Quizás el compañero Luis Guajardo González, 83 años, maestro yesero, sindicalista y combatiente en la clandestinidad contra la dictadura, eternamente pobre y eternamente solitario, habría preferido un funeral más sencillo. Pero los que fueron sus compañeros de partido decidieron rendirle el homenaje -aunque tardío- que su vida abnegada merecía.
Guajardo luchó siempre por el socialismo, una causa que abrazó desde niño. Se hizo muy conocido en las marchas del movimiento social de las últimas décadas. Participaba en todas las movilizaciones -incluyendo desde luego el 1° de Mayo- y lo hacía enarbolando una bandera o una pancarta. Su razón de ser era la solidaridad con estudiantes, pobladores y sobre todo, con sus hermanos de clase, los trabajadores. Su figura esmirriada destacaba en las marchas despertando admiración y simpatía. Incluso a la hora de enfrentarse a la represión o a matones pinochetistas, Guajardo no vacilaba. Pero una dolorosa enfermedad a las rodillas le impidió seguir cumpliendo lo que consideraba un deber.
Fue un militante comunista rebelde e intransigente en asuntos de principios. Su vida se extinguió a las 2.45 de la madrugada del 16 de marzo. Murió en una modesta pieza -la cama, un velador, una mesita y un ropero- que arrendaba en una pensión de Recoleta. Su miserable jubilación se había visto aún más reducida pagando un préstamo destinado a cubrir una estafa de la que fue víctima. Un paro cardiaco, producto de una septicemia pulmonar, se lo llevó esa madrugada. En su caminata final estuvo internado diez días en la Posta Central, donde lo dieron de alta. Pero luego tuvo que ser internado en el Hospital San José. Los médicos decidieron enviarlo a morir en su casa, con los suyos. Pero Don Luchito no tenía casa, solo una pieza, y toda su familia eran dos hijos -de distintas mamás-: Vladimir y Clodomiro. Al primero lo veía rara vez y a Clodomiro -que ya es abuelo y también trabaja en la construcción- sólo lo vio una vez, cuando niño.
El velorio del compañero Guajardo fue en la Casa de Todos, de la calle Lircay, enorme galpón que alguna vez fue lavandería y que la Municipalidad de Recoleta está en vías de comprar. El Partido Comunista se hizo cargo de organizar todo. Banderas y coronas de flores del PC, Frente Patriótico Manuel Rodríguez, JJ.CC., CUT, etc., y el estandarte del Sindicato de Trabajadores Excavadores y Alcantarilleros rodeaban el ataúd. Fue el digno funeral de un destacado hijo de la clase obrera. Pero también tuvo el significado de un acto de reconciliación del PC con su rebelde militante. El presidente de las JJ.CC., Camilo Sánchez, entregó a Clodomiro Guajardo una foto de su padre en una de las marchas. Así, al final, Don Luchito estuvo rodeado de sus camaradas. Lo acompañaron hasta el mismo crematorio del Cementerio General donde su ejemplar vida proletaria se convirtió en cenizas.
Luis Guajardo González nació en Paine, en una familia campesina. Su padre era socialista y él a su vez se hizo militante de la Juventud de ese partido a los 12 años. Poco después falleció su padre y Luis Guajardo se trasladó a Santiago buscando trabajo. Tenía 14 años. Se hizo obrero de la construcción y se especializó como maestro yesero -los encargados de las molduras, un verdadero arte en las obras-. En esa época se inició como luchador social y fue reclutado -a la antigua- por el Partido Comunista. Agitador y organizador de huelgas, fue elegido presidente del Sindicato Unidad y Resistencia de Yeseros de Santiago. Participó en el proceso de formación de la Unidad Popular y se convirtió en “cuadro” revolucionario, integrando la Comisión Sindical del PC. Dadas sus características personales fue destinado a las tareas de seguridad del partido. Trabajó en la Imprenta Horizonte -donde se imprimían el diario El Siglo y otras publicaciones de Izquierda-. Guajardo controlaba el acceso a la imprenta -que en la madrugada del 3 de abril de 1957, cuando Santiago ardía en una espontánea insurrección popular, sufrió el asalto de la policía política-. Guajardo, instalado en el acceso a la imprenta, disponía de un Colt de cañón largo... por si las moscas.
El golpe militar de 1973 -que significó la ocupación de Horizonte- no encontró a Guajardo en ese lugar. Se hallaba en la Unión Soviética junto con un grupo de campesinos y mapuches comunistas que recibían instrucción de “autodefensa de masas”. Don Luchito pidió regresar clandestino al país y sumarse a la reorganización de su partido. Se incorporó así al “aparato armado” del PC y más tarde a la organización del FPMR. Los esfuerzos del PC se orientaban desde 1980 a la “política de rebelión popular de masas”, que interpretaba lo más profundo de la conciencia proletaria del compañero Guajardo. Hasta tal punto adhería a las orientaciones de esa política -que compartía buena parte de la Izquierda revolucionaria- que Guajardo decidió marginarse del PC cuando este ingresó a la Nueva Mayoría. Aunque calificó su decisión como “la más triste de mi vida”, siguió siendo un comunista cabal por sus convicciones revolucionarias. Participó en el Movimiento Patriótico Manuel Rodríguez y en la fundación de la Unión Clasista de Trabajadores (UCT). Compartió con grupos políticos y sociales y con colectivos de derechos humanos, trabajadores y pobladores. También comenzó a escribir un libro sobre el movimiento obrero cuyos originales ojalá no se pierdan.
El compañero Guajardo -que en una época vendía el semanario El Siglo en las puertas del INP- tuvo siempre una fraternal relación con Punto Final y su director. Tuvimos el honor de recibirlo en 2015 en el acto de masas para celebrar el 50º aniversario de la fundación de PF.
La Izquierda chilena ha perdido a un militante ejemplar, de los que hacen historia, de aquellos que que Brecht llamó “imprescindibles”.
Que Luis Guajardo descanse en paz; cumplió su tarea y dejó una enseñanza de consecuencia y de confianza en el futuro socialista de la Humanidad.
Manuel Cabieses D.
Punto Final licado en “Punto Final”, edición Nº 872, 31 de marzo 2017.
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