La historia del país demuestra que sismos de mediana intensidad han provocado enormes destrozos. En 1960, la ciudad de Agadir, en la costa oeste, fue destruida y dejó un saldo de casi 15 mil muertes – un tercio de su población. Este antecedente debería haber bastado para desarrollar medidas de prevención antisísmica, algo que no se ha puesto jamás en práctica en el país. Esto ha tenido consecuencias sociales con la destrucción de gran parte de las viviendas de la población de la zona, las pérdidas humanas y una gran pérdida humanitaria. Han caído mezquitas del siglo XII y parte del viejo Marrakech se ha derrumbado o ha quedado seriamente dañado. El lucro capitalista defiende, en su decadencia, la maximización de la ganancia sin importar las consecuencias.
Marruecos en su conjunto se encuentra en una zona de colisión de placas tectónicas, donde convergen la placa africana y europea. Al día de hoy, las fuerzas de interacción entre ambas provocan que sus montañas continúen un proceso de crecimiento (4mm al año) esto debería encender las alarmas de cualquier gobierno. El nivel de derrumbes y la dificultosa puesta en práctica de una respuesta coordinada ha demostrado que el gobierno marroquí no contemplaba ni como posibilidad un terremoto en el corto o mediano plazo.
“Es como si nos hubiera caído una bomba”
La población de Marrakech, vivió una situación sin precedentes. La desesperación se apoderó de la población que no contaba con indicaciones claras para desalojar sus hogares ni un trabajo coordinado para dirigirse a refugios o lugares seguros ante la posibilidad de nuevas réplicas. El agua y la comida escasean.
La ayuda del gobierno es lenta, los rescatistas denuncian un agotamiento extremo por la falta de manos y de equipos. En las aldeas de las montañas, cuyos accesos se encuentran en muchos casos destruidos, la ayuda no ha llegado más que a cuenta gotas (La Nación, 10/08). En Moulay Brahim, un pueblo cercano al epicentro, a unos 40 kilómetros al sur de Marrakech, los propios residentes han rescatado con sus manos a los muertos de los escombros.
La ayuda internacional anunciada por los gobiernos de diversos países todavía no se ha hecho realidad, los cálculos más optimistas indican la necesidad de meses y hasta años de tareas de reconstrucción. “Este es un desastre que necesita una respuesta considerablemente mayor y coordinada” destaca un corresponsal de la BBC.
La dilatada acción estatal se contrasta con la rápida acción de la propia población que no dudó en rescatar con sus propias manos a sus vecinos. El sábado por la mañana los hospitales desbordaron de habitantes y turistas que hacían colas para donar sangre para atender a los heridos. Los medios muestran imágenes de habitantes de otras ciudades que recolectaron donaciones y manejaron cientos de kilómetros para repartirlas entre los damnificados. Es la expresión de la irrevocable confrontación de intereses entre los trabajadores, su gobierno y el lucro capitalista.
Joaquín Antúnez
11/09/2023
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