martes, diciembre 18, 2018

Un recuerdo de Julio Cortazar en Nicaragua

Recuerdo, algunos años antes de la Revolución (1976), la primera visita a Nicaragua del gran novelista argentino Julio Cortazar, quien llegó a visitar a Ernesto Cardenal a Solentiname entrando medio clandestino por el lado de Costa Rica llegando por avión al pueblo de los Chiles y yo fui con Ernesto, que había llegado a nuestra hacienda las Brisas desde Solentiname para ir a recibirlo, en un Jeep medio destartalado que nosotros teníamos en la hacienda a recogerlo al campo de aterrizaje del pueblo de los Chiles. Estuvimos varias horas conversando, Ernesto mi padre y algunos otros que habían llegado con Ernesto, pero me parece recordar que habían otras visitas en las Brisas, estaba Sergio Ramírez, que había llegado con Cortazar, pues se hizo una gran rueda de personas conversando en que mi padre, el poeta José Coronel Urtecho y Cortazar eran los protagonistas. Ernesto había llegado por la mañana en un pequeño bote con motor fuera de borda con Alejandro Guevara, que todavía era un chavalo, para llevar a Cortazar y al grupo a Solentiname, pero mi hermano Luis que, ya para entonces era el Administrador de la Hacienda Sta. Fe, en la vega del Rio San Juan y que tenía una buena lancha rápida y segura se ofreció para llevar a Julio, quien por su tamaño apenas alcanzaba en el bote de Ernesto, remontando parte del Rio Medio Queso, del San Juan y por el, a veces hostil, Gran Lago de Nicaragua hasta la Isla de Mancarrón, una de las 28 islas del archipiélago de Solentiname, y donde Ernesto aun hoy, a sus 92 años, mantiene contacto con la comunidad. Cortazar describe ese viaje en alguno de sus ensayos.
Varios años después, ya formando parte del gobierno Revolucionario, tuve la oportunidad de viajar por un día entero, con Julio Cortazar quien había sido invitado por Sergio Ramírez a Nicaragua. Salimos temprano de Managua hacia el sur del país, Sergio, Julio y yo en un Jeep asignado a Sergio como miembro de la Junta de Gobierno. Sergio iba en la parte delantera junto al conductor y Julio y yo en la parte trasera. El pobre Julio, que además de sus sesenta años, tenía unas larguísimas piernas apenas alcanzaba en aquel lugar y a pesar del interés de la conversación de Sergio y de mis intervenciones sobre los planes agrícolas de la Revolución, Julio mostraba señas de incomodidad, que Sergio yendo adelante no notaba y que yo me di cuenta muy tarde. Después de viajar hasta el pueblo el Ostional en el extremo sur del departamento de Rivas, en un camino a veces infernal; volvimos muchas horas después al pueblo de Tola, en donde se celebraba una misa en recuerdo de un guerrillero muerto durante la Revolución. Después de la misa fuimos a comer algo y descansar a la casa de la madre del guerrillero. Yo estuve acompañando a Cortazar todo el tiempo ya que Sergio como gran personaje político estaba todo el tiempo rodeado de una pequeña multitud, y logramos sentarnos en un lugar un poco apartado observando lo que se había convertido en una especie de pequeña fiesta. Yo notaba a Julio muy cansado pero muy interesado en aquella reunión heterogénea de personas típicas de la estratificación social, ya trastocada por la Revolución, de un pequeño pueblo de Nicaragua. Al cabo de unos minutos de estar conversando con Cortazar sobre eso, se nos acercó una joven, que me parece recordar que era la viuda del guerrillero revolucionario, y se le presentó a Cortazar y le comenzó a citar párrafos enteros de varias de sus novelas y a comentarle aspectos y detalles diferentes con gran propiedad y casi con la autoridad de un gran crítico literario. Luego de un buen rato que la joven estuvo hablando y se había retirado y nosotros volvíamos a la, para Julio, tortura del Jeep, éste me comentaba que nunca antes, en muchos lugares que había visitado le había pasado algo similar y mucho menos en un apartado y pequeño pueblo como Tola; él y por supuesto yo, estábamos admirados de aquella crítica de la obra del gran novelista Julio Cortazar que había aparecido de la nada. Algún tiempo después me encontré casualmente con Cortazar, él saliendo con su esposa y yo entrando al Museo de Antropología e Historia en la Ciudad de México y nos saludamos efusivamente, para envidia de mi amigo Fernando Sequeira quien me acompañaba y algunos visitantes del Museo que lo reconocieron. Fernando se molestó porque no se lo presenté ya que Julio iba de prisa. Años después sentí mucho la muerte de Julio pues en aquellos días que pasó en Nicaragua le había tomado aprecio y admiración, menos por su enorme prestigio mundial como gran novelista del llamado “boom”, que por su transparencia y sencillez personal.

Ricardo Coronel Kautz

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