domingo, febrero 24, 2013

Beatriz Talegón o las lágrimas del PSOE




Lo que podemos llamar el “caso Beatriz Talegón” trasciende con mucho, el ámbito de lo personal. De hecho, viene a ser un retrato de lo que queda del pasado de izquierdas del PSOE, y de su falta de credibilidad.
En apariencia, esta parece ser una historia personal: Beatriz amonesta a los jerarcas de lo que queda de la que fue la internacional Socialista juvenil, Beatriz salta a la fama, Beatriz habla con Rodríguez Zapatero, Beatriz asiste en Madrid a una manifestación de la PAH de la mano de Fernando López Aguilar, un antiguo ministro con todo lo que eso significa, Beatriz es abucheada; Beatriz se lamenta y llora. Y es para llorar, pero quizás no por tanto por Beatriz como por un partido que fue socialista hasta que dejó de serlo.
La irrupción de Beatriz Talegón en el escenario de la izquierda que mira hacia la movida de la calle es, cuanto menos, sorprendente. De hecho lo es toda la película. La primera secuencia nos lleva a un hotel de 5 estrellas donde se reúnen los jóvenes socialistas. Sí escuchamos su filípica, podía parecer que estamos en un congreso de viejos combatientes que se han acomodado. A mí, el gesto me trajo el recuerdo de una escena de la película Rosa Luxemburg (Margarethe Von Trotta, RFA, 1986), en la que la célebre revolucionaria mueve los asientos del partido socialista alemán, causando estupor de August Bebel (1840-1913), lástima que lo que poco que quedaban de las cenizas de Rosa en el PSOE se fueron con Luís Gómez Llorente.
Recordemos: Bebel había sido el principal arquitecto de un partido obrero más importante del mundo. El mismo que había acumulado tanta fuerza que permitió al algunos creer que podría llegar gradualmente al socialismo. Pero Bebel se murió poco después sin poder llegar a ver que su partido acabaría votando los créditos de guerra, y que, a continuación, actuaría como la última barricada del sistema con ocasión de la revolución llamada espartaquista. Como había ya sucedido en la antigua Roma, el sistema había acabado corrompiendo a sus propios revolucionarios.
Quizás valga la pena recordar que entre los funcionarios del SPD a los que no les tembló la mano en la represión se encontraba un tal Friedrich Ebert. Fue el mismo que en 1918 encabezó el gobierno provisional que firmó el Tratado de paz de Versalles. Ebert llegó a un acuerdo con el Ejército (el “pacto Ebert-Groener”), el mismo que le permitió reprimir la revolución pasando por los cadáveres de Rosa y de Kart Liebknecht, por cierto, el fundador de la Internacional socialista juvenil. Me podéis decir que esta es una historia lejana, pero quizás no tanto. Primero porque, históricamente hablando, la República de Weimar es el principal antecedente de la trama de la deuda que no está tocando vivir aquí y ahora, y segundo, porque la Fundación Ebert, al parecer la más importante de la socialdemocracia alemana, tuvo un papel capital –nunca mejor dicho- en la refundación del PSOE liderada por Felipe González.
Ha llovido mucho desde entonces, y el último socialista que tuvo cargos destacado en la Internacional socialista fue el holandés Sicco Mansholt, que realizó propuestas necesarias para que otro mundo fuese posible. Dichas propuestas fueron recogidas en un libro, La crisis de nuestra civilización, que tuvo traducción castellana (Euros, Barcelona, 1972). Mansholt debatió con André Gorz y Edgar Morin sobre la urgencia ecológica cuyo significado sintetizó perfectamente Gorz al proclamar: “La humanidad necesitó treinta para tomar impulso, le quedan treinta años para frenar antes del abismo”.
Entre muchas otras cosas, Mansholt dijo: “Estamos aquí para hablar del destino de la raza humana, pero conviene no olvidar los animales ni los vegetales, elementos indispensable del complejo ecológico. La raza humana no debe solamente preocuparse egoístamente de su propia supervivencia”. Esa era la discusión de fondo, la discusión sobre una crisis ecológica motivada por la lógica del máximo beneficio. Han pasado los treinta años de los que hablaba Gorz, y actualmente parece más asequible el final de la humanidad que el final del capitalismo. En realidad, en vez de estar debatiendo en la calle sobre las urgencias ecológicas planetarias, lo estamos haciendo sobre lo más elemental: por el derecho a tener un trabajo, una vivienda, una sanidad y una escuela pública. O sea por todo aquello que la socialdemocracia consideraba su marca de fábrica. Los socialistas, después de dejar la barricada propuesta por Mansholt, han evolucionado cada vez más hacia la derecha. Cada vez más de los poderosos.
Así es que, cuando Beatriz Talegón se sentaba en el hotel de 5 estrellas no estaba al lado de un Bebel que no se había enterado que su obra había sido corrompida, ni al lado de Sicco Mansholt, ni tan siquiera de Willy Brandt gestor leal del sistema y cómplice de la barbarie yanqui en el Vietnam. Beatriz Talegón estaba en otras compañías. Con un poco de suerte podría haber estado a unos metros de Dominique Strauss-Kahn, hasta de algunos de los delegados que representaban a los tiranos derrocados de Túnez y Egipto, de dos corruptos genocidas. No se trataba solamente de “colegas” que viajaban en coches de lujo, sino de gente todavía más turbia. Que yo sepa, la única alusión de un alto cargo socialista sobre semejante compañías en la Internacional lo ofreció la exministra Carme Chacón, cuando declaró en un mitin que “quizás habían sido a veces demasiados permisibles”. Impresionante.
Pero dejando de lado este Everest, resulta como bastante extraño que Beatriz Talegón pudiera irrumpir con sus declaraciones en un congreso de altos cargos en el que todo suele ser una representación programada al detalle. Si hay algo que le importa a la cúpula socialista es la estética de la escenificación. Una vez en la que el que escribe tuvo ocasión de tomar parte en un evento organizado por el partido, en concreto en un sepelio, todo estaba programado para amortiguar cualquier imprevisto. Pero supongamos que la actuación de Beatriz Talegón en el congreso fuese espontánea, sincera, entonces las preguntas son: ¿a quién representaba?, ¿dónde estaban sus bases de jóvenes socialistas?, ¿habían dicho antes algo por el estilo?
Está claro que esta base social no existe. De existir, Beatriz Talegón habría hecho lo que tantas veces hicieron los jóvenes socialistas hasta que dejaron de hacerlo. Habría ido a la manifestación –obviamente airada- de la PAH con sus propias pancartas con palabras como las que ella había pronunciado ante las cámaras. Pero no, ella lo tuvo que hacer con el único ministro que tuvo a la mano (él mismo que se tenía que largar). El mismo Rodríguez Zapatero, aquel que prometió que “no nos fallaría”, al que Beatriz Talegón citaba en una entrevista a la Sexta como si fuera su padrino de su boda. Estaba hablando de “una persona” que ha hecho todo lo contrario de lo que prometió.
Nada más llegar a la manifestación madrileña, la prensa que hasta hace nada había ninguneado cualquier protesta, corrió a su encuentro. Entonces sucedió lo que con el PASOK en Grecia, y la atribulada socialista, en coherencia, tuvo que escuchar cosas que se gritan todos los días: “Culpables, culpables No nos representan, PSOE-PP la misma mierda es”, etc.
Es obvio que una cosa así raramente volverá pasar con ninguno de esos altos cargos que dejaron de manifestarse cuando acababan de tener hijos que ahora tienen nietos.
Salta a la vista que desde que perdieron las elecciones, los socialistas están mostrando una voluntad de decir y hacer cosas que antes no hacían. Por ejemplo, participar en “La Tuerka” para mostrar que ellos no son como el PP, que son de izquierdas, y nos vuelven a tratar de “compañeros”. No dudan en presentarse en una plataforma contra las privatizaciones, y cuando alguien le pregunta porque ellos la hacían antes, responder que eso “es ya agua pasada”. En este sentido, resultan de galería –carcelaria- lo que García Zapatero dijo a “El País”: “Lo hecho, hecho está”.
Aunque estas actitudes no son nuevas, el problema es que ahora ya no les queda credibilidad. Lo pudo ver una parlamentaria socialista catalana que bajó a mi pueblo actual para hablar en defensa de la sanidad pública. No fue nadie, o casi nadie. Claro que peor hubiera sido el encontrarse con alguien informado, entonces quizás la señora diputada lo podría haber pasado mal.
Lo del PSOE no deja de ser una tragedia, para la izquierda por supuesto. Seguramente por arriba no queda ya nadie en que te puedas fiar. Tanto es así que cuando sacan del armario las tonalidades rojas en los mítines, lo único que se nos ocurre es que nos quieren engañar. Están pillados en un engranaje en el que lo único importante es escalar socialmente, la política como una empresa, como parte de un negocio. Han asumido una manera de vida política que les funcionó en un tiempo en el que hasta creyeron que iban a morir de éxito. Tampoco parece que palpite vida entre la gente afiliada aunque alguno habrá en lo que se mueve, eso sí, escondiendo el carné.
Desgraciadamente, el “caso Talegón” es la demostración de la soledad absoluta de una rebeldía juvenil socialista algo que durante décadas fue parte del paisaje social, pero que cayó en desuso en los años ochenta, cuando todos los rebeldes acabaron bien colocados y sin sueños utópicos. La vieja historia de una radicalización interna como muestra de un descontento creciente, ya ni tan siquiera se percibe en Comisiones Obreras donde todavía quedan sindicalistas de base.
Esto se explica por la desactivación social y ética de varias generaciones, y la que ahora está ocupando las barricadas está llegando después del final del espejismo conformista del régimen de la Transición.
Si existe una diferencia, esta se encuentra en otra parte, en el electorado que no sabe del vicio del cargo. Lo conozco bien. Está compuesto por la gente (amigos, compañeros de trabajo), sobre todo mi extensa familia en la que los del PP son tan extraños como lo somos los de la izquierda radical. Es gente trabajadora, laborista en el sentido clásico: vivir de su trabajo, no explotar a nadie, ayudar siempre que se pueda, no reír las gracias a los que manda, etc. Gente que nunca quiso saber nada del franquismo, de la derecha, pero a la que la historia les metió el miedo en el cuerpo, y que creían que la política es para los políticos. Para ellos, el PSOE aparecía como un partido a su medida: les remitía a su propia historia. En 1938 era mayoría absoluta en La Puebla de Cazalla, un tío de mi madre había sido alcalde socialista hasta 1933. Era también el partido de la Europa social, a la que muchos emigraron.
En un principio, el PSOE les prometió que querían lo mismo que toda la izquierda, pero gradualmente, sin acritud, sin más peleas ni tumultos callejeros. Pobre de solemnidad, la familia (como el entorno), logró ascender socialmente desde los años sesenta con la emigración, con su trabajo. Tuvieron su casa, sus ahorros, y creían que lo natural si te dedicabas a la política, es que sacaras un provecho de ella. Gente que apreciaba el idealismo que uno pretendía representar, pero que no entendía como, teniendo actitudes, no tratabas de extraer un beneficio, de subir en la escala, de aspirar a un cargo.
Durante muchos años, sus apoyos fueron evolucionando. Primero creyeron en las promesas felipistas, luego que los malos de verdad eran los otros. Después argumentaron que sí, que todo era una m…, pero que no se podía hacer nada, entre otras cosas porque también habían logrado neutralizar las izquierdas alternativas. En los últimos tiempos nada de esto les convence ya, están muy inquietos, puedes echar peste de García Zapatero y te dan la razón. Ya intuyen que lo hay es insostenible. Los más jóvenes se están viendo obligados a luchar, el colchón de las viejas conquistas se acaba.
Últimamente, también el voto se ha diversificado. Tanto es así que en el pueblo alguien dijo en broma que mi familia había sido la culpable de que IU hubiera ganado la alcaldía. Una exageración localista, pero no enteramente incierta. Son socialistas pero votan IU, todos respetan a Sánchez Gordillo, y lo votarían si viviera con ellos. Pero hay más: el paro se ha multiplicado, Caritas no da a bastos, todo se está moviendo.
No saben todavía de que va todo, pero algunos lo aprenderán. Esto habría que facilitarlo, igual como se explicó antaño la lucha por las ocho horas. Advertirles cosas sencillas, como que la patronal quiere doblegar a la clase trabajadora. Quieren llegar al punto de poder volver a decir a los trabajadores más reivindicativos:”No muerdas a la mano que te da de comer”.
Ya no hay márgenes para la gestión leal del capitalismo. Pero me niego a echar toda la culpa al PSOE. En 1975, el PSOE y los grupos socialistas disidentes de nacionalidades y regiones, no eran nada, incluso en relación a los grupos maoístas. Su protagonismo en los grandes momentos de la Transición fue prestado. A los reformistas del régimen les interesaba que la socialdemocracia amortiguara la potencia comunista. Por lo tanto, fue el PCE-PSUC el que por encima de cualquiera otra formación, se prestó a hacer cumplir por abajo –en los movimientos estructurados por “el Partido- el proyecto diseñado por el rey con Adolfo Suárez de presidente. Y esta precisión nos lleva a un punto: a desconfiar del “aparato” del PCE.
El “caso Talegón” también demuestra que no queda ninguna puerta abierta en las instituciones. Las que se están abriendo tendrán como protagonista a portavoces como Ada Colau, y no a señoras o señores con cargos. Quizás el gesto de de Beatriz sea digno de agradecer, así es que ya sabes apreciado Pablo Iglesias, estaría muy bien que la invitaras a “La Tuerka”, a ver como se maneja. Mejor estaría si además va de la mano de personajes como el ya citado Fernando López Aguilar, o con cualquier otro socialista. Alguien que podría responder como Bettino Craxi cuando le preguntaron el significado de la palabra “socialismo”, diciendo: “Socialismo es aquello que hacen los socialistas”.
¡Dios mío, si Bebel o Pablo Iglesias levantarán la cabeza¡

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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