domingo, febrero 24, 2013

Estos días azules y este sol de la infancia...Antonio Machado




Por estos días, hace 74 años, los restos mortales de un hombre sencillo, un poeta del pueblo, eran conducidos por seis soldados leales del Regimiento de Caballería Andalucía hasta una humilde fosa prestada –que no al inexistente Panteón de los Hombres Ilustres, en España-, en el cementerio francés..... de Colliure: el viaje de Antonio Machado había terminado allí, al pie del Mediterráneo amado. No así para los quinientos mil españoles que le habían acompañado en el exilio, tras aquellos ocho duros pero apasionantes años de vida de la II República.
Para don Antonio: el filósofo, el poeta amado, el humilde pero leal ciudadano; el profesor de francés en institutos de provincias, el que había amado “cuanto ellas tienen de hospitalario” el que cortó “las viejas rosas del huerto de Ronsard”; el que cantó al amado Guadarrama, a las “familiares moscas”, al “Jesús del madero”, al verdugo, a la armoniosa guitarra y al humilde borrico; a la pistola de Líster y al humilde puchero de barro “borbolloneando” entre las ascuas, mientras nevaba sobre los picos de Urbión, sobre la Laguna Negra y sobre los caminos donde se perdían los caminantes, cubiertos de escarcha…, la senda culminaba allí: al pié de aquella sepultura donde descansaban gentes que quizás nada sabían de sus días en Soria, de su casamiento con Leonor, de los días grises en Úbeda de los luminosos atardeceres paseando por los campos de Segovia; de los bombardeos sobre Madrid, sobre Valencia, Barcelona; de cuando la aviación franquista cosía literalmente todos los caminos y carreteras que conducían a Francia, mientras el pueblo, perseguido, huía de los “cristianos nacionales”, de los campos de concentración, de las “sacas”, de los fusilamientos en masa, de la esclavitud; llevándose en los labios la consigna que había mantenido en pié, hasta casi los últimos días, el discurso de la República, del Frente Popular: “Más vale morir de pie que morir arrodillado”.
Al borde de aquella fosa que se abría en esas horas a sus pies no estaban los leales de otras jornadas: los que abrían aplaudido el sencillo acto de la izada bandera tricolor por don Antonio en el balcón del Ayuntamiento de Segovia, aquel lejano y azul 14 de abril; no estaría el escultor Emiliano Barral –muerto en el frente Usera-, no estaría María Teresa, ni Rafael, ni el Presidente de aquella “República democrática de trabajadores de todas clases…”. Por supuesto, no estaría ningunos de los milicianos caídos en los pinares de Balsaín, en aquel tórrido verano del treintaiseis, ninguno de los Internacionales que habían muerto en la batalla del Jarama; el que cayó en Sierra Pandols o en Sierra Cabals, aquellos “hijos de la piedra blindada” a los que había cantado el poeta de Orihuela, ni el comisario político que arrojó su pistola y su gorra a las aguas del puerto de Alicante, antes de que los italianos del general Gambara hiciesen prisioneros a todos los que allí se hacinaban; antes de que aquellos anónimos campos a los que el poeta sevillano había cantado en sus maravillosos poemas se hiciesen trágicamente famosos por los campos de concentración y de exterminio.
Muere el 22 de febrero de 1939, nos dicen los cronistas de la época. Sus restos, conducidos por seis soldados republicanos, son cubiertos con una bandera republicana y trasladados al cementerio cercano, en Colliure, tras una breve agonía en aquel hotel Bougnol-Quintana, que no abandona antes si no una vez: para pasear a la orilla del mar y recordar las horas de la infancia.
Había llegado hasta allí con tan sólo 10 pesetas republicanas, sin valor alguno para aquellos franceses que despreciaban a toda aquella chusma que invadía en aquellas mismas horas y hacía tristemente famosos los campos y playas de Cerbere, Barcarés, Saint-Ciprien…
Hijos de aquellas consignas de Pasionaria, los fieles combatientes de las batallas del Ebro, del Alto del León, del Cerro Muriano, al grito de ¡NO PASARÁN!, que se había convertido en un símbolo para todos los antifascistas del Mundo, seguirían combatiendo al fascismo en los campos de Europa durante al menos seis años más, hasta que la roja bandera del proletariado se alzara victoriosa sobre las ruinas de aquel Reichtag, 12 años después de que un loco que prometía un imperio de tresmil años izara la odiada bandera de la cruz gamada bajo los cielos de Berlín.
Es particularmente hermoso, conmovedor inclusive, escuchar aún, setenta y seis años más tarde de la muerte de aquel poeta, en Atenas, en la Nicaragua sandinista, en las tierras del presidente Chávez, en idiomas que desconocemos; en estas tierras amadas de Luís Cernuda, de Mariana Pineda y del general Rafael del Riego, aquella potente consigna de los hombres de Durruti, de Azaña y de Largo Caballero…¡NO PASARÁN! *

Ángel Escarpa Sanz

*Expulsado a su muerte del cuerpo de profesores de instituto, Machado sería rehabilitado como catedrático del Instituto Cervantes en 1981.

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