rehuye. Tal como Platón glosaba a la Calamidad con un suave andar, ya que caminaba sobre las cabezas de los hombres, Shelley trata así a la desolación: «delicada: / no anda sobre la tierra, tampoco flota en el aire, / antes pisa como en un arrullo y disipa con el silencio de una ala / las más tiernas esperanzas que los mejores y más dulces llevan en su corazón». Con esta melodía platónica, Shelley enfatiza en varias ocasiones las heridas tiernas y los sufrimientos ruborizados que en los espíritus generosos causan siempre la miseria y el terror del mundo.
En su Rebelión del Islam, así como en Prometeo desencadenado, Shelley hace muy explícita, como él mismo nos dice, su pasión por reformar el mundo. La intención es procurar una descripción del impulso y del esfuerzo para mejorar la condición humana en una época de «depresión y misantropía». No hay que olvidar que el romanticismo de Shelley, como el de Leopardi, no se integra al mundo de las revoluciones burguesas y los progresos materiales, sino al de las revoluciones traicionadas y la destrucción social de lo que se entendía por humanidad. En el Triunfo de la Vida (1822), poema que Shelley componía cuando murió, el acercamiento a la amargura leopardiana es mayor.
La vida se presenta en un amanecer trémulo y radiante, y se va con la desaparición de la belleza, dejando un mundo fantasmagórico y vano. Entonces, ¿qué es la vida? —exclamé. Este interrogante no apagado, aunque ya respondido, parece siempre presente en el lirismo amargo de Leopardi, la imaginación llena de coraje de Shelley y la estridencia humanista de Goya. El remate final del romanticismo crítico no es simple amargura o decadencia. La fuerza procede de una elección anterior: la vida, la libertad, el amor, sin acceder a la falsa conciencia. La crítica romántica a la vanagloria debe interpretarse en este contexto. No cede a la fatalidad y a la misantropía, sino a un deseo de conocimiento y amor, que no se satisface con la huida o la falsa conciencia. Shelley peregrina sin cesar desde su Alastor o espíritu de soledad, cuando parece buscar todavía «extrañas verdades en tierras desconocidas », hasta su Epipsychidion, en el que se reivindican a Percy y Mary Shelley: la fidelidad a la libertad sentimientos y vivencias más naturales, como los grandes sueños del universo, y la paz, como un hecho de la imaginación, y no de la conquista o de la resignación.
Que yo sepa, el mejor trabajo publicado entre nosotros sobre Shelley, sigue siendo el André Mourois Ariel o la vida de Shelley (Pla­za y Janés, Barcelona, 1963).

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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