jueves, febrero 17, 2011

Egipto y la toma del cielo por asalto

Decía el poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón que la poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre. En este sentido, toda revolución a fondo conlleva su carga poética: Rusia (1917), China (1949), Cuba (1959), Nicaragua (1979). Cuando la voluntad de los pueblos se impone, ensueño y conciencia se conjugan en la acción.
Persuadido de que “nada puede detener la marcha de los pueblos…”, llevo muchos años deshilvanando la madeja cultural y política del llamado mundo árabe. Y en obras como Orientalismo, de Edward Said, aprendí a tomar distancia de los enfoques progres, como los que tratan de entender a México desde Princeton o París.
Eje analítico: el perfil belicista de Israel, enclave neocolonial que apareció en el mapa en sincronía con las luchas de liberación de los pueblos del Magreb y Medio Oriente.
¿Hay en Egipto una situación prerrevolucionaria? Los anarquistas se oponen a la solución autoritaria; los socialistas celebran el aliento democrático de la sublevación; los comunistas piensan en si las condiciones están dadas; los trotskistas agitan el programa; los nacionalistas evocan la dignidad de otras épocas; los liberales y conservadores revisan las páginas de El gatopardo, y los religiosos sueñan con el renacer del Islam.
¿A cuál le voy? Le voy a las juventudes que, en todas las épocas, tratan de tomar el cielo por asalto. Apasionada expresión de Marx cuando elogió el alzamiento de la Comuna de París contra el gobierno de Thiers: “La tentativa de nuestros heroicos camaradas… prestos a asaltar el cielo” (Carta a León Kugelman. Londres, 12 de abril de 1871).
Agrega: “Si te fijas en el último capítulo de mi Dieciocho brumario, verás que expongo como próxima tentativa de la revolución francesa no hacer pasar de unas manos a otras la máquina burocrática-militar, como venía sucediendo hasta ahora, sino ‘demolerla’. Y ésta es, justamente, la condición previa de toda verdadera revolución popular”.
Palabras de un pensador occidental, que nada mal le vendrían al país más occidentalizado del Islam. Porque el ejército egipcio no está exhausto como el ruso a finales de la Primera Guerra Mundial, ni se parece al que tomó el poder en China, o al antifeudal que derrocó al rey Faruk I. Tampoco cayó derrotado como en Cuba o Nicaragua, ni se halla moralmente acabado como el argentino tras la guerra de las Malvinas.
Confieso mi perplejidad. ¿Cómo sigue la inesperada repercusión de un hecho que mereció, indistintamente, el saludo de Obama, Fidel y Ajmadineyad, de la Unión Europea y los palestinos de Hamás, de los ejecutivos de Google y los viejos verdes del 68 parisino, de los intelectuales islamófobos y los fieros guerreros libaneses de Hizbulá?
Visualizaba las causas de la crisis en Yemen y Argelia, así como la silenciada represión que imperaba en Egipto, piedra angular del capitalismo global. Mas no imaginé que después del fiasco del imperio en Irán (1979), su cliente militar número dos mordería el polvo de la derrota en poco más de 15 días.
¿Hambre más miseria es igual a revolución? ¿Será verdad que Internet y los teléfonos celulares garantizan el triunfo de una insurrección? En Irán (2009) de poco sirvieron. Y dudo de que Mubarak fuera menos represor que los ayatolás. Ay… ¿será que en lo apuntado subyace mi negativa a contar con 700 amigos en Facebook?
Estoy listo para aceptar que los reflejos decaen con los años, y no me angustia. Si cuando joven me mofaba de la chochez ideológica de algunos camaradas, sería ruin olvidar ahora la frase de Martí que les espetaba: Con el sueño, la juventud nos honraría; con la verdad, se desmorona y se degrada.
Subrayo con rojo intenso: la caída de la disfuncional y anacrónica tiranía de Mubarak oxigenó a las hastiadas y heroicas juventudes de Egipto. Todos felices. Bueno… no todos. Las monarquías y autocracias árabes, los fascistas del Tea Party y la viscosa Autoridad Nacional Palestina no están felices. Mucho menos, Israel.
Las analogías apenas alcanzan para hilar lo contingente. En todo caso, en 1953 el pueblo de Egipto confió a un grupo de militares nacionalistas la conducción del proceso revolucionario. Y en 1979, el poderoso ejército proimperialista del Sha de Irán fue paralizado por un movimiento político pacífico, aunque portador de una identidad religiosa no menos poderosa.
Lo de El Cairo fue distinto. Reacias a líderes providenciales, ideologías, partidos y movimientos políticos, las juventudes egipcias derrocaron pacíficamente al tirano. Y luego delegaron en el general Mohamed Tantawi (jefe del ejército y favorito del Pentágono) el proceso de transición a la democracia.
Conclusión: o yo me estoy poniendo viejo, o ya no importa a quién beneficia o perjudica una insurrección. Si estar a huevo con los de abajo es la única brújula en medio del caos, que la infinita misericordia de Alá ayude al pueblo de Egipto.

José Steinsleger

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