Entrevista a Raimundo Cuesta, Premio Nacional a la Innovación Educativa
Entrevista realizada al historiador Raimundo Cuesta, Premio Nacional a la Innovación Educativa, al término de la Mesa debate, Paraninfo: Unamuno ante el 12 de octubre de 1936, que se celebró el pasado jueves, 5 de septiembre, en El Centro de Documentación de la Memoria (Salamanca). Cuesta, profundo conocedor de la vida y obra de Miguel de Unamuno, es co-fundador de las plataformas de pensamiento crítico Cronos y Fedicaria. De formación marxista y ecléctica, ha dirigido proyectos de investigación académica sobre historia, memoria y didáctica crítica en España y en América Latina. Es asimismo experto en la Guerra Civil española y autor de numerosos artículos académicos y obras de marcada relevancia, como “Felices y Escolarizados” (una dura crítica a la educación tradicional) y “La venganza de la memoria y las paradojas de la Historia”.
P . En tu intervención te referiste a Unamuno como “animal prepolítico” y como un profeta en el infierno del 36, ¿Por qué?
R. En efecto, a fin de dar una mayor perspectiva de fondo histórico al acto sobre el 12 de octubre del 36 celebrado en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, adelanté algunas de las características que revistió la trayectoria de Unamuno como intelectual público. El pensador vasco perteneció a una especie de intelectual que empezaba a dar muestras de extinción en vísperas de la guerra civil española. Él era, ciertamente, una suerte de persona que se deleitaba predicando, cual mistagogo (1) y agitando las conciencias desde la cátedra y desde otras tribunas públicas. Lo suyo era un estado de agitación permanente y una militancia individualista que no apelaba a programas de partido -ya que él era su propio partido- sino a grandes valores y enormes descalificaciones del adversario (bien fuera Alfonso XIII, o el dictador Primo de Rivera o Azaña, el presidente de la II República). Su tono era “prepolítico” (casi de profeta bíblico), agudamente crítico, a menudo desmesurado y a veces enormemente ofensivo (por ejemplo, no se privó de llamar “enano epiléptico” al ministro y general Martínez Anido).
Unamuno, que sufrió el destierro y exilio durante la dictadura de Primo de Rivera, cuando regresa a España, en olor de multitudes, queda como desconcertado. A la sazón emergían fuerzas y planes políticos que tenían la república como norte y su discurso “prepolítico” sobre las esencias y latencias del pueblo español y la civilización occidental casaban mal con el momento. Pronto Unamuno, incluso tras la proclamación de la República el 14 de abril de 1936 y a pesar de los muchos honores y reconocimientos recibidos por este régimen (rector perpetuo de la Universidad salamantina, Presidente del Consejo de Instrucción Pública, parlamentario constituyente, etc.) se muestra cada vez más esquivo y crítico con el nuevo sistema político. Se enfrenta acerbamente a las reformas del bienio azañista (1931-1933) y desde su discurso del Ateneo de Madrid en 1932 se puede decir que es un opositor, un irreconciliable enemigo de la política del momento. Cuando el 18 de julio del 36 da su bienvenida a la rebelión militar de Franco sigue sin entender nada de lo que ocurre. Cuando el 12 de octubre, rodeado de la mujer de Franco, Millán-Astray etc., “el animal político” estalla en el paraninfo con su alegato a favor de la razón y contra la fuerza bruta; su gesto hace justicia a su acreditado coraje de decir la verdad (decir lo que uno piensa a pesar de las consecuencias que pudiera tener) pero demuestra que “ha quedado abrasado por las ascuas del infierno de una guerra que nunca comprendió.”
Desde luego, su obra literaria goza por lo común de una alta estima, que comparto. En cambio, su vida pública y sus intervenciones de profeta en la vida política son harina de otro costal. Ni el propio Unamuno estaba a favor de todos los gestos y actitudes que él había protagonizado durante la guerra civil. Sin embargo, los demás tienden a convertir su figura y sus actos en bandera de sus propias apetencias ideológicas, no en vano su quehacer bien vale para estar en contra o a favor de esto o de aquello otro.
P .-Además de Unamuno como profeta, hablaste de Azaña como “un revolucionario republicano” y de Ortega (La rebelión de las masas) como “maestro de las clases dirigentes” o -como diría hoy Podemos- de “la casta”. Podrías desglosar esa valoración.
R. Habría mucho que matizar sobre lo que me preguntas. Entre Unamuno, más viejo y perteneciente a la generación de 98, y Ortega y Azaña, más jóvenes y miembros de la generación de 1914, se materializan los tres tipos de intelectuales públicos que representan, respectivamente, tres proyectos de futuro en lo que se llama la edad de plata de la cultura española (del 98 a la guerra civil). Unamuno es el profeta; Ortega el forjador de elites ilustrada y europeizantes; Azaña es el político capaz de articular un intento de modernizar España mediante una “revolución republicana”, sustentada en los intelectuales progresistas y la clase obrera. La “revolución” de Azaña, un intelectual de la pequeña burguesía y de talante sosegado, consistía en dar la vuelta pacíficamente a las antiguas estructuras heredadas de la monarquía (el latifundismo, el caciquismo, el Estado confesional y la influencia de la Iglesia, la paupérrima educación, la condición de las clases trabajadoras, el Estado centralista, etc. Aunque en el diagnóstico de algunos de estos problemas temas había coincidencia con Unamuno y Ortega, no la había en los medios y las alianzas de clase que podrían solucionarlos. La nota distintiva de Azaña era que no creía, a diferencia de sus colegas, que la solución fuera solo o preferentemente un problema de educación. Para él era una cuestión de armar una formidable alianza de clases entre partidos republicanos y partidos obreros.
Al final los tres acabaron mal: Unamuno murió aislado en su casa el último día del año 1936; Azaña tuvo que refugiarse en el exilio francés y murió allí en 1940; los funerales de Ortega tuvieron lugar en un otoñal y grisáceo Madrid de 1955, imagen mustia de un liberalismo de minorías selectas, apenas tolerado por el franquismo.
Lo que tú llamas la “casta”, en España había sido tradicionalmente denominada como la “oligarquía” (un reducido grupo de terratenientes, financieros, altos funcionarios y propietarios industriales cobijados bajo el paraguas de la Iglesia católica) que había mantenido su dominio mediante el caciquismo (una red clientelar en los núcleos rurales que les permitía “controlar” a su antojo los resultados electorales. Ninguno de los tres intelectuales pertenecía a esa “casta”; es más cada uno de ellos, desde diferentes ópticas, plantearon romper con la “vieja política” (así se expresaba tempranamente Ortega). Ahora bien, España entró, como toda Europa, en una dinámica infernal, de modo que estalló una guerra civil que abrió un foso insalvable entre dos Españas. La encrucijada del 36 llevó a nuestros tres personajes a adoptar posiciones muy contradictorias: Unamuno aceptó el levantamiento militar pero luego vivió en estado de continua pesadumbre; Ortega dejó la zona republicana y se refugió en el exilio; Azaña tomó las riendas de la República durante la guerra y se desvanecieron sus sueños de una vía pacífica para construir un “revolución republicana”.
En fin, eso de la “tres Españas” no me gusta. Eran dos con muchos matices. No obstante, algunos, como el escritor André Trapiello (Las armas y las letras…), han llevado el agua a su molino y han erigido a Unamuno en encarnación de esta tercera España que pudo ser y no fue. Para que el lector se sitúe, hoy el partido Ciudadanos se pretende albacea de esa “tercera España”, que en su día inventara Salvador de Madariaga. Ya se ve cuál es el fuste del actual centrismo español. La invención ha sido, pues, una nadería con ribetes literarios.
P. ¿Por qué sigue habiendo en España “Dos bandos” herederos de las partes enfrentadas en la Guerra Civil? ¿Qué recetas propones para pasar página e iniciar otro capítulo histórico con los temas que actualmente preocupan a la gente y a la juventud, por ejemplo, el paro, la inseguridad ante el futuro, la caída de los valores, el trabajo precario, etc. Hay algunos pensadores que dicen, incluso, que “la política ha muerto” y ha sido enterrada por “las grandes finanzas.
R. La historia pasa pero pesa. La historia de la guerra civil sigue pesando tanto o más que la losa bajo la que todavía se encuentra Franco en la basílica de Cuelgamuros. A poco que salga un tema sobre la guerra, a pesar de que han pasado ochenta años de su final en abril de 1939, eaparece la pasión banderiza y el aprovechamiento político de la situación. Eso a pesar de que la inmensa mayoría de la población española no vivió la guerra civil y por tanto, tienen solo eso que se llama “posmemoria” (una memoria inducida por familiares, textos escolares, etc.). Hay que tener en cuenta que nuestra conciencia política está todavía decididamente marcada por “la guerra, la dictadura y la transición a la democracia”. Esas son las tres “heridas” sangrantes que a la menor se abren a borbotones. Valga el ejemplo que nos ocupa: un director como Amenábar hace una película que refleja el enfrentamiento entre Unamuno y el general José Millán-Astray y saltan todas las alarmas de la pulsión destructiva.
En todo caso, en referencia a lo que dices, las páginas del pasado se pasan cuando no quedan deudas pendientes y cuando en una sociedad como la nuestra prime una representación colectiva, con muchos matices diferenciales, que sea compatible con los valores de una democracia avanzada y no con los esgrimidos por los herederos y hoy defensores del fascismo a la española.
No creo que la política haya muerto. Basta recordar el movimiento de masas que dio origen a Podemos y que abrió tantas esperanzas en 2011 (hoy en parte agostadas). La juventud, las mujeres, los adultos, los jubilados, etc. tienen problemas específicos y formas de movilización a veces espectaculares. Las grandes finanzas hacen lo que pueden para evitarlo, pero, en realidad, nada podría parar a la confluencia de movimientos que hoy se encuentran dispersos y fragmentados. Desde luego, el espectáculo dado en 2019 por los partidos de izquierdas, con vistas a la formación de nuevo Gobierno, pone de relieve que la organización partidaria y la vía parlamentaria no son ni deben ser la única forma de hacer política.
P. Te sorprendió que Amenábar dijera en una reciente entrevista con El País, con ocasión del próximo estreno de su película “Mientras dure la guerra”, que Unamuno había sido una persona “fría y seca”. Tú, como profundo conocedor de la vida y obra del pensador vasco, ¿qué te parece ese comentario del director chileno-español y ganador de un Óscar?
R. Tengo entendido que el director de cine ha gozado del asesoramiento de excelentes historiadores. Yo todavía no he visto la película que se estrena en los próximos días de este mes, pero sorprendieron sus declaraciones de que Unamuno era una persona “fría y seca”, porque lo más parecido a Unamuno son unas zarzas ardiendo el en el desierto; todo su pensamiento y actitudes vitales están revestidas de pasión, de alta temperatura anímica.
P. Creo que dijiste “off the record” que no te había gustado el curso que tomó el debate sobre Unamuno celebrado el jueves en Salamanca. ¿Por qué? ¿A tu juicio qué cosas se pasaron por alto y en qué puntos se tenía que haber hecho más hincapié?
R. El acto celebrado en el Centro Documental de la Memoria Histórica fue interesante y concurrido. A él asistía, entre otras personas, Severiano Delgado, el bibliotecario de Salamanca que ha escrito “Arqueología de un mito…” desatando desde mayo de 2018 una polémica que dura hasta hoy en torno a los que realmente se dijo el 12 de octubre y acerca de los mitos que se ha transmitido sobre el mismo. Para mí se pasó por alto, más allá de la exactitud de lo dicho, las razones profundas de Unamuno, intelectual profético, en la encrucijada de 1936. El evento no entró en el hecho de que todavía en el espacio público aparezcan voces procedentes del “neofranquismo historiográfico” que pretenden presionar y gestionar una memoria triunfalista respecto al bando franquista y a la dictadura. La aparición de Vox es una secuela de ese intento de revertir el significado de la historia, intento que es muy claro desde los años noventa y que tiene un precursor en el curioso historiador Pío Moa, antiguo militante durante la Transición de un grupo terrorista de extrema izquierda y hoy oráculo de Franco resucitado.
P. ¿Qué hay de cierto y qué hay de leyenda en “el enfrentamiento bélico-verbal que protagonizaron en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca Unamuno y Millán- Astray?
R. En la polémica actual los neofranquistas tratan de quitar hierro al asunto, basándose entre otros, en el trabajo de Severiano Delgado. No sé si saben que Severiano es un notable militante de la recuperación de la memoria histórica y máximo especialista en la terrible represión habida en Salamanca, que comenzó el 19 de julio con una descarga de fusilería militar que acabó con la vida de varios ciudadanos que paseaban por la Plaza Mayor y que prosiguió con el asesinato del alcalde de Salamanca, Casto Prieto Carrasco, catedrático de Medicina y gran amigo del propio Unamuno. Así se dio cauce a lo que el historiador Ricardo Robledo llama, en un excelente libro, La salvaje pesadilla. Algunos periódicos de derechas y una asociación de ex legionarios, se agarraron a unas supuestas declaraciones de este historiador y se aferraron a su interesante reconstrucción de la genealogía de la versión literaria y canónica de lo ocurrido el 12 de octubre en el paraninfo, fraguada en 1941 por un exiliado republicano, para convertir la obra de Delgado en un alegato sobre las falsedades y mitos de la izquierda. De esta suerte, se contrapuso el trabajo de Delgado con el del matrimonio Rabaté (Colette y Jean Claude) franceses y máximos especialistas en Unamuno, que acababan de publicar un notable libro por esos días (En el torbellino. Unamuno en la guerra civil española, Marcial Pons, 2018).
Mi opinión provisional es que esta confrontación tuvo mucho de artificial. Estuvo promovida por El País y alimentada por el hecho de que en ese mes de mayo de 2018 Aménabar rodaba en Salamanca su film “Mientras dure la guerra”.
Sea como fuere, repondiendo más directamente a tu pregunta, lo cierto y verdad, más allá de la literalidad de las palabras que intercambiaron, el rifirrafe verbal y gestual entre Unamuno y el general Millán-Astray fue extremadamente grave. Unamuno presidía el acto en representación de Franco, teniendo como compañeros de mesa a la esposa del “caudillo”, al obispo Pla y Deniel y a Millán Astray. Este último era pieza clave en el aparato franquista de propaganda y censura. El propio fundador de la Legión en 1942 dejó entre sus papeles un testimonio de la intensidad del momento, subrayando que de no haber sido por su invitación a que el rector saliera del brazo de Carmen Polo, “quizá se hubiera tomado alguna medida violenta contra el señor Unamuno”. El propio Unamuno escribe, el 7 de diciembre de 1936 (murió el 31) una carta a un amigo: “Hubiera visto usted aullar a esos dementes azuzados por el grotesco y loco histrión que es Millán-Astray”. Así pues, lo sucedido no fue algo sin trascendencia ni fue banal, el enfrentamiento de Unamuno, antimilitarista de larga data, con el fundador del Tercio de Extranjeros en 1920 (debería haber pagado de derechos de autor a la Legión Extranjera francesa, en la que se inspiró) fue una erupción volcánica. Ambos no se llevaron bien ni, como pretenden los neofranquistas, su confrontación fue un leve incidente.
P. ¿Qué hay de verdad en la versión de “algunos intelectuales” de que si no hubiera sido por la presencia de doña Carmen Polo de Franco, en el Paraninfo, es muy probable que Unamuno hubiera sido fusilado “in situ”?
R. Es difícil hacer suposiciones. Tras lo ocurrido, Unamuno fue destituido como rector y concejal, quedó aislado y estuvo bajo arresto domiciliario hasta su muerte el 31 de diciembre de 1936. Las autoridades franquistas pienso que no quisieron ir más lejos pues Unamuno ya les había servido cuando dio apoyo al 18 de julio y firmó manifiestos a favor del bando franquista. Más aun después de las repercusiones negativas del asesinato de García Lorca en Granada se aconsejaba minimizar y silenciar (como hizo la prensa local) la disidencia unamuniana en el acto del 12 de octubre. Trataron de reducir y dar poco eco a lo ocurrido en el paraninfo, pero, eso sí, condenando al filósofo vasco al silencio, lo que para él era una suerte de muerte civil. En esos tiempos finales, escribió “El resentimiento trágico de la vida” y su actitud política siguió siendo contradictoria aunque no se privó de escribir en su correspondencia: “Qué cándido y ligero anduve al adherirme al movimiento de Franco” (13 de diciembre de 1936). El broche final de esta triste historia es que los falangistas llevaron a hombros el féretro del filósofo sometiéndolo al macabro ritual de la “apología de la muerte” y “su delectación”, con imágenes parecidas a las de la Legión llevando a hombros al crucificado. Así, los que fueron calificados por Unamuno de “falangistería” y “jauría hidrofóbica” se encargaron de esa labor postrera. Así acabó una de las páginas más lóbregas de nuestra historia. Repugna el uso torticero que los neofranquistas hacen en el presente de la errática trayectoria política del pensador tratando de descalificar el significado de la II República al tiempo que ensalzan la dictadura que empezó en España con motivo del acto de insurrección militar del 18 de julio de 1936.
Javier Cortines
Nota:
(1) Mistagogo: Sacerdote que en la antigua Grecia instruía en los misterios de su religión y celebraba los ritos de iniciación.
Nota: En la citada mesa debate participaron, además de Raimundo Cuesta, doctor con premio extraordinario en Historia; Severiano Delgado Cruz (bibliotecario e investigador); Isabel Muñoz Sánchez, presidenta de honor de la Asociación de Ciudadanos por la Defensa del Patrimonio; Luis Castro Berrojo (historiador). El acto fue presentado y moderado por Luis Gutiérrez Barrio, secretario de la Asociación de Amigos de Unamuno.
Blog del autor: http://m.nilo-homerico.es/reciente-publicacion/
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