Formas “placenteras” del coloniaje
Tal parece que entre la “industria del turismo” y la de los “bienes raíces” o “inmobiliarios”, el mundo viene a ser sólo un decorado con paisajes y mano de obra rentables. Como si los “complejos” de hotelería y sus “entretenimientos” nos hubiesen ganado el centro de la escena -en un descuido cultural planetario- y nos impusiesen ahora sus caprichos mercantiles nuevos para el “placer” de los clientes que pagan por todo. Pueblos, arquitecturas, música, danza, pintura, escultura y toda clase de monumentos naturales o culturales, acicalados con folletería vistosa para esconder la explotación de la mano de obra local que da mantenimiento (por muy poco dinero) al placer del que paga por “descansar”. A eso le llaman “generar empleo”… “bienes” y “servicios”. Flexibilizados. Y, dicen, hay que agradecérselos.
Los “planes del turismo” no se contentan con imponer sus horarios y rutinas de mercado. Imponen su estética y su ética mercantiles basados en el confort de la burguesía y sus clichés más odiosos. Todo acompañado por mucha mano de obra capacitada para las artes de hacerse invisible cuando el cliente quiere descansar. Un capítulo aparte es la ignominia de las “propinas”.
Se trata de una red, cada día más compleja, de negocios asociados, directa o indirectamente, para publicitar y seducir masas de consumidores dispuestos a moverse con transportes (cada día más incómodos y antipáticos) con “servicios” de crédito y financiamientos, con guiones actorales de empresa, en cada contacto humano, para una cadena impostada que pretende hacer parecer simpático el interés de comerciar con el descanso. Por cada “turista” se mueven cardúmenes de vendedores que acercan lo inimaginable al candidato de una operación turística. Sean sombreros para el sol, o sean conciertos para la “Opera de Pekín” especialmente hecha a escala para un crucero del caribe mientras la gente cena. El turismo internacional generó (en el año 2014) 1.5 billones de dólares y para 2017 piensan crecer en 3 o 4%. ¿En qué estarán pensando? Bajo el concepto de “turismo” se venden “tiempos compartidos”, alquileres de transportes, “entretenimientos”, “cultura”, apuestas, “aventuras”, “seguros de vida” y terapias “spa” para el cuerpo y para la mente.
En los subsuelos de la industria circulan todas las adicciones y las vejaciones. Desde el crimen organizado hasta, por ejemplo, los servicios de “seguridad” para grupos de soleteros asiduos del turismo sexual en países esclavizados de mil maneras. La “gracia” de esta industria es movilizar contingentes enormes que se comportan idénticamente para venderles estereotipos de consumo troquelados con la lógica de invertir poco y ganar mucho. Lo más rápido posible y para unos cuantos. Y no hay límites éticos ni estéticos. Si hay que someter, a los intereses de la industria del turismo, las pirámides de Egipto o las pirámides de Teotihuacán; si hay que poner la civilización maya al servicio de las cadenas hoteleras… si hay que usar a los pueblos originarios, sus costumbres sus artesanías, sus ritos y sus mitos para que el “turismo” se entretenga, habrá burocracias, leguleyos y políticos serviles dispuestos a reducirlo todo al carácter escenográfico del mundo donde el rol estelar lo tienen los empresarios del turismo capitalista. Todo a cambio de dos pesos para los trabajadores.
Así en la moral del turismo depredador burgués los pueblos deben aprender a ser hospitalarios y serviciales (cuando no serviles). Los pueblos han de practicar todas las genuflexiones y las prostituciones. Los pueblos trabajadores han de aceptarse a sí mismos como periferia del negocio usurpado por las maquinarias de guerra ideológica que se disfrazan de Bingos, Casinos, hoteles de lujo y de cuanta parafernalia se ponga de moda. Coloniaje cultural y esclavitud ideológica. Dicen que es progreso. Que son “Industrias sin Chimeneas”
Con la filosofía mercenaria de que “el cliente siempre tiene la razón” se hace doblegar la geografía, la historia y la arquitectura. Se vuelve “turismo aventura” toda reserva natural, se acaparan y se invaden las playas, los ríos y los mares… se inunda todo con alcohol de todo género y se desata el imperio del “mal gusto burgués” que quiere convencernos de que el espectáculo circense de su turismo colorido y adefésico, con gafas para el sol (incluso en interiores) embadurnados para el bronceado publicitario y ruidosos para silenciar sus mediocridades… es la alegría, es lo que debe ser, es el premio que repara las fatigas fabricadas por el capitalismo. Y se toman millones de fotos.
Cada pueblo debe tener el derecho inalienable de diseñar su medios y sus modos para que su descanso pertenezca al “Buen Vivir” siempre y no sea una anécdota de comerciantes. Cada pueblo tiene la obligación histórica de defender sus patrimonios y desarrollar desde sí lo mejor que tenga sin ser victima de jurias “inversionistas” que así como arrebatan, usan y comercian con todo lo que se les ponga enfrente, así abandonan lo que no les sirve más y dejan tendales de depredación material concreta y también subjetiva. Acapulco, por ejemplo, es una tragedia disfrazada de turismo. Toda su belleza y sus mejores comodidades, sólo pueden ser “disfrutadas” por los turistas. El pueblo vive en los cerros sin lo mínimo obligado para una vida digna. Lo mismo ocurre en todo el planeta.
En este baile de máscaras colonial disfrazado de “turismo” tenemos un campo de batalla complejo y laberíntico. Se trata de una de las industrias que el capitalismo neoliberal ha convertido en una fuerza depredadora sin límites porque logró fusionar los intereses hiena de comerciantes diversos. Entran a la lista los que acaparan, secuestran y comercian con el uso del suelo, y entran también los que maquillan todo con glamur de farándulas. Comercian con el patrimonio de los pueblos las líneas aéreas, los transportistas de todo tipo, los políticos y sus gobiernos, las vedettes de todo pelaje, los vendedores de seguros, los hospitales y los vendedores de “seguridad”. Paquete completo que el neoliberalismo consolidó para reinar con sus anti-valores contra la lógica del respeto por los pueblos y su derecho a decidir soberanamente lo que debe hacerse con sus tierras, mares y aires. El colmo es cuando todo ese despliegue colonial se hace llamar Cultura y Comunicación para la “diversión” popular. Y se nos vuelve invisible. ¿Y si desobedecemos el formato turístico dominante?
Fernando Buen Abad Domínguez. Universidad de la Filosofía
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