viernes, mayo 23, 2008

La primera diputación de Alfredo Palacios



La Buenos Aires de comienzo del siglo XX había dejado atrás a "la gran aldea" descripta por Lucio Vicente López en su libro homónimo, y su impetuoso crecimiento edilicio, la expansión del transporte público, el desarrollo fabril con la consiguiente aparición de una importante clase obrera y sus primeras luchas reivindicativas, hicieron notorios lo significativo de los cambios. Lo único que no cambió entonces fue la corrupción en las prácticas políticas y electorales, en las que el fraude, el voto cantado, el "usted ya votó" que expulsaba violentamente a los opositores del comicio, perpetuaban en los cargos electivos a los personeros de esa "oligarquía con olor a bosta" que Sarmiento fustigara en las páginas del diario El Nacional.
Por eso cuando el 13 de marzo de 1904, bajo un sistema comicial por circunscripciones armado por el general Roca para mayor beneficio del poder, la populosa barriada de la Boca elegía al joven abogado Alfredo L. Palacios consagrándolo el primer diputado socialista de la Argentina y de América, fue inocultable la sorpresa y la conmoción posterior ante ese revulsivo episodio sociopolítico que con el tiempo, y lo ratifica este centenario, ha cobrado la dimensión de un hito histórico relevante en nuestra Argentina tan inclinada al olvido y la mixtificación.
La incorporación de Palacios al Parlamento Nacional -al que ya vigente el voto secreto y obligatorio volvería como diputado en 1912 y 1963 y como senador en 1932 y 1961 no fue la de un rutinario legislador más sino la del vocero de una nueva verdad política y social. Coherente con la pelea doctrinaria que venía sosteniendo desde la tribuna callejera contra la Ley de Residencia y
otras normas represivas de las justas demandas obreras y populares, la ratificó con vehemencia desde su banca, al tiempo que con sus compañeros de bloque lograba la sanción de las primeras leyes en beneficio de los trabajadores. la mujer y el niño. Y denunciando a la vez los espurios negociados del poder dominante contra intereses del país, como la brega junto a Lisandro de la Torre por la anulación del comercio de carnes a favor de los monopolios ingleses o su investigación sobre la escandalosa venta de tierras fiscales de El Palomar.
Inconfundible en su aspecto mosqueteril, gustador de gestos ampulosos y actitudes individuales que solían diferenciarlo de la dirigencia del Partido Socialista -del que fue excluido en 1915 por formalismos estatutarios y al que retomó en 1930 combatiendo el golpe militar de Uriburu-, la fecunda labor política y parlamentaria de Palacios no estuvo exenta de rasgos polémicos y contradictorios, como cuando en 1917 secundó el pedido de ruptura de relaciones con Alemania enfrentando la política neutralista del presidente Irigoyen frente a una guerra colonialista e interimperialista. Pero contracara de esa posición, en 1925 funda con José Ingenieros, Manuel Ugarte, Aníbal Ponce y otras personalidades la Unión Latino Americana, resonante movimiento antimperialista que pone en la picota las agresiones económicas y militares yanquis en el continente. Y no habiendo coincidido con la Revolución Rusa de 1917, en su libro El nuevo Derecho respalda la táctica bolchevique de la dictadura del proletariado para acceder al poder, señalando que ella "fue necesaria en Rusia no porque surgiera de una frase de Marx sino porque así lo exigían las circunstancias especiales en las que se desarrollaba el drama estupendo cuyo escenario era Rusia".
Hasta su muerte ocurrida el 20 de abril de 1965, Palacios vivió con intensidad las complejas alternativas políticas y sociales del país. Ni marxista revolucionario ni irreflexivo seguidor del revisionismo bernsteniano, Palacios fue fiel al socialismo romántico que ejercitó enraizado con el magnetismo de su personalidad, jugado siempre, con sus más y sus menos, por las causas populares, la defensa de la identidad y el patrimonio nacional, la libertad de expresión, la vigencia irrestricta de la democracia política y 'social, la elevación y mejoramiento sustancial de la clase trabajadora. Toleran - te en la divergencia, sin sectarismos pero firme en las convicciones, en 1936 combatió en el Senado el proyecto de ley anticomunista presentado por el fascista Matías Sánchez Sorondo. Y ese mismo año visitó en la cárcel al dirigente comunista Héctor P. Agosti, participando de la gran campaña por su libertad, así como en 1961 atacó la aplicación del represivo Plan Conintes contra peronistas y otros trabajadores en huelga.
Apreciado sobre todo por la juventud como el viejo luchador incorruptible que sabía comprender cada momento con sensibilidad política, su trayectoria, desde propulsor de la Reforma Universitaria de 1918 a su apoyo a la Revolución Cubana, lleva el signo de una consecuencia doctrinaria donde los aciertos pesaron siempre más que los errores. A cien años de aquélla primera incursión en el Congreso, y en estos agitados tiempos en que la imagen de nuestra clase política
está tan devaluada en la opinión pública, Alfredo L. Palacios -uno de los escasos dirigentes socialistas que despertó entusiasmos populares- sobrevive en el recuerdo de la ciudadanía como una excepción, valorado por la austeridad y ética en su conducta pública y privada y por la concordancia entre sus palabras y sus hechos. Se podrá, sin duda, coincidir o discrepar con sus postulados, pero de ningún modo desconocer su actitud antimperialista ni la persistencia de una lucha sin más objetivo que servir a la libertad, la solidaridad y el bienestar del pueblo.

Carlos Agosti

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