jueves, julio 05, 2007

V. La segunda revolución china: 1925-1927

Bárbara Areal

El Partido Comunista Chino y el Kuomintang

En su I Congreso celebrado en 1921, el PCCh había decido orientarse al trabajo en las organizaciones sindicales. En algunas zonas los comunistas, a pesar de su reducido número y juventud, consiguieron convertirse en los dirigentes de las organizaciones de los trabajadores y los campesinos. El II Congreso, celebrado en 1922, abordó la cuestión de la alianza de los proletarios con otras fuerzas revolucionarias como los campesinos pobres y la pequeña burguesía, sin llegar a establecer una táctica precisa.

Finalmente, el III Congreso, celebrado en Cantón en junio de 1923, en el que participaron 30 delegados en representación de 432 afiliados, aprobó una alianza orgánica y estable con las fuerzas del nacionalismo burgués de Sun Yat-sen a través del Kuomintang. La argumentación política para semejante conclusión práctica era el carácter burgués de la próxima revolución china, que asignaría el papel dirigente a la burguesía. Se trataba de una vieja melodía, ya interpretada por los mencheviques entre febrero y octubre de 1917 en Rusia. La responsabilidad, de semejante acuerdo se encontraba lejos de Cantón, más exactamente en Moscú, donde la nueva política de la IC, dictada por la naciente troika formada por Stalin, Zinóviev y Kámenev, diseñaba las directrices de la política china. Tan es así, que dicho congreso no hizo más que ratificar una política decidida, aprobada y hecha pública seis meses atrás, en enero de 1923.

Esta deriva hacia una política abierta de colaboración de clases con la supuesta burguesía revolucionaria de los países coloniales, se vio impulsada por el giro que, en torno a estas mismas fechas, realizó el dirigente nacionalista burgués Sun Yat-sen. Este personaje, que encarnaba la revolución republicana de 1911, estaba defraudado por el papel conservador y reaccionario jugado por las potencias imperialistas en la política interior china, y profundamente impactado por el triunfo ruso de 1917. Dicho impacto, no provenía, desde luego, de las conquistas sociales soviéticas, ni mucho menos de la expropiación de la burguesía rusa. Lo que el padre del Kuomintang apreciaba del nuevo Estado obrero, era su capacidad para frenar la ingerencia imperialista.

Sun se convenció de que una alianza con la URSS fortalecería las perspectivas de una nación China realmente independiente, hasta el punto que la alianza con los soviéticos podría convertirse en un buen contrapeso a las presiones imperialistas. Cuando en una de sus múltiples peripecias políticas fue desalojado de la presidencia de la República —a la que había llegado en la primavera de 1921 "empujado" por los cañonazos del señor de la guerra Chen Chiang-ming—, decidió romper definitivamente con sus viejos aliados, acercándose a la URSS y por ende al PCCh.

La combinación de todos estos acontecimientos, permitió que el 26 de enero de 1923, Sun Yat-sen y el diplomático soviético Adolf Ioffe, firmaran una alianza. El acuerdo significó importantes concesiones políticas al Kuomintang: "el sistema comunista, e incluso el de los sóviets no pueden ser introducidos en China, donde no existe ninguna condición favorable para su aplicación"37. En las negociaciones se discutió también la forma que asumiría la colaboración entre el PCCh y el Kuomintang. Sun se negó a una alianza entre partidos y no sólo exigió, sino que consiguió que los representantes de la IC aceptaran que los comunistas chinos se afiliaran individualmente y acataran la disciplina del partido nacionalista.

El Comité Central del PCCh, guiados por el instinto clasista de su secretario general y máximo dirigente, Chen Tu-hsiu, rechazó este acuerdo, argumentando en su contra que con él se hipotecaría el futuro del Partido, que ni siquiera podía contar con un periódico propio. Pero los representantes de la IC hicieron caso omiso a la opinión de la dirección de los comunistas chinos. Los jóvenes dirigentes del PCCh tenía un enorme respeto por la IC fundada por Lenin, lo que facilitó que finalmente terminara imponiéndose el criterio político de Moscú. Así fue como el III Congreso del PCCh, más por disciplina que por convencimiento, aprobó un manifiesto en el que se afirmaba que "el Kuomintang sería la fuerza central de la revolución nacional y asumiría su dirección".

A pesar de su inicial acatamiento, Chen Tu-hsiu no lograba reconciliarse con esta política, e intentó en varias ocasiones convencer a Moscú de la necesidad de sacar al PCCh del Kuomintang. En octubre de 1925, propuso al ejecutivo de la IC comenzar a preparar la salida de los comunistas, al punto de que en junio de 1926, el Comité Central del PCCh aprobó formar un bloque con el Kuomintang como organización independiente. Invariablemente, todas estas propuestas fueron rechazadas por los dirigentes de la Internacional.

Fue precisamente en ese periodo donde se establecieron las bases políticas para la inmediata derrota de los comunistas chinos. Mientras Chen Tu-hsiu, defendía la independencia de clase de los comunistas chinos, siguiendo la política adoptada por el II Congreso de la IC, desde la tierra de Octubre, y en nombre del leninismo, se le imponía la traición a su auténtico legado. Este error no partía de un equívoco, ni podía ser achacable a la falta de preparación política de la IC. La actitud de los comunistas ante la burguesía de las colonias había sido establecida reiteradamente en los documentos programáticos de la IC, la mayoría escritos por Lenin, y en numerosos trabajos del fundador del Estado soviético: "La cuestión ha sido planteada en los siguientes términos: ¿podemos considerar justa la afirmación de que la fase capitalista de desarrollo de la economía nacional es inevitable para los pueblos atrasados que se encuentran en proceso de liberación y entre los cuales ahora, después de la guerra, se observa un movimiento en dirección al progreso? Nuestra respuesta ha sido negativa. Si el proletariado revolucionario victorioso realiza entre estos pueblos una propaganda sistemática y los gobiernos soviéticos les ayudan con todos los medios a su alcance, es erróneo suponer que la fase capitalista de desarrollo sea inevitable para los pueblos atrasados (…) Entre la burguesía de los países explotadores y la de las colonias se ha producido cierto acercamiento, debido a lo cual muy a menudo —y quizás incluso en la mayoría de los casos—, la burguesía de los países oprimidos, pese a prestar su apoyo a los movimientos nacionales, lucha al mismo tiempo de acuerdo con la burguesía imperialista, es decir, del lado de ella, contra todos los movimientos revolucionarios y las clases revolucionarias. (…) como comunistas, debemos apoyar y apoyaremos los movimientos burgueses de liberación en las colonias sólo en el caso de que estos movimientos sean verdaderamente revolucionarios, sólo en el caso de que sus representantes no nos impidan educar y organizar en un espíritu revolucionario a los campesinos y las grandes masas de explotados. Si no se dan esas condiciones, los comunistas deben luchar en esos países contra la burguesía reformista (…) hasta en los países que casi carecen de proletariado se puede también despertar en las masas el deseo de tener ideas políticas propias y de desplegar su propia actividad política (…) Se comprende perfectamente que los campesinos, colocados en una dependencia semifeudal, puedan asimilar muy bien la organización soviética y sean capaces de ponerla en práctica"38. Si no fuera porque este discurso de Lenin fue pronunciado dos años y medio antes de la firma de la alianza con el Kuomintang, perecería una intervención hecha ex profeso para rechazar las condiciones de dicho acuerdo. Con su nefasta política, Stalin no sólo traicionaba el programa del bolchevismo, no sólo ignoraba las decisiones adoptadas por la IC, también había empezado a cavar la tumba en la que sería sepultada la segunda revolución china.

La colaboración con el Kuomintang parecía no tener límite. Sun envió a Moscú una delegación militar, encabezada por Chiang Kai-shek, para estudiar la táctica y la organización de las fuerzas armadas soviéticas. Por otra parte, la URSS envió a Cantón en 1923 un grupo de consejeros soviéticos, encabezados por Borodin. Entre tanto algunos militantes del PCCh ya habían ingresado en el Kuomintang, eso sí, como individuos.

El 20 de enero de 1924 comenzaron las sesiones del primer congreso del Kuomintang, que aprobó el ingreso de los comunistas con dos condiciones: acatar la disciplina de dicho partido y no criticar públicamente su política. A los pocos meses, se creó la academia militar de Whampoa, cuyos programas de estudios fueron elaborados, en gran parte, por consejeros militares soviéticos. Su objetivo era crear una fuerza armada revolucionaria unificada para derrotar a los señores de la guerra y unificar el país. La dirección de la academia fue confiada a Chiang Kai-shek, figura en ascenso dentro del Kuomintang. No deja de ser una ironía cruel que Chiang Kai-shek, futuro responsable de la matanza de cientos de miles de revolucionarios chinos, así como cerebro y ejecutor de cinco "campañas de exterminio" contra el PCCh, recibiera parte de su adiestramiento militar de manos del ejército soviético.

La realidad política y social de China en la segunda década del siglo XX, sometida a un régimen encabezado por los títeres del imperialismo y los señores de la guerra, con el predominio de relaciones de producción precapitalistas en el campo y bajo la amenaza permanente a su integridad territorial, obligaba a los comunistas chinos a buscar aliados entre aquellos que combatían a estas fuerzas reaccionarias. El movimiento liderado por Sun Yat-sen reivindicaba la lucha contra la opresión extranjera, la unidad nacional y la modernización del país. Los comunistas no se oponían a esos objetivos. Sin embargo, como explicaba Trotsky, colaboración no significa sumisión. La colaboración política suponía la igualdad de las partes y el acuerdo mutuo, unidad en la acción pero libertad de organización, de agitación y propaganda política.

Pero este no era el caso en China. El proletariado no llegaba a acuerdos con sectores de la burguesía y la pequeña burguesía para poner en marcha un plan de lucha contra las fuerzas imperialistas y militaristas de los señores de la guerra, como hubiera sido legítimo. Desde la nueva dirección estalinizada de la IC, se les obligaba a someterse a los dictados del Kuomintang y a aceptar su programa, en unas circunstancias en las que era absolutamente imprescindible trazar con claridad las líneas en las que se desarrollaría la próxima revolución china y, precisamente por ello, salvaguardar el programa y la organización independiente del proletariado, su derecho a presentarse ante las masas como una clase con su propia política y fines, diferenciada de la burguesía y la pequeña burguesía.

1925: el ascenso revolucionario

A medidos de los años veinte, las condiciones de vida de las masas chinas eran insoportables. De los 300 millones de personas que vivían de la tierra, el 50% carecía de cualquier tipo de propiedad y otro 20% tenía parcelas demasiado pequeñas para satisfacer sus necesidades. La concentración de la tierra era extrema: el 13% de la población rural poseía el 81% de la tierra.

Los campesinos pobres eran obligados a entregar entre el 40 y el 70% de sus cosechas dependiendo de la zona en la que habitaran. A ello se sumaban las reminiscencias feudales, que los obligaban a prestar servicios sin pago a los "señores". En la ciudad la vida no era mucho más agradable para los proletarios. Si datos oficiales cifraban en 46 dólares mensuales los ingresos mínimos para la subsistencia de una familia de cuatro miembros, el salario promedio en la industria era de 10 dólares al mes. Los sectores más explotados ganaban incluso menos, la paga diaria de mujeres y niños que trabajaban en la industria textil era de 12 centavos. A la explotación se sumaba el trato humillante, propio de animales, que los trabajadores recibían: una de las reivindicaciones más sentidas por los trabajadores textiles fue la prohibición de los azotamientos con los que públicamente eran castigados. Junto a mejoras salariales y a un trozo de tierra del que poder vivir, las masas chinas se levantarían también en defensa de su dignidad, de su derecho a vivir como seres humanos libres merecedores de respeto.

En enero de 1925 el PCCh celebró el IV congreso, y aunque contaba en estas fechas con poco más de mil afiliados, muchos de sus militantes ocupaban posiciones claves en los recién nacidos sindicatos. De hecho, fue la protesta por el asesinato del comunista Ku Sheng-jung, dirigente de una de las manifestaciones de los trabajadores de las hilanderías de Shangai, el detonante de un movimiento de masas que acabaría en huelga general.

En el Kuomintang también se habían producido cambios. Sun Yat-sen había fallecido ese mismo año, hecho que ayudó a consolidar el ascenso de Chiang Kai-shek y a debilitar a los sectores más vinculados con la experiencia revolucionaria de 1911.

A mediados de febrero se iniciaron importantes huelgas por mejoras salariales en las hilanderías de Shangai controladas por los capitalistas japoneses. Pero no sólo los trabajadores tenían quejas de la actuación de los imperialistas. El consejo comunal de la ciudad, controlado por los representantes de las potencias extranjeras, había aprobado una serie de ordenanzas en materia aduanera y portuaria que perjudicaban directamente a la burguesía china del sector textil, único rama de la producción en la que el capital chino tenía un peso importante. El asesinato de uno de los manifestantes y las lesiones provocadas a muchos otros, despertó una ola de indignación. Estudiantes universitarios, que habían comenzado a reunir fondos para las familias de las víctimas, fueron arrestados por la policía de la "Concesión Internacional" de la ciudad, en manos de británicos, norteamericanos, japoneses y otros.

Las huelgas de protesta, dieron lugar a enfrentamientos con los centinelas japoneses, que el 15 de mayo dispararon en el interior de las fábricas asesinando a una docena de obreros. El 30 de mayo se produjeron manifestaciones de estudiantes y obreros, cargadas de odio hacia a los imperialistas. En esta ocasión fueron diez los manifestantes asesinados. El 4 de junio los muertos superaban el centenar, y la agitación en Shangai se transformó en una oleada general de huelgas: cerca de 200.000 trabajadores habían abandonado el trabajo en las fábricas extranjeras. En estas circunstancias el PCCh multiplicó por diez su afiliación.

En la segunda mitad de junio el espíritu de rebelión llegó a Cantón, produciéndose en la ciudad manifestaciones multitudinarias de solidaridad con trabajadores de Shangai. Las tropas de las potencias extranjeras atacaron una manifestación de 100.000 personas el 23 de junio, provocando cincuenta muertos. La radicalización alcanzó grados extremos y la dominación extranjera quedó suspendida en el aire. Así, el 1 de julio de 1925, gracias al movimiento del proletariado cantonés, los dirigentes del Kuomintang proclamaron en Cantón un gobierno nacional cuyo objetivo sería unificar China bajo un régimen nuevo y unitario. Para lograr semejante tarea fundaron el Ejército Nacional Revolucionario, dirigido por los oficiales adiestrados en la academia militar de Whampoa.

Hong Kong también se contagió del movimiento revolucionario, estallando una huelga en las que participaron 200.000 trabajadores portuarios e industriales y que se prolongaría durante 16 meses. Se trató de una de las huelgas más largas conocidas en la historia del movimiento obrero mundial. La movilización general en Hong Kong, entre el 19 de junio de 1925 y el 10 de octubre de 1926, puso en la práctica el poder en manos de los piquetes obreros, del comité de huelga y los cadetes militares revolucionarios de Cantón. Su combatividad y duración alimentó una ola de solidaridad que recorrió todo el país. La clase obrera no se limitaba a participar en la revuelta general contra opresión imperialista. Asumía en la lucha un papel protagonista con los métodos revolucionarios tradicionales del proletariado. Demostraba un carácter de clase independiente frente a la burguesía y, por la propia dinámica de la revolución, se situaba ante el poder.

Los trabajadores chinos no pretendían con su lucha expulsar a los explotadores imperialistas para ceder el poder a sus explotadores nativos, luchaban para mejorar sus condiciones de vida, para aumentar su salario, reducir su jornada laboral y conseguir plenos derechos sindicales y políticos. Así, las huelgas no se limitaron a las empresas extranjeras, y empezaron a extenderse a las de propiedad china.

La burguesía cantonesa estaba totalmente aterrorizada. No era para menos; los comunistas, situados en primera línea de combate, habían organizado piquetes armados en Cantón. El 20 de marzo de 1926, Chiang Kai-shek, fiel representante de los intereses de la clase a la que pertenecía, proclamó la ley marcial e hizo arrestar a numerosos dirigentes comunistas y consejeros soviéticos, registrando también las sedes de los sindicatos y las misiones soviéticas. Gracias a un ambiente revolucionario claramente ascendente, se consiguió que los arrestados fuesen liberados. En este incidente se mostró el papel que las diferentes clases de la sociedad china estaban destinadas a jugar en la revolución. La clase obrera, como vanguardia, organizaría junto con el campesinado las fuerzas combatientes más decididas de la revolución social. La burguesía, arrastrando tras de sí a la pequeña burguesía y a pesar de su resentimiento por la postración a la que la sometía la dominación imperialista, preferiría soportar los grilletes de sus hermanos de clase extranjeros frente a la amenaza real del triunfo de un Octubre chino.

Moscú apoya las medidas contrarrevolucionarias de Chiang Kai-shek

El poder de Chiang se consolidaba cada día más en el seno de un Kuomintang aterrorizado por el potencial revolucionario demostrado por la clase obrera. A mediados de mayo de 1926, el II Congreso del Kuomintang aprobó una batería de medidas, políticas y organizativas, destinada a debilitar la lucha obrera. A partir de entonces, los comunistas no podían ocupar más de un tercio en los órganos dirección y ningún comunista podía ser nombrado para puestos directivos en el ejército o el gobierno. También se decidió que los comunistas no podían organizarse como fracción dentro del Kuomintang y se exigió la lista detallada de todos los afiliados al PCCh. Respecto a la IC, todas sus directrices deberían ser comunicadas a una comisión mixta del Kuomintang y el PCCh. Además, la reunión del Comité Central ejecutivo del Kuomintang recortó los derechos sindicales, estableciendo el arbitraje obligatorio en las huelgas y la prohibición de la reivindicación de la jornada laboral de 8 horas.

La dirección de la IC aceptó los ataques del régimen de Cantón dirigido por el Kuomintang. Borodin, representante de la troika moscovita en China, amenazó a los asesores rusos que disgustasen a Chiang con la destitución y sustitución por colegas más amables. No en vano, a principios de ese mismo año, el buró político del PC ruso, con el voto en contra de Trotsky, había aprobado la admisión en la IC del Kuomintang como partido simpatizante y nombrado a Chiang Kai-shek miembro de honor del Presidium de su Comité Ejecutivo. Poco más de un año después de aceptar dicho honor, Chiang, asesinará a decenas de miles de comunistas.

Semejante política no se basaba ni en la dinámica real del movimiento revolucionario, en claro ascenso, ni en el sentir de los comunistas chinos. De hecho, en esos mismos días se había celebrado el tercer congreso de los sindicatos chinos, que agrupaban ya 500.000 afiliados, reflejando el ambiente de confianza existente entre la clase. Por su parte, los dirigentes del PCCh, propusieron responder a las medidas reaccionarias del Kuomintang con un movimiento de masas. Chen Tu-hsiu, expresó con claridad su oposición a la táctica de la IC, y, su postura fue respaldada por el pleno del Comité Central del PCCh reunido a finales de junio de 1926. Era al menos la tercera ocasión, desde la firma de la alianza con el Kuomintang en 1923, en que la dirección china se oponía a la política de la IC.

Chen advirtió a los dirigentes de Moscú sobre la gravedad de la situación y solicitó una discusión general para revisar la política de alianzas con el Kuomintang. Así mismo solicitó encarecidamente a los líderes de la IC que al menos una parte del armamento soviético quedara en manos de los comunistas y no de las tropas del Kuomintang. La IC no sólo hizo oídos sordos, sino que redactó un informe en el que rechazaba los argumentos del comité central chino.

Trotsky, que hasta ese momento había centrado la mayor parte de su atención política a la lucha contra la consolidación de la burocracia estalinista dentro del PC ruso y sometido ya, junto a sus camaradas de la Oposición de Izquierdas, a una persecución brutal, se involucró de lleno en esta polémica. Frente al papel de dirigente de la revolución con el que Stalin investía a la burguesía china, Trotsky explicaba que ésta misma burguesía estaba predestinada a apoyar la contrarrevolución: "(…) Sin embargo, es posible que el autor del artículo tenga en mente, en el antiguo estilo martinovista, la siguiente perspectiva: primero, la burguesía nacional completa la revolución nacional burguesa, por medio del Kuomintang que, con la ayuda de los mencheviques chinos, estará lleno de sangre obrera y campesina. Culminada esta etapa, llamémosla menchevique, de la revolución nacional, llega la hora de la etapa bolchevique: el PC se retira del Kuomintang, el proletariado rompe con la burguesía, gana al campesinado y dirige el país hacia la "dictadura democrática de obreros y campesinos (…) Seguir la política de un PC pendiente de entregar obreros al Kuomintang es preparar el terreno para la instauración de la dictadura fascista en China (...) La revolución nacional, en el sentido de lucha contra la dependencia nacional, está sometida a una dinámica de clase (…) la burguesía china, no desea un febrero chino por temor a que desemboque en un octubre o un semioctubre chino"39.

El 5 junio de 1926, Chiang Kai-shek fue nombrado comandante en jefe del Ejército Nacional Revolucionario. Un mes después, el 9 de julio, las fuerzas del régimen de Cantón partieron en dirección al norte para iniciar su tarea de unificar el país. En seis meses derrotaron completamente a Wu Pei-fu, caudillo militar feudal respaldado por Inglaterra y Estados Unidos, que había tomado bajo su control las provincias centrales de Hunán, Jopei y Jonán. Otra columna aplastó a Sun Chuan-fang, señor de la guerra apoyado por EEUU y Gran Bretaña, que había dominado las provincias orientales de Fuchién, Chachiang, Chiangsí y Anjuí. Ante este movimiento victorioso, otros señores de la guerra locales empezaron a ver en el Kuomintang un posible ganador y, carentes como siempre de cualquier escrúpulo o respeto por las alianzas que previamente habían establecido, se acercaron a él. Estos pactos iban mucho más allá del plano militar, obligaban a una clara renuncia en el programa social y político. Éstos militaristas locales, al margen de por quién apostaran como vencedor en la contienda, por su ligazón con el viejo régimen de propiedad de la tierra necesitaban la garantía de poder seguir explotando de forma inmisericorde al campesinado para mantener sus prebendas. De estas oscuras alianzas, participó también Stalin. Este fue el caso con Feng Yu-hsiang, señor de la guerra que dominaba una de las áreas de la franja noroccidental del país, quien, a través de los contactos iniciados con Borodin, se adhirió al Kuomintang en agosto de 1926 y firmó una alianza con la URSS que le aseguró el envío de material militar soviético. Antes de que se cumplieran diez meses, Feng rompería de forma sangrienta sus acuerdos con Moscú.

La actitud clasista del campesinado en la revolución

En el campo, el fermento social alcanzaba también altas temperaturas, la revolución cantonesa se convirtió en la inspiración que precisaba. Ya en 1921, un intelectual comunista, Peng Pai, había iniciado tareas de organización entre los campesinos logrando agrupar, en el ecuador de la década de los 20, una fuerza de casi 100.000 campesinos en las zonas de Haifeng y Lufeng, que apoyaron al régimen de Cantón. En la zona de Hunán, otro dirigente comunista, Mao Tse-tung, había organizando ligas campesinas que en agosto de 1926 agrupaban a decenas de miles de campesinos. En 1927 las asociaciones campesinas sumaban dos millones de campesinos.

Estas organizaciones imponían la reducción de los alquileres de la tierra, de las tasas de usura y los impuestos. Se constituyeron también auténticos tribunales populares que juzgaron a propietarios y nobles. El ascenso revolucionario en el campo acrecentó aún más las tensiones de clase entre la base social de la revolución y el Kuomintang, ya que numerosos oficiales eran propietarios de tierras, procedían de familias propietarias o de familias cuyos privilegios provenían de la vieja estructura social del campo. Aunque sobre el papel se adquirió el compromiso de que sólo se debía confiscar la propiedad de aquellos que fueran enemigos del Kuomintang, cuando los campesinos chinos iniciaron la lucha atacaron a una clase, la clase propietaria que los explotaba de forma milenaria, sin importarle su parentesco o no con el Kuomintang.

La actitud clasista del campesinado chino contrastaba con la criminal política estalinista. Cuando el campesinado iniciaba la revolución agraria atacando los intereses del Kuomintang, el PCCh se encontraba atado por una alianza estratégica con Chiang Kai-shek. Éste, mucho más consecuente en la defensa de los intereses de su clase que la IC dirigida por Stalin y Bujarin, favoreció la actividad de las bandas contrarrevolucionarias de la Asociación Antibolchevique, colocando a un buen número de sus miembros en puestos de dirección que dependían de Chiang.

En cualquier caso, era tal el odio a los terratenientes y a los imperialistas que la marcha hacia el norte de las tropas del Kuomintang fue un éxito imparable, provocando a su paso una ola revolucionaria. Por lo general al frente de la vanguardia militar estaban los mandos educados en la academia de Whampoa, algunos de ellos pertenecientes al PCCh. Los obreros, a través de sus sindicatos, jugaron un papel crucial en facilitar la ocupación de las zonas urbanas y el abastecimiento de las tropas, proporcionando además guías locales al Ejército Nacional Revolucionario. En Hunán, los sindicatos se extendieron a varios distritos, aumentando su afiliación de 60.000 a 150.000 obreros. En Wuhan llegaron a contar con 300.000 afiliados después del avance del ejército nacionalista.

A mediados de junio de 1926 cayeron las capitales de Hunán y Changa. El 16 de septiembre las tropas del Kuomintang entraron en la gran ciudad de Hankow, acogidas triunfalmente por la población. La amurallada ciudad de Wuchang se tomó el 8 de octubre.

Sin embargo, Chiang estaba más preocupado que contento por la creciente marea revolucionaria que su avance militar había desatado. Era evidente el papel decisivo que la clase obrera y el campesinado habían jugado en la conquista de las ciudades, tanto que en muchas áreas del país empezaban a querer ser algo más que tropas de asalto en la batalla contra el imperialismo y los señores de la guerra. En varias zonas, la población convirtió la bienvenida a las tropas nacionalistas en un levantamiento contra los señores feudales, los terratenientes y los usureros. El PCCh lideraba además el movimiento sindical y varias zonas campesinas, y cada día se hacía más evidente que la política de la IC distaba mucho de la aplicada por las masas en la práctica.

Como respuesta a este ascenso revolucionario incontenible, Chiang prohibió las huelgas y las manifestaciones, y envió expediciones al campo para someter a los campesinos insurrectos. Chen Tu-hsiu apoyándose en estos hechos, volvió a insistir al Ejecutivo de la Internacional Comunista. Aunque estaba de acuerdo en mantener una alianza con el Kuomintang frente a los señores de la guerra y el imperialismo, consideraba necesario liberar al PCCh de la disciplina del Kuomintang y permitir su existencia y acción independiente. El Ejecutivo de la Internacional no sólo rechazó su propuesta, sino que Bujarin, mano derecha de Stalin, ratificó la necesidad "de mantener un frente nacional revolucionario único" ya que "la burguesía comercial desempeña actualmente un papel objetivamente revolucionario"40.

La política de la IC no podía ya merecer el calificativo de errónea. El carácter reaccionario de la política de Chiang, sus lazos con la burguesía y los terratenientes, sus medidas antiobreras y represivas contra el movimiento campesino, se había manifestado más que de sobra. La persistencia estalinista respecto a la colaboración de clase con la burguesía china, se había transformado ya en una política abiertamente contrarrevolucionaria.

En noviembre, las tropas de los señores de la guerra contrarios al Kuomintang, se vieron obligadas a refugiarse en la zona Chiang, donde, acertadamente, estimaron que encontrarían la protección naval y terrestre de las potencias imperialistas. Estas últimas, temiendo la pérdida del control sobre Shangai y Nankín, centro de sus intereses económicos, se decidieron a intervenir abiertamente. Las cañoneras extranjeras que patrullaban el Yangtsé abrieron fuego contra la población civil. A pesar de ello, en marzo de 1927, ambas ciudades fueron liberadas.

Así pues, a principios de 1927, la triple ciudad de Wuhan, compuesta por Hankow, Hanyang y Wuchang, se convirtió en la nueva capital del régimen nacionalista. Los acontecimientos se sucedían vertiginosamente. Si el 1 de enero se completaba el traslado de los órganos gubernativos desde Cantón, dos días después, el 3 de enero, miles de obreros y de estudiantes ocupaban la concesión inglesa.

En semejantes condiciones, algunos representantes de las potencias extranjeras, especialmente los del imperialismo estadounidense, optaron por una vía distinta a la de las cañoneras para desviar a la revolución de sus objetivos. Iniciaron conversaciones para desarrollar una alianza con sectores del Kuomintang.

A su vez, a pesar de que no había trascurrido siquiera un año desde que el Kuomintang aprobara que los comunistas no podían participar en el gobierno, se produjo un giro de 180 grados, y en marzo de 1927 pasaron a formar parte del gobierno de Cantón dos ministros comunistas. Este cambio de política no fue producto del giro hacia posiciones socialistas de los líderes nacionalistas, sino más bien de todo lo contrario. Asustados ante la posibilidad de un desbordamiento revolucionario de las masas, la dirección burguesa del Kuomintang decidió poner a dos comunistas al frente de las carteras de Agricultura y Trabajo. ¿Quién mejor que ellos para disciplinar a las masas y obligarlas a respetar los limites del capitalismo y de la propiedad del terrateniente? Los ministros "comunistas" harían el trabajo sucio de la burguesía. El ministro de Agricultura, se empeñó en detener el levantamiento agrario y el ministro de Trabajo aceptó todos los decretos antiobreros de Chiang. ¿Qué otra cosa se podía esperar? Reconciliar los intereses de la burguesía y los terratenientes con los de la clase obrera y el campesinado sin tierra era imposible, alguien tenía que ceder. Los "ministros comunistas" aconsejados por la IC, exigieron, cuando no impusieron, grandes concesiones a las masas revolucionarias.

La insurrección de Shangai

Shangai era una ciudad decisiva y, en su avance hacia este enclave estratégico, las tropas lideradas por Chiang Kai-Shek habían encontrado dificultades en enero de 1927.

Los sindicatos intentaron realizar una insurrección armada con el objetivo de abrir las puertas de la ciudad al Ejército Nacional Revolucionario. La tentativa fracasó, sin embargo la represión no fue lo bastante fuerte como para postrar al movimiento obrero de la ciudad. En la segunda quincena de febrero, los obreros volvieron a intentarlo. Esta vez la huelga fue más masiva. Si el primer día fueron 150.000 los huelguistas, llegaron a 360.000 el 22 de febrero, cuarto día de huelga. El siguiente paso fue la formación del Comité Revolucionario provisional de los ciudadanos de Shangai, cuyas tareas serían el gobierno de la ciudad y la organización de la insurrección armada. Este segundo intento fue derrotado también, pero tampoco esta vez el fracaso significó el abandono de la lucha. Los dirigentes comunistas Chu En-Lai, Chao Shinh Yen, Ku Shun Chang y Lo Yi Ming, preparaban ya un nuevo asalto, para el que organizaron piquetes y dieron instrucción militar a 2.000 militantes comunistas.

El espíritu de lucha de los obreros perecía incombustible, y cuando se organizó el levantamiento alcanzaron la victoria. El 21 de marzo de 1927, los sindicatos de Shangai convocaron una huelga en la que participaron 800.000 trabajadores, obligando el cierre de todas las fábricas. La amplitud de la respuesta y las lecciones extraídas de los anteriores fracasos, transformaron la huelga en una insurrección general, esta vez sostenida por miles de milicianos armados. Bajo sus órdenes se tomó la comisaría de policía y el arsenal, y se llenó de barricadas la ciudad. Se ocuparon edificios y servicios públicos, se cortaron las comunicaciones ferroviarias y telefónicas. Se formaron seis batallones de tropas revolucionarias y se proclamó el gobierno de los ciudadanos. La noche del 22 de marzo de 1927, la mayor ciudad de China no sólo había sido liberada por la insurrección de las masas obreras, sino que estaba en poder del PCCh, que se encontraba al frente de 5.000 obreros armados que integraban las milicias obreras.

Esta incontestable victoria y la magnífica demostración de capacidad revolucionaria del proletariado chino, constataban el papel dirigente que correspondía al movimiento comunista en la revolución. Sin embargo el triunfo fue desperdiciado de forma dramática y absurda en pocos días por los graves errores de la dirección.

La cruel derrota de la revolución

Un día después de tomar el poder, el PCCh abrió las puertas de Shangai a Chiang Kai-shek, quién recibió el tratamiento propio de un héroe revolucionario. Tal y como se desarrollaron los acontecimientos en los días siguientes, es factible pensar que durante el mismo desfile triunfal, sino antes, Chiang ya había diseñando el plan para aplastar a las mismas masas obreras que habían hecho posible su entrada en la ciudad.

Recién llegado a Shangai, el 27 de marzo, Chiang, en coordinación con la burguesía compradora, aterrorizada por el avance revolucionario de la clase obrera, puso en marcha la maquinaria contrarrevolucionaria. Gracias al dinero recaudado entre la burguesía china, pudo gastar decenas de miles de yuanes en contratar asesinos que se hicieron pasar por obreros. Los infiltrados atacaron los piquetes de los trabajadores el 12 de abril, circunstancia aprovechada por Chiang que, con el pretexto de impedir enfrentamientos entre los trabajadores, ordenó que los piquetes fueran desarmados. Fue el primer paso del golpe de Estado.

Encolerizados por esta sucia maniobra, los obreros y estudiantes de Shangai se declararon en huelga general. El 13 de abril, después de un gigantesco mitin de protesta, 100.000 manifestantes se dirigieron al cuartel general del Ejército Expedicionario del Norte, para exigir la libertad de los obreros detenidos y la devolución de sus armas. Las tropas de Chiang Kai-shek abrieron fuego sobre los manifestantes, asesinando a más de 100 e hiriendo a muchos más.

Inmediatamente después se aplicó la ley marcial y se disolvieron los sindicatos y las organizaciones revolucionarias. El 18 de abril, Chiang proclamó un nuevo gobierno nacional, que declaró su firme determinación anticomunista. Era evidente que el golpe había contado con una cuidadosa preparación. Los hombres de la mafia, adiestrados durante años como rompehuelgas, fueron lanzados contra los piquetes obreros y las organizaciones sindicales. Miles de revolucionarios muertos sembraban las calles de Shangai. Tan macabra tarea fue facilitada gracias a las listas que, un año antes, el PCCh había entregado al Kuomintang en cumplimiento de los acuerdos de la IC con Chiang. Este nuevo y contundente golpe fue profundamente acusado por el movimiento.

Pocos días después, se celebró el V Congreso del PCCh, iniciado en Wuhan el 27 de abril. Éste encontró un Partido numéricamente mucho más fuerte, contaba ya con 60.000 miembros. A pesar de ello, la gravedad de los errores cometidos había decidido la suerte de la revolución. De hecho, los dirigentes comunistas no eran en absoluto conscientes del peligro que los amenazaba. No tomaron ninguna medida defensiva en previsión de posibles ataques de los líderes nacionalistas burgueses de Wuhan. Por el contrario, se encontraban confiados porque se trataba de la supuesta "ala de izquierdas" del Kuomintang, el sector "revolucionario" de la burguesía china, con quienes compartían el gobierno. Este espejismo rápidamente se desvaneció. La contrarrevolución, no respetó los límites de Shangai, llegando a Wuhan unas semanas después del congreso. El 15 de julio, el Gobierno Nacional, dirigido por la burguesía nacionalista, rompió formalmente las relaciones con los comunistas. Los ministros comunistas fueron excluidos del gobierno, las organizaciones sindicales y campesinas prohibidas, el PCCh ilegalizado y perseguido. El general nacionalista Wang Ching-wei, siguiendo los pasos de Chiang Kai-shek en Shanghai, inició la carnicería en Wuhan, desde la eliminación de las organizaciones populares hasta el asesinato en masa de trabajadores y militantes comunistas.

Por su parte, el señor de guerra Fen Yu-hsiang, viejo conocido de Borodin, delegado de la IC en China, colaboró activamente en la masacre. El antes amigo de la URSS no dudó ni un solo instante en cambiar de amistades. Al fin y al cabo nunca se trató de ideas, sino de cómo mantenerse en el poder. La ingente ayuda militar de la que Moscú lo había provisto pocos meses antes, fue puesta al servicio de Chian Kai-shek para asesinar y detener comunistas. Se calcula que la represión que siguió en los tres años posteriores a la revolución de Shangai, se cobró la vida de un millón de revolucionarios.

En la lucha entre la revolución y la contrarrevolución en China, el papel del imperialismo fue muy claro. Desde principios de abril, se situaron en la zona de Shangai 22.000 soldados y marinos británicos, estadounidenses, japoneses, franceses e italianos con ocho naves de guerra británicas, trece estadounidenses y catorce japonesas. En el resto de puertos chinos se llegaron a contabilizar otras 130 naves de guerra extranjeras. Era algo más que una amenaza. La revancha imperialista por la toma de Nankín a finales de marzo de 1927, costó la vida a 2.000 civiles de esta ciudad. Si bien es cierto que la represión más cruenta y sistemática, la que garantizaría el aplastamiento definitivo de la revolución, la llevaron a cabo fuerzas nativas, la comunión de intereses contrarrevolucionarios entre Chiang y los representantes de las potencias extranjeras, se consumó tras la masacre de Shangai.

Todos los representantes del imperialismo en China se comprometieron a apoyar un régimen nacionalista anticomunista. Se hizo realidad la perspectiva que Trotsky había trazado para la nefasta política de la IC: "Seguir la política de un PC dependiente de entregarle obreros al Kuomintang es preparar el terreno para la instauración de una dictadura fascista en China"41.

La dirección estalinista condujo con su política hacia una terrible derrota al proletariado chino. Fue el primer acto de un drama que se repetiría posteriormente en Alemania en 1933 y en la revolución española de 1936-1939.

Pero si la dirección del Partido es decisiva en la victoria, no lo es menos en la derrota. Un buen mando militar no sólo está obligado al estudio concienzudo de las tácticas ofensivas, también debe conocer el arte de replegarse en la derrota con el menor coste posible para su ejército. Lenin se enfrentó en muchas ocasiones a la derrota y al aislamiento, pero supo reagrupar sus fuerzas sacando todas las conclusiones necesarias. Pero este método era un libro cerrado con siete llaves para los nuevos burócratas que dirigían la Internacional Comunista.

La derrota de Shangai podría haber servido para extraer conclusiones, para estudiar y corregir honestamente los errores. De haber sido así, hubiera sido posible una retirada ordenada de las fuerzas, la ruptura inmediata con el Kuomintang, la prevención de nuevos ataques por parte de la burguesía y sus bandas contrarrevolucionarias. Los dirigentes de la IC podrían haber protegido a los militantes comunistas chinos, preservar a los cuadros y dar el paso a la clandestinidad donde fuera necesario, adaptando el Partido a las nuevas circunstancias creadas por el triunfo de la contrarrevolución. Sin embargo, después del triunfo sangriento del golpe de Estado de Chiang el 12 de abril de 1927, el octavo plenario del Comité Ejecutivo de la IC reunido a finales de mayo de ese mismo año, siguió proclamando que era deber de los comunistas chinos permanecer en el "Kuomintang de izquierda". Con este nombre, los hombres de Stalin se referían al sector del Kuomintang que gobernaba en las zonas donde aún no habían iniciado la represión. Este nuevo y fatal error quedaría al descubierto sólo un mes y medio después, a mediados de julio, con la masacre de Wuhan. Pero, desgraciadamente, este no sería tampoco el último de los errores de la IC que los revolucionarios chinos pagarían con su sangre.

La Comuna de Cantón: una derrota ‘made in Stalin’

El 7 de agosto de 1927, ya en la clandestinidad, se reunió el comité central del PCCh. Éste, cumpliendo órdenes de Stalin, destituyó a Chen Tu-hsiu como secretario general, quién ni siquiera estaba presente en la reunión, bajo la acusación de que "su" política de capitulación había propiciado la derrota Shangai. Borodin fue reemplazado como delegado de la IC en China por Neumann y Lominadzé. Semejante actuación no podía ser más ajena a los métodos del Partido Bolchevique en vida de Lenin.

En primer lugar, sino fuera por el carácter trágico de la situación, movería a risa la acusación esgrimida contra Chen Tu-hsiu. Irónicamente se acusaba a Chen de capitulación, el mismo hombre que había propuesto insistentemente a la dirección de la IC la independencia política de los comunistas respecto al Kuomintang. En segundo lugar, porque tal y como se demostraría en breve, cesar dirigentes sin abrir un debate sobre los supuestos errores cometidos, no permitirían ni la recuperación del Partido ni la del movimiento. En realidad todas estas maniobras, típicas del método estalinista, perseguían ocultar la responsabilidad de los dirigentes de la IC en la derrota sangrienta de la revolución, mientras permanecían impunes en sus despachos de Moscú.

Tras el cese fulminante de su secretario general, la dirección de los comunistas chinos se vio obligada a virar 180 grados adoptando una línea ultraizquierdista, supuestamente destinada a "mantener la tensión revolucionaria" a través del llamamiento a levantamientos e insurrecciones.

Esta nueva política era consecuencia directa de la negativa de Stalin a reconocer la derrota de la revolución china. Después de la esclarecedora experiencia de la masacre de Shangai y Wuhan, parece seguro que su posición estaba determinada exclusivamente por cuestiones de prestigio. Cualquier interés en esclarecer las causas del fracaso podría comprometer su reputación de líder infalible.

La colaboración con el Kuomintang se hizo insostenible después de la experiencia de Wuhan. Ignorando todo lo ocurrido, los dirigentes estalinistas de la IC emplazaron a los comunistas chinos a tomar el poder. A pesar de que la revolución estaba en una fase de claro descenso, se acordó la preparación de la insurrección en Cantón, ciudad en la que el movimiento comunista todavía era fuerte.

El levantamiento debía iniciarse con el amotinamiento de las tropas del Ejército Nacional Revolucionario que todavía simpatizaban con los comunistas. Efectivamente, algunos de los militares que habían recibido adiestramiento de instructores soviéticos en la academia de Whampoa, no sólo simpatizaban con la causa comunista sino que ingresaron en el Partido. Sin embargo, para aprovechar esta circunstancia, era necesario que estos individuos que no confiaban en la dirección de la burguesía nacionalista, encontraran en el PCCh una dirección independiente y decidida. Una dirección que no estuviera sometida a las maniobras de elementos políticamente vacilantes que en los momentos decisivos, atemorizados por los cambios dramáticos que acompañaban a la revolución, se pasaban con armas y bagajes al bando contrarrevolucionario. De hecho, fue la traición de un militar del Kuomintang lo que obligó a adelantar la insurrección, introduciendo elementos de desconcierto e improvisación.

Al alba del 11 de diciembre de 1927, militares comunistas organizados por Yeh Chien-ying, iniciaron la insurrección en coordinación con la "guardia roja". Es probable que participaran activamente hasta 20.000 personas. Los insurrectos ocuparon la ciudad y proclamaron un "régimen soviético", al que llamaron "Comuna". Sin embargo, a pesar del empecinamiento de los jefes de Moscú, las masas acusaban ya el cansancio y las derrotas previas, y el levantamiento quedó aislado. El 14 de diciembre las tropas contrarrevolucionarias del Kuomintang habían sofocado la insurrección y 8.000 comunistas yacían muertos en las calles de Cantón.

Cuando el experimento fracasó dolorosa y estrepitosamente, la dirección china, previamente aconsejada por Moscú, calificó de aventura putschista su propia táctica. En esta ocasión también se pretendió distraer la atención de los verdaderos responsables a través del linchamiento del "cabeza de turco" correspondiente. El sucesor de Chen Tu-hsiu en la secretaria general, Chu Chiu-pai, fue fulminantemente cesado.

Trotsky y la revolución china

No será hasta el VI Congreso, en julio de 1928, cuando la IC renuncie a la consigna de insurrección armada para China. Pero este cambio táctico no será producto más que de la constatación, con más de un año de retraso, de la muerte de la segunda revolución china. Los máximos dirigentes de la IC no sólo no reconocieron ninguno de sus errores, sino que intentaron evadirse de sus responsabilidades culpando a otros de la derrota.

En ese mismo congreso, Bujarin, ideólogo de Stalin y padre de la teoría del socialismo en un solo país, hizo el siguiente balance: "Podemos ahora aclarar ciertos problemas fundamentales de la revolución china. Como es sabido, el PCCh ha sufrido una grave derrota. Es un hecho indiscutible. Y es legítimo preguntarse si esta derrota no deriva de una táctica errónea adoptada por la IC en la revolución china. ¿No ha sido justo, tal vez, constituir un bloque con la burguesía? ¿Ha sido ése, tal vez, el pecado capital, el error esencial, que determina todos los demás y que progresivamente conduce a la derrota de la revolución china? En general, el error no se sitúa en la línea fundamental de la orientación táctica, sino en los actos políticos y en la línea práctica efectivamente adoptados en China (…) el error fue que nuestro partido chino no comprendió el cambio de la situación objetiva, la transición de una etapa a otra. Así, por ejemplo, se podía durante un cierto tiempo marchar de concierto con la burguesía nacional-revolucionaria, pero al llegar un cierta etapa era necesario prever los cambios que sobrevendrían próximamente (…) A consecuencia de este error, nuestro partido ha desempeñado, a veces, el papel de traba al movimiento de masas, de traba a la revolución agraria y de traba al movimiento obrero (…) Después de una serie de derrotas, el partido corrigió sus errores con bastante energía. Pero esta vez, como suele pasar bastante a menudo, ciertos camaradas cayeron en el extremo opuesto: no prepararon la insurrección seriamente, dieron pruebas incuestionables de tendencias putchistas, de aventurerismo de la peor especie"42.

La salvación a toda costa del prestigio de los dirigentes rusos se convertiría en un fin en si mismo. Como ocurriría en todas las derrotas posteriores, los nuevos amos del Kremlin hurtaron cualquier posibilidad de un debate honesto al movimiento comunista internacional. La escuela de falsificación estalinista funcionaba ya a pleno rendimiento.

Pero no todos se sometieron a los dictados de Stalin. León Trotsky había levantado su voz, desde el primer momento, contra estas teorías ajenas al marxismo que prepararon el camino para las derrotas más crueles.

A finales de 1922 Stalin organizó su bloque dentro del Politburó, formando una troika con Kámenev y Zinóviev, y obtuvo, a principios de 1923, la mayoría en el Comité Central del PCUS. En octubre de ese mismo año, Trotsky declaraba una fracción en el Partido para defender el programa de Lenin: la Oposición de Izquierdas (OPI).

La Oposición presentó batalla política contra todas y cada una de las desviaciones burocráticas de la fracción mayoritaria del aparato tras la desaparición de Lenin. Se opuso con firmeza a la teoría del socialismo en un solo país y denunció los tremendos peligros que implicaba el llamamiento al enriquecimiento del campesino rico. Defendió incesantemente la necesidad de desarrollar la industria soviética, en oposición frontal al programa estalinista del socialismo a paso de tortuga.

En lo que se refiere a la revolución china, Trotsky se incorporó en plenitud de facultades al debate con el proceso revolucionario ya iniciado. Dos factores decidieron esta circunstancia. Por un lado, que el centro de la batalla contra el oportunismo estalinista estuviera situado dentro de la propia URSS, lo que requería de su máxima atención y concentración. Por otro, la propia situación de la Oposición de Izquierdas. En 1926, se constituyó la llamada Oposición Unificada o Conjunta, en base a la unión de la Oposición de izquierda y la Oposición de Leningrado, liderada por Zinóviev y Kámenev tras su ruptura con Stalin. La Oposición Unificada se rompió de 1927, momento en el que Zinóviev y Kámenev capitularon ante Stalin.

Mientras existió la Oposición Unificada, Trotsky mantuvo importantes diferencias con Zinóviev, entre otras por el apoyo que éste último manifestaba a la concepción estalinista del papel dirigente de la burguesía china en la revolución. Fueron años muy duros para Trotsky, que llego a encontrarse en minoría, incluso, entre sus compañeros de la vieja Oposición de Izquierdas. Así lo reflejó su correspondencia con Preobrazhenski, destacado dirigente bolchevique y compañero de Trotsky, que nunca llegó a asimilar la posición marxista sobre el papel del proletariado en la revolución colonial.

Los acuerdos con Zinóviev y Kámenev, finalmente frustrados, y las vacilaciones que también surgieron en las filas de los oposicionistas de izquierdas, limitaron durante un tiempo la capacidad de acción de Trotsky. Preguntado acerca de por qué la Oposición no hizo pública su opinión en contra de la permanencia del PCCh en el Kuomintang, Trotsky respondió: "Usted tiene razón cuando afirma que en la segunda mitad de 1927 la OPI rusa todavía no exigía abiertamente que el PC se retirara del Kuomintang. (…) Personalmente me opuse resueltamente a que el PC entrara en el Kuomintang e igualmente a que se aceptara el ingreso del Kuomintang en la Comintern desde el comienzo, o sea desde 1923. Radek siempre se alineaba con Zinóviev en mi contra (…) Ahora puedo decir sin temor a equivocarme que cometí un error al hacer una concesión formal en esta cuestión"43. Las actas de las reuniones de la IC dan fe de su oposición. En cualquier caso, cuando Trotsky se introdujo de lleno en la polémica sobre China, lo hizo no sólo con valentía y claridad, sino con acierto. Sus advertencias acerca de la traición de la burguesía se convirtieron en realidad.

La revolución permanente

A pesar de la extraordinaria crueldad de la represión, era inevitable que la lucha de clases volviera a resurgir en China. Situado ante esta perspectiva, Trotsky intentó extraer todas las conclusiones de los acontecimientos pasados. Analizó la correlación de fuerzas entre las clases y elaboró el programa de la revolución en China basándose en la experiencia rusa de 1917. "La insurrección proletaria china sólo puede desarrollarse, y se desarrollará, como revolución dirigida directa e inmediatamente contra la burguesía. La revuelta campesina china, mucho más que la rusa, es una revuelta contra la burguesía. En China no existe una clase terrateniente como clase independiente. Los terratenientes y la burguesía son lo mismo. La aristocracia del campo y los tuchun, contra los cuales se moviliza el campesinado, son el último eslabón de la burguesía y también de los explotadores imperialistas. En Rusia, la primera etapa de la Revolución de Octubre fue el enfrentamiento de toda la clase campesina con toda la clase terrateniente, y sólo después de varios meses comenzó la guerra civil en el seno del campesinado. En China toda insurrección campesina es, desde el comienzo, una guerra civil de campesinos pobres contra campesinos ricos, es decir, contra la burguesía aldeana. El campesinado medio chino es insignificante. Casi el 80% de los campesinos son pobres. Ellos, sólo ellos, desempeñan un papel revolucionario. No se trata de unificar a los obreros con el conjunto del campesinado, sino solamente con los pobres de la aldea. Tienen un enemigo común: la burguesía. Sólo los obreros pueden conducir a los campesinos pobres al triunfo. Su victoria común no puede conducir a otro régimen que la dictadura del proletariado y únicamente ese régimen puede instaurar un sistema soviético y organizar un ejército rojo, que será la expresión militar de la dictadura del proletariado apoyada por los campesinos pobres.

"Los estalinistas afirman que la dictadura democrática, próxima etapa de la revolución, se convertirá en dictadura proletaria en una etapa posterior. Esta doctrina corriente en la Comintern, no sólo para China sino también para todos los países de Oriente es una desviación total de las enseñanzas de Marx sobre el Estado y de las conclusiones de Lenin respecto de la función del Estado en una revolución"44.

La cita anterior sintetizaba las ideas fundamentales de la teoría de la revolución permanente que Trotsky formuló durante la revolución rusa de 1905 y que coincidían plenamente con las Tesis de abril de Lenin. En esencia, la teoría de la revolución permanente, tan denostada por los epígonos estalinistas en aquellos años, planteaba que, en la época contemporánea, la burguesía de los países atrasados es incapaz de llevar a cabo las tareas de la revolución democrático burguesa debido a su debilidad histórica y a su dependencia del capital imperialista. En esas condiciones es el proletariado, encabezando a la nación, especialmente a las masas de campesinos pobres, el que tiene en sus manos la resolución de estas tareas: la reforma agraria, el desarrollo industrial, la modernización de las infraestructuras y la solución a la cuestión nacional, entre otras. Para llevar a buen puerto estas medidas, el proletariado tiene que expropiar política y económicamente a la burguesía nacional y sus aliados, los grandes terratenientes y los imperialistas. La revolución empieza abordando las tareas democráticas y continúa con las socialistas, no existe por tanto una división artificial entre ambas. Por otro lado, la revolución, que empieza dentro de las fronteras nacionales, adquiere una dimensión internacional. La contención de la revolución proletaria en los límites de las fronteras nacionales no puede ser más que una fase transitoria, para sobrevivir necesita el concurso del triunfo socialista en los países más avanzados. Tal fue la experiencia de la revolución socialista de octubre en Rusia45.

Mientras tanto, los comunistas chinos, ajenos todavía a estos debates en la IC y desconocedores de la posición de Trotsky, luchaban contra su exterminio físico en medio de una represión salvaje. La burguesía nativa, apoyada por los civilizados políticos de Occidente, pretendía aplicar un castigo ejemplar a quienes se habían atrevido a desafiar su poder. En Shangai, los dirigentes sindicales fueron quemados en las locomotoras. En el campo, los jefes de las ligas campesinas eran públicamente acuchillados o asesinados a garrotazos. Especial saña hubo contra las mujeres revolucionarias. Ellas, coco con codo con sus compañeros, habían conquistado a través de la lucha su dignidad, poniendo en práctica la igualdad de derechos con el hombre. Su desafío a la postración absoluta a la que la cultura china las condenaba46 fue castigado brutalmente. Fueron detenidas, torturadas y asesinadas, como el resto de sus compañeros, pero además, muchas de ellas fueron desnudadas y expuestas al escarnio público. Entre 1927 y 1933 fueron asesinados cuatro quintas partes de los revolucionarios profesionales y cuadros del Partido. Pero pesar de la tremenda dispersión y de la destrucción del cuerpo vivo del Partido, quedaron núcleos de resistencia, que en pocos años se transformaron en las bases rojas campesinas.

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Notas
37. Fernando Claudín, La crisis del movimiento comunista. Editorial Ruedo Ibérico, Barcelona 1978, página 227.

38. Informe de la Comisión para los problemas nacional y colonial en el II Congreso de la Internacional Comunista, 26 de julio de 1920. Editorial Progreso, Moscú.

39. León Trotsky, Las relaciones entre las clases en la revolución china, en La segunda revolución china, Editorial Pluma, Colombia 1976, páginas 37 y 39.

40. Isaac Deutscher, El profeta desarmado, Ediciones ERA, México,1985, página 301.

41. León Trotsky, Las relaciones entre las clases en la revolución china, en La segunda revolución china, Editorial Pluma, página 39.

42. Fernando Claudín, páginas 227-228.

43. León Trotsky, El historial de la Oposición sobre el Kuomintang, en La segunda revolución china, páginas 87 y 88.

44. León Trotsky, Manifiesto sobre China de la Oposición de Izquierda Internacional, en La segunda revolución china, páginas 79 y 80.

45. “La idea de la revolución permanente fue formulada por los grandes comunistas de mediados del siglo XIX, por Marx y sus adeptos, por oposición a la ideología democrática, la cual, como es sabido, pretende que con la instauración de un Estado ‘racional’ o democrático, no hay ningún problema que no pueda ser resuelto por la vía pacífica, reformista o progresiva. Marx consideraba la revolución burguesa de 1848 únicamente como un preludio de la revolución proletaria. Y, aunque ‘se equivocó’, su error fue un simple error de aplicación, no metodológico. (…) El ‘marxismo’ vulgar se creó un esquema de la evolución histórica según el cual toda sociedad burguesa conquista tarde o temprano un régimen democrático, a la sombra del cual el proletariado, aprovechándose de las condiciones creadas por la democracia, se organiza y educa poco a poco para el socialismo. Sin embargo, el tránsito al socialismo no era concebido por todos de un modo idéntico: los reformistas sinceros (tipo Jaurès) se lo representaban como una especie de fundación reformista de la democracia con simientes socialistas. Los revolucionarios formales (Guesde) reconocían que en el tránsito al socialismo sería inevitable aplicar la violencia revolucionaria. Pero tanto unos como otros consideraban a la democracia y al socialismo, en todos los pueblos, como dos etapas de la evolución de la sociedad no sólo independientes, sino lejanas una de otra. (…) La teoría de la revolución permanente, resucitada en 1905, declaró la guerra a estas ideas, demostrando que los objetivos democráticos de las naciones burguesas atrasadas, conducían, en nuestra época, a la dictadura del proletariado, y que ésta ponía a la orden del día las reivindicaciones socialistas. En esto consistía la idea central de la teoría. Si la opinión tradicional sostenía que el camino de la dictadura del proletariado pasaba por un prolongado período de democracia, la teoría de la revolución permanente venía a proclamar que, en los países atrasados, el camino de la democracia pasaba por la dictadura del proletariado (…)” León Trotsky, La revolución permanente, Fundación Federico Engels, Madrid 2001, página 38.

46. Una mujer estaba sometida de por vida a sus padres, a los padres de su esposo, a su esposo y a su hijo. Los matrimonios eran arreglados por los jefes de las familias sin intervención ni del hombre ni de la mujer en la decisión. Luego del arreglo, la familia del novio pagaba una dote a la familia de la novia por el costo de haberla mantenido hasta el momento de la boda.
En China existió también durante siglos una monstruosa forma de tortura contra la mujer. Las madres quebraban los pies de sus hijas con un proceso de vendaje que duraba hasta quince años, con el objetivo de embellecerlos al conseguir que sus dedos tocaron las plantas de sus pies. La justificación de semejante aberración sería que la mujer danzaría así cual flor de loto mecida en el viento para su señor.

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