viernes, octubre 28, 2022

La poesía entre la libertad y la muerte

Una extensa biografía de Miguel Hernández se ha reeditado hace poco, trayendo nuevas luces sobre una humanidad enorme y de convicciones firmes. 
 José Luis Ferris, Miguel Hernández: Pasiones, cárcel y muerte de un poeta. Sevilla, España. Fundación José Manuel Lara, 2022. 638 páginas. 

 Este trabajo trae una visión actualizada y compleja sobre la vida y la obra del llamado «poeta de la revolución», en los años de la guerra civil. 
 Ferris se apoya en largas décadas de estudios «hernandianos» y en una multiplicidad de testimonios de testigos y protagonistas. También toma documentos que han sido exhumados en tiempos recientes, incluso por él mismo.
 La obra es una reedición «aumentada y corregida» y ha visto la luz este mismo año, por lo que constituye una puesta al día y compilación de lo que han producido las por fortuna abundantes investigaciones de las dos décadas transcurridas desde la primera publicación. 
 El autor ha puesto empeño en eludir idealizaciones en torno a Hernández. En particular las construidas a propósito de la imagen idílica de «poeta pastor» que, en clave de admiración irrestricta, edulcoraban bastante los pasos del alicantino por esta tierra. 
 Hubo en el mencionado lapso de dos décadas trabajos monográficos importantes. Por ejemplo acerca de las prisiones y los procesos judiciales que pesaron sobre el poeta. Sobre esa base, el autor ha producido una muy informativa síntesis de ese recorrido último.

 Del campo a Madrid, de la Iglesia a la revolución.
 
 En su breve vida, la trayectoria «hernandiana» experimentó fuertes giros. Miguel pasó de pastor de cabras a las órdenes de su padre a novel poeta y dramaturgo de convicciones católicas y conservadoras. Para luego poder aunar su experiencia social en el trabajo manual y la pobreza con ideales de transformación social. 
 Su punto de partida fue Orihuela, una ciudad pequeña, de fuerte influencia eclesiástica y hábitos sociales rutinarios y pacatos. Ferris describe con maestría esa atmósfera y su influjo sobre los primeros pasos del poeta. 
 Ya establecido en Madrid y con amistad estrechada con Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre, Pablo Neruda y Raúl González Tuñón, entre otros, se convertirá en una “joven promesa” de la poesía hispánica. Y en un hombre de izquierdas, tras el sueño de una sociedad más libre y justa. 
 El giro abrupto de la coyuntura española lo llevaría en poco tiempo a transformarse en “el poeta del pueblo” o “el poeta de la revolución”, en un difícil maridaje entre los versos y los fusiles, que sostiene en alto pese a sus dificultades. 
 Ese itinerario lo recorre Ferris. Sin desmentir nunca una firme admiración por la persona y la escritura de Hernández. Pero incorporando diversas aristas de su personalidad y sus acciones, dentro y fuera del campo artístico. 
 M. H era, entre otras cosas, un joven de sana ambición, que quería convertirse en una figura literaria de peso, con sus poemas leídos por muchos miles de compatriotas. Iba en ese camino cuando los militares se alzaron contra la república… 
 Por entonces Miguel ya formaba parte desde hacía unos meses del Partido Comunista. Sus convicciones habían virado en medio de un proceso de radicalización política generalizado. Hernández mostraría que en su caso no se trataría de seguir una onda ni de un cambio superficial, sino de una toma de partido raigal y definitiva. 
 Ferris lo sigue con atención en sus pasos durante la guerra: Después de un inicial refugio en su tierra natal, el poeta se enrola en el Quinto Regimiento. Y a partir de allí el suyo es un recorrido de combatiente, en particular en el «frente cultural», primero dentro de las milicias y después del ya constituido ejército republicano. Como poeta, dramaturgo, periodista, Miguel acompaña a las tropas, vive con ellas, y asiste a los combates. 
 El autor trata de mantener una postura de equilibrio frente al tránsito poético de Hernández por el conflicto hispano: Valora su decisión de desempeñarse en el propio frente y no en la retaguardia. Y asigna alta estimación a su producción poética puesta al servicio de la moral combatiente y el arraigo de la lucha antifascista. Procura al mismo tiempo no convertirla en la clave de bóveda de su producción, al destacar asimismo el valor de sus versos anteriores y posteriores al conflicto. 
 Ferris va en dirección a rescatar el conjunto de su obra, sin esquematismos ideológicos que lleven a privilegiar en demasía su poesía amorosa o introspectiva. O, al contrario, den primacía absoluta a sus versos más militantes, los de Viento del pueblo, por ejemplo.
 Otro costado a anotar entre los méritos del estudioso está en el tratamiento de la vida amorosa del autor de El rayo que no cesa. No se acerca por el sendero chismográfico, sino para ver cómo incidieron sobre su vida las mujeres que la atravesaron. 
 Miguel no logró la conjunción de pareja que buscaba. Su noviazgo y matrimonio con Josefina Manresa adoleció de la pertenencia a “mundos” diferentes e ideologías muy diversas. Lo que no impidió que ese vínculo contribuyera a sostenerlo en sus peores momentos. 

 La cárcel y la muerte.

 En la escena inmediata a la derrota de la República, el poeta de Orihuela quedó desamparado. El libro brinda atención a esos momentos e incorpora varias dimensiones a su narración y análisis. Sin cargar en exceso las tintas, señala la desatención de sus camaradas de partido, que no lo incluyeron en ningún contingente a proteger camino al exilio, de los que hubo más de uno.
 En el período final, de recluso en las prisiones franquistas, Ferris brinda una visión bastante completa de lo que fue aquel padecimiento. Tanto acerca del maltrato carcelario como de la cruel y chapucera «justicia» del franquismo. La misma que lo condena a muerte para luego cambiar la sentencia a 30 años de prisión, no sin antes tenerlo medio año con su ejecución pendiente. 
 Todo en un trámite “sumarísimo de urgencia”, que lo acusa por un absurdo “delito” de “adhesión a la rebelión militar” y excluye el tratamiento de las pruebas. 
 El estudioso explica cómo el régimen decide no consumar el asesinato judicial de Hernández, para eludir así las seguras repercusiones internacionales del caso. Del “Caudillo” hacia abajo, no querían “otro García Lorca”. Así es que conmuta la condena. 
 Y luego hace y deja de hacer todo lo necesario para llevarlo a la muerte. 
 Sitio destacado se lo llevan los franquistas que habían sido amigos del poeta y buscan la «regeneración» del encarcelado, para hacerlo abjurar de sus ideales y convertirlo en un «arrepentido», en paz con la dictadura y con la Iglesia. Señala Ferris entre ellos el papel de algún eclesiástico, otrora protector del poeta, que subordinó la preservación de su vida a la supuesta “salvación” de su alma. 
 Miguel rechazó esos acercamientos una y otra vez. Y murió de tuberculosis en las peores condiciones. Pero con la dignidad intacta, tal como la había sobrellevado en sus tres décadas de vida. 
 Por fortuna, en el caso del alicantino nadie podría hablar hoy de que haya insuficiente memoria sobre su poética y su trayectoria vital. En el año en que se cumplen 80 de su muerte, es cada vez más la atención que se le dedica, desde las investigaciones más concienzudas a los recordatorios periodísticos ocasionales. 
 Ferris ha tomado todo ese caudal y lo ha elaborado para arribar a esta extensa biografía. La que cumple con todos los requisitos del trabajo erudito y a la vez alberga una escritura entretenida y hasta apasionante.
 Hernández es representativo de toda una era de la cultura española y del intento del franquismo por aniquilarla. La dictadura no pudo cargarse ni a su poesía ni a su ejemplo de vida. Ambos siguen iluminándonos y obras como ésta avivan ese brillo perenne.

 Daniel Campione | 24/10/2022

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