domingo, abril 23, 2023

Del Silicon Valley al Credit Suisse, un fantasma recorre el mundo


Algunos conceptos para comprender la crisis bancaria. 

 Los temblores que se desataron en el mundo bancario con la quiebra del Silicon Vallley Bank todavía se sienten. El cimbronazo se expandió a Europa, empujado por el desplome del gigante suizo Credit Suisse y las alarmas sobre el Deutsche Bank. Los bancos centrales salieron a intervenir para apagar el incendio, pero quedaron cercados por las llamas. Estas turbulencias financieras son la punta de iceberg de la crisis capitalista. Repasemos algunos conceptos para comprenderlo mejor. 

 ¿Un negocio que salió mal?

 Nadie puede decir que estamos ante hechos aislados. Afirmar que los administradores del californiano Silicon Valley Bank fallaron, o que el Credit Suisse y el alemán Deutsche Bank pagan por haber acumulado demandas judiciales, no explica las tensiones de todo el sistema bancario internacional. 
 El SVB quedó atrapado ante el retiro de depósitos a toda velocidad, porque había colocado el dinero a plazos largos en bonos del Tesoro de Estados Unidos y títulos de créditos hipotecarios. Para hacer frente a los retiros el banco salió vender sus bonos, pero tuvo que hacerlo a pérdida porque la cotización de los mismos cayó fuertemente en el último año -producto de la suba de tasas de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos (por lo que han quedado con una tasa “atrasada”). Cuando salió a la luz esta insolvencia, la corrida fue fulminante y en dos días ya estaba quebrado.
 Inmediatamente el gobierno estadounidense y la Reserva Federal (FED -el banco central norteamericano-) salieron a anunciar que se harían cargo de cubrir el dinero de todos los depositantes, incluidos los de otros bancos que enfrentaran las mismas dificultades. Como declaró más tarde la secretaria del Tesoro yanqui, Janet Yellen, ante la asociación de banqueros: “Las medidas que tomamos no se centraron en ayudar a bancos concretos, sino en proteger el sistema bancario estadounidense en general”. ¿De qué? 
 Resulta que al igual que el SVB, que afrontó pérdidas por tener que vender esos bonos desvalorizados, todos los bancos poseen este tipo de activos basura; pero evitan reconocer este rojo en sus balances a fuerza de retenerlos en sus carteras. Según la Corporación Federal de Seguros de Depósitos había a fines de 2022 unos 620.000 millones de dólares en pérdidas de valores no realizadas. Pero en marzo un estudio de la Agencia Nacional de Investigación Económica estimó que el valor de mercado de los activos del sistema bancario norteamericano es 2 billones de dólares más bajo que lo que dicen los libros. Es esto lo que amenaza con desatar una ola de corridas bancarias y quiebras.
 Para evitarlo, la Reserva Federal aprobó un nuevo programa para socorrer a cualquier banco que necesite responder al retiro de efectivos de sus depositantes, otorgándoles préstamos aceptando como garantía bonos del Tesoro a largo plazo y valores respaldados por hipotecas -como los del SVB. Para ello aceptará esos títulos al valor nominal, lo que implica reconocer más del 50% por encima de su valor de mercado en algunos casos. Pero este subsidio a los bancos es un arma de doble filo, porque si este rescate no cumple el objetivo de desalentar las retiradas de depósitos será la propia FED la que se quedará con esos activos basura, “absorbiendo daños financieros que de otro modo habrían pertenecido al mercado. El prestamista de última instancia corre el riesgo de convertirse en el generador de pérdidas de primera instancia” (The Economist, 16/3). El resultado podría ser una epidemia de “bancos zombis”, que sin contar con capital propio pero teniendo este respaldado del gobierno “tenderán a hacer una tonelada de préstamos incobrables” (ídem, 23/3). 
 En una carta pública Larry Fink, el CEO de BlackRock -el mayor fondo de inversión del mundo-, afirma que todo esto es el “precio que estamos pagando por décadas de dinero fácil”, en alusión a las bajas tasas de interés y la inyección de liquidez que fue implementada tras la crisis financiera de 2008 justamente para rescatar a los bancos; y augura que pueden seguir cayendo nuevas “fichas del dominó”, empezando por el sector inmobiliario y las empresas con alto endeudamiento. Dando un paso más, podemos decir que los tormentos que se abren con la actual suba de los tipos de interés (política con que los bancos centrales intentan contener la inflación) evidencian que aquel salvataje simplemente no revirtió el fondo de la crisis, sino que la disimuló detrás de un altísimo apalancamiento, y preparó así un nuevo estallido. 
 Es un capitalismo zombi, que no puede dar salida a la crisis en sus propios términos: se muestra incapaz de dejar quebrar a los bancos insolventes, porque no se sabe dónde terminaría la implosión. El columnista del Financial Times Martin Wolf cuestiona que “hemos ido creando un sector bancario en teoría privado, pero en la práctica tutelado por el Estado. (…) El resultado es un sistema que es esencial para el funcionamiento de la economía de mercado pero que no opera de acuerdo con sus reglas”. Sucede que la liquidación del capital sobrante (aquel no rentable para el mercado) es la condición para la depuración de la economía y la apertura de un nuevo ciclo de acumulación. En su etapa histórica de decadencia, el capitalismo es como un enfermo al cual no se puede tratar por temor a que la medicación mate al paciente.

 ¿Un problema financiero? 

Sería un error adjudicar la crisis a la especulación bancaria -que, por lo demás, es inherente al sistema de crédito capitalista. El Silicon Valley Bank era la entidad financiera por excelencia de las florecientes firmas tecnológicas con centro en California, al punto que se jactaba de haber hecho préstamos a la mitad de las empresas estadounidenses del sector, y a startups de Europa, India y China. Aprovechó las últimas dos décadas de expansión extraordinaria en este segmento, pero quedó completamente expuesto ante la recesión: los depósitos del SVB llevaban cuatro trimestres consecutivos cayendo, a la par que lo hacían las valuaciones bursátiles de las tecnológicas. La presión por parte de los depositantes es la otra cara de las tensiones del mercado, expresión de la crisis de la llamada “economía real”. 
 Esto es evidente en los gigantes de la tecnología. Mark Zuckerberg, el dueño de Meta (Facebook), anunció que planea despedir a unos 10.000 empleados más, el 13% de su planta laboral, después de haber suprimido ya en noviembre unos 11.000 puestos de trabajo. “La economía mundial cambió, las presiones competitivas crecieron y nuestro crecimiento se desaceleró considerablemente”, argumentó, y advirtió acerca de “la posibilidad de que esta nueva realidad económica continúe por muchos años” (New York Times, 14/3). También Disney recortó en una décima parte sus planes de inversión, sumándose a los achiques en Twitter, Amazon o Spotify. Todas las grandes firmas de la rama están recortando sus gastos de capital, incluyendo hasta fabricantes de semiconductores, que “se han dado cuenta de que sobreinvirtieron masivamente en capacidad y ahora están retrocediendo” (The Economist, 16/3). 
 Si bien es un sector particular, que experimentó una expansión agresiva basada en altos niveles de endeudamiento – incluso yendo a pérdida con la perspectiva de ganancias futuras-, no deja de ser el que lideró la rentabilidad en el último período. La contracción de las tecnológicas es un síntoma de una perspectiva general, apretadas por la suba de tasas de un lado y las tendencias a la recesión del otro. De hecho, la quiebra del SVB vino luego de una caída del 61% en la financiación de esas empresas en los últimos tres meses de 2022 (New York Times, 27/3). 
 Al mismo tiempo, es justamente la ausencia de nichos rentables en los cuales invertir el motivo por el que los bancos destinan una enorme masa de capital líquido a los bonos del Tesoro yanqui o títulos hipotecarios. Esto vale también para otros bancos en problemas por su exposición a las inversiones especulativas como las criptomonedas; son los casos del Silvergate o el ya colapsado Signature Bank -que había sido uno de los pocos en aceptar recibir depósitos en criptomonedas. Son activos que se derrumbaron después del fraude de FTX y otros jugadores. 
 De todas maneras, Signature destinaba el grueso de su cartera de préstamos a títulos de hipotecas respaldadas con propiedades inmobiliarias comerciales; y ocurre que los bienes raíces comerciales -la base material de todo este negocio especulativo- se aproxima a un cuadro crítico ante el crecimiento del número de oficinas que quedan ociosas (por el teletrabajo y despidos, pero también porque se edifica con miras a la especulación y no las necesidades reales). Eso se combina en un cóctel explosivo con la suba de tasas, que complica la refinanciación masiva de hipotecas que se avecina. Y esto bloquea a su vez el acceso al crédito de los desarrolladores inmobiliarios para seguir expandiendo la construcción de centros comerciales y torres de oficinas. 
 Hay más coletazos. Otro sector que verá restringida su capacidad de financiamiento es el de las “empresas verdes”. Según la propia gerencia, el SVB dio préstamos a más de 1.550 firmas con proyectos de almacenamiento de energía solar, hidrógeno y baterías (incluyendo más de la mitad del financiamiento para proyectos solares comunitarios) o de captura de carbono. Será un golpe a un sector que afronta una etapa clave de investigación y pruebas piloto, lo cual requiere de crédito. Ejecutivos de estas empresas de tecnología climática han salido a quejarse porque esto les impediría aprovechar los estímulos fiscales de la flamante Ley de Reducción de la Inflación de Joe Biden (cuyo objetivo es impulsar las energías renovables). 
 En el fondo, nos topamos con que la actual crisis bancaria es la manifestación de una crisis capitalista de carácter histórico. Es la consecuencia de un régimen social que concentra en el sistema bancario los ahorros de toda la sociedad para ponerlos por entero a disposición de la producción y los negocios capitalistas, permitiendo ir más allá de las posibilidades reales de valorizar ese capital en el mercado. La rueda funciona hasta que la especulación se estampa contra la realidad de una sobreproducción de mercancías y una sobreacumulación de capital. Cuando se corta el chorro de financiamiento a las empresas y estas a su vez sospechan de la capacidad de la banca para devolver los depósitos, se desatan corridas que sacan a la luz enormes masas de capital ficticio, que se esfuman como explota una burbuja.

 ¿A quién rescatan? El contagio de los peces gordos 

El caso del suizo Credit Suisse agrega otros condimentos, porque incorpora el problema de aquellos bancos que por su tamaño son clasificados como “instituciones financieras sistémicamente importantes”, lo que quiere decir que son demasiado grandes como para dejarlos quebrar (motivo por el cual son sometidos a mayores regulaciones, que no surten efecto alguno). Pero eso ni bien cayó en desgracia el Credit Suisse el banco central helvético salió a ofrecer un préstamo de rescate de 53.700 millones de dólares, y finalmente aportó garantías multimillonarias para incentivar la fusión con el otro gran banco de Suiza, el UBS. Es la primera fusión entre dos jugadores “sistémicamente importantes” y dará lugar al segundo administrador de fondos más grande del mundo; pero los ejecutivos del UBS son declaradamente pesimistas y han anunciado recortes masivos en las ramas menos rentables del banco fundido.
 Luego comenzaron los temores y caídas bursátiles del Deutsche Bank, otro gigante financiero con reveses judiciales por malas prácticas, cuyas acciones nunca dejaron de sufrir desde la crisis de 2008 y que también recurrió a los petrodólares del golfo Pérsico para recapitalizarse. Sin embargo, a diferencia del Credit Suisse, en 2022 reportó ganancias por más de 6.000 millones de dólares -su mejor resultado desde antes de la crisis financiera (El País, 24/3)-, lo cual revela que hasta los pulpos que aparentan solidez podrían desplomarse como un castillo de naipes. 
 Lo interesante es que sigue su curso un proceso de enorme concentración bancaria, que no despeja los frentes de tormenta pero sí incide en la tendencia a la recesión económica. Los hombres de negocios yanquis aseguran que son los bancos regionales (como el Silicon Valley) quienes financian a las empresas emergentes o pequeñas, a las que ni miran los llamados Big Four (los cuatro gigantes JP Morgan Chase, Bank of America, Wells Fargo y Citigroup) dedicados a las grandes operaciones en los mercados de capitales globales. Precisamente es hacia estos emporios bancarios donde tienden a colocar sus depósitos los ahorristas preocupados que retiran su dinero de los bancos chicos o medianos. Se refuerza así un proceso de concentración que viene de antes, ya que desde que se permitió en Estados Unidos la fusión de los bancos en 1994 hasta 2021 el número de estos se redujo de 10.000 a 4.200.
 El contagio a los “demasiado grandes para quebrar” propinó una reacción de los gobiernos de las principales potencias capitalistas, que firmaron una línea de swaps por la que los bancos centrales de la zona euro, Gran Bretaña, Canadá, Japón y Suiza podrán tomar prestado dólares de la Reserva Federal a un tipo de cambio fijo por períodos cortos, respaldados por sus propias monedas, con el fin de prestarlos a firmas financieras en apuros. Con esto tenemos la paradoja de que mientras las subas de tasas actúan como catalizador quiebras que ponen en tensión a todo el sistema bancario internacional, los mismos ejecutores de esta política contractiva (con fines antiinflacionarios, aunque sin resultados) la neutralizan ahora inyectando rescates para intentar calmar las aguas. 
 La cuestión es que no es nada gratis esta sumatoria de salvatajes a los “banqueros gordos”, como los llamó en su momento el expresidente norteamericano Obama. Fue quien comandó la aplicación del paquete de rescates tras la crisis de 2008-2009, destinando unos 450 mil millones de dólares en apoyos directos a bancos, grandes automotrices y aseguradoras (New York Times, 14/3) mientras miles de estadounidenses se quedaban sin trabajo, eran expulsados de sus hogares o perdían los ahorros de toda su vida. Fue esta bronca la que dio origen tanto al derechista Tea Party como al movimiento de lucha de la juventud Occupy Wall Street; un descontento que más tarde sería capitalizado por Donald Trump hasta llegar a la presidencia. Son lecciones políticas a considerar, retrato de la disgregación del régimen político yanqui.
 E insistimos en este punto. Los rescates, además de revertir los infructuosos intentos de los gobiernos capitalistas por controlar la elevada inflación, terminan perpetuando un cuadro de baja rentabilidad y sobre todo baja inversión y estancamiento de la productividad. Esto implica “economías incapaces de escapar de su estado zombi”, como sostiene el economista marxista Michael Roberts (en su blog, The Next Recession). La agonía propia de esta imposibilidad del capital de superar su crisis acentúa todas las contradicciones sociales, y en particular las tensiones internacionales. La guerra comercial y los choques entre los Estados, incluyendo la propia guerra en Europa del Este, son una manifestación de esto; es que si aparece bloqueada la necesaria depuración del capital sobrante fronteras adentro, más aún el sacrificio tiene que ser facturado a los rivales en el mercado mundial capitalista. A cada paso vemos que se trata de un orden social decadente, que globaliza la economía pero agudiza las pujas entre los capitales y sus Estados. 
 La corrosión del sistema bancario internacional ilustra cómo el capitalismo, que desarrolló un sistema de crédito capaz de permitir a la producción superar todos los límites de escala, de abrir paso a una producción netamente social, no puede evitar romperse la cabeza contra la anarquía del mercado y la estrechez de su único objetivo, que es incrementar la apropiación privada de ganancia. 

 Iván Hirsch

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