Una feliz casualidad hizo que cayeran en mis manos –y que leyese uno tras otro– dos magníficos libros, imprescindibles para entender el mundo en que vivimos: “Capitalismo y democracia. 1756-1848”, obra póstuma del insigne historiador Josep Fontana, y “La prostitución”, reciente trabajo de investigación de Rosa Cobo, profesora de Sociología de Género en la Universidad de A Coruña. El primero, significativamente subtitulado por su autor “Cómo empezó este engaño”, versa sobre los orígenes del capitalismo y los caminos por los que acabó imponiéndose en todos los continentes, configurando la civilización que conocemos. El segundo se refiere al capitalismo tardío de la globalización neoliberal. Y, a través del análisis de la prostitución, convertida en vector de la nueva economía mundial y pilar de una nueva configuración de la dominación patriarcal, nos lleva –como dice la propia autora– “al corazón del capitalismo”. Las nuevas esclavitudes del siglo XXI, que encuentran en la trata y explotación sexual de millones de mujeres y niñas uno de sus máximos exponentes, resuenan en la arena de la historia como el eco siniestro del expolio colonial y el comercio negrero sobre los que se levantaron las grandes fortunas de las metrópolis.
Demuestra Josep Fontana en su documentado estudio que el capitalismo no surgió de ninguna evolución natural, sino de una violenta lucha de clases en que los poseedores acabaron imponiéndose por la fuerza. El desarrollo capitalista se basó “inicialmente, en arrebatar la tierra y los recursos naturales a quienes los utilizaban comunalmente y en liquidar las reglamentaciones colectivas de los trabajadores de oficio con el propósito de poder someterlos a nuevas reglas que hiciesen posible la expropiación de gran parte del fruto de su trabajo”. Un proceso en el que la esclavitud desempeñó un papel central. “El auge de la esclavitud a finales del siglo XVIII y en la primera mitad del XIX, dice Fontana, no se puede interpretar como una continuidad del pasado, sino que se trata de un fenómeno nuevo, que Dale Tomichha denominado “la segunda esclavitud”, indisolublemente vinculado al ascenso del capitalismo. Una de las más grandes mentiras de la historia oficial del capitalismo es aquella que le atribuye un papel central en la lucha por el abolicionismo, cuando la realidad es que el progreso de la industrialización habría sido imposible sin los esclavos”.
La otra gran mentira concierne a la configuración de las democracias modernas que, lejos de emanar del nuevo orden social, han sido moldeadas por los choques entre las clases populares y los grandes propietarios, temerosos desde la gran revolución francesa de los anhelos de justicia de los miserables. “La Commune, escribirá el filósofo marxista Walter Benjamin, pondrá fin a la fantasmagoría que domina las primeras aspiraciones del proletariado. (…) La ilusión de que la tarea de la revolución proletaria sería la de acabar la obra de 1789 en estrecha colaboración con la burguesía se disipa como una aparición. Esta quimera domina la época que abarca desde 1831 a 1871, de la insurrección de Lyon a la Commune. La burguesía nunca ha compartido semejante error. Su lucha contra los derechos sociales empieza desde la revolución del 89. (…) En 1831 reconoce en el Journal des débats: “Todo manufacturero vive en su manufactura como los propietarios de una plantación entre sus esclavos”.
El capitalismo ha templado su alma mediante la horca, el látigo y la bayoneta de la contrarrevolución. “Y en las hogueras donde ardieron las brujas”, añadiría sin duda Silvia Federicci. En efecto. La tarea de moldear una clase de productores, sometida a sus designios, comportó igualmente que el orden emergente adecuase las relaciones patriarcales preexistentes a sus nuevas necesidades, relegando a la mujer a la esfera privada – espacio destinado a la reproducción de la fuerza de trabajo. Pero Fontana mira al pasado para desentrañar el presente. El avance del capitalismo, contenido por la acción del movimiento obrero, nos dice, desde la Commune hasta la revolución rusa y sus distintas réplicas, “se ha desatado de nuevo a partir de las últimas décadas del siglo XX y prosigue en el siglo XXI (…), pero ahora con una ambición mayor. (…) El ascenso de un capitalismo depredador sigue imparable”.
Son esos rasgos depredadores, inscritos en el ADN del capitalismo, los que pone de relieve Rosa Cobo en su riguroso análisis de la prostitución y las industrias del sexo. “Capitalismo global y prostitución son dos fenómenos sociales que han crecido y avanzado al mismo tiempo. A medida que se han globalizado las políticas económicas neo-liberales, ha aumentado la industria del sexo. (…) Esas políticas han disparado la brecha entre personas ricas y pobres, en cada sociedad y a escala global. El resultado ha sido una crisis muy profunda del contrato social que se pactó tras la Segunda Guerra mundial en Europa…”.
La socióloga americana Saskia Sassen dice que hoy “el filo del sistema es un espacio de expulsiones”. O, como explica la propia Rosa Cobo: “Hasta los años ochenta del siglo XX la prostitución apenas ha tenido impacto económico en las cuentas nacionales. Su dimensión más relevante ha sido la poderosa arca patriarcal sobre la que originariamente se edificó esta práctica social. Si embargo, la aparición del capitalismo global cambia el rostro de la prostitución y la convierte en parte fundamental de la industria del ocio y del entretenimiento.” Las cifras producen vértigo. En 2002, el gobierno coreano estimó que la prostitución represento el 4,4% del PIB. La industria de sexo representaba por esas fechas en Holanda el 5% del PIB. En China se estima que esta industria constituye un 8% de su economía. Países enteros cuyas economía están deprimidas se incorporan al mercado global exportando sus mujeres e incluso sus niñas. La economía legal y la ilícita se entrelazan hasta configurar un negocio colosal a escala internacional; un negocio en el que la mercancía lo constituyen los cuerpos de las mujeres, deshumanizadas y transformadas en meros objetos sexuales a disposición de las apetencias de los hombres. Según Naciones Unidas, más de cuatro millones de mujeres son anualmente objeto de trata con finalidad de explotación sexual. Medio millón de ellas tienen como destino Europa. Oferta y demanda se retro-alimentan en una espiral que parece imparable. La edad de la entrada en la prostitución es cada vez más temprana. El investigador quebequés Richard Poulin habla de una “pedofilización de la prostitución”.
Sin embargo, el gran mérito del trabajo de Rosa Cobo es mostrar que la expansión de este fenómeno responde a la vez a la necesidad del sistema patriarcal, desestabilizado por el empuje del feminismo, de reestructurar sus dispositivos. Nada refuerza tanto la preeminencia, hoy contestada, de los varones como la institución de la prostitución, un espacio en que el dominio del hombre sobre la mujer se restablece plenamente. Y, además, lo hace con tal potencia que proyecta su imaginario sobre el conjunto de la sociedad. Aquella sociedad que instituye en su seno la existencia de una reserva de mujeres a disposición de todos los hombres certifica de modo inapelable la opresión de género. Así pues, la prostitución, junto a la expansión de una pornografía que normaliza la violencia y la vejación la mujer y a la industria de los vientres de alquiler, aparecen como otras tantas manifestaciones de una estrecha alianza entre el capitalismo global y el patriarcado en fase de reorganización. Una alianza que está desatando una auténtica guerra contra las mujeres. En lo material y en lo simbólico.
El capitalismo, un sistema cuyo alumbramiento fue asistido por la violencia “como su imprescindible partera”, prolonga hoy su existencia generando nuevas servidumbres. Tal es el significado de la expulsión de millones de mujeres de sus países de origen – y de sus propios proyectos vitales – para ser prostituidas en las grandes metrópolis. La prostitución, nos explica Rosa Cobo, crece en la intersección de la desigualdad, la opresión de género y el expolio colonial. El capitalismo no puede subsistir, ni reproducirse, sin recurrir una y otra vez a la esclavitud. El camino hacia el socialismo es ya inseparable del combate por abolir todas sus manifestaciones.
Lluís Rabell
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