miércoles, mayo 19, 2010

Del Vigor del Acero con que se funde la espada.


Este 19 de Mayo de 2010 se cumplen 115 años de que, revólver en mano, cual remedo de la lanza que en ristre llevara el imaginario hidalgo de la Mancha, se lanzara en carga hacia la eternidad un Hombre llamado José Julián Martí y Pérez, muriendo, como el pidió, “de cara al sol” (2).
Y pocos merecen que se anteponga a su nombre con mayúscula esa, catalogada por él mismo de:”dificilísima y pocas veces lograda carrera”(3). No era la Hombradía de Martí la banal, la ridícula ó la de auto-vanagloria; era la excelsa, aquella que optaba por el yugo, para que puesto en pie sobre él, refulgiera en su frente la Estrella que ilumina y mata.
Estrella que lo llevó a una vida sacrificada y austera, ofrendando a la sagrada causa de la libertad talento, familia, amor, salud y finalmente la vida.
Talento que le permitió ser un poeta exquisito e innovador, ardiente y viril como pocos; ser un periodista acucioso, perspicaz y persuasivo; ser un orador cautivante, profundo, fulgurante; organizador y director de hombres con la capacidad de convencer y de aunar en pos de la sagrada causa a los venerables “pinos viejos”, de merecida gloria ganada en los campos de batalla, y a los fogosos e inexpertos “pinos nuevos”; capaz de persuadir a hombres de refinada y profunda cultura, tanto como a sencillos y humildes tabaqueros, hasta hacer saltar de su pedestal en 1895 a los hombres de mármol que en la manigua ganaron la libertad de Cuba (4).
Familia a la que amó con toda la pasión y la fuerza que tenía su inmenso corazón: su madre canaria, de la que nació con “esa vida que ama el sacrificio”; su padre, austero y riguroso valenciano, a quien siempre amó y respeto a pesar de desencuentros; a sus hermanas, a quienes escribió cartas llena de amor filial y de sabiduría.
A su hijo; pocos hombres han escrito páginas tan bellas dedicadas a un hijo como las que pueblan el Ismaelillo, rebosante de amor paterno, de alegría y de tristeza a la vez. Al que legara su leontina y su reloj en caso de muerte; pero dejó una herencia tan grande como pocos hombres pueden dejar a un hijo: el cimiento de una Patria Libre.
Y como hija amó también a María Mantilla; poco importa si lo fue o no de su carne; lo mas importante es que lo fue, y mucho, de su corazón.
Amor de la esposa, que no comprendió la profundidad de aquel que amándola tanto, no podía dejar de dedicar su tiempo a la causa sagrada; esa Carmen, bella, orgullosa y honrada camagüeyana, a la que cantara en versos de tan elevado lirismo; y que guardó luto a la memoria de aquel que amó aunque no comprendió.
Y a otras, antes y tal vez después, también amó; unas fueron el amor de estudiante ó de joven galante; puede que alguna vez reclinara su cansada cabeza en un amoroso seno, en medio de su soledad; no hablamos de un santo sino de un Hombre.
Y también fue cultor de la amistad, de forma tan profunda y completa, que quedó marcada en muchos de sus contemporáneos; en Fermín Valdés Domínguez; en Juan Gualberto Gómez; en el mexicano Manuel Mercado; en Gonzalo de Quesada y otros muchos; en casas humildes de Cayo Hueso y de Tampa, donde amorosas manos negras lo cuidaban de aquellos que intentaron envenenarlo. E incluso con aquellos que alguna vez tuvo diferencias, como Enrique Collazo y sobre todo Máximo Gómez; a quien no solo ofreció “ la satisfacción del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres”, sino que el Generalísimo le encomendó su hijo mas querido (aquel que prefirió luego morir que abandonar al enemigo el cadáver del Titán); cuentan que en 1899, al arribar a la Habana el eximio hijo de Baní y de Cuba, una Carmen Zayas-Bazán de riguroso vestido negro le preguntó por una foto de Martí que llevaba el Héroe de 100 Batallas; “Lo he llevado junto a mi corazón durante toda la Guerra”, fue la respuesta.
Hombre grande entre los de la América, con un pensamiento que, partiendo de lo cubano se desborda a lo continental e incluso a toda la humanidad; un pensamiento rebosante de ética, de fraternidad, de penetración política.
Cuesta trabajo pensar que es el mismo quien escribe una obra tan exquisita, didáctica y amorosa para los niños como lo es la Edad de Oro; y que a la vez tiene la prudencia y previsión de quien enfrentó los designios imperiales de Blaine durante la Conferencia de Washington de 1889; o quien en los encendidos artículos de Patria aboga por la reanudación de la necesaria guerra que lleve la libertad a su querida Cuba. Y quien con habilidad increíble logra organizar la insurrección, burlando a espías y agencias de detectives pagadas por la corona española.
Quien como el pudo describir con palabras que desbordan fuego la gloriosa Revolución de Yara; quien cincela en magistral discurso la pasión, el centelleante arrojo y la cimentadora obra del Libertador; quien fundamenta con lirismo incontenible y arrasador la esencia de la Madre América, y señala el camino unificador que debemos enrumbar.
No hubo maldad ni injusticia contra la que no alzara su fulgurante palabra: contra el racismo, contra la exclusión de la mujer, contra la infamante expoliación de los que con sus manos crean la riqueza.
Y esto, dentro de un mensaje de amor a la humanidad, que nunca preconizó el odio; jamás llamó a odiar a los españoles, de los cuales era hijo, como una parte importante de los cubanos de su época; para aquellos que honradamente ganaban su pan en Cuba enunciaba él que habría también un digno lugar en la nueva Patria.
Por eso no podemos dejar de acercarnos cada día a ese, el inmenso legado que nos dejara, su obra, tan amplia y profunda que cuesta trabajo pensar que quien la escribió apenas vivió 42 años, y casi nunca en sitio reposado y apacible, sino como quien vive sobre la cresta de un monte de espuma (5). Y que solo pidió sobre su tumba, un ramo de flores y una bandera (6).

(1) Mi verso al valiente agrada
Mi verso, claro y sincero
Es del vigor del acero
Con que se funde la espada.

(2) No me pongan en lo oscuro
A morir como un traidor.
¡Yo soy bueno, y como bueno
Moriré de cara al sol!

(3) “Escenas mexicanas”, Revista Universal, México, 25 de Mayo d 1875, t.6, p 209.
(4) Échame en tierra de un bote
El héroe que abrazo: me ase
Del cuello: barre la tierra
Con mi cabeza: levanta
El brazo, ¡el brazo
Le luce lo mismo que un sol!: resuena
La piedra: buscan el cinto
Las manos blancas: del soplo
Saltan los hombres de mármol!
(5) Si ves un monte de espuma,
Es mi verso lo que ves;
Mi verso es un monte, y es
Un abanico de plumas.

(6)¡Yo quiero, cuando me muera
Sin patria, pero sin amo,
Tener en mi losa un ramo
De flores, y una bandera!

Eltzo Kutrukuz | ACRC |

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