viernes, enero 26, 2018

Ha muerto el último de los Parra de Chile



Nicanor Parra falleció este martes a los 103 años.

En 1958, en su libro De la cueva larga, Nicanor escribió su epitafio, el que podrá leerse en su tumba:

Epitafio escrito por el autor

De estatura mediana,
Con una voz ni delgada ni gruesa,
Hijo mayor de profesor primario
Y de una modista de trastienda;
Flaco de nacimiento
Aunque devoto de la buena mesa;
De mejillas escuálidas
Y de más bien abundantes orejas;
Con un rostro cuadrado
En que los ojos se abren apenas
Y una nariz de boxeador mulato
Baja a la boca de ídolo azteca
-Todo esto bañado
Por una luz entre irónica y pérfida-
Ni muy listo ni tonto de remate
Fui lo que fui: una mezcla
De vinagre y aceite de comer
¡Un embutido de ángel y bestia!

Estaba por cumplir 100 años cuando le mostró a un periodista un libro que había escrito en esos días. Se llamaba Otro libro, y le dijo: “Lo acabo de hacer. El título es todo. Tiene que ser vendedor. El poeta tiene que ser un empresario”.
Fue un empresario que rechazó 1 millón de dólares en efectivo que un empresario de verdad, Leonardo Farkas, le llevó en una maleta para que tradujera Hamlet. Había sido un malentendido: Parra había dicho que traduciría la obra de Shakespeare por esa suma y Farkas se lo tomó en serio. Justamente él, que durante 40 años había leído y trabajado con Hamlet: “…me lo sabía de memoria. Dejé al Quijote. Dejé a Hamlet. Dejé a todos los personajes. Dejé la ficción. Qué me importan las voladas personales de Shakespeare o de Cervantes. Me quedé con Diego Portales”. En Portales, un político conservador y clerical del siglo XIX, Parra creyó encontrar algunas claves de la historia de Chile.
Fue, tal vez, el mayor de una generación de poetas chilenos –y el superviviente de todos ellos− como Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro y Gonzalo Rojas. Con una obra influyente y traducida a múltiples idiomas, ganó en 1969 el Premio Nacional de Literatura de Chile y en 2011, el Premio Miguel de Cervantes.
“Nunca fui autor de nada –dijo alguna vez− siempre he pescado cosas que andaban por el aire”.
Tuvo sus malentendidos. En 1970, por ejemplo, dijo haber sido engañado por la Casa Blanca para sacarse una foto con Pat Nixon, lo que le costó la ruptura con Cuba y su expulsión de la Casa de las Américas, mientras la Universidad de Chile saboteaba sus clases de Mecánica Teórica (fue, además, matemático, físico y académico).
Durante el pinochetismo publicó, en 1975, en el único número aparecido de la revista “Manuscritos”, sus “Quebrantahuesos” de 1952 –intervenciones poéticas sobre muros con textos creados a partir de recortes de diarios, realizados junto a Enrique Lihn y Alejandro Jodorowsky –, y algunos de sus textos escatológicos de su etapa dadaísta, que, con otros como “Sermones y prédicas del Cristo de Elqui”, eran, a su modo de ver, modos sutiles de manifestarse en contra de la dictadura y, al mismo tiempo, evitar la censura. Luego se haría ecologista, para criticar tanto al socialismo como al capitalismo sin correr demasiados riesgos.
Pero fue, ante todo, un “antipoeta”. Su principal biógrafo, Nail Bains, dijo: “Todos los días muere algún poeta. Los antipoetas, sin embargo, mueren una vez por siglo. O por era geológica”.
¿Qué era esa “antipoesía”?
Tal vez pueda encontrarse una explicación en sus Versos de salón (1962):
“Durante medio siglo/ la poesía fue el paraíso del tonto solemne/ Hasta que vine yo/ y me instalé con mi montaña rusa/ Suban, si les parece/ Claro que yo no respondo si bajan/echando sangre por boca y narices”.
Según uno de sus familiares, apenas tenía algunos achaques menores. “Sólo ocurrió que tenía 103 años y deseos de irse. Nada más”.
Fue el último de los grandes Parra de Chile.

Alejandro Guerrero

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