lunes, septiembre 23, 2019

Sinceramente: autorretrato de una “leona herbívora”



Una mirada a fondo de los temas desarrollados en el libro de Cristina Fernández de Kirchner

A lo largo de la campaña electoral, la ex presidenta y candidata a vice del Frente de Todos, Cristina Fernández de Kirchner, ha venido realizando presentaciones de su reciente libro, “Sinceramente”. Si bien podría esperarse que su publicación fuera dirigida a aquellos sectores de la población entusiasmados con un eventual regreso de la principal figura “nac & pop” ante el derrumbe manifiesto de la política económica y el gobierno de Mauricio Macri, las 600 páginas del libro de Cristina dejan entrever un mensaje a la clase capitalista y a los sectores de poder: no somos sus enemigos.
Desde un lenguaje accesible, de tinte personal, valiéndose de recursos anecdóticos, intimidades y vivencias familiares, Cristina nos sumerge en debates y cuestiones que hacen a la vida política del país desde los cuales ella va desprendiendo sus conclusiones a partir de reflexiones que, quizás debido al formato desestructurado de su elaboración, se muestran como realmente genuinas. Su libro expresa por momentos un verdadero sinceramiento del carácter de clase de las políticas y medidas adoptadas o incluso del vínculo con los principales protagonistas de la política argentina durante los periodos consignados. Parafraseando a Perón, podríamos decir que se trata del autorretrato de una “leona herbívora”.
La carga ideológica del discurso de Cristina se centra en una interpretación pendular de la historia, que oscilaría entre los gobiernos de tipo nacionalistas y los gobiernos entreguistas del capital extranjero. Así, su gestión, y la de Néstor Kirchner, serían la antípoda del fracaso del macrismo. El crecimiento del endeudamiento público, el retorno al FMI, el derrumbe de la economía y la industria, el aumento exponencial de las tarifas, la dolarización de la economía, la doctrina del gatillo fácil, el poder de las corpos (judiciales y mediáticas), la inflación y la miseria, etc, todo sería la contracara del legado político de quienes desendeudaron la Nación, se deshicieron del FMI, invirtieron en la economía, generaron políticas públicas, recuperaron los derechos humanos, enfrentaron a los “poderosos” y otras tantas medidas. Lo que esta contraposición interesada deja sin resolver es por qué se produce dicho movimiento pendular. En otras palabras, deja sin explicar los motivos que abrieron paso al triunfo electoral de Macri. A fin de cuentas, ¿cómo podría haber llegado éste al poder en el escenario idílico que presenta Cristina sobre su propio gobierno? En el libro de Cristina está ausente una reflexión crítica de los límites insalvables de una experiencia cuyo esquema político, social y económico colapsó sin que los recursos estatales invertidos en la “reconstrucción de la burguesía nacional” hayan llevado a un desarrollo industrial mayor ni a una autonomía nacional real.
No obstante, esta dicotomía entre ambos bandos se presenta como el hilo conductor de todo el desarrollo del libro. Las referencias permanentes a las hostilidades del “Partido Judicial”- como ella se sirve calificar a la corporación judicial- en la articulación de distintos procesos judiciales vinculados a la obra pública y el enriquecimiento ilícito, con el fin de deslegitimizar los gobiernos kirchneristas, así como las manipulación de los medios de comunicación dominantes (Clarín y La Nación) respecto a sus medidas políticas, patrimonio, familia e imagen, son recursos empleados con frecuencia para alimentar la idea de una polarización de intereses, bajo el principio de que a Néstor y a Cristina no se les habría perdonado jamás el pecado de atentar contra los intereses económicos y políticos de determinados grupos de poder del país. Pero resulta que estas afirmaciones son desmentidas en profundidad a renglón seguido, cuando la propia Cristina reconoce los intentos de recomponer la relación rota con Magnetto, sus coincidencias políticas en el ámbito del “desarrollismo”, y su vocación por defender los intereses económicos de los grandes capitalistas. Dice en referencia a esto último “Mi gobierno no perjudicó económicamente a empresarios como Paolo Rocca, de Techint. Sus enconos se deben a que no lo dejamos participar y opinar en la toma de decisiones del Estado. Es más, es público y notorio que lo ayudé a resolver con el presidente Hugo Chávez el pago de la indemnización por la expropiación de Sidor en Venezuela”.[1] Estamos ante la confesión de que no nos encontramos ante una diferencia de fondo entre variantes capitalistas que se han sucedido en la gestión del gobierno, sino más bien de la forma por la que transita la garantía de esos intereses. Techint es, no nos olvidemos, parte de la patria contratista favorecida también por Macri.
La figura de Alberto Fernández atraviesa todo el libro señalado como uno de los hombres de confianza de Néstor al cual se lo coloca en la mayoría de las tomas de decisiones relevantes de la etapa, aunque no se le asigne un protagonismo particular, y por supuesto ninguna crítica. Se ve que la historia siempre puede reescribirse en función de los nuevos desafíos.

Deconstruida

Otro de los elementos al que Cristina le asigna un valor fundamental en todo el desarrollo de su libro es el relativo a su condición de mujer como un punto para lograr empatizar con un movimiento masivo que en los últimos años ha conquistado las calles.
De tal manera, Cristina se coloca en el lugar de una víctima de las difamaciones y provocaciones mediáticas y del poder, debido particularmente a su condición de mujer. Menciona los ataques y descalificaciones de los medios, los insultos de la oposición patronal, las “machiruleadas” de Macri. Incluso llega a catalogar al conflicto extendido con Moyano y parte de la burocracia sindical como un derivado de una conducta machista: “Cuando recuerdo los cinco paros generales que hicieron durante mi último mandato, no puedo dejar de pensar que también hubo un fuerte componente de género. Digámoslo con todas las letras: la CGT es una confederación en la que no hay mujeres que conduzcan”.[2] La expresión es doblemente cínica. No sólo porque en su gobierno sobraban los motivos para parar (basta pensar en la precarización laboral o el impuesto al salario), sino por la falta de impulso de cualquier tipo a la agenda de reivindicaciones de las mujeres, empezando por la legalización del aborto.
8 años de mandato, y otros tantos en el ejercicio de cargos legislativos, solo le valieron la oportunidad de destacar como política el agravamiento de las penas por violencia de género incorporada en el Código Penal, como componente de una avanzada punitivista del Estado.
La negativa de Cristina a impulsar el derecho al aborto durante sus dos presidencias -y valga la aclaración, la omisión absoluta a las presentaciones de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto durante los 12 años K- es ocultada detrás de una tardía deconstrucción impulsada por las masivas movilizaciones de mujeres y jóvenes. Cristina es contundente en este punto “Yo había visto el primer “Ni Una Menos”, que fue el 3 de junio de 2015, pero en ese momento era una demanda diferente: el tema de los femicidios y la violencia, que un grupo de mujeres periodistas- de medios opositores en su mayoría- intentó convertir en un reclamo a mi gobierno. Lo sentí en la primera marcha. Era justo, claro, pero creo que no abarcaba todo el fenómeno. La segunda ya fue diferente y la tercera, del 2017, fue impresionante... Pero la que rompió todos los esquemas fue la del 8 de marzo del 2018… En la del 2018 salieron las adolescentes de 13, 14 y 15 años”.[3] Es decir que, en definitiva, no pudo hacerse de estos reclamos tan sentidos sino hasta vencido su mandato y siquiera por iniciativa propia. Incluso omite darle algún desarrollo al carácter de su voto positivo más que en los términos de una apuesta a las futuras generaciones. Cuando se indaga sobre el problema del aborto solo llega a la conclusión de que “es un tema complejo”.
“Sinceramente” vuelve a ser el lugar donde se celebra la comunión de pañuelos verdes y celestes. En sus citas respecto al vínculo con el Papa Francisco se destaca que nunca trataron el tema por tratarse de “cuestiones doctrinarias”. No es un dato menor que del capítulo respectivo a Francisco se desprenda una estrecha relación personal y fuertes vínculos, de esta manera se entiende mejor el llamado a “no enojarse con la Iglesia”.
La candidatura de Alberto Fernández a la fórmula presidencial que Cristina secunda como vice implica un nuevo capítulo en el ninguneo de los derechos de las mujeres. Como alternativa a la legalización, Fernández plantea una despenalización del aborto, sin reparar en las enormes trabas que ya sufre la interrupción legal del embarazo como resultado de la figura de objeción de conciencia y la presión organizada del clero. Al limitarse a proponer la despenalización, Fernández devalúa un reclamo fundamental de las mujeres.

Sobre deudas y deudores

Cristina destaca entre los principales méritos de la gestión de Néstor el proceso de reestructuración de la deuda y el pago al FMI, ambos pilares fundamentales de la política de desendeudamiento nacional y de recuperación de soberanía, para enfatizar el contraste con el gobierno de Macri cuyo derrotero económico nos ha llevado nuevamente a las puertas del FMI, al restablecimiento de los vínculos carnales con el imperialismo y a un nivel de endeudamiento nunca antes visto.
En la hipótesis de Cristina la recuperación económica del país estaría dada por estas medidas impulsadas por Néstor, lo que le daría al país la autonomía “razonable” suficiente para emprender las políticas de inversión, industria y empleo necesarias para producir un ciclo de reactivación económica en el país.
Lo cierto es que la reestructuración de la deuda sirvió como un medio de rescate de la deuda defaulteada en el 2001 cuyo valor se encontraba literalmente por el piso. El canje, reconociéndole alrededor de un 60% de su valor y la indexación en relación al crecimiento económico (cupón PBI) y la inflación resultaron un negocio extraordinario para los capitales de rapiña que adquirieron esos títulos de deuda a valores casi regalados.
Más adelante, Cristina felicitaría las gestiones del ex ministro de economía Amado Boudou quien en 2010 logró extender el acuerdo al 93% de los acreedores de la deuda, quedando por fuera solo los fondos buitres. Si a esto le sumamos la cancelación de la deuda con el FMI por la friolera de U$S 9.810 millones y la reestructuración de la deuda con el Club de Paris en 2014, el proceso de “recuperación de soberanía nacional” condujo a una satisfacción del capital financiero por parte de un gobierno que se jactó de ser “pagador serial de la deuda”. Esta desfinanciación masiva llegó a alcanzar los U$S 200.000 millones durante los tres mandatos de los Kirchner y significó la mayor transferencia de recursos nacionales a manos del capital financiero. Al concluirse el último gobierno de Cristina la deuda pública ascendía a unos U$S 223.000 millones mientras que al inicio del gobierno de Néstor se trataba de unos U$S 217.000 millones, dando por tierra así la tesis del desendeudamiento del país.
El ciclo económico internacional montado sobre la gigantesca especulación inmobiliaria y el acople chino-estadounidense arrojó un primer periodo de ingreso de dólares al país por medio de la disparada de los precios de exportación de la soja y el agro. Los recursos extraordinarios de ese periodo fueron dilapidados en intereses de deuda y títulos fraudulentos rescatados por el gobierno de Néstor y Cristina, liquidando el ahorro nacional y cualquier perspectiva de iniciar un proceso de reconstrucción de la industria nacional que altere estructuralmente el sometimiento económico del país a la economía de las potencias imperialistas.
Revertido el ciclo favorable, el kirchnerismo terminó sus días buscando alcanzar un acuerdo con los fondos buitres y los principales acreedores de la deuda para poder abrir una nueva vía de endeudamiento con el capital internacional. Como medida extraordinaria ante la sangría de capitales impuso el cepo cambiario y fue el artífice intelectual de la emisión monetaria respaldada con títulos de deuda a tasas de interés exorbitante que el macrismo llevó a niveles alarmantes.
Cristina le dedica en su libro un rechazo tajante al regreso del endeudamiento con el FMI por parte del gobierno de Macri, pero omite mencionar las gestiones de última hora que le encomendó a su ministro Axel Kicillof en la búsqueda de generar una reapertura a los mercado de capitales, así como se desentiende de los votos aportados por su fuerza política, en el Congreso, para sellar el acuerdo con los fondos buitres y habilitar las relaciones con el FMI.
Ahora, Fernández-Fernández acompañan el planteo de una renegociación de la deuda externa, que estará condicionada por el FMI a reformas ajustadoras (laboral y previsional).

Nacionalizaciones

Respecto a sus dos gobiernos, Cristina destaca entre sus principales políticas la estatización de las AFJP, en su primer mandato, y la nacionalización de YPF, durante su segundo gobierno. Y observa que estas han sido sus medidas más importantes desde todo sentido: simbólico, económico y político.
La estatización de las AFJP la ubica como una medida de respuesta a la crisis desatada en el 2008 con la quiebra del banco Lehman Brothers, es decir como una fuente de financiamiento frente al agravamiento de la bancarrota mundial.
La iniciativa se la adjudica a Boudou, quien fuera habilitado por Sergio Massa para tratar el tema ante Cristina. El dato de que Massa se comportara de forma extraña y nervioso frente a esta iniciativa que podría afectar determinados intereses privados parece haber sido incorporado en el libro sin la menor sospecha de que Massa y Cristina terminarían compartiendo alianza electoral para las próximas elecciones.
Es que en definitiva la liquidación del sistema de jubilaciones privadas vino a coronar 15 años de negocios fenomenales para los titulares de las AFJP que incursionaron en esta empresa gracias al impulso de las privatizaciones de los ‘90 con Menem y Cavallo, que contaron con el aval político de los Kirchner.
Cristina reconoce lo fundamental, el móvil de la medida fue precisamente evitar la cesación de pagos del país incorporando los $15.000 millones que ingresaban por año a las AFJP y neutralizando los U$S 15.000 millones en títulos de deuda pública que se encontraban en manos de estas. Se trata de otro de los recursos de los que se valió el gobierno para hacer frente al pago de los vencimientos de deuda y su tan mentada política de desendeudamiento.
También cabe señalar que la estatización de las AFJP implicó una medida de rescate a las aseguradoras privadas que habían invertido los depósitos de los trabajadores en títulos de deuda pública y acciones que con el derrumbe del mercado bursátil habían obtenido una pérdida de hasta un 70% del valor de estos activos. El quebranto de las AFJP las llevaba a funcionar de hecho como un sistema de reparto, donde las jubilaciones se pagaban con los ingresos de los trabajadores en actividad.
Se trató de un negocio fabuloso donde las aseguradoras privadas incluso pudieron retirarse del mercado en el momento justo donde la curva del sistema de capitalización (ingresos y egresos) tendería a equilibrarse. De tal forma, el compromiso de abonar una jubilación por encima de la media a quienes aportaron durante años al sistema de capitalización ahora era desconocido de un plumazo y transferido a la órbita de responsabilidad del Estado, sin ninguna obligación particular.
Cristina destaca que “desde la recuperación de la administración de los recursos de los trabajadores y jubilados se ahorraron, entre 2009 y 2014, 75.502 millones de pesos en concepto de comisiones que hubieran ido a los ex gerentes de las AFJP. Entre 2004 y 2014, los recursos de la ANSES crecieron en un 1.947 por ciento”.[4] El hecho de que la recaudación de fondos haya sido inversamente proporcional a la actualización de las jubilaciones, y que los jubilados hayan tenido que acudir en masa a la justicia para hacer valer sus haberes, es un dato incuestionable del destino que le ha propinado el kirchnerismo a los recursos de los trabajadores y jubilados.
La mención a las jornadas del 14 y 18 de diciembre del 2017 contra la reforma previsional no atenúa la responsabilidad de toda una línea de liquidación del sistema jubilatorio donde el 80% de los beneficiarios hoy percibe la mínima. Anticipando su futuro gobierno, CFK se ataja colocando al 82% móvil como una utopía. Recordemos también que vetó una ley de 82% sobre el salario mínimo votada bajo su mandato.
Sobre la estatización parcial de YPF (51%) Cristina parte de reconocer una de las cuestiones medulares del problema: “…veníamos en caída libre con la producción de YPF, y tuvimos que comenzar a importar gas licuado, con fuerte impacto en la balanza de pagos…”[5]. Asistíamos al vaciamiento de las reservas de petróleo y de gas, y a importaciones de combustibles equivalentes a la totalidad de la balanza comercial del país.
El eje de la supuesta reestatización estaría dado por recolocar la plataforma petrolera nacional al servicio de la explotación de las grandes multinacionales petroleras a través de una asociación público-privada orquestada desde las oficinas del Estado. Es lo que más adelante daría lugar a los acuerdos leoninos con la multinacional Chevron, y a la entrega del negocio de Vaca Muerta que hasta los días de hoy sigue siendo el Santo Grial de la postergada reactivación económica.
Por la adquisición del 51% del paquete accionario de YPF en manos de Repsol el Estado argentino terminó pagando U$S 5.000 millones mientras al momento de la estatización el patrimonio total de la compañía ascendía a unos U$S 4.000 millones, de los cuales hubiera correspondido abonar solo la mitad. Esto sin contar que el gobierno no contabilizó los incumplimientos contractuales de Repsol en materia de daño ambiental, ni el vaciamiento de las reservas petroleras y la falta de inversión en exploración de nuevos pozos, así como tampoco el pasivo multimillonario creado por Repsol y Eskenazi. De esta manera el Estado se hizo cargo del negocio quebrado de las privatizaciones para darle una vuelta de tuerca más al ingreso de las multinacionales energéticas.
Cristina trata de darle a todo esto una carga emotiva y simbólica desde la recuperación del patrimonio público de los argentinos. Suma a la cuenta la nacionalización de Aerolíneas Argentinas luego de haber dejado pasar el vaciamiento y la liquidación de la empresa. En este punto cabe recordar el debate abierto desde las páginas de Prensa Obrera que señalaba el carácter confiscatorio de las “estatizaciones” bajo la batuta del nacionalismo burgués, que traza su horizonte en el rescate de los capitalistas en quiebra para dar curso a nuevas configuraciones económicas que inserten estos procesos en el cuadro de una economía de mercado.
La suma da las “nacionalizaciones” no hacen de los Kirchner un gobierno de tipo socialista, sino que expresan el derrumbe del capital en su etapa de agonía, cuando precisa del soporte del Estado para conservar los beneficios obtenidos en el pasado.

La bandera de los Derechos Humanos

Cuando Cristina se refiere a las principales medidas adoptadas por Néstor le reserva un lugar especial a la política de Derechos Humanos del kirchnerismo, particularmente a la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y a la recuperación del espacio de la ESMA a los fines de promover la memoria.
En esto el libro se esfuerza por demostrar un hilo conductor a lo largo de la historia de Néstor y Cristina, ubicándolos del lado de las víctimas de la represión sangrienta de la dictadura militar. Las referencias a la militancia de Néstor en la Federación Universitaria de la Revolución Nacional en tiempos de la Triple AAA cuando ambos se encontraban en la ciudad de La Plata, la desaparición de un conocido o ex compañero de militancia, incluso la mención a su detención durante 17 días cuando andaban de visita por Río Gallegos, son todos hechos que abordados de conjunto podrían dar la impresión de una militancia activa en las bases juveniles del peronismo. Sin embargo, el relato de Cristina termina por mostrar todo lo contrario. Un aparente distanciamiento de Néstor de la política y ninguna referencia a una militancia por parte de Cristina. Cuando Cristina recuerda un hecho respecto a la colocación de una bomba en su estudio jurídico lo hace en virtud de mencionar una disputa de intereses privados respecto a las concesiones del Estado más que como parte de una represalia organizada contra un núcleo disidente.
Esto último lo afirma nuevamente Cristina “Entre 1977 y 1982, trabajamos muy intensamente como abogados. Nuestro bufete devino en el más importante da Santa Cruz”[6]. Lugar desde donde forjaron su fortuna representando a los principales empresarios de la provincia gracias a los vínculos del padre de Néstor.
Respecto a las motivaciones de Néstor para juzgar a los genocidas, Cristina nos dice que la medida carecía de rédito electoral, que no había consenso suficiente en la sociedad para la misma y que esta se debía a una política genuina de condenar a los responsable de los crímenes de lesa humanidad en el país: a Néstor “le salía de las tripas”, dice. Pero luego agrega: “… también se lo debíamos a nuestras fuerzas armadas, para que ellas pudieran separar la paja del trigo y que, con vistas al Bicentenario, los argentinos pudieran vivir unidos y en paz y que en esta tarea debíamos estar todos y no solo las instituciones del Estado, sino toda la sociedad”[7].
La designación de César Milani, responsable de la desaparición del soldado Ledo en los preludios del golpe militar, al frente del Ejército, vino justamente a intentar producir la comunión entre las Fuerzas Armadas y la sociedad civil anhelada por Cristina, en una de las provocaciones más contundentes del kirchnerismo contra las organizaciones de derechos humanos. Entre otras, como el espionaje a las organizaciones sindicales, políticas y populares con el “Proyecto X” de la Gendarmería.
El legado de los derechos humanos de Néstor no privó al kirchnerismo de crear engendros como el de la “Seguridad Democrática” de la ex ministra de Seguridad Nilda Garré que trasladaron la responsabilidad de la represión dura a las bandas paraestatales reclutadas entre lo peor de las barras bravas y de las cuales se valieron las burocracias sindicales oficialistas para intentar aleccionar a los trabajadores que se organizaban de forma independiente. Testimonio de esto son los docentes santacruceños apaleados por las bandas de la Uocra.
Una mención especial merece el caso de nuestro compañero Mariano Ferreyra, asesinado a manos de la patota de José Pedraza de la Unión Ferroviaria. Cristina recuerda cuando tuvo oportunidad de recibir a los familiares de Mariano y asegurarles que “no iba a mover ni un dedo para “proteger” a nadie”[8], pero se olvida de que a pocos días del asesinato de Mariano había definido a Pedraza como el “ejemplo del sindicalismo que construye”, en contraste con el sindicalismo por el cual luchaba Mariano.
A esto debemos sumarle las muertes de activistas y luchadores debido a los “excesos” de la represión oficial. Casos como el de Carlos Fuentealba en Neuquen o Cristian Ferreyra en Santiago del Estero, entre tantos otros, que hacen llamativo que Cristina se jacte en su libro que a diferencia del caso de Santiago Maldonado su gobierno no carga sangre encima.
Con la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final solo se pudo llevar al banquillo de los acusados a un puñado de los responsables de los crímenes perpetrados contra trabajadores, jóvenes, activistas y militantes, en los últimos años de sus vidas, y como resultado de la tenaz lucha de décadas de familiares y organizaciones de Derechos Humanos. La continuidad del aparato represivo del Estado y servicios de inteligencia, así como todo un cuerpo jurídico de leyes, heredados de la dictadura militar, a lo largo de los sucesivos gobiernos democráticos, quedó dramáticamente ilustrado en la desaparición de Jorge Julio López tras haber declarado en el juicio contra Miguel Etchecolatz, que dio cuenta del nivel de integración de estos elementos en las fuerzas de seguridad del Estado
La arenga de Cristina por los derechos humanos no es más que una tapadera de una política vinculada a la continuidad de los métodos represivos en toda la línea. Ya sea con los megaoperativos represivos desplegados por el ex secretario de seguridad Sergio Berni o con el apañamiento de los grupos de choque paraestatales, y represores al frente de las fuerzas de seguridad.

Crisis mundial, el campo y Clarín

Otro de los hitos en el relato de Cristina es el respectivo al estallido de la crisis mundial y la apertura de la crisis con las patronales del campo. En principio porque se trata de un punto de inflexión en el ingreso de los recursos económicos cuya tendencia internacional se revertiría abruptamente con el colapso de las principales economías del mundo, lo cual signaría el tortuoso camino de los Kirchner por mantener a flote un barco que se venía a pique.
Algunas de las medidas las hemos señalado en lo respectivo a las estatizaciones y principalmente al control de la caja de las jubilaciones, las bicicletas financieras y el cepo cambiario, sin embargo una de las medidas que fisuró el frente patronal de los Kirchner fue la relativa a las retenciones móviles a la exportación de soja en lo que se conoció como el conflicto por la resolución 125.
Las retenciones móviles a la soja conforme a la evolución de los precios era un recurso del gobierno de Cristina para poder hacerse de los dólares necesarios para el pago de los compromisos de vencimiento de deuda ante el agravamiento de la crisis económica. Para los trabajadores significó un conflicto entre dos bandos patronales sobre qué orientación económica e intereses sectoriales debían primar al calor de la crisis.
Cristina le echa la culpa de todo al ex ministro de economía Martín Lousteau, quien se supone trajo la idea de las retenciones móviles basado en el criterio de la renta extraordinaria, asegurando que a los empresarios del agro la soja no les interesaba. Luego hace un extenso desarrollo de la campaña mediática y política a la que fue sometido su gobierno durante todo el conflicto. Lo interesante es que en las reflexiones de Cristina acerca de cuál fue el impulso de tamaña crisis busca empatizar con los capitalistas afectados dejándoles en claro que lo suyo no fue ni por asomo una medida de tipo socialista, ni marxista, afirmando que el peronismo nunca fue eso.
La evocación al contraste entre los “piquetes del hambre” y los “piquetes de la abundancia”, así como la mención de Ramón Rioseco -emergido de los piquetes de Neuquén y reciente candidato a gobernador por la fuerza de Cristina- es probablemente otro recurso para ocultar la intransigencia de los Kirchner frente a los reclamos de los sectores piqueteros independientes que se negaron a integrar la cooptación política del Estado y que crecieron al calor del desarrollo de la crisis y su impacto con miles de nuevos desocupados.
Pero lo más rico que nos dejan las anécdotas de Cristina es el vínculo de ella y Néstor con Magnetto y el Grupo Clarín. Cristina nos reconoce sus coincidencias con Magnetto en materia económica, quien siempre le dio la impresión de una posición de tipo desarrollista. Luego de trazar una divisoria de aguas entre ambos bandos que atraviesa toda la lectura del libro, ya en el último capítulo Cristina nos relata cómo fueron las tratativas de Néstor y de ella para recomponer la relación quebrada con Clarín tras el conflicto del campo.
Según lo que narra Cristina resulta que el intermediario de este proceso sería nada menos que el recientemente ungido como candidato presidencial Alberto Fernández. Cristina menciona, por otra parte, las reservas de Néstor respecto a la implementación de Fútbol Para Todos debido a que privar del negocio del fútbol al Grupo Clarín iba a significar un agravamiento de la ruptura de su vínculo, sin solución de retorno.
Aunque de estas reuniones no resultó nada en concreto no es menor destacar que tanto Néstor como Cristina consideraban que las divergencias del pasado no hacían a cuestiones de fondo de intereses de clase antagónicos que ambos bandos pudieran representar, sino más bien a las fricciones naturales de un proceso político turbulento signado por la bancarrota. En el fondo estaban todos del mismo lado.

El movimiento obrero

El lugar que le dedica Cristina en su libro al movimiento obrero es casi insignificante en relación a la puja entre los bandos patronales, que parece ganarse todo el protagonismo de la historia.
Las referencias a las luchas docentes en Santa Cruz son utilizadas para encuadrar a los trabajadores en la interna con Clarín. Cuando Cristina se refiere a la docencia lo hace desde una carga personal negativa, le achaca a la docencia santacruceña un ensañamiento con su familia, particularmente sus hijos, como supuesta represalia a la gestión de Néstor como gobernador.
Cristina recuerda que en su segundo mandato le realizaron 5 paros generales y se exalta al señalar que todos ellos fueron por el impuesto a las ganancias, medida confiscatoria sobre la cual se justifica señalando que Macri asumió su gobierno con el compromiso de eliminar el pago de ganancias para los trabajadores y que hoy en día alcanza a muchos más trabajadores. A ella sí le debemos este legado después de todo.
Más adelante se refiere casi por completo a su vínculo con la dirigencia gremial y particularmente a la ruptura con Hugo Moyano, a quien en definitiva le reconoce que “nunca traicionó a los trabajadores de su gremio” y que “no era un dirigente comprometido con la vieja guardia sindical”. Ya mencionamos antes que gran parte de este distanciamiento lo justifica en el carácter “machista” de la burocracia sindical, siendo que la otra cuota se la atribuye a las ambiciones políticas de Moyano.
El trato de Cristina a la burocracia sindical es un tanto escurridizo. Le asigna a esta el protagonismo de las jornadas de junio y julio del ’75, soslayando que fue la acción independiente de los trabajadores la que obligó a la renuncia de José López Rega y el ministro de Economía Celestino Rodrigo que venían de aplicar una devaluación sin precedentes para licuar las conquistas salariales que se habían obtenido unos días atrás.
Cristina omite hablar de los trabajadores para reflexionar solo en los términos de su vínculo con la burocracia sindical, como si este fuera la única relación posible entre los trabajadores y su gobierno. Entre sus cavilaciones Cristina manifiesta: “Cuando los escucho, pienso qué hubiera pasado si además de luchar contra todos aquellos sectores de poder con los que nos enfrentamos - con las patronales rurales, Clarín y con los fondos buitres-, sumábamos la discusión con el sector sindical”[9]. Lo cierto es que el kirchnerismo se apoyó en esas estructuras anquilosadas para impedir la irrupción del movimiento obrero independiente que pudiera amenazar el esquema de negocios montado con la reactivación de la economía combinada con la precarización y tercerización laboral.
Pero Cristina vuelve a justificarse en una evocación de un discurso ya escuchado: “Temía arrastrar la rémora de los setenta: la Juventud Peronista contra la “burocracia sindical”. Fue por ese motivo que Kirchner siempre les dijo a los militantes de La Cámpora que no se metieran con los sindicatos, que no criticaran al estilo como lo hacía la izquierda peronista en los años 70, peleándose con ellos y estigmatizándolos como burócratas”.[10]
En definitiva, los sindicatos para la burocracia y los cargos para los políticos, cada quien en su lugar. Ni la política al movimiento obrero, ni el movimiento obrero a la política. Es la vieja tesis de que el movimiento obrero representa la columna vertebral de este cuerpo social, pero nunca así la cabeza.
El balance final de Cristina al respecto dice: “Los dirigentes sindicales que estuvieron durante nuestra gestión son los mismos que estuvieron antes de que llegáramos al gobierno y, en su gran mayoría, son los mismos que aún permanecen. Están hace décadas en sus gremios y, sin embargo, al repasar la historia de sus sindicatos, de sus trabajadores, de los derechos conquistados y de sus convenios colectivos de trabajo, no hubo periodo más fructífero para ellos que los doce años y medio del kirchnerismo. En realidad, a esta altura creo que más que buenos dirigentes sindicales los trabajadores deberían votar buenos gobiernos”.[11]Si quedaba alguna duda al respecto Cristina le tira un centro al conjunto de la burocracia sindical para señalarle que la partida no es contra ellos, incluso a la fecha ya podemos conocer que el conjunto de la burocracia sindical se encuentra alineado detrás de la fórmula presidencial Fernández-Fernández.
Lo que sí es meritorio destacar es que la herencia de los Kirchner respecto a los trabajadores está lejos de suscitar el agradecimiento que Cristina implora. El proceso de reactivación económica trajo aparejado una profundización de la tercerización y precarización laboral. Los grandes beneficiarios de la época no fueron los trabajadores, sino los empresarios que amasaron fortunas a tasas chinas, salarios devaluados, paritarias por debajo de la inflación y la proliferación de contratos basura. El Estado se configuró como el primer precarizador del país con contratos a plazo determinado y pasantías, de los que se valió el macrismo para hacer una primera limpieza, y con la incorporación de programas como el Argentina Trabaja utilizados para desplazar mano de obra bajo convenio con trabajadores desocupados en extremo precarizados.
En industrias como la construcción se alimentó el negocio de la patria contratista embolsándose millones de dólares que fueron a parar a los bolsillos de los Lázaro Báez, Wagner, Calcaterra y compañía, mientras los salarios de los obreros se desplomaban por el suelo y los siniestros laborales se disparaban por los aires. Solo un agente de la dictadura como Gerardo Martínez, amparado por Cristina, podía garantizarle al gobierno de los Kirchner la paz en las obras a fuerza palos, hierros y fuego. Cristina incluso se ufana de que con la obra pública en Santa Cruz ellos crearon una nueva clase capitalista en la provincia. El derrotero sobre los cuadernos y las respuestas a las “operaciones” judiciales respecto a la obra pública, sirven de tapadera para todo el negocio fenomenal que han construido con los principales empresarios de la construcción.

Conclusiones

El gobierno de los Kirchner fue un completo fiasco en su pretensión de protagonizar un nuevo desarrollo nacional. El problema de fondo es que la burguesía nacional como clase es incapaz de llevar adelante un verdadero desarrollo nacional, una tarea que corresponde por entero al proletariado.
En el plano político, el kirchnerismo significó un desvío y una tentativa de contención de la rebelión popular de 2001. Y se inscribió en una ola regional de gobiernos de contención (como el PT en Brasil, Morales en Brasil o el chavismo) que más allá de sus diferencias tuvieron en común la tarea de estabilizar la dominación capitalista por otros métodos, ante el fracaso de los gobiernos de choque precedentes (De la Rúa, Sánchez de Losada o los partidos del pacto de Punto Fijo en Venezuela).
Luego de haber sufrido bajo su gobierno una división en la clase social en cuyo beneficio ha gobernado, Cristina les dedica un amargo reproche, considerando que la clase capitalista adolece de una organización apropiada para sus intereses o en sus palabras “… un dirigente empresarial que pudiera graficar y representar a todos los empresarios, como fue la época de José Ber Gelbard”[12] . La referencia a Gelbard no es inocente. Está ligada a la política de pacto social bajo el tercer gobierno de Perón, que Cristina y Alberto Fernández promueven como política de control del movimiento obrero. Cristina explica en el libro su apuesta actual de construir un nuevo Contrato Social “con derechos pero también con obligaciones, cuantificables, verificables y sobre todo exigibles y cumplibles. Un contrato que abarque no solo lo económico y social, sino también lo político e institucional”[13].
Los gobiernos de los Kirchner llevaron a un colapso económico y dejaron un país más extranjerizado y profundamente endeudado. La experiencia de Perón y Gelbard terminó en el Rodrigazo y la huelga general. Sin embargo en este libro, Cristina pondera los servicios prestados a su clase social para ofrecerse como un elemento que sirva a encaminar la crisis actual que atraviesa el país en función de sus intereses.
Esta comprensión es importante de cara a lo que viene. La fórmula Fernández-Fernández intentará aprovechar su caudal electoral para imponer un pacto de paz social que maniate a los trabajadores mientras los empresarios descargan la crisis sobre las espaldas de las masas.
Esto hace más urgente el desarrollo de una alternativa política de izquierda, que es la tarea en la que está empeñado el PO en el FIT-U, para la superación del nacionalismo burgués.

Marcelo Mache

[1] SINCERAMENTE, Cristina Fernandez de Kirchner, Pag 571.
[2] Ídem. Pag 295.
[3] Ídem. Pag 415.
[4] Ídem. Pag 231.
[5] Idem. Pag 303.
[6] Ídem. Pag. 89.
[7] Idem. Pag. 177.
[8] Idem. Pag 297.
[9] Idem. Pag 296.
[10] Idem. Pag 297.
[11] Idem. Pag 554.
[12] Ídem. Pag 296.
[13] Ídem. Pag 594.

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