miércoles, junio 27, 2007

Del sandinismo al danielismo.


Mónica Baltodano*

El FSLN, una formidable organización revolucionaria, es hoy víctima del secuestro y control férreo de Daniel Ortega y de un pequeño grupo de dirigentes sandinistas, convertidos en empresarios a partir de las propiedades de las que se adueñaron con el reparto de bienes del Estado realizado tras la derrota electoral del FSLN en 1990. Este grupo dominante no sólo se apropió de bienes y de capital, también se apropió de las estructuras de dirección del FSLN, centrando sus objetivos en el control de espacios de poder, en el fortalecimiento de sus intereses económicos y en las apuestas electorales, con una visión prebendaria de la política.
Esta transmutación no se produjo de la noche a la mañana. Ha sido un proceso largo y continuo que aconteció no sin resistencias al interior del sandinismo, provocando en él serias fracturas. Hasta hoy, sectores de la militancia de base continúan soñando con que el FSLN pueda reivindicarse como una fuerza de transformación comprometida con los excluidos.

Metamorfosis

La derrota electoral del FSLN en 1990 coincidió con un proceso de reflujo de las ideas y de los procesos revolucionarios en todo el mundo. En ese contexto, aquella derrota fue asumida por los sandinistas con variados niveles de comprensión.
Para unos significó el aniquilamiento de las posibilidades de construir una sociedad más justa y el fin de la utopía. A partir de esa perspectiva, iniciaron un recorrido de «ajustes a la realidad», camino que desembocó para algunos en claudicación.
Para otros, la derrota fue un revés en el camino de la lucha que, aunque estratégico, no significó el cierre de las esperanzas, el fin de la utopía o un punto final a las luchas por la construcción del otro mundo posible, ése que algunos seguimos llamando socialista.
Después de la derrota del 90, la mayor parte del sandinismo se propuso resistir el proceso de restauración del régimen oligárquico. Sin embargo, esta voluntad no fue expresada ni en un programa ni en una estrategia ni siquiera en tácticas a seguir. El enfrentamiento de las complejas coyunturas de aquellos años impuso la lógica de priorizar las tareas inmediatas, postergando la urgente tarea de crear una nueva visión estratégica. Al pasar los años, los objetivos inicialmente proclamados fueron diluyéndose en la práctica y, como ha escrito recientemente Humberto Ortega, del «radicalismo» pasamos al «realismo político». Las luchas en defensa de la propiedad ­las tierras y las fábricas entregadas apresuradamente a campesinos, trabajadores y cooperativistas­ adquirieron relevancia. Sin embargo, y lamentablemente, esas luchas sirvieron para encubrir la apropiación indebida de medios y bienes que hicieron algunos dirigentes sandinistas para su beneficio personal.
Esta «piñata» debilitó la indiscutida fuerza moral y ética que tenía el sandinismo. Con la derrota electoral se diluyó también la conducción colectiva. Y Daniel Ortega ­quien se mantuvo a la cabeza del partido­ fue convirtiéndose en el principal y casi único representante del FSLN y en el negociador de todas las luchas sociales.
Por su parte, el movimiento social ­que no estaba en capacidad de representarse a sí mismo, acostumbrado a depender de la dirección de «la vanguardia», carente de autonomía y personalidad política propia­, terminó siendo mediatizado por los intereses políticos del núcleo danielista, ya penetrados por los intereses económicos del emergente «grupo económico sandinista». Las organizaciones populares, que al inicio hicieron esfuerzos de resistencia al proceso de contrarrevolución e implantación del neoliberalismo en el país, terminaron muy pronto sometidas a los imperativos políticos impuestos por la dirección del FSLN. Así, las luchas de carácter popular pasaron a ser controladas por intereses políticos y no fueron el resultado de la dinámica propia de los sectores sociales. En las luchas se incluyeron demostraciones artificiales de fuerza, que pasaban rápidamente a la confrontación con métodos violentos, lo que anulaba las posibilidades de masificar y legitimar la resistencia popular al neoliberalismo. Cada una de estas confrontaciones violentas concluía con las negociaciones directas de Ortega con el Gobierno de Violeta Chamorro, sustituyéndose así la legitimidad de la lucha y el liderazgo de sus dirigentes populares por el liderazgo de Ortega y la priorización de sus particulares intereses. Esta dinámica duró varios años. 1997 marca el punto de agotamiento de las luchas populares: una y otra vez instrumentalizadas desde arriba, se evidenciaron ineficaces para lograr algún resultado significativo para los intereses de la gente.
Pactos y componendas
En el Congreso Sandinista de 1998, en un contexto estremecido por las acusaciones de violación sexual interpuestas por su hijastra Zoilamérica, Ortega selló su viraje hacia la derecha dando su respaldo a la corriente del FSLN denominada «Bloque de Empresarios Sandinistas» e incrementando sustantivamente las cuotas de poder que ya tenían al interior del FSLN.

En su alocución de cierre de aquel Congreso, Ortega, de manera unilateral e inconsulta, anunció su decisión de deponer la lucha popular para emprender el camino de la transacción y los pactos, camino que ya había iniciado en 1997 negociando con Arnoldo Alemán ­recién llegado al Gobierno­ la Ley de la Propiedad Reformada, Urbana y Rural. A partir de ese año se inicia un proceso de transacción con este corrupto gobernante y con su Partido Liberal Constitucionalista (PLC). El proceso concluyó con un pacto entre las cúpulas políticas del FSLN y del PLC, que desembocó en una nueva y antidemocrática Ley Electoral y en reformas a la Constitución para aumentar los altos cargos del Estado, repartidos por Alemán y Ortega entre sus allegados. A partir de entonces se hicieron evidentes las contradicciones que con la corriente pactista encabezada por Ortega tenían varios diputados sandinistas en el Parlamento. Víctor Hugo Tinoco y yo misma cuestionamos firmemente el pacto, pero mientras avanzaba en componendas prebendarías con Alemán y la derecha, Ortega aplicó la represión interna, las purgas al estilo estalinista y todo tipo de maniobras para aniquilar cualquier expresión crítica en el seno del FSLN.

Lo más grave del pacto FSLN-PLC fue el compromiso asumido por Ortega de desmovilizar las fuerzas sociales y neutralizar cualquier lucha popular. Con el pacto, se terminaron todas las resistencias a las privatizaciones, a las políticas del FMI y del Banco Mundial y a las diversas expresiones de los planes de ajuste estructural. El pacto se expresó también, aunque calladamente, en numerosas negociaciones subterráneas en torno a la propiedad. Con ellas se incrementó el capital del emergente grupo económico sandinista, integrado también por ex dirigentes obreros y campesinos, que ya para entonces usufructuaban propiedades negociadas en los Acuerdos de Concertación con el Gobierno de Violeta Chamorro y ahora repartidas en el pacto con Alemán. Estas oscuras negociaciones permitieron también, sin ninguna denuncia u oposición del FSLN, que Arnoldo Alemán desplegara la corrupción más galopante nunca antes vista en Nicaragua. Así creció el nuevo grupo económico emergente liderado por Alemán, el nuevo socio de Daniel Ortega. Con la exclusión y el aislamiento de líderes históricos del sandinismo, y con la supresión de la conducción colectiva, las bases sandinistas, desprovistas de información adecuada, de educación política y no entrenadas en el debate, huérfanas del instrumental ideológico para enfrentar las nuevas condiciones nacionales, terminaron asumiendo como único liderazgo el del secretario general del FSLN, Daniel Ortega. Están ahí las causas más inmediatas del caudillismo que hoy él ostenta. La lógica de la democracia liberal provocó también una aguda lucha al interior del FSLN en el afán de ser designados para ocupar los cargos institucionales mejor remunerados y con más privilegios. Nombrar a los principales dirigentes de las organizaciones populares en cargos institucionales se convirtió también en un mecanismo para cooptarlos.

Gobierno pro yanqui

Este proceso, iniciado durante el Gobierno de Violeta Chamorro, agudizado por el pacto con el PLC durante el Gobierno de Alemán, encontró al FSLN en 2001, cuando llega al Gobierno Enrique Bolaños, en estado de descomposición.

Aunque ganó las elecciones dentro del PLC ­el partido de Alemán­, Bolaños se enfrentó inmediatamente a Alemán acusándolo por corrupción. Daniel Ortega aprovechó la situación de inestabilidad que esta decisión creó y, en vez de asumir a fondo la lucha contra la corrupción, encarnada en Alemán, escogió el camino de «jugar a tres bandas»: pactar con Bolaños o con Alemán según conviniera a sus intereses.

Todo esto explica por qué, a pesar de las grandes presiones de las bases sandinistas, y de la población en general, las posiciones de la dirección del FSLN ante la corrupción de Alemán y de su gobierno fueron prácticamente inexistentes. No fue hasta que Ortega logró pactar con Bolaños el control del Parlamento y otras prebendas, que el «danielismo» ­hay que llamarlo así, y no sandinismo­ dio sus votos para suspenderle la inmunidad a Alemán. No fue hasta entonces que Ortega dio la orden a una jueza sandinista para que dictara contra Alemán una sentencia condenatoria.

Bush y Bolaños

La permanente intromisión del Gobierno de EEUU en el escenario político de Nicaragua, su odio visceral contra el sandinismo y la actitud sumisa ante el Gobierno Bush del presidente Bolaños fracturaron el precario equilibrio del pacto Ortega-Bolaños y favorecieron, con nuevos bríos, el «repacto» Ortega-Alemán (para entonces, ya condenado a 20 años de «prisión», que cumple en su cómoda hacienda personal). Hasta esa prisión-hacienda llegaron innumerables veces Daniel y sus allegados a reunirse con Alemán, y en la borrachera de su maridaje ambos firmaron nuevos «acuerdos estratégicos» (¡con un reo condenado a 20 años por robo descarado del erario público!). En enero de 2004, una de esas reuniones quedó plasmada, como prueba imborrable del contubernio, en una ignominiosa fotografía que es hoy icono de la traición a los ideales del sandinismo.

Los compromisos entre Alemán y Ortega van hoy más allá de lo que aflora a luz pública: el reparto de todos los puestos públicos importantes, el reparto de sentencias judiciales ­una para vos, otra para mí­, el reparto de fondos desde la Asamblea Nacional ­uno para vos, otro para mí­, el reparto de leyes, el reparto de jueces y magistraturas... Además, este reparto la realizan con un descarado despliegue de poder inmune e impune, como una forma de sembrar el temor generalizado. Hoy, las decisiones de todas las instituciones del Estado en Nicaragua penden de manera directa de la voluntad de Alemán o de Ortega. Ambos caudillos imponen su voluntad al margen de la justicia y de las leyes. La percepción compartida de la mayoría de los nicaragüenses es que estamos en manos de dos grupos mafiosos.
A esta trágica situación hay que sumar que muchos de los actuales dirigentes del FSLN se han «convertido» a grupos religiosos fundamentalistas y supersticiosos, haciendo de la militancia política y de la magia religiosa una confusa mezcla, en la que los delitos se transmutan en pecados y el «amor» se ha vuelto la bandera política del FSLN. Esto ha coincidido, no de manera casual, con otro pacto, el amarrado entre el cardenal Miguel Obando ­enemigo frontal de la revolución sandinista y de la iglesia popular durante los años 80­ y la familia Ortega-Murillo (esposa de Ortega y lideresa de la nueva «espiritualidad»), tras favores de Ortega a Obando, aprovechando los espacios del FSLN en el Poder Judicial y el Poder Electoral, hoy presidido por un protegido de Obando, gracias al respaldo de Ortega.

El viraje del cardenal comenzó cuando se hizo claro que las raíces de la corrupción del Gobierno Alemán tocaban también a la jerarquía católica y a instituciones ligadas a ella. Entre los privilegios gozados al amparo de la corrupción, el más conocido fue la introducción al país, libre de impuestos, de centenares de vehículos de lujo para allegados del cardenal, a través de COPROSA, su ONG.
La mayoria, más pobre
Durante estos años el neoliberalismo ha logrado desmontar casi todas las transformaciones sociales que hizo la revolución en los años 80 y ha instalado un capitalismo voraz e inhumano. Se han privatizado los servicios públicos, se ha entregado nuestra economía a capitales transnacionales, se ha cedido el territorio nacional en concesiones mineras y forestales, se impulsa la privatización de la salud y de la educación. Florecen lujosos comercios, gasolineras, casinos... Para la gran mayoría del pueblo no queda otro camino que los mal pagados empleos de las maquilas, la emigración o la supervivencia en la más absoluta pobreza y falta de oportunidades.

Los líderes oficiales del FSLN no han hecho nada para enfrentar el despojo hecho al pueblo de los logros revolucionarios y la cancelación de sus esperanzas en un futuro digno. Peor: también ellos han participado en ese despojo a través de las instituciones estatales que controlan y de las empresas que manejan. Sólo les queda la retórica revolucionaria, y la única «oposición» que practican se orienta a controlar más puestos de poder.





*Ex-comandante guerrillera del FSLN


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