martes, septiembre 17, 2019

Medio Oriente tras los ataques a las refinerías sauditas



El ataque contra dos instalaciones de la petrolera saudita Aramco, que se atribuyeron las milicias huthíes que operan en la vecina Yemen, ha empujado al alza nuevamente las tensiones en Medio Oriente y disparó un 15% el precio internacional del crudo. Tanto Estados Unidos como Arabia Saudita responsabilizan a Irán, que niega las acusaciones y reivindicó los ataques como una acción de autodefensa de los milicianos –que sufren el bombardeo cotidiano por parte de la coalición patrocinada por la monarquía.
El nuevo cruce echa paños fríos a la posibilidad de un encuentro entre Trump y Hassan Rohani (presidente iraní) para retomar conversaciones, tras la salida unilateral por parte de los yanquis de los acuerdos de Viena y la reintroducción de sanciones económicas contra la nación persa. El último episodio de la escalada del conflicto habían sido los secuestros de buques en el Golfo Pérsico y la abortada agresión militar de Trump. Tras ella, la salida del asesor de seguridad yanqui John Bolton, el más acérrimo impulsor de una acción contra Venezuela e Irán, mostró las dificultades que encuentra el imperialismo a la hora de avanzar en esa línea guerrerista (sigue enredado en Afganistán dieciocho años después de la invasión), y despertó las especulaciones sobre un giro táctico de Trump a una mesa de conversaciones con el régimen de los ayatollahs. A tal punto se discutía en los medios esta variante que el premier israelí Benjamin Netanyahu (enemigo del acuerdo nuclear con Irán) declaró públicamente que “este no es un buen momento para dialogar”, alarmado por las posibles repercusiones del tema en las elecciones israelíes del 17 de septiembre.

El certero ataque de las milicias huthíes se inscribe en este escenario.

Por de pronto, se trata de un fuerte golpe contra el régimen saudita, que afectará durante semanas su producción de petróleo, con el consiguiente impacto en un mercado mundial golpeado ya por las sanciones contra Irán y Venezuela. Para contrarrestar esta situación, Arabia echaría mano de sus reservas y EE.UU. expresó su disposición a hacer lo mismo con el propósito de controlar el precio (en sentido contrario a las tensiones en el Golfo, las tendencias recesivas empujan hacia abajo el precio del barril). A la vez, el ataque llevaría a una nueva postergación de la salida a la bolsa de Aramco, la petrolera del reino, que había anunciado dicha operación un par de días antes.
Lo que el golpe contra las instalaciones sauditas viene a poner de relieve también las dificultades de la operación militar emprendida por la coalición liderada por Arabia y los Emiratos Arabes Unidos en Yemen, respaldada por los yanquis, pero también por el Reino Unido y Francia. El príncipe saudita se embarcó en esta acción en 2015 pensando que sería un paseo y le permitiría reforzar su flamante gobierno, pero los huthíes dominan aún buena parte del país (incluyendo la vieja capital, Sana, y el estratégico puerto de Hodeida, sobre el Mar Rojo) y la propia coalición agresora se dividió. Si bien tanto Arabia como los Emiratos combaten a los huthíes (a los que acusa de estar financiados por Irán), los primeros apoyan el restablecimiento en el poder del depuesto Abdo Hadi (cuyo antecesor en el cargo cayó como resultado de la Primavera Arabe yemení) y los segundos respaldan a una milicia separatista rival que lleva el nombre de Consejo Transicional Sureño, la que durante algunos días de agosto le arrebató militarmente a las fuerzas de Hadi la capital, Aden. Hay, además, denuncias de que parte del arsenal militar que los yanquis entregaron a la coalición terminó en manos de Al Qaeda. El país se encuentra desmembrado.
Como resultado de un potencial conflicto con Irán en el Golfo Pérsico, del costo de mantenimiento de la operación y del propio empantanamiento militar, pero también en parte como resultado del rechazo popular a los invasores (según El País del 11/7), Arabia y los Emiratos han debido retirar y relocalizar parte de sus tropas.
El empantanamiento del gobierno saudita y el imperialismo en Yemen es un dolor de cabeza tanto para el príncipe gobernante como para Trump. En el caso del primero, sin haber superado aún el impacto causado por las purgas y el crimen del periodista Jamal Khashoggi. En el caso del segundo, cuando busca desesperadamente un logro en política de exterior que lo posicione en la batalla por la reelección.
De conjunto, este bloque –en el que se inscribe también Netanyahu- se encuentra en retroceso, toda vez que el trípode Turquía-Irán-Rusia domina las negociaciones en Siria y Bachar Al Assad ha logrado un nuevo avance frente a los grupos rebeldes. Pero el pandemónium sirio, que merece un análisis específico, sigue abierto. La ofensiva de Al Assad ha desplazado hacia la frontera turca a medio millón de personas, en momentos en que Erdogan quiere expulsar a un millón de sirios de su territorio y reasentarlos en el norte de ese país. De por medio está también el destino de la población kurda. Seguimos en presencia, en resumen, de un escenario explosivo.
Las guerras en Siria y Yemen han causado centenares de miles de muertos, millones de desplazados y han sumido en el hambre a sus poblaciones (8 millones sobre una población de 30 están al borde de la hambruna en el caso de este último país).
Es el horror de la guerra imperialista que amenaza con recrudecer bajo la forma, ahora, de un conflicto regional.
Los trabajadores de todo el mundo deben ponerse en pie contra estas masacres. Fuera el imperialismo. Por la unidad socialista de Medio Oriente.

Gustavo Montenegro

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