sábado, diciembre 29, 2018

Hungría en el escenario de la crisis mundial



Las últimas dos semanas vieron estallar en Europa otra bomba de tiempo. Se trata esta vez de Hungría, donde el gobierno de Orban, del partido conservador nacionalista Fidesz, ha aprobado una reforma laboral que sube el máximo de horas extra por año de 250 a 400 y precariza aún más a los trabajadores, que la apodaron "la ley de esclavitud". Junto a esta reforma, el oficialismo, que había ganado las elecciones con el 50% y cuenta con dos tercios del Parlamento, aprobó también una reforma judicial que establece la creación de tribunales con jueces puestos a dedo por el ejecutivo y con la potestad, por ejemplo, de legislar sobre el derecho a huelga. Miles de trabajadores reaccionaron y tomaron las calles en Budapest y otras seis ciudades húngaras contra un nuevo ataque a sus condiciones laborales.

¿Nacionalismo pro-Unión Europea?

La reforma laboral del nacionalista Orban se aprueba bajo las exigencias de las automotrices alemanas VW y BMW y la batuta de Merkel, que busca abaratar aún más la mano de obra para sus empresas radicadas en Hungría. Esto sucede tan solo unos meses después que el Parlamento Europeo apruebe sanciones contra Orban y su política migratoria. Hungría enfrenta una escasez de mano de obra debido a esta restricción y a la emigración de trabajadores del país. El nacionalismo húngaro encara está contradicción por medio de una acentuación de la precariedad laboral.

Bonapartismo en crisis

El régimen de Orban se consolidó con casi el 50% de los votos en una elección con el mayor índice de participación de la historia reciente de Hungría. Desde entonces, basado en su retórica nacionalista, ha desenvuelto un gobierno de características bonapartistas, pasando por encima de la justicia y de la libertad de prensa.
Sin embargo, la crisis abierta por la "ley de esclavitud" empieza a socavar las bases de ese bonapartismo. El instituto liberal Republikon señala tras una encuesta que el 63% de los seguidores de Orban rechaza la reforma, además del repudio del 95% de sus opositores. El conjunto de los partidos contrarios a Fidesz se ha posicionado en contra, desde la extrema derecha a la "extrema izquierda". Incluso la Iglesia Católica, que actúa una vez más como salvavidas, "apoya" por lo bajo las manifestaciones con la condición de la no violencia.

La extrema derecha y los vacíos de la izquierda

Mientras miles de trabajadores salen a las calles de las ciudades más importantes de Hungría al grito de "no seremos esclavos" y "Fuera Orban", la izquierda húngara interviene con una política puramente parlamentaria y reformista, y brilla por su ausencia en las calles.
Por su parte, la burocracia sindical, en una maniobra al estilo CGT Argentina, amenaza con ir a la huelga si se promulga la ley, es decir, en repudio a un hecho consumado. Juegan con esto a decantar la indignación del movimiento obrero.
El partido de extrema derecha, Jobbik, se presenta en los medios como el gran opositor a la reforma y busca la simpatía de los manifestantes con acciones demagógicas como el voto en contra en el Parlamento, a sabiendas que como bloque minoritario no iba a afectar su aprobación, o la "lucha" contra los medios de comunicación oficialistas. Incluso ha llegado a pedir un referendo que dirima la cuestión. La extrema derecha aprovecha, como lo hace en cada lugar en el que interviene, los espacios vacíos dejados por la izquierda.

Los trabajadores

El cuadro político de Hungría crea las condiciones para una intervención histórica de los trabajadores, que son los únicos que pueden presentar una salida a la crisis si entran en escena con un programa propio. La huelga general está a la orden del día para derrotar a Orban y poner sobre la mesa todas las reivindicaciones del movimiento obrero, que deben conducir necesariamente un planteo de poder.

Marcos Solari Pozzo

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