miércoles, febrero 15, 2017

Cambio de régimen y crisis política en Estados Unidos



La crisis mundial que se inició en 2007 no ha agotado sus efectos, ni ha desarrollado aún todas sus conclusiones históricas. Uno de sus rasgos distintivos es que tuvo lugar cuando había transcurrido una década y media de la apertura al mercado mundial de las economías de dos estados poderosos como Rusia y China. Esta apertura (una verdadera válvula de seguridad para el capitalismo), desató, al mismo tiempo, las tendencias anarquizantes del capitalismo con una intensidad sin paralelo. El estallido de la crisis asiática/rusa de 1997 y la mundial de diez años más tarde, forzó la intervención del Estado en China y en Rusia, y la aparición de gobiernos bonapartistas que arbitraran con el capital internacional. Fueron las primeras manifestaciones del antagonismo que aflora en la actualidad, en particular entre Estados Unidos y China. En el proceso quedó sepultada la ilusión de un tránsito ‘pacífico’ entre economías estatizadas y dirigidas y la economía mundial capitalista en su conjunto.

Nacionalismo

La fuerza que han cobrado las tendencias nacionalistas en Europa, así como el Brexit y la victoria de Trump, obedece al fracaso de las tentativas de reactivación económica, principalmente de Estados Unidos y la UE, por medio de los rescates estatales a los bancos. Son la expresión del agotamiento de una etapa política. El rescate mejor sucedido, el norteamericano, no ha recuperado la tasa de crecimiento potencial del PBI, o sea ni la tasa de crecimiento de la productividad, ni de la inversión, y mucho menos aún de los salarios (la demanda de consumo final). La valorización bursátil extraordinaria de las empresas tecnológicas responde a una expectativa de beneficios que no ha pasado por la prueba del mercado. La acumulación enorme de capital en efectivo en esas empresas traduce lo contrario –la ausencia de una rentabilidad adecuada que justifique inversiones significativas. La expansión de la explotación de petróleo no convencional ha sido subsidiada por una tasa de interés artificialmente baja. Es lo que olvida Trump, para su conveniencia, cuando denuncia los subsidios ocultos que provee el Estado chino a sus capitales. En su conjunto, la economía norteamericana registra un enorme crecimiento de la deuda nacional (Estado federal, Estados y municipios, bancos y empresas, familias). Es una economía potencialmente en quiebra, que se sostiene por la capacidad de emisión de la principal divisa internacional. Por otra lado, la ‘piedra preciosa’ de la ‘globalización’ –la City de Londres– enfrentaba, al momento del Brexit, un déficit internacional de pagos de casi un billón de dólares, así como una sobrevaloración de la libra y un colapso industrial (por ejemplo, la siderúrgica Tata).

A la carta

La reacción nacionalista, es importante advertirlo, no tiene un carácter uniforme: es ofensiva en Estados Unidos y defensiva en la Unión Europea, y aún más en los casos de los Estados periféricos. Lo que tienen en común es su condición de reacción política preventiva frente a las manifestaciones de la crisis política. Las condiciones de existencia de las masas se han deteriorado fuertemente en el curso de la crisis. La crisis mundial ha acentuado el antagonismo de las masas con los gobiernos habituales, en el marco del sistema democrático. Las calificadoras internacionales han incorporado el “riesgo político” en la evaluación de las perspectivas de las compañías y los Estados.
La base social de esta reacción nacionalista (nacionalismo reaccionario) es, por el momento, débil. En Europa del Este y Rusia, donde parecería más asentada, ha provocado movilizaciones de rechazo de diferente envergadura. Enfrenta la oposición de sectores de la burguesía fuertemente vinculados a las inversiones internacionales o a la tercerización internacional de su producción. Para una mayoría de la burguesía, el abandono de los métodos ‘democráticos’ resulta aún prematuro y peligroso, porque aceleraría una polarización que no ve deseable ni funcional a sus intereses. Puede operar como un incentivo para grandes movilizaciones populares en países donde la tradición histórica de lucha está presente en la conciencia cotidiana.

Bonapartismo e ‘impeachment’

Esta crisis política ha quedado expuesta en la transición de Obama a Trump: choques en el Congreso, choques con los aparatos de seguridad, choques con la gran prensa, críticas abiertas en la cúpula de la Otan y por parte del presidente saliente. También se ha caracterizado por choques entre la industria automotriz y la nueva administración acerca de México, o con la industria de alta tecnología, a la que Trump denuncia por la retención de utilidades en el exterior. En las interpelaciones en el Congreso, los ministros designados han desmentido los planteos de Trump en asuntos claves. Asistimos, antes que nada, a una división excepcional en las filas de la burguesía norteamericana.
La idea de que Trump "juega" a la confusión para descolocar a sus adversarios, no advierte las contradicciones explosivas de esta suerte de ‘juego’. El rechazo a la realización de “conferencias de prensa”, por un lado, y el rechazo al proyecto de reforma impositiva de la bancada republicana, que busca evitar la aplicación de aranceles a la importación, constituyen los primeros pasos de la instalación de un gobierno bonapartista en Estados Unidos. En efecto, los legisladores republicanos pretenden impedir la adopción de aranceles proteccionistas que desaten una guerra comercial abierta, mediante un régimen impositivo que grave las importaciones después que hubieran ingresado al mercado norteamericano, y susceptible por lo tanto de acogerse a exenciones y deducciones. Trump ha rechazada el proyecto de su bancada, en este tema crucial de su agenda, en forma pública y tajante. La tentativa bonapartista ya está planteando la cuestión del ‘impeachment’. La división de la burguesía norteamericana y la tendencia bonapartista son los aspectos fundamentales, al momento, de la crisis política en Estados Unidos.
La reacción nacionalista deja al desnudo las contradicciones de la salida a la crisis capitalista que pone el acento en la reactivación por medio de déficits fiscales y gastos enormes en obras públicas. Los defensores ‘liberales’ de esta salida, como es el caso del editor del Financial Times, Martín Wolf, no advierten la contradicción de una reactivación ‘nacional’ que aumente la demanda fuera del país en beneficio del capital extranjero en detrimento relativo del nacional. El capitalismo no admite salidas ‘coordinadas’ a la crisis. A diferencia de la crisis de los años 30 del siglo pasado, sin embargo, un cierre económico similar perjudicaría al capital norteamericano que se encuentra invertido fuera de sus fronteras. Los dividendos e intereses que el capital norteamericano remite del exterior supera el monto que tiene que pagar Estados Unidos por su deuda exterior y la remisión de utilidades del capital extranjero. Una reactivación de la obra pública en gran escala desvalorizaría, por otro lado, la deuda pública corriente en manos de bancos y financieras (aumenta las tasas de interés) –lo cual destrozaría a un capital ficticio estimado en mil billones de dólares. Cuando las estadísticas mencionan el patrimonio acumulado por el 0,1 o el 1% de los capitalistas, no agregan que se trata de capital ficticio (títulos y obligaciones del Estado y las empresas), que se encuentra extraordinariamente sobrevalorizado.

Proteccionismo: los medios y los fines

Mientras que el nacionalismo europeo plantea una defensa de los mercados nacionales o incluso de la zona euro, es incorrecto caracterizar los planteos de Trump como una defensa del mercado norteamericano. La ‘guerra comercial’ que impulsa Trump tiene por finalidad imponer la apertura de los mercados extranjeros al capital norteamericano, en especial en el caso de China. El imperialismo reclama la privatización o desmantelamiento de las empresas estatales de China, así como la apertura al capital extranjero de las Bolsas y de la negociación de la deuda pública. Esgrime el proteccionismo para arrancar concesiones absolutamente estratégicas en los mercados rivales.
Después de inundar el mercado mundial con acero y aluminio, China procura salir de esta crisis de sobreproducción, liquidando parte de estas ramas, pero también mediante la industrialización de estas materias primas, lo que se llama aumentar la escala de valor. Este choque ha alcanzado una temperatura excepcional con el desarrollo, aún incipiente, de una industria de chips y semiconductores, por parte de China. Se trata de la matriz tecnológica de los servicios industriales modernos. Por eso, Estados Unidos ha bloqueado la adquisición de empresas tecnológicas con las cuales China pretende abreviar el tiempo de gestación de esta industria. Un medio de prensa caracterizó el intento de China como un equivalente al desarrollo de la flota naval por parte de Alemania, que desató la guerra mundial en 1914. Más que una tentativa de proteccionismo aduanero convencional, Trump representa la declaración de guerra contra el proteccionismo industrial y financiero de China. Trump continúa una línea precedente, pero cambia la escala.

Europa y América

La ofensiva norteamericana sobre China cambia forzosamente las relaciones capitalistas internacionales. No puede tener lugar ‘en forma conjunta’ por parte de Estados Unidos, de un lado, y Europa, del otro, porque tiene por base una incorregible rivalidad entre Estados capitalistas. De ahí el desplante de Trump hacia la unidad europea y el saludo al Brexit. Después de todo, el Brexit desbarató el planteo del ex ministro Cameron y de la City a favor de desarrollar una relación especial con China, que se manifestó en la decisión de integrar el Banco Internacional de Desarrollo impulsado por China e incluso admitir el desmantelamiento de la siderurgia en Gran Bretaña en beneficio de China y la participación de China en la construcción de reactores nucleares –a cambio de una integración financiera de China en el mercado de Londres (convertibilidad del yuan).
A la luz de este conflicto de posiciones, se podría decir que el Brexit ha sido una suerte de golpe de Estado contra ‘el gobierno pro-chino’ de su antecesor. Theresa May, al revés, ha anunciado el deseo de establecer una “relación especial” con la Norteamérica de Trump. Anticipa de este modo la posibilidad de que el chovinismo europeo no sea otra cosa que un cambio de amo de las burguesías europeas –de Alemania hacia Estados Unidos (aliado con Putin).

La declinación de Estados Unidos

El anuncio de la ofensiva ‘comercial’ contra China ocurre cuando China se encuentra al borde de una crisis financiera enorme, que no podría ser contenida, ni menos resuelta, por una mayor intervención del Estado. En 2016, ha salido un billón de dólares en divisas, a pesar de los controles oficiales. La tenencia de deuda norteamericana por parte de China ha caído en cifras parecidas y es probable que haya sido la causa principal de la reciente suba de interés en Estados Unidos. La manifestación política de esta crisis es el acentuado bonapartismo de Xi Jinping, el presidente chino. En Davos, recientemente, Xi ha respondido a la presión de Trump con una oferta de apertura. Los nuevos desenvolvimientos políticos auguran una aceleración de la crisis en China, y en especial una crisis de su régimen político. El enfrentamiento Estados Unidos vs. China tiene lugar cuando se desarrolla una intensa fractura en la burguesía norteamericana, de un lado, y algo similar en la burocracia de China, del otro. La transición internacional en curso plantea crisis de poder en la mayoría de las principales naciones. Antes de que se plantee la posibilidad de una guerra que enfrente a Estados Unidos y a China como protagonistas principales, será necesario unificar a las burguesías y burocracias de los países respectivos y, de un modo general, trastocar el régimen político democrático que caracteriza a los Estados capitalistas avanzados.
Muchas caracterizaciones del proceso actual hacen referencia a la declinación de Estados Unidos como potencia líder del capitalismo. Esta caracterización supone el ascenso de alguna potencia rival, lo que no ocurre. Todo lo contrario: los Brics (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) han perdido vigencia; Brasil y la India han girado hacia la órbita norteamericana en sus cambios de gobierno recientes. La unidad europea atraviesa una prolongada desintegración. La profundidad de la bancarrota capitalista mundial ha acentuado la dependencia de los Estados capitalistas y restauracionistas respecto a los Estados Unidos. Es el único país que cuenta con una banca de inversión. El dólar ha alcanzado un máximo en la participación en las transacciones comerciales y financieras internacionales. La impresión de una declinación del imperialismo yanqui es una lectura distorsionada de la enorme declinación histórica del capitalismo mundial.
No nos encontramos en una fase de relevo del liderazgo mundial. Asistimos a la desintegración del bloque político de naciones capitalistas que se formó luego de la segunda guerra mundial. La zanahoria que guió la política norteamericana en esa alianza es cosa del pasado. Trump pretende inaugurar la política del garrote en el seno de lo que fue la "alianza de occidente".

¿Se ha formado una pareja?

El cortejo de Trump hacia Putin es, obviamente, una tentativa de descalificar a los regímenes democráticos capitalistas, a los que el magnate ha definido como “talk, talk, talk, but no action” (“palabrerío y ninguna acción”); en síntesis, la necesidad de ‘gobiernos fuertes’.
Es, sin embargo, un reconocimiento, por un lado, del fracaso de la tentativa de disolver a Rusia como estado multinacional o convertirla, alternativamente, en colonia económica, como intentaron Bush padre y Bill Clinton. Por el otro lado, también del rol contrarrevolucionario del régimen de Putin en el conjunto del orden internacional. Las invasiones a Afganistán e Irak, por parte de coaliciones lideradas por el Pentágono, han desatado una crisis gigantesca en Medio Oriente. El imperialismo teme el renacimiento de las revoluciones árabes y las consecuencias de la crisis desesperante de Turquía, principal base de la Otan.
La política del ‘state building’ (construir protectorados políticos ‘constitucionales’) ha concluido en un fracaso gigantesco. Fracasó asimismo el propósito de Obama de producir una “salida ordenada” de la región. La convocatoria de Trump a Putin para “combatir al terrorismo” representa, en primer lugar, el reconocimiento descarnado de este fracaso. Es también una oferta de ‘reparto de influencias’ en la región, que debe contar con el acuerdo del Estado sionista.
Por otro lado, representa una tentativa de poner a Rusia bajo la tutela norteamericana. Trump y Putin están interesados en las inversiones petroleras en el Ártico, lo cual supone, en gran medida, un acuerdo energético internacional, que incluye a Ucrania, los gasoductos (desde Siria a Chipre), y una crisis potencial con Arabia Saudita y Qatar. Esto plantea una crisis con la Unión Europea. El comando militar del Pentágono y de la Otan recela del acercamiento a Rusia y también advierte que Putin no está dispuesto a operar bajo la batuta de Trump. Lo que se presenta como una divergencia, está plagada de antagonismos.
El propósito que se atribuye a Trump de querer meter una cuña entre Rusia y China, es por ahora un espejismo. Las ‘ideas’ de Trump todavía no han demostrado consistencia, si es que ocurre alguna vez. Tiene las características de un ensayo en falso. Lo que es claro, por sobre todo, es que la bancarrota mundial ha destruido la ilusión de un reequilibrio de las relaciones capitalistas y está produciendo un realineamiento entre las principales potencias, de alcance incierto. La experiencia Trump deja vislumbrar, sin embargo, las tendencias políticas de conjunto.

El epicentro de la crisis política

La asunción de Trump ha acelerado tendencias políticas que se encontraban en pleno desarrollo. El campo principal de disputa se encuentra al interior de los Estados Unidos. Existe una división excepcional en la burguesía, sus partidos y sus instituciones. La reacción popular que ha producido a la escala de todo el país se encuentra bajo la tutela de la burguesía y pequeña burguesía liberales, que será usada para impulsar un ‘revival’ demócrata. Pero es un comienzo de lucha. La experiencia chovinista Trump (que obtuvo tres millones de votos menos que su rival) sigue a la de una presidencia negra, que fue una tentativa liberal fallida de apaciguar la crisis y los antagonismos de clase. Dos presidentes, uno negro, por un lado, y un chovinista blanco, por el otro, no dejan de representar dos recursos ‘extremos’ alternativos a una misma crisis de conjunto.
Estados Unidos se ha convertido en epicentro político de la crisis mundial, luego de haber sido su epicentro y motor económico y financiero.

Jorge Altamira

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