sábado, mayo 08, 2010

La parábola social de Saint Simon


En su singular y extensa obra, conde de Saint-Simon, Claude Henri de Rouvroy, (París, 1760-Id. 1825), estableció, siguiendo el mismo método que vivíamos en un período de transición hacia un sistema industrial o positivo que semeja en cierta manera a lo que hoy podía­mos llamar un socialismo de Estado bastante original y recuerda también ciertos planteamientos de un posible «socialismo tecnocrático», todo ello para llegar a acabar con la división social entre dos clases fundamentales: la de los ociosos y la de los trabajadores. Para explicar esta división utilizó la siguiente parábola, que le atrajo las iras de los ociosos (naturalmente).
Dice así: «Supongamos que Francia pierde súbitamente sus primeros 50 físicos, sus primeros 50 químicos, sus primeros 50 fisiológicos, sus primeros 50 banqueros, sus primeros 50 comerciantes, sus primeros 500 agricultores, sus primeros 50 maestros» (etc., etc., continúa). «Como esos hombres son los franceses más esencialmente productores aquellos que producen los productos más importantes, la nación se convertiría en un cuerpo sin alma desde el momento que los perdiese; caería inmediatamente en un estado de infe­rioridad respecto a las naciones con las cuales ella rivaliza y continuaría siendo subalterna de ellas en tanto no reparara esa pérdida, en tanto no tuviera de nuevo una cabeza... Pasemos a otra suposición. Admitamos que Francia conserve todos los hombres de genio que posee en las ciencias, en las bellas artes, en las artes y los oficios, pero que tenga la desdicha de perder en un solo día a monsieur hermano del rey, a los cardenales, a los obispos, a los magistrados y al mismo tiempo a los grandes oficiales de la corona, todos los ministros del Estado, con o sin cartera, los consejeros de Estado, todos los maestros de requetés, todos los maris­cales, todos los prefectos y subprefectos, todos los emplea­dos en los ministerios, y además los 10.000 propietarios más ricos entre los que viven de sus rentas sin producir nada. Claro que tamaño accidente afligiría a los franceses porque son buenos...Pero esta pérdida de los 30.000 individuos más reputados como los más importantes del Estado sólo acu­saría pena en el aspecto sentimental, pero Francia no su­friría ningún daño político».
La lección primordial de esta parábola radica en que la sociedad in­dustrial se compone de todos los que participan en la pro­ducción, sean o no propietarios ya que él no desaprueba la propiedad privada. Estos componentes, hombres de cien­cia, industriales, trabajadores, campesinos o banqueros ha­brían de formar el Estado Industrial, mientras que los ociosos no tendrían derecho a nada. La nueva organización de la sociedad habría de priorizar la producción y los inte­reses económicos que son los estructurales de las funciones sociales. La síntesis viene a ser en palabras del maestro: «Sustituyamos el gobierno de las personas, por la administración de las cosas», y toda la política queda supeditada a este proyecto que encendió la imaginación de toda una generación de brillantes jóvenes intelectuales e inconfor­mistas.
La existencia del conde de Saint-Simon se desarrolló bajo el signo de la imagina­ción y la llamada a la gloria: «nada le parecía demasiado grandioso». Se cuenta que ya desde los quince años se hacía despertar con estas palabras por su mayordomo: «Leván­tese señor conde; tiene usted grandes cosas que hacer». A los 23 años declaraba que su misión era: «Hacer un tra­bajo científico útil a la humanidad». Descendiente de una de las familias más aristocráticas de Francia se dice que se sintió impulsado por las apariciones de su antepasado Carlomagno. Mostró, desde muy joven una gran capacidad para los estudios y muy tempranamente cultivó la amistad de D' Alembert coautor con Diderot de L 'Enciclopedie. Ro­mántico y liberal se alistó con el Estado Mayor de Oficiales que bajo la dirección de La Fayette participaron en la gue­rra de liberación norteamericana contra los británicos.
Al retornar a Francia coincide pronto con la revolución, con la que simpatizó aunque permaneció distante, considerán­dola como un síntoma de los nuevos tiempos pero desde­ñándola ya que para él el «gobierno de la plebe es el go­bierno de la ignorancia». Sospechoso por sus negocios y por su actitud equívoca es hecho prisionero para recobrar su li­bertad con el 9 Termidor. Se convierte en un conocido mecenas de artistas y sa­bios, asistiendo a los cursos de la Facultad de Medicina y a los de la Escuela Politécnica. En esta época está ya imbui­do de la importancia de sus proyectos y trató de convencer a madame de Staél de que por ser la mujer más inteligente se case con él que es su igual entre los hombres, ella le toma en broma. Se arruinó con su prodigalidad y sus acti­vidades, cayendo en la miseria. Trabajó como funcionario y empezó a escribir sus primeras obras, en 1802 escribió sus Cartas desde Ginebra, para ello se rodeó de gente con talento como Agustín Thierry (historiador que utiliza ya los conceptos de «la lucha de clases») y Auguste Compte (el fundador de la sociología positivista que es, en parte, deudor de Saint-Simon). Retorna a la miseria e intenta tras varias desilusiones suicidarse como buen romántico, al fra­casar la última vez pierde un ojo. Desde entonces su obra empieza a conocerse y da pie a la formación de núcleos de discípulos, que le ayudarán y le cuidarán hasta su muerte. Uno de ellos recogió sus últimas palabras: «Mi vida entera -dijo- puede resumirse en una idea, garantizar a todos los hombres el libre desarrollo de sus facultades. Cuarenta y ocho horas después de nuestra publicación, se organizará el partido de los obreros, el futuro nos pertenece!... Se llevó las manos a la cabeza y murió».
Las ideas de Saint-Simon no han resultado de fácil sistematización por parte de los historiadores.
Contienen un sistema que abarca un amplio abanico de ideas, muchas veces oscuras y contradictorias. Su hilo se inserta enteramente en el «progresismo» (creencia en un avance lineal de la humanidad hacia el progreso) del momento y plantea: «La Edad de Oro de la Humanidad no está detrás de nosotros: está por venir y se encontrará en el perfeccionamiento del orden social. Nuestros padres no la vieron; nuestros hijos la contempla­rán algún día. Tenemos el deber de prepararles el camino». El camino para Saint-Simon es bastante fácil, es por ello que se dirige a la Santa Alianza, o sea la asociación contrarrevolucionaria entre Rusia, Prusia y Austria contra Napo­león, apostrafándoles que está bien haberse liberado de Napoleón; pero acaso, ¿tienen los gobernantes alguna otra cosa que no sea la espada?, después de una crítica muy general concluye: «¡Príncipes, oid la voz de Dios que habla por mi boca. Volved a ser buenos cristianos; desechad la convicción de que los ejércitos mercenarios, la nobleza, el clero hereje y los jueces corrompidos constituyan vuestro principal apo­yo; uníos en nombre del cristianismo y aprended a cumplir vuestros deberes que el cristiano impone a los poderosos; recordar que el cristianismo ordena a los gobernantes que consagren sus energías a mejorar lo más rápidamente posi­ble la suerte de los realmente pobres».
El sistema saintsimoniano se basaba pues en «un nuevo cristianismo» que daría lugar a la estructura social que le correspondía a este nuevo período de la humanidad. Soste­nía que las sociedades habían pasado por los sistemas mili­tares y teológicos, a los que también llamaba feudal y papal. Este sistema culminó en el siglo X, cuando empieza la decli­nación hasta el siglo XVIII, debido al nacimiento en su pro­pio seno de la sociedad industrial. La Gran Revolución Fran­cesa la consideraba como una obra de destrucción nece­saria, pero coincidiendo con el resto de utópicos, pensaba que no había podido dar una alternativa constructiva: la sociedad burguesa de su época no lo podía hacer. La revolu­ción política y filosófica promovida por Lutero y por Des­cartes fueron los que, según Saint-Simon, facilitaron la descomposición del Medioevo, la revolución inglesa de 1688 había allanado el trayecto, que la revolución francesa aún siendo la culmina­ción requería para cubrir el ciclo definitivamente una revo­lución científica.
La nueva ciencia saintsimoniana era la ciencia del hom­bre o la fisiología social, ya que según afirmaba: «Todo ré­gimen social es una aplicación de un sistema filosófico y, por consiguiente, es imposible implantar un régimen nuevo sin que previamente se haya establecido el correspondiente sistema filosófico». Por ello sueña con una nueva enciclopedia filosófica que esté a la altura de la revolución científica y que fuese la or­ganizadora necesaria para los nuevos tiempos. Esta ciencia situaría el hombre y las cosas como objeto de una misma máquina, siguiendo un método positivo decía que el hombre respecto al universo era «como un reloj de bolsillo encerra­do en un reloj de pared del cual recibe el movimiento».
A su parecer, el primer objetivo político del Estado tenía que ser el desarrollo de la producción, por lo que su gobierno debía estar constituido por industriales de toda índole, obreros, campesinos y propietarios. Además, propuso que los científicos ocuparan el lugar de los clérigos en el orden social; la función de la religión sería guiar a las clases más bajas de la sociedad en su lucha para mejorar sus condiciones de vida. También proclamaba la abolición de los derechos hereditarios y la formación de una asociación cuya función fuera impedir la guerra.
Saint-Simon influyó poderosamente en Auguste Comte a raíz de sus colaboraciones conjuntas, y aunque sus caminos acabarían por distanciarse, el positivismo de Comte está basado en su mayor parte en conceptos sansimonianos. Tras su muerte, sus discípulos popularizaron su ideología durante el Segundo Imperio. Sus principios adquirieron el nombre de sansimonismo, como si se tratara casi de una religión, aunque la asociación terminaría por disolverse. La influencia de la ideología de Saint-Simon en el pensamiento moderno ha sido muy profunda. Previó correctamente el futuro proceso de industrialización del mundo y confió la solución de la mayoría de los problemas de la sociedad a la ciencia y la tecnología.
En su Introducción a los trabajos científicos del siglo XIX (1808), Saint-Simon aboga por una rehabilitación del papel del trabajo social que ha de conducir a un orden nuevo y a una organización científica de la sociedad, basado en la ciencia, la industria y una nueva religión. Apela a los artistas e intelectuales para que pongan sus obras a actuar como propagadores y propagandistas de este nuevo orden social, y apela a los grandes industriales y científicos como los dirigentes de este nuevo orden social positivo. Dicha tesis la elaboró conjuntamente con A. Thierry en su obra Sobre la reorganización de la sociedad europea (1814). Posteriormente publicó las revistas «La Industria» y «El organizador». Durante un cierto tiempo (1817-1824) se le asoció como colaborador A. Comte, sobre quien ejerció una gran influencia, y con quien publicó Del sistema industrial (1820-22) y El catecismo de los industriales (1823-24), aunque posteriormente se distanciarían. Ante los cambios introducidos por el desarrollo de la ciencia y la industria, propugna la necesidad de una reorganización social que acabe con los vestigios del ancien régime.
Saint-Simon considera que la historia de la humanidad está regida por dos fuerzas: la del hábito y la del cambio, que originan períodos críticos, en los que se producen transformaciones y se efectúa la liquidación de las estructuras anquilosadas en el pasado, y períodos orgánicos. La moderna sociedad industrial que sucede a las sociedades teológicas y militares necesita cambiar sus estructuras y dar lugar a un nuevo orden social y económico capaz de realizar el conjunto de las virtudes humanas y permitir el pleno desarrollo de todas las capacidades productivas de la humanidad gracias al gobierno de las élites intelectuales.
Esta nueva estructuración social no persigue un igualitarismo, que es declarado por Saint-Simon como plenamente imposible e indeseable, sino que se debe basar en una estructura en la cual los dirigentes han de ser los directores de fábricas, los científicos, ingenieros y artistas que han de gobernar a la mayoría de productores. Pero esta estructura, originada por la necesidad del desarrollo de la producción, no ha de ser una nueva forma de gobierno de las personas, sino una nueva forma de gobierno sobre las cosas. Puesto que considera imposible la nivelación de clases, considera también que la moral y los sistemas de ideas han de ser distintos en cada nivel social.
Así, los ingenieros e industriales saben que todo está regido por el principio de gravitación, mientras que las clases populares necesitan creer en Dios, que es una versión antropomorfizada y popularizada de aquél mismo principio gravitatorio. Elaboró también un «nuevo cristianismo» (Nuevo cristianismo obra que dejó inacabada en 1825,) para sustituir a la vieja religión, inadecuada para los tiempos modernos. En el nuevo cristianismo, el imperativo fundamental es la justicia social, su virtud principal la fraternidad, y la Iglesia se sustituye por el Taller. Saint-Simon gozó de cierta popularidad y, además de influir decisivamente sobre Comte y el inicio del positivismo, tuvo muchos discípulos, entre los que destacaron Barthélemy Prosper Enfantin y Saint-Amand Bazard, que desarrollaron las ideas de Saint-Simon dando lugar al movimiento revolucionario conocido como saint-simonismo, que influyó sobre el desarrollo de las ideas del socialismo francés.
Entre sus obras publicadas en castellano se encuentran: El sistema industrial (Revista del Trabajo; El nuevo cristianismo, y El catecismo de los industriales (Orbis, Barcelona, 1983). Sobre su vida y obra cabe citar a: Ansart (Pierre), Sociología de Saint-Simon (Península, BCN, 1976); Charlety (Sebastián), Historia del saintsimonismo (Alianza, Madrid, 1971); Mauss (Marcel), Alcan, Gur­vitch (George), Les fundateurs français de la sociologie contemporaine, phase I: Saint-Simon (Centre de Documentation Universitaire, París, 1984); Durkheim (Emile), Le socialisme, sa dephinition, ses débuts: la doctrine saintsimonienne, París. 1946. Sus obras en francés están editadas en Oeuvres, 6 vols, Anthropos, París, 1966. Además pueden consultarse: La psysiologie sociale, oeuvres choisies, PUF, París 1965, y Saint-Simon, recueil de textes, PUF, París 1969

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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