Movidos, unas veces, por la diletancia y la falta de una lectura cabal de sus respectivas obras; otras, por personajes muy inteligentes y estudiosos que, al reconocer las diferencias irreconciliables con sus reseñados, los colocan en lo alto, sí, pero se permiten una pausa arrogante que les salve la conciencia, para acotar: se equivocaron.
Esa presunta equivocación señalada «oportunamente», casi siempre es, en Carpentier y en Walsh, haber manchado la obra, literaria y periodística, con el compromiso social.
Carpentier y Walsh, no obstante, lanzaron firmes advertencias sobre este comportamiento, para nada novedoso, de nuestros intelectuales nostálgicos de la pureza de la pluma.
La socialdemocracia rescata constantemente la maestría del argentino al escribir Operación Masacre, y su postura contra la dictadura de Jorge Rafael Videla.
A la socialdemocracia no le gustan las dictaduras, pero tampoco los comunistas, e intenta equipararlos en los sentidos más simplones. Quizá por eso, para que no se recuerde lo que es una dictadura, evita evocar aquella pormenorizada Carta abierta a la Junta Militar, que escribiese en 1977 un tal Rodolfo.
Un tal Rodolfo que se había lanzado a la guerrilla urbana de los Montoneros, que había desarrollado y dirigido desde las sombras una agencia de noticias (ancla) que en nada se parecía a las encumbradas de la gran prensa liberal que aún hoy tienen el monopolio informativo en muchas de nuestras tierras del tercer mundo.
El tal Rodolfo, que se había metido de lleno en una empresa contrahegemónica que había recibido por nombre Prensa Latina, y que ya desde entonces alertaba, al recordar a su primer director, el también argentino Masetti, sobre «cómo se construyen renombres y se tejen olvidos.
Carpentier, con una vida más larga, escribió más y no con menos «violencia» cuando se trataba de la justicia social en nuestras tierras.
Si en la década de 1970 hubo un Retamar que arremetió contra un Borges, en 1961 hubo un tal Alejo que se abalanzó contra las inconsecuencias de un Darío, contra el evangelio de la colonización en África levantado por un Zola, y que aseguraba que, para que el Ariel de Rodó significara algo más que una grácil divagación, hubiese sido preciso que el autor «estudiase un poco de Economía Política».
El tal Alejo, que había dicho: «No es en vagas teorías de gabinete, de tertulias de café, de coloquios eruditos, donde se encuentran las soluciones de los problemas fundamentales, vitales, de este continente –continente cuya unidad indudable, en ciertos aspectos, no ha de buscarse en el uso de un idioma común a muchos países, sino en la existencia de idénticos o parecidos problemas».
Un hombre de este talante había fundado, con Fidel, la Imprenta Nacional de Cuba un día como hoy, pero de 1959. Lo primero que hizo entonces fue reproducir 100 000 ejemplares de El Quijote.
Mario Ernesto Almeida Bacallao | internet@granma.cu
30 de marzo de 2025 23:03:38
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