jueves, noviembre 16, 2017

Filipinas: Rodrigo Duterte, un señor de la guerra convertido en presidente

La letanía de comentarios horribles que han catapultado al líder filipino, Rodrigo Duterte, a la notoriedad internacional es tan exhaustiva que es difícil elegir los más inauditos. No hay nada en lo que se contenga lo más mínimo.
En septiembre de 2016, por ejemplo, se refirió con entusiasmo al Holocausto como una analogía de su brutal guerra contra las drogas. “Hitler masacró a tres millones de judíos”, dijo. “Ahora hay tres millones de drogadictos. Me encantaría matarlos a todos”.
Duterte también ha alardeado de los días cuando se paseaba en moto buscando gente a la que matar, así como de haber lanzado a un hombre desde un helicóptero. Incluso se lamentó en broma de haber perdido la oportunidad de violar a una guapa misionera australiana antes de que fuese asesinada en una operación contra el motín de una prisión.
La semana pasada, Duterte volvió a ser el protagonista de los titulares. “Con 16 años, yo ya había matado a alguien”, dijo. “Una persona de verdad, una reyerta, un apuñalamiento. Solo tenía 16 años. Fue solo por una mirada. ¿Cuánto más ahora que soy presidente?"
El presidente filipino se dirigía a la comunidad filipina en la ciudad vietnamita de Da Nang, antes de la cumbre de Cooperación Económica de Asia Pacífico, a la que también acudió Donald Trump. Este martes, Donald Trump finalizó en Filipinas su gira por Asia, en la que se ha reunido con Duterte.
Por supuesto, Trump no es responsable de los crímenes de los que Duterte presume. Pero con sus afirmaciones populistas, su tendencia a la exageración y su actitud denigrante hacia las mujeres, así como con los ataques a la prensa y su desprecio total por la conducta política más convencional, no es sorprendente que se hayan trazado comparaciones entre ambos.
Duterte llamó a Barack Obama “hijo de puta”, pero la relación entre Trump y el presidente filipino parece haber tenido un inicio mucho mejor. Una transcripción filtrada de una llamada telefónica entre ambos reveló que Trump había alabado a Duterte por su “trabajo increíble” en la guerra contra las drogas.
Exfiscal y antiguo alcalde de Davao, una ciudad en la isla de Mindanao, el programa de Duterte como hombre fuerte –su logo de campaña era un puño cerrado– le hizo ganar popularidad en todo el país. Llego al poder gracias a promesas para erradicar las drogas y el crimen, prometiendo una campaña de mano dura que mataría a 100.000 personas y utilizaría los cuerpos de los consumidores de drogas para alimentar a los peces en la Bahía de Manila. La gente quedó impresionada por el líder duro que prometía impedir que el país siguiese cayendo en lo que él llamaba narcoestado. Finalmente salió elegido en mayo de 2016.
Apodado 'El castigador', este hombre de 72 años nació en Maasin. Sus inicios como persona mediomafiosa se formaron desde una edad muy temprana. Era un matón que fue expulsado del colegio y que con 15 años ya llevaba pistola.
“Fue expulsado de algunas escuelas e incluso disparó a un compañero de clase, pero nunca se le castigó por nada. Se libró”, explica a The Observer el senador Antonio Trillanes, uno de los mayores críticos de Duterte. “Creo que eso ha contribuido a su mentalidad de impunidad, porque nunca fue castigado. Ha matado a gente, pero eso simplemente se olvidó”.
Duterte estudió Derecho y se convirtió en fiscal, haciéndose camino hasta ser vicealcalde y finalmente alcalde de Davao, un cargo que ocupó durante más de 20 años.

Obsesión por el poder

“Creo que la única crisis que tuvo en su crecimiento fue cuando murió su padre y la riqueza y el poder político desaparecieron. No podía soportar ser un tipo normal. Recibió una cura de humildad y tuvo que hacerse su propio camino”, explica Trillanes. “Desde ese momento, aquel tipo que disfrutó de una vida de poder y riqueza no quería perderla. A partir de entonces, no lo dejó escapar”.
Un documento que forma parte del proceso de su divorcio con Elizabeth Zimmerman en 1998 también es revelador. En su evaluación psicológica detallada en el informe, el doctor concluyó que sufría un desorden de personalidad narcisista, con tendencias agresivas entre las que se incluye un “sentido grandilocuente de sí mismo y de los privilegios que cree merecer” y “una tendencia constante a menospreciar y humillar a los demás”.
Fue en Davao en los años 80 cuando Duterte probó por primera vez la mano dura contra las drogas y el crimen, una política que a menudo provocaba la aparición de cadáveres en las calles. Human Rights Watch detalló durante mucho tiempo las acusaciones de los “escuadrones de la muerte de Davao” cuando Duterte era alcalde, afirmando que se mató a más de 1.000 personas, incluidos sospechosos de ser consumidores de drogas y traficantes, niños callejeros, así como periodistas críticos con su actuación.
Incluso una vez Duterte lo confirmó abiertamente. “¿Soy yo el escuadrón de la muerte? Cierto. Eso es cierto”, declaró a su programa de televisión local en mayo de 2015.
Aunque los ayudantes de Rodrigo Duterte acostumbran a dar marcha atrás tras las declaraciones de su presidente, señalando que no se deben interpretar al pie de la letra sus comentarios disparatados o que los decía en broma, el presidente de Filipinas ha demostrado ser un hombre de palabra en relación a la "guerra antidroga".
Desde que tomó posesión del cargo el 30 de junio del año pasado, al menos 7.000 filipinos han sido asesinados, casi 4.000 por la policía y muchos miles más por supuestos justicieros. Imágenes espeluznantes de los asesinatos sobrecogieron rápidamente a la prensa nacional e internacional: imágenes terribles de gente muerta en las calles en mitad de la noche, con las cabezas envueltas en cinta de embalaje, muchas veces junto a carteles en los que se les acusa de ser traficantes de drogas, drogadictos o criminales. Un periódico local, el Inquirer, empezó una "lista de asesinados" en un intento de hacer un seguimiento de todas las muertes.

Asesinatos extrajudiciales con apoyo popular

Más de un año después desde el inicio de su mandato, el número de muertes extrajudiciales ha superado el de muertos durante la dictadura del sanguinario Ferdinand Marcos, que rigió el país durante dos décadas.
En una valoración del primer año del gobierno de Duterte, Amnistía Internacional emitió un comunicado en junio señalando que miles de filipinos han sido asesinados por, o a instancias de, una fuerza policial que actúa fuera de la ley y a las órdenes del presidente.
"La violenta campaña de Duterte no ha acabado con el crimen ni ha resuelto los problemas asociados con las drogas", dice James Gómez, director de Amnistía Internacional para el sureste asiático y el Pacífico. "Lo que ha hecho es convertir el país en un lugar aún más peligroso, debilitando aún más el Estado de derecho y otorgado notoriedad [a Duterte] como un líder responsable de la muerte de miles de sus propios ciudadanos".
Aunque la guerra antidroga de Duterte ha suscitado una gran condena a nivel internacional, el propio presidente ha permanecido inmune. En su lugar, ha ofrecido inmunidad a los asesinatos policiales en nombre de la "guerra antidroga", mientras que su gobierno niega las acusaciones en relación con "batallones de la muerte".
También ha luchado por silenciar a sus críticos más directos, incluido el encarcelamiento de la senadora Leila de Lima, que como presidenta de la Comisión de Derechos Humanos lideró una investigación en 2009 del batallón de la muerte de Davao. Duterte también llevó al límite a algunos filipinos este septiembre cuando, para hacer frente a una insurgencia terrorista en Marawi, declaró la ley marcial en todo Mindanao. El Congreso ha votado para mantenerla vigente hasta el 31 de diciembre.
A pesar de todas las polémicas durante su Administración, el presidente mantiene un nivel alto de popularidad, a pesar de una caída reciente en las encuestas. A nivel nacional, la satisfacción con la "guerra antidroga" está al 63%, según una encuesta en octubre por el centro de investigación Social Weather Stations, aunque muchos dicen que también creen que los sospechosos deberían ser capturados con vida.
En una decisión que Duterte esperaba que calmase los "corazones sangrantes", el presidente ordenó el mes pasado a la policía poner fin a todas sus operaciones relacionadas con drogas y puso al cargo a la Agencia Antidrogas.
Al preguntar a la periodista filipina Solita Monsod cómo entender mejor quién es Duterte en realidad, dice que como mejor se explica al presidente es mediante la evaluación psicológica a la que fue sometido durante la anulación de su matrimonio. "No se puede juzgar a este hombre por los métodos habituales porque este hombre tiene un trastorno. Este hombre tiene problemas de salud mental".
Al menos, añade, él no tiene acceso a un botón nuclear.

El expediente de Duterte

Nacimiento: 28 de marzo de 1945 en una familia de políticos de Maasin. Su padre fue un gobernador provincial y su madre, maestra. Se formó como abogado, hasta convertirse en fiscal del Estado, antes pasar a ser alcalde de Davao en 1988. Casado dos veces. Cuatro hijos.
Mejores tiempos: obtuvo un amplio apoyo al transformar Davao de "ciudad mortífera" al lugar más seguro de Filipinas.
Peores tiempos: cuando amenazó dejar la ONU después de que criticaran su "guerra antidroga" por ser un crimen bajo el Derecho internacional. Desde el comienzo de su presidencia, las cifras oficiales muestran que la policía han matado casi a 3.500 "personalidades de la droga", mientras que otras 2.000 personas han sido asesinadas en crímenes relacionados con la droga y miles más bajo circunstancias sin explicar.
Lo que él dice: "Olvidad las leyes de derechos humanos. Si llego al palacio presidencial, haré justo lo que hice como alcalde. Vosotros, los camellos, delincuentes y vagos, es mejor que os vayáis. Porque os mataré. Os tiraré en la bahía de Manila y cebaré a todos los peces que hay ahí" (Discurso de campaña electoral).
Lo que dicen otros: "Una cosa sobre mi hermano es que es testarudo. Cuanto más le digas que no haga algo, más lo hará. Tiene que relajar su ira. Necesita gestionar su ira" (Emmanuel Duterte, New York Times).

Kate Lamb
eldiario.es
Traducido por Javier Biosca y Marina Leiva

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