miércoles, junio 27, 2007

August Bebel (1840–1913)



Nació en Deutz, cerca de Colonia, en el seno de una familia muy humilde que vivía en una chabola. Su padre era un suboficial del ejército prusiano y su madre una sirvienta doméstica.

Huérfano desde los tres años de edad, su madre se casó en segundas nupcias con su cuñado, un carcelero de la prisión, que también falleció tres años después. Como consecuencia de ello, siete años después, cuando August era apenas un adolescente de 13 años, murió también su madre, agotada por el esfuerzo de trabajar duro para mantener a sus dos hijos.

August fue confiado al cuidado de unos tíos que le enseñaron el oficio de carpintero, comenzando a trabajar en el taller, donde, tras cinco años de aprendizaje, obtuvo el título de maestro tornero.

Luego estuvo vagando por Alemania como periodista corresponsal hasta que en 1861 se estableció en Leipzig, donde abrió un negocio propio afiliándose al Sindicato de Trabajadores de la Enseñanza de Leipzig y dirigiendo la Asociación Obrera del Sur de Alemania.

Por influencia de Guillermo Liebknecht, a quien conoció en 1863, rompió con los republicanos liberales y se pasó al marxismo. Desde entonces formaron una pareja inseparable, los ojos y los brazos de Marx y Engels en Alemania. No obstante, aunque se complementaban perfectamente, eran dos militantes bastante diferentes. Liebknecht era un intelectual flexible, propenso a la conciliación, que nunca acabó de romper con sus orígenes democrático burgueses, mientras Bebel era un obrero autodidacta con una fuerte personalidad, disciplinado consigo mismo y con los demás.

Tras la guerra de 1866 entre Prusia y Austria por Alemania, fundó junto con Liebknecht el Partido del Pueblo Sajón, con el que resultó elegido al año siguiente parlamentario de la Confederación del norte de Alemania.

El Partido del Pueblo Sajón tenía un programa democrático-radical, aunque no socialista todavía, y su órgano de prensa, desde comienzos de 1868, era el Semanario Democrático, dirigido por Liebknecht y publicado en Leipzig. Este Partido estaba integrado en gran parte por la clase obrera sajona, en lo cual le llevaba una gran ventaja al Partido popular alemán, en el que, junto a un puñado de ideólogos de buena fe figuraban un tropel de demócratas bolsistas de Francfort, de republicanos cantonales suavos y gente indignada al quitar Bismarck de en medio a unos cuantos principitos de menor cuantía. Tenía una vecindad bastante más grata en la Liga de asociaciones obreras alemanas, fundada por la burguesía progresista frente a las primeras actuaciones de Lassalle y para contrarrestar su agitación y que, luchando contra los lassalleanos, había ido derivando a la izquierda, sobre todo desde que Bebel fue nombrado presidente.

Dos años después, en el congreso de Eisenach, aquella organización se transformó en el Partido Obrero Socialdemócrata.

En 1870, tras el estallido de la guerra franco-prusiana, se erigió en el dirigente de la oposición a la política de Bismarck. En un vibrante discurso parlamentario contra los créditos para la guerra guerra, denunció la anexión de Alsacia y Lorena, se declaró abiertamente militante de la I Internacional y partidario de la Comuna de París. En aquella época era la peor definición que uno podía hacer de sí mismo en Alemania. Le detuvieron junto con Guillermo Liebknecht a la salida del Richstag, acusados ambos de alta traición. Permanecieron dos meses en la cárcel, como reos del crimen de alta traición; pero al salir de la cárcel protestaron contra la anexión de la Alsacia-Lorena, que Marx denunciaba como un crimen, y peor aún, como una falta política, causa perenne de discordia entre Francia y Alemania, naciones que debían estar unidas para la conservación de la paz en Europa y la emancipación del proletariado. Mientras la burguesía alemana, ebria con la victoria y los cinco mil millones del rescate, se postraba ante Bismarck, y la burguesía europea, cortesana desvergonzada del éxito, le proclamaba el político más grande del siglo, Liebknecht y Bebel abofeteaban tanta gloria y tantos triunfos: Nosotros también derribaremos nuestras columnas del Vendôme, exclamó Liebknecht en pleno Parlamento, frase pronunciada al saberse en Berlín que la Comuna había derribado aquel monumento a la barbarie militar y patriótica. Cuando la burguesía alemana unía su terror y sus vituperios a los de la burguesía francesa, para calumniar un movimiento revolucionario que Thiers no pudo vencer sin el concurso de Bismarck, que humildemente había mendigado, los socialistas alemanes tomaron la defensa de los vencidos de París: La Comuna -dijo Bebel en el Reichstag- no es más que una escaramuza de avanzada, si se compara a la explosión revolucionaria que incendiará a Europa y liberará a la humanidad de la opresión capitalista.

Era preciso amordazar a cualquier precio a los socialistas; contra ellos intentaron un gran proceso por alta traición; en mayo de 1872, Hepner, Liebknecht y Bebel fueron condenados por el tribunal de Leipzig a dos años de prisión, que Bebel cumplió en Hubertusburg. No considerando suficiente esta condena, Bismarck lo hizo recondenar en junio de 1872, por crimen de lesa majestad, a otros nueve meses de prisión, que cumplió en la cárcel de Zwickau. Trataban de privarlo con esta condena de su mandato de diputado, que los jueces se apresuraron a anular por orden del Canciller. El servilismo de los jueces no tuvo otro resultado que el de hacer que Bismarck fuese silbado por los electores, que desobedecieron la orden de los tribunales y reeligieron a Bebel por una imponente mayoría. No pudiendo volver a perseguirlo por alta traición y lesa majestad, cambiaron la acusación y le llevaron ante los tribunales por el delito de asociación secreta y conspiración contra la seguridad del Estado; pero el resultado fue menos feliz y no se pudo conseguir una condena ni aun en los tribunales del Imperio; estos procesos se resolvieron, por el contrario, en una confusión para el gobierno. Los socialistas, que habían organizado una contrapolicía, descubrieron a los agentes provocadores y exhibieron las intrigas policiacas de Bismarck. Para consolarse de no haber podido encerrarlos en la prisión, el Canciller se dedicó a molestar a los socialistas, expulsándoles de ciudad en ciudad. Muchos tuvieron que expatriarse para huir del pequeño estado de sitio en que Bismarck les había sumido. Bebel fue expulsado de Leipzig y de Berlín, donde, sin embargo, Bismarck estaba obligado a tolerar su presencia durante las sesiones del Reichstag, a fin de que pudiese cumplir su mandato de diputado.

Aunque alteraron su delicada salud, los años de prisión le armaron a Bebel para la lucha. Aprovechó el tiempo para consolidar su formación intelectual leyendo a Platón, Aristóteles, Darwin, Büchner y muchos otros. En sus visitas carcelarias Liebknecht le enseñó inglés y francés. Completó su educación y abasteció su cerebro con los conocimientos que no había podido adquirir en la escuela primaria, ni tampoco durante su corta permanencia en la escuela superior de Wetzlar. Al salir de la prisión, había reunido un tesoro de conocimientos variados de que carecía al entrar en ella, y si Bismarck no le hubiese encarcelado, nunca hubiese tenido tiempo ni ocasión para pensar las obras que escribió y que tanto han contribuido al desarrollo del socialismo.

Tras su liberación en 1874, fundó una pequeña empresa, que dirigió hasta 1889. A pesar de ser un destacado parlamentario, jamás abandonó su oficio de tornero.

Junto con otros grupos obreros, los eisenachianos se fusionaron en 1875 con la Asociación General de Obreros de Alemania con un programa común, el llamado programa de Gotha, que era una mezcla de las ideas marxistas con las lassalleanas. Al año siguiente Bebel intervino en el Congreso de Nuremberg, en el que el que el Partido unificado decidió su incorporación a la I Internacional.

Bismarck ilegalizó el Partido socialdemócrata en 1878 a causa de su republicanismo y sus posturas revolucionarias, pero lograron seguir presentando candidaturas en las elecciones como independientes, convirtiéndose en el principal partido político de Alemania. En todas las elecciones Bebel siempre resultó elegido diputado del Reichstag, destacando por su capacidad para la oratoria y su habilidad con la pluma, que fueron dos constantes en su defensa de la organización política independiente de la clase obrera. Por eso Bismarck no pudo descansar y en 1886, con motivo del proceso de los socialistas de Freiberg, pudo encontrar jueces que condenasen a Bebel a nueve meses de prisión.

El crecimiento cuantitativo del la socialdemocracia alemana fue impresionante:


elecciones votos escaños

1871 102.000
1874 352.000
1877 500.000 13
1887 763.200
1890 1.427.128 35
1898 2.000.000 56
1912 4.250.000 110



Además, la socialdemocracia alemana disponía de numerosos diarios y revistas, cooperativas y sindicatos cuya afiliación también crecía espectacularmente: de 238.000 obreros a más de dos millones en 1914.

En 1889 Bebel estuvo en París en el Congreso fundacional de la II Internacionaldonde, en medio de un inmenso ruido de aplausos, presentó un informe detallado sobre la evolución de la socialdemocracia alemana y los problemas de su ilegalización.

En 1893 durante el Congreso de Zurich, acompañó a Engels en su vuelta al continente.

Al año siguiente se logró de nuevo la legalización del Partido que, al año siguiente, en el Congreso de Erfurt adoptó un Programa que sustituía al de Gotha, aunque siguió suscitando severas críticas por parte de Engels.

A la muerte de su Presidente, Guillermo Liebknecht, acaecida en 1900, Bebel pasó a ocupar la dirección del Partido, que se convirtió en una de las principales formaciones políticas de Alemania. En 1912 era el partido alemán más votado, con un total de 110 diputados sobre un total de 397.

En 1907 fue Bebel quien redactó en el Congreso de Stuttgart de la II Internacional la resolución en contra de la guerra imperialista, salvo los dos últimos párrafos, introducidos por Martov, Lenin y Luxemburgo. Decía así:

El Congreso confirma las resoluciones de los anteriores congresos internacionales contra el militarismo y el imperialismo, y de nuevo comprueba que la lucha contra aquél no puede separarse de la de clases, en general. Las guerras entre los Estados capitalistas no son otra cosa que consecuencia de su competencia en el mercado mundial, porque no sólo se esfuerza cada Estado por asegurar sus propias vías mercantiles, sino por conquistar otras, sometiendo a su dominación pueblos y territorios extranjeros. Son, además, consecuencia de los armamentos incesantes del militarismo, principal instrumento de la dominación de la clase burguesa y del avasallamiento económico y político de la obrera. Contribuyen a las guerras los prejuicios nacionales, fomentados sistemáticamente por las clases dominadoras para desviar a las masas proletarias de sus propios deberes de clase, como de su deber de solidaridad internacional. Por consiguiente, las guerras constituyen la esencia del capitalismo. No cesarán sino cuando se haya suprimido el régimen capitalista mismo, o cuando impulsen a los pueblos a suprimirlo la inmensidad de los sacrificios en hombres y dinero requeridos por el desarrollo del militarismo y la indignación provocada por la fiebre de armamentos. La clase obrera, donde se recluta la inmensa mayoría de los soldados, y que soporta la mayor parte de las cargas materiales del militarismo, está particularmente interesada en la supresión de las guerras, porque se hallan en contradicción con su objetivo fundamental, que es crear un orden económico basado en el socialismo, el cual realizará la solidaridad de los pueblos. Por ello considera el Congreso que es deber de las clases laboriosas, y en particular de sus representantes en el Parlamento, revelando el carácter de clase de la sociedad burguesa combatir los armamentos de tierra y mar, rehusar los créditos afectos a los tales y obrar de suerte que se eduque a la juventud proletaria en la idea de la fraternidad de pueblos y del socialismo se la anime una clara conciencia de clase. El Congreso ve en la organización democrática del ejército, milicia popular en lugar de ejércitos permanentes, la garantía esencial de que en el porvenir se harán imposibles las guerras agresivas y se liquidarán con facilidad los conflictos nacionales. No puede la Internacional fijar de un modo rígido la acción que debe la clase obrera ejercer contra el militarismo, y que, naturalmente, ha de ser distinta según los países. Pero su deber estriba en reforzar lo más posible y coordinar la lucha de esta clase contra el militarismo y la guerra. Tanto más eficaz resultará su actuación cuanto más se preparen los espíritus por una agitación incesante y la clase obrera estimule y agrupe los partidos obreros de los diferentes países. El Congreso está convencido de que, bajo la presión del proletariado, un empleo serio de los tribunales de arbitraje puede reemplazar las lamentables instituciones de los gobiernos actuales y garantizar a los pueblos el beneficio del desarme, que permitirá consagrar a la causa de la cultura los dispendios enormes de dinero y energía devorados en la actualidad por los armamentos y la guerra.
En caso de amenaza de guerra, las clases laboriosas y sus representantes en el Parlamento, apoyándose en la acción de la Oficina Socialista Internacioual, deberán hacer cuanto les sea posible para impedir que estalle y emplear con tal fin cuantos medios les parezcan mejores, los cuales han de adaptarse, por supuesto, al grado de intensidad de la lucha de clases y a la situación política general.

Si estallara la guerra, a pesar de todo, consistiría su deber en inmiscuirse para hacerla cesar lo antes posible y en servirse de la crisis económica y política provocada por ella, con miras a sublevar al pueblo y precipitar el derrocamiento del régimen capitalista.

Luego esa resolución fue reiterada en los de Copenhague (1910) y Basilea (1912) para resultar finalmente burlada por todas las organizaciones socialdemócratas.

Lafargue dejó este retrato personal de Bebel:

Bebel es un hombre de estatura regular y porte elegante; su cara, de facciones finas y ojos claros y vivos, es dulce, agradable y meditabunda; su barba completa y abundante cabellera, son de color castaño oscuro; tiene la voz armoniosa y expresiva, y con ella domina las asambleas más tumultuosas. Sus mismos adversarios se ven obligados a reconocer que es uno de los más brillantes y sólidos oradores de Alemania, adquiriendo sus discursos en el Reichstag proporciones de verdaderos acontecimientos parlamentarios. Los ataques que dirigió en 1884 a la política militar del Imperio, tuvieron una gran resonancia en tcdo el país, y prepararon al pueblo alemán a aceptar como una especie de emancipación la caída de Bismarck, que sorprendió a toda Europa.
Bebel es, en la intimidad, un agradable e ingenioso interlocutor, un amable compañero y un padre de ternura infinita. Posee numerosos amigos en Alemania y demás países de Europa y América, queriéndole entrañablemente los socialistas alemanes, que le llaman solamente por el nombre de pila.

Destacado propagandista y teórico del marxismo, Bebel fundó el periódico marxista Vorwärts. Sus investigaciones se centraron en el materialismo histórico. Entre sus libros destacan Cristianismo y socialismo, La guerra de los campesinos en Alemania, Nuestros objetivos, La civilización mulsulmano-árabe en Oriente y en España, La acción parlamentaria del Reichstag alemán y un estudio sobre Charles Fourier.

Bebel era ateo militante. Analizó con profundidad las doctrinas religiosas y puso de manifiesto que la religión, promesa de una felicidad ilusoria y quimérica, es útil a las clases dirigentes como medio de dominación. Sostuvo una enérgica lucha contra la ideología burguesa, desenmascaró el malthusianismo, el idealismo filosófico y el revisionismo. Fue uno de los primeros en comprender que las ideas revisionistas de Bernstein eran radicalmente nocivas para el proletariado.

Sin embargo, su obra más importante es Mujer y socialismo, una estudio pionero escrito en 1879 que se convirtió en la obra de referencia de los marxistas alemanes, alcanzando cincuenta ediciones en poco más de treinta años.

La posición de Bebel y los marxistas sobre la mujer contrasta claramente con la misoginia de los primeros ideólogos del movimiento obrero como Proudhon. Este último afirmaba que una mujer igual al hombre significaría el fin de la institución del matrimonio, la muerte del amor y la ruina de la raza humana. El lugar ideal para la mujer era el hogar. Para Proudhon las cosas estaban claras: No hay otra alternativa para las mujeres que la de ser amas de casa o prostitutas. La mujer que trabajaba fuera de su casa estaba robando el trabajo del hombre. Llegó a proponer que el marido tuviese derecho de vida o muerte sobre su mujer, por desobediencia o mal carácter, e demostraba, mediante una relación aritmética, la inferioridad del cerebro femenino sobre el masculino.

Por el contrario, las tesis de Engels expuestas en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado equiparaban la dominación de clase con la dominación de la mujer por el hombre. Para Marx y Engels, la igualdad política entre los sexos era una condición necesaria para la plena emancipación de la sociedad. Además, los fundadores del socialismo científico entendían que la base fundamental de la emancipación femenina era su independencia económica frente al hombre.

Los lassalleanos mantenían parecidas posiciones. En el Congreso de Gotha de 1875 rechazaron la propuesta del grupo marxista dirigido por Bebel, que quería inscribir en el programa del partido la igualdad del hombre y de la mujer. El Congreso derrotó a Bebel afirmando que las mujeres no están preparadas para ejercer sus derechos. Opinaban que las mujeres eran criaturas inferiores, cuyo lugar predestinado era el hogar, y la victoria del socialismo, asegurando al marido un salario adecuado para abastecer a toda la familia, las haría regresar a su hábitat natural, ya que no tendrían que trabajar por un salario. Los primeros programas de los socialdemócratas alemanes exigían apenas plenos derechos políticos para los adultos, dejando ambigua la cuestión de si la mujer era considerada adulta o no.

Bebel fue el primer teórico marxista que escribió de una forma específica sobre la mujer: La mujer de la nueva sociedad será plenamente independiente en lo social y lo económico, no estará sometida lo más mínimo a ninguna dominación ni explotación, se enfrentará al hombre como persona libre, igual y dueña de su destino.

En su estudio, Bebel explica las raíces profundas de la opresión de la mujer, las formas que adoptó a lo largo de los siglos, del significado históricamente progresivo de la integración de la mujer en la producción industrial y la necesidad de la revolución socialista para abrir el camino para la liberación de la mujer. El marxista alemán muestra cómo las relaciones de familia se transforman a tenor de los cambios que sufre el modo de producción, cómo la desigualdad social de la mujer es una consecuencia del imperio de la propiedad privada. La aparición de la propiedad privada representa el comienzo de la humillación y hasta del desprecio por la mujer. De ahí que la emancipación de la mujer constituya una parte del problema de poner fin a la explotación y a la opresión social.

El libro causó sensación no sólo en Alemania, sino en toda a Europa. En diez años se difundieron diez ediciones sólo en Alemania que ayudaron a la formación de varias generaciones de marxistas.

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