jueves, diciembre 27, 2018

La Patagonia rebelde, de Osvaldo Bayer



Esta experiencia histórica es reconstruida por Bayer no solo por el conocimiento fáctico, de fuentes y testimonios que recopila sino a través de la textura de un escritor tan original que nos propone encontrar en el pasado las claves posibles para comprender el presente y avanzar en transformarlo. Este es su mejor legado.

Osvaldo Bayer además de un gran historiador y luchador incansable, mantuvo a lo largo de su vida un compromiso militante con la causa de los trabajadores y oprimidos. Entre otras facetas, el periodismo y la investigación fueron capítulos especiales de su trayectoria intelectual dedicada a la pelea por los derechos de los pueblos originarios, la historia de la clase obrera y el movimiento anarquista. Así lo retratan sus principales trabajos publicados.
Los vengadores de la Patagonia trágica cuyos tres primeros volúmenes aparecieron en el país entre 1972 y 1974 y el cuarto publicado en su exilio en Alemania, reveló en toda su dimensión las condiciones de vida de aquellos peones que en la región austral del país enfrentaron a la elite de estancieros y la oligarquía nacional. En La Patagonia rebelde, resultado de casi una década de investigación, Bayer desarrolló esta temática central. Pero no solo eso.
La narración con la claridad de su estilo, en una mezcla de historia novelada, periodismo y paciente trabajo de campo, reveló toda una época. La llegada al poder y el liderazgo de Hipólito Yrigoyen y la Unión Cívica Radical, en un contexto que combinaba las tensiones de una economía agroexportadora en expansión y los primeros pasos en la organización del movimiento obrero que debió enfrentar los intentos de disciplinamiento en beneficio de la expansión capitalista de la época.
Las huelgas patagónicas relatadas por Bayer expusieron las contradicciones del tibio reformismo de Hipólito Yrigoyen, que la Semana Trágica en 1919 ya había anticipado, y el carácter de clase de su gobierno ante el incremento de la conflictividad y la combatividad obrera. A pesar de que esta vez los sucesos se desarrollaron a kilómetros del centro político del país, los hechos y sus consecuencias trascienden las distancias.
Hacia 1920 cuando se iniciaba el conflicto que da nombre al libro, en la provincia de Santa Cruz, la Patagonia es el reino de los grandes estancieros, en su mayoría británicos, que concentraban enormes propiedades. La clave era la producción lanar, sostenida con el trabajo de peones rurales, mucho de ellos chilenos, que vivían en condiciones de extrema dureza. Como puede verse en los relatos oficiales que Bayer trabaja, “la masa laboriosa de aquel territorio, que trabaja en las estancias sufriendo las inclemencias de un aislamiento casi absoluto del mundo y aquel clima sin las más elementales comodidades, soportando una de las vidas más duras que puedan imaginarse, está luchando desde 1920 para conseguir de los estancieros —muchos de los cuales son capitalistas que viven en Buenos Aires o en Londres— mejoras de carácter elemental”. Los testimonios reunidos en el libro son en ese sentido de enorme dramatismo.
Las huelgas patagónicas atravesaron varios momentos. La primera oleada se desató por demandas en las condiciones laborales y el rechazo de la patronal a reconocer la organización obrera. Finalizó con un triunfo parcial de los trabajadores aunque, advierte Bayer, no sería más que el preámbulo de un trágico final que ocurrió meses después cuando el incumplimiento de lo acordado desató nuevamente el enfrentamiento. La segunda oleada tendría como norte la libertad de los presos llegando a paralizar toda Santa Cruz, desafiando la propiedad privada y cuestionando el poder de los dueños de la tierra. El relato de Bayer pretende demostrar la legitimidad de la autodefensa obrera en la pelea por sus reivindicaciones. Yrigoyen intervino entonces con el firme propósito de liquidar a todo el movimiento en una de las represiones obreras más sangrientas del siglo XX y asegurar, como pedían las fuerzas patronales, la Sociedad Rural y la Liga Patriótica, el orden en la Patagonia. «Vaya, teniente coronel. Vea bien lo que ocurre y cumpla con su deber», le ordenaba al teniente coronel Héctor Benigno Varela. Anticipo de una masacre obrera fraguada como enfrentamiento.
El rol del Ejército como aliado patronal, foráneo y nacional, también es documentado por Bayer de manera contundente, “La caballería argentina no supo de renunciamientos y sacrificios. Fue una verdadera caza del hombre, kilómetro tras kilómetro, legua tras legua. Los muchachos uniformados supieron darle por la cabeza a los chilotes ya desparramados y muertos de miedo, a los gallegos anarcos y a esos otros, pálidos europeos, fueran alemanes, polacos o rusos”.
En La Patagonia rebelde el retrato de algunos personajes de la obra, la trascienden y su mención proyecta el espíritu de las clases dirigentes del país. La fuerza de su relato se reconoce no solo en aquello que describe sino en aquello que sugiere. Unidas por los negocios y lazos parentales, como concluye Bayer “el poder en la Patagonia estaba dado por la ecuación: tierra más producción de lana más comercialización más dominio del transporte”. Así ocurre con la representación de una de las familias de la elite, prototipo de otras patagónicas, la familia de los Braun, propietaria de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego que llegó a disponer de 1.376.160 hectáreas y contaba con “1.250.000 lanares que producían 5.000 millones de kilos de lana, 700.000 kilos de cuero y 2.500.000 kilos de carne”.
El resto del territorio de la provincia por la concesión de tierras fiscales quedaba en manos de los extranjeros y algunos pocos argentinos. La mención al tema que Bayer dedica en el libro recobra total actualidad, “lo que sí suena a ridículo es la tesis de los que hoy todavía sostienen que la represión de las huelgas de los peones patagónicos de 1921-1922 se hizo en defensa del patrimonio nacional contra quienes, enarbolando la bandera roja, querían «internacionalizar la Patagonia». Sin necesidad de bandera roja, la Patagonia ya estaba internacionalizada, no sólo por el latifundismo extranjero, sino también porque toda su riqueza se llevaba en bruto al exterior”.
Otra figura cuyo eco sigue presente es la del ya mencionado teniente coronel Héctor Benigno Varela, como escribe Bayer, enviado por Yrigoyen para pacificar la región, encargado del desarme de los huelguistas y posteriores detenciones y fusilamientos. A Varela más conocido como “el sanguinario” lo acusan “de haber ejecutado en el sur a 1500 peones indefensos. Les hacía cavar las tumbas, luego los obligaba a desnudarse y los fusilaba. A los dirigentes obreros los mandaba apalear y sablear antes de dar la orden de pegarles cuatro tiros”.
El texto delinea la fisonomía de la clase obrera argentina en sus orígenes, un abanico de tendencias y grupos superpuestos de obreros autóctonos e inmigrantes, entre los que rechazan la organización sindical, minoritarios es cierto, pero imposibles de ignorar; un sector afín a la apertura dialoguista que propone Yrigoyen poniendo en juego el carácter autónomo e independiente de sus demandas y finalmente, pero no menos importante claro, los identificados con el ideario anarquista. Especial atención dedica a aquellos que inspirados en la gesta de la Revolución rusa y sus ideales se atrevían a desafiar y enfrentar, pagando con sus vidas, los atropellos de la conservadora elite anglo argentina.
Como explica Bayer las palabras de uno de los huelguistas golpean como martillazos “la única forma de triunfar es pelear, no podemos volver a la esclavitud después de demostrar que fuimos capaces de levantarnos contra los poderosos, no podemos negociar con los que han asesinado a compañeros nuestros en Punta Alta y Paso Ibáñez, esta huelga se hizo para libertar a los compañeros presos en Río Gallegos y no podemos abandonarlos ahora, sólo nos queda una posibilidad: combatir”. Entre varios aparece la figura del Gallego Soto uno de los principales dirigentes anarquistas de las huelgas rurales, electo en 1920 secretario general de la Sociedad Obrera de Río Gallegos. Bayer no se priva de compartir la ficha que las fuerzas del orden acaparan de esta figura “medía 1.84 de altura, tenía ojos azules claros, cabello castaño tirando a rubio, y era bizco del ojo derecho”. Como este, un sinfín de experiencias son rescatadas de un modo que no es difícil imaginarlos actuando, vivos en el presente.
La aparición de La Patagonia rebelde hoy convertido en un clásico sobre las huelgas patagónicas de los primeros años de la década de 1920, dio fuerza a la labor en un campo poco explorado hasta entonces y logró sumarse a los debates político historiográficos de la década del sesenta, reescribiendo otra historia acerca de la matanza de 1.500 obreros patagónicos. El paso del tiempo no ha logrado opacar su vitalidad. Esta experiencia histórica es reconstruida por Bayer no solo por el conocimiento fáctico, de fuentes y testimonios que recopila sino a través de la textura de un escritor tan original que nos propone encontrar en el pasado las claves posibles para comprender el presente y avanzar en transformarlo. Este es su mejor legado.

Liliana O. Caló

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