Hace poco más de un año la Universidad de Ciencias Informática (UCI), de La Habana, realizó un estudio de las interacciones en Twitter de 105 organizaciones políticas de América Latina y el Caribe, y de 139 líderes de la región, vinculados al Foro de Sao Paulo. Con un diagrama de grafos demostró que las relaciones entre ellos apenas existen o son muy débiles, allí donde las hay.
Es mala noticia, pero no asombra. Con lentitud la izquierda se ha ido adaptando a los códigos de la prensa escrita, la radiodifusión y la TV, pero la realidad líquida de internet se le escurre entre los dedos. No se comprende o se subestima el comportamiento de los nuevos sujetos políticos, en una era en que la red ha permitido agrupar a gente que tenía vedada la palabra pública, para bien y para mal.
Internet tiene potencial para proporcionar el punto de apoyo de un cambio en el discurso político y el proceso parecía estar en marcha en la década del 80, cuando la academia y las iniciativas ciudadanas le imprimieron un carácter descentralizado, horizontal y abierto. Pero ahora, salvo excepciones, se ha producido un giro hacia la derecha, reforzado por la estructura actual de la red, altamente centralizada, donde las decisiones de qué se lee, qué se consume y qué se debate han quedado en muy pocas manos.
Una investigación de la Universidad de Oxford demuestra que en Alemania la derecha Alternative für Deutschland (AfD) conduce más tráfico de Twitter que cualquier otro partido alemán y muchos de sus seguidores no esconden su adoración por Hitler. Procesos similares se expresan en media Europa. Después de la Segunda Guerra Mundial y antes de las plataformas sociales, ningún nazi se habría atrevido a declarar en una plaza pública que lo era; tampoco lo habrían hecho los proclamados antivacunas o los que defienden que la Tierra es plana.
Parecería que transitamos hacia un momento de barbarie que ofrece capacidad de reunión y, sobre todo, de organización al salvaje Oeste de los sitios de redes sociales, sometidos a lógicas publicitarias, manipulación de las emociones y algoritmos opacos. En esas zonas de ira y violencia simbólica, el sujeto político es remplazado por la industria de la difamación en línea.
El doctor Robert Epstein, investigador de The American Institute for Behavioral Research and Technology, en California, ha documentado que cerca del 25 por ciento de las elecciones nacionales en el mundo son decididas hoy por Google. Él y Ronald E. Robertson acuñaron la expresión “Efecto de la Manipulación de los Motores de Búsqueda” (Seme, por sus siglas en inglés), que explica cómo se puede decantar el voto de los indecisos en función de los resultados que ofrece el buscador. “En algunos grupos demográficos, hasta un 80 por ciento de los votantes” pueden llegar a cambiar sus preferencias electorales, añaden Epstein y Robertson.
Durante las elecciones presidenciales de 2018, la combinación perfecta de uso extensivo de los medios sociales y una campaña repleta de fake news otorgó una victoria holgada a Jair Bolsonaro. Pero los brasileños no votaron por el candidato machista y homofóbico porque consumían información falsa a través Whatsapp o Facebook, sino que creían en los fake news porque comparten la ideología de Bolsonaro, una distinción que no se debería obviar. Igual ocurrió con Donald Trump, en el 2016. “La gente ya no busca noticias para informarse, sino para corroborar sus opiniones. Por eso buena parte de los votantes de Trump se informan sólo a través de Fox News, porque encuentran una coincidencia discursiva, una corroboración, una complementariedad entre lo que creen y lo que dice Trump, luego confirmada por un medio”, advierte en una de sus conferencias más citadas el sociólogo catalán Manuel Castells.
La derecha milita, se activa y se constituye en red. Mientras Internet sea un suburbio que sabemos que existe, pero no visitamos o, peor, lo utilizamos solo para decir y no para dialogar y persuadir, la izquierda estará perdida en los nuevo territorio donde más del 70 por ciento de los jóvenes entre 16 y 30 años en América Latina tienen su primer contacto con la información. La penetración media de Internet en la región es 13 puntos superior a la global, con un 67%, y el número de usuarios asciende a casi 440 millones. Somos el continente que más tiempo le dedica a Facebook, Instagram, Whatsapp y Youtube.
Obviamente, si en esos territorios están los ciudadanos, hay política; mayoritariamente de derecha, pero política, que no se puede liderar con crítica moral y ética, por más que estemos en el lado correcto de la Historia. Nos guste o no, las plataformas sociales digitales cada vez son más centrales en la vida pública y un espacio de disputa en el que se requieren respuestas versátiles, de alta complejidad y persistentes.
Hoy comienza en Caracas la XXV edición del Foro de Sao Paulo, que desde hace unos pocos años ha incorporado la comunicación entre sus debates principales. Necesitamos líderes y movimientos mejor conectados si queremos que la red se corra a la izquierda y se exprese abrumadoramente contra la injusticia, el desamparo, el aburrimiento y la desidia. Para que sea democracia y no estercolero, como pedía Paco Ignacio Taibo II en estas mismas páginas hace unos pocos días. Y que eso ocurra para todos de una buena vez.
Rosa Miriam Elizalde
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