Ya es muy difícil que Arabia Saudita pueda revertir el curso de la guerra que ha declarado contra Yemen, y que creyó resolvería sin demasiada dificultad. Ahora después de cuatro años y medio, sabe que jamás logrará sacarse de encima el sabor de la derrota, más allá de que todavía, finalmente, pueda concretar técnicamente una victoria.
El golpe demoledor del sábado 14 de septiembre, que significó los ataques de la resistencia houtie contra las plantas de la Saudi-Aramco, (Ver, Yemen: Más tormentas en el Golfo Pérsico) y los que afectó particularmente en la refinería de Abqaiq, la más grande del mundo, fue una respuesta no calculada a los ataques de la coalición encabezada por los sauditas, que han producidos daños irreparables en Yemen y fundamentalmente en su población, 120 mil muertos, millones de heridos, trece millones de personas en crisis alimentaria, la mayor desde la Segunda Guerra Mundial, multitud de epidemias que amenazan en elevar todavía mucho más el número de muertos.
A pesar de todo ello, es el reino saudita quien parece estar al borde de un crisis terminal, fundamentalmente política, en la que si todavía no cayó es solo porque su gobierno sigue comprando tiempo a expensas de sus infinitos recursos a los Estados Unidos y la Unión Europea, dos colosos que se han enriquecido de manera escandalosa, no solo con la venta de armamento de última generación, aviones civiles y militares, maquinaria petrolera, proyectos megalómanos de ingeniería y arquitectura, sino también grandes cantidades de su producción de artículos de lujo: joyas, relojes, vestimenta y toda la parafernalia de accesorios, que hacen que esa industria más allá de las crisis en sus países de origen se mantengan vivas.
El claro y evidente aumento de la capacidad ofensiva de los houtíes ha obligado a los propios Estados Unidos a repensar su estrategia respecto a esta guerra, por lo que el último viernes Mark Esper, el jefe del Pentágono, anunció el envío de tropas a Arabia Saudita y a los Emiratos Árabes Unidos (EAU) con carácter defensivo, principalmente en la defensa aérea y de misiles de posibles objetivos houthis, y no pasar mucho más de allí, ya que los estrategas norteamericanos también deben considerar que Trump está a poco más de un año de intentar su reelección, por lo que de involucrar al país en una nueva guerra con una potencia regional como Irán, que cuenta además con el apoyo de Rusia, China y Turquía y el siempre letal Hezbollah, con su extraordinaria capacidad a dar golpes tan impensados como demoledores, no sería muy atractiva para los electores norteamericanos, que conocen muy bien la ecuación guerra – impuestos. Quizás sea en este marco que hay que leer la reciente expulsión de John Bolton de su puesto como Asesor de Seguridad Nacional, un siniestro personaje que sin duda en esta nueva realidad que se ha abierto, tras los ataques houthis, ya habría impulsado una guerra contra Irán sin detenerse en detalles (Ver. Trump el esperpéntico uso del poder)
De todos modos, tras los anuncios del Pentágono se ha provocado una rápida reacción de Teherán que advirtió, por intermedio del comandante en jefe de la Guardia Revolucionaria, Hosein Salamí, “que de producirse algún ataque a territorio iraní el país responsable se convertirá en un campo de batalla”, en obvia mención a Arabia Saudita de quien apenas los separan entre doscientos y trecientos kilómetros a través del Golfo Pérsico. El comunicado del Comandante Salami agrega que: “Nunca permitiremos que la guerra alcance nuestro territorio. No pararemos hasta la destrucción del agresor y no dejaremos ningún lugar seguro”.
Los cálculos realizados tras los ataques del sábado catorce señalan que Riad estaría perdiendo cerca de 300 millones de dólares por día. A pocas horas de los ataques, voceros sauditas habían anunciado que si bien era temprano para sacar conclusiones los daños tardarían varias semanas en ser reparados. Desde entonces la producción petrolera del reino ha disminuido a la mitad. Semejante daño económico, que como un efecto dominó se ha extendido por todo el mundo, la resistencia yemení lo ha logrado con una operación militar que apenas alcanza a los 200 mil dólares, es decir 20 mil dólares por cada dron de los que participaron.
Aunque las pérdidas de la familia Saud no solo se limitan a lo político y económico, en el trascurso de la guerra ha dejado gruesos magullones en las relaciones con dos aliados fundamentales, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos, que no solo se han retirado de la guerra sino que al igual que lo hizo Qatar, señalaron la intención de mejorar las relaciones con Teherán.
La inacción por parte de Naciones Unidas, que ha tolerado el genocidio yemení, también parece estar virando y ha comenzado a elevar la voz a la hora de denunciar a Riad, responsable de uno de los peores desastres militares de la era contemporánea.
Un príncipe contra las cuerdas
El príncipe heredero al trono saudita, Mohamed bin Salman (MbS), desde que su padre el rey Salma le ha delegado toda la autoridad, no ha hecho más que coleccionar enemigos, abusado de su poder hasta el hartazgo. Apenas su padre le soltó las riendas, no solo ha iniciado la guerra contra Yemen, detonando el conflicto diplomático, político y económico con Qatar, sino también recuérdese la razia que practicó contra sus enemigos políticos dentro del reino a fines de 2017 (Ver: Una maraña shakesperiana en Arabia Saudita) o el escandaloso asesinato del periodista Jamal Khashoggi en 2018, por lo que la actual renuencia de Washington de participar de manera más activa en la guerra, no solo lo deja con Israel como único y absoluto aliado, sino que el poco involucramiento de Trump podría ser leído como una quita de su apoyo, que podría generar un reagrupamiento de los enemigos internos y externos del Príncipe. A lo que habría que sumar el hasta ahora confuso resultado de las elecciones en Israel, entre Benjamín Netanyahu y Benny Gantz, que de perder el actual Primer Ministro, MBS, podría quedarse sin uno de sus apoyos fundamentales, dejando a MbS prácticamente a la deriva.
Arabia Saudita ahora corre el riesgo de que la guerra comience a librase en su territorio especialmente en las provincias del sur donde no solo se ubican los grandes yacimientos petroleros, sino que también se localiza la mayoría de la comunidad chiita del reino, siempre perseguidos y postergados.
Sin las características gravísimas de los ataques contra Abqaiq, desde hace aproximadamente un año las incursiones houtíes en territorios del sur saudita se han convertido en un evento casi diario, siempre por medio de drones a la que las defensa antiaérea de origen norteamericano no han logrado ponerle coto, a diferencia de lo conseguido por los sistemas antiaéreos rusos instalados en Siria, que han conseguido una efectividad absoluta, logrando interceptar por medios de bloqueos electrónicos todos los drones y misiles lanzados por los integristas que operaron en la guerra siria particularmente contra las bases de Rusia en Tartus y Latakia.
A pesar del actual derrotero de la guerra con Yemen, lo que amenaza la estabilidad del gobierno saudita, el príncipe MbS, se niega a sentarse a negociar una salida que acabe con esta carnicería.
Algunos analistas ya han empezado a manejar la hipótesis de que en realidad los ataques contra las refinerías, que bien podrían haber sido una “falsa bandera”, es decir realizado por drones de la propia Arabia Saudita o en todo caso Israel para precipitar una reacción de los Estados Unidos contra Irán, además de provocar un aumento significativo del valor del crudo y las acciones de la Saudi-Aramco, teoría si bien posible, prácticamente improbable.
Tras conocerse el ataque, de manera inmediata, el jefe del Departamento de Estado norteamericano y ex jefe de la CIA Mike Pompeo responsabilizó a Teherán, negando la posibilidad de que los drones hayan partido de suelo yemení, ya que Yemen sufre un embargo militar impuesto por Washington y Londres, lo que haría imposible acceder a esa tecnología y menoscabando la capacidad e inventiva de los houthis, la misma que les han permitido resistir hasta ahora y colocado al principal aliado de los Estados Unidos en la región, Arabia Saudita, en un extraño lugar ubicado entre Vietnam, por lo difícil de abandonar, y el 11 de septiembre de 2001, por la critica situación en que queda el reino.
Guadi Calvo, escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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