jueves, abril 10, 2025

La crisis financiera fuerza el recule de Trump


Una “pausa” que no pausa ni la crisis ni las guerras. 

 La “guerra relámpago” desatada por Donald Trump hace un par de semanas contra el ‘resto del mundo’ ha tenido un resultado catastrófico. En la mañana del miércoles, Trump se vio forzado a “pausar” por noventa días la aplicación de los abusivos impuestos arancelarios a las importaciones de otros países, decretado poco tiempo antes. Exceptuó de la tregua a China, a la cual se los subió a un 125%, equivalente a un cierre completo del comercio recíproco. Trump convirtió a la ‘blitzkrieg’ que le atribuyeron en sus primeros días de gobierno los habituales a la frase impresionista, en un estruendoso recule. Lo que motivó esta retirada en chancletas fue el estallido de una crisis de la deuda del Tesoro que amenazaba paralizar el sistema financiero de Estados Unidos e internacional. El día anterior habíamos escrito en estas páginas, con motivo del derrumbe de la Bolsa de Nueva York, que esa perspectiva estaba fuertemente colocada sobre el tablero, pero que no era inminente. Fue inminente. De la corrida contra las compañías y bancos se pasó, al cabo de menos de una semana, a una corrida contra los títulos de la deuda pública norteamericana, que es el centro de las finanzas internacionales. Cuando todos los especialistas esperaban lo contrario, o sea que los bonos del Tesoro estadounidense se convirtieran en un refugio para quienes liquidaban activos financieros a diestra y siniestra, el derrumbe se extendió al sector público e incluso al oro (otro refugio de capital para los días sombríos). Lo único que valía era el dinero contante y sonante, para hacer frente a la emergencia, al precio incluso de incurrir en otro desengaño – la devaluación del dólar. La Casa Blanca se convirtió en un escenario tormentoso: mientras el asesor de Trump, Peter Navarro, se declaraba en contra de pestañear, Elon Musk y el ministro de Economía, Scott Bessent, urgieron a levantar las velas. El capital financiero acababa de dar “un golpe de mercado” al recién nato segundo período de Trump. Con dos años de diferencia, el mandamás de la primera potencia imperialista del mundo corría el riesgo de terminar como la ex primera ministra de Gran Bretaña, Liz Truss, que fue volteada por la Bolsa de Londres cuando su gestión amenazó con un derrumbe inminente de la deuda pública (los llamados “gilts”). Truss cayó a los 45 días de asumir – Trump estaba probando suerte a los tres meses.
 El detonante de la crisis, aunque no su causa, ha sido la guerra arancelaria desatada por Trump, que apunta en apariencia re-equilibrar el balance comercial de Estados Unidos, que alcanza al billón de dólares al año. Esta política le ha valido a Trump la acusación de “proteccionista” o, peor, de “mercantilista” – algo así como una injuria en el lenguaje cifrado de los economistas del sistema. El propósito de la guerra en cuestión, sin embargo, que no es solamente arancelaria: es la promoción de un cambio de régimen económico y, eventualmente, político, en los actores principales del escenario mundial. Este es el sentido de la demanda, a los demás países, de poner fin a las trabas paraarancelarias y cambiar la legislación comercial interna, en cuanto a subsidios y participación libre en las licitaciones públicas e incluso el gasto en la asistencia social o, como en Sudáfrica, la promoción de la propiedad de la burguesía negra. Hemos señalado, desde estas páginas, que el atropello multidireccional de Trump provocó las protestas de AmCham, la cámara de las grandes firmas norteamericanas, en Vietnam y, eventualmente, la sede central en Washington. La urgencia de revertir la declinación del imperialismo norteamericano no permite largas tratativas comerciales, ni éstas, por su alcance, pueden ser impuestas por medio de la diplomacia económica. Aplicada a China, la intención de imponer un cambio de régimen lleva a una extensión final de la guerra mundial en desarrollo. El mundo asiste al despliegue, cada vez más explosivo, de todas las contradicciones irreconciliables del capitalismo. 
 Es claro para cualquiera, y más que nadie para la reacción política que encarna el trumpismo, que al cabo de la ‘pausa’ de 90 días, las cosas no volverán al punto de partida. El imperialismo está forzado a producir, en el entretiempo, un cambio del escenario. El más importante tiene que ver con los propios Estados Unidos. La deuda pública norteamericana crece a partir de los 34 billones de dólares, que representa un 120% del PBI, pero involucra a otros centenares de billones de dólares, como consecuencia de los apalancamientos financieros que se hacen con los bonos, en especial los derivados, que forman una cadena de capitales ficticios encima de un activo real que representa una milésima parte del montaje financiero final. Es este sistema el que llevó a la pirámide de la deuda pública a la posibilidad del colapso en los días que corren y a dejar de ser un refugio para convertirse en descampado. En torno al mercado de futuros de la deuda del Tesoro, se ha desarrollado un “rulo” que haría la envidia de un especulador porteño. El contrato de un futuro de títulos, financiado en un 90%, es vendido para comprar bonos al contado, muy poco más baratos, que son usados como colateral o garantía de nuevas operaciones de futuro, en una operación que, según los especialistas, se repite de 50 a 100 veces y permite ganancias fabulosas, a pesar de los márgenes estrechos de cada operación. En una cuenta de balance que diversifica inversiones, digamos entre 50 en Bolsa y 50 en obligaciones públicas, el hundimiento del valor de la primera ha obligado a la venta masiva de la segunda, para pagar deudas. El mercado público se derrumbó enseguida después del privado. La tormenta perfecta. Por aquello de que “quien avisa no traiciona”, en las semanas previas al derrumbe, la licitación de títulos públicos no tuvo compradores – algo que los Caputo, Massa, Guzmán e ‘tutti altri’ conocen de memoria. El crédito, una variable fundamental para la acumulación del capital, alcanza en el curso de un ciclo niveles catastróficos que desatan los desplomes y derrumbes. La perspectiva de inflaciones y recesiones, desatadas por una guerra comercial llevada al extremo, fue el marco perfecto para la tormenta del mismo nombre. 
 Para reanudar la guerra político-comercial internacional, la burguesía norteamericana necesita cerrar el grifo de un mercado financiero fuera de control. Es así que Trump haya hablado de declarar la perpetuidad de la deuda pública, de modo de pagar solamente los intereses. Pero el 30% de los acreedores de esta deuda son actores internacionales: bancos centrales extranjeros y fondos de cobertura o inversión, e incluso los fondos de fondos (que llevan la sigla ETF y que invierten en índices de una multitud de negocios fuera del radar de este fondo de fondos). La separación entre la crisis financiera nacional y la internacional es ella misma un causal de más crisis y guerras. De la deuda perpetua se ha pasado, en apariencia, a una propuesta de “swaps (canje) de deuda”, es decir a una reestructuración, que implica fuertes quitas. La crisis mundial convierte a EEUU, en este caso, en un clásico país emergente que pide el salvataje del FMI. Para uno de los observadores más importantes del Financial Times, ese “swap” ya está descontado (“price in), en los mercados internacionales.
 Trump no ha incluido en la ‘pausa’ a China; la guerra abierta deberá continuar contra el principal rival internacional. Trump propone abandonar por tiempo breve el campo de juego para cagarse a piñas con China en el vestuario. Todo sigue en la cuerda floja. China ha cerrado por completo las exportaciones de tierras raras a EEU, e incluso estaría retirando capital de la deuda del Tesoro norteamericana. China enfrenta la alternativa de crear su propia zona comercial, más allá del Sudeste de Asia a Japón y Corea del Sur, una región que ha sufrido el peor derrumbe financiero desde la crisis de los años 90, para lo cual deberá defender el valor de su moneda. Las contradicciones, probablemente insalvables, de este objetivo, la forzarían, por el contrario, a devaluar, en medio de una crisis inmobiliaria no resuelta y una manifiesta caída de su tasa de crecimiento. Cruje todo el sistema de relaciones internacionales creado luego de la restauración capitalista en China y Rusia. 
 El cambio de escenario necesario para reanudar la guerra multidireccional pasa por sobre todo por un cambio de régimen político en Estados Unidos. Ese cambio exige un ajuste violentísimo contra las masas. Es lo que están haciendo Trump y Musk, con la colaboración del Congreso y de la Corte Suprema. Es necesario una abolición, en la práctica al menos, del llamado “estado de derecho”; en este marco debe entenderse la lucha contra la población migrante, porque ha dado paso al secuestro de personas por parte de la policía, incluso si son residentes o cuentan con permisos de trabajo. Esto mismo ocurre en la Academia, donde la persecución y la deportación contra quienes protestan contra el estado sionista y la limpeza étnica en Palestina se ha convertido en una cruzada fascista sin fronteras. De ahí la importancia de las manifestaciones masivas contra Trump y Musk, que han tenido lugar en miles de ciudades de Estados Unidos. 
 El ‘alivio’ con que los medios de comunicación han recibido a la “pausa” es una engaña pichanga. Se ingresa a 90 días convulsivos, en especial porque no hay un día 91 ‘pacífico’. La cuestión del internacionalismo proletario se ha convertido en apremiante. Aunque los revolucionarios no superen en número, en la actualidad, a poco más de los que “entran en un sillón”, según el famoso aforismo de Rosa Luxemburgo, ese internacionalismo se construye, en primer lugar, por medio de un programa y enseguida por medio del impulso y el apoyo a todas las acciones colectivas contra las guerras imperialistas y el imperialismo. La superación de la crisis histórica de la humanidad pasa por el desarrollo de una dirección revolucionaria en un período de catástrofes. 

 Jorge Altamira 
 10/04/2025

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