sábado, agosto 22, 2020

El pronóstico de Trotsky sobre la restauración capitalista, a la luz de esta crisis mundial



Al cumplirse el 80° aniversario del asesinato de León Trotsky no podemos dejar de resaltar su rol revolucionario en la elaboración político-programática. En su artículo “A 90 años del Manifiesto Comunista” (1937), reivindica la plena vigencia del primer programa comunista elaborado por Marx y Engels. Lo que “no significa” –dice- que después de 90 tumultuosos años “el Manifiesto no precise de correcciones y adiciones”. Para Trotsky “el pensamiento revolucionario no tiene nada en común con la idolatría. Los programas y las predicciones se verifican y corrigen a la luz de la experiencia, que es el criterio supremo de la razón humana”.

La tendencia restauracionista de la burocracia stalinista

Uno de los mayores aportes de Trotsky a la teoría marxista fue el análisis de la burocratización del Estado Obrero soviético, el carácter transitorio del mismo y la amenaza de la restauración capitalista. Procesos que ni Marx y Engels, y parcialmente Lenin, habían podido prever, porque fueron fenómenos nuevos en la historia de la lucha de clases.
Un proceso contrarrevolucionario, dirigido por Stalin se montó sobre el retroceso de la revolución mundial -producto de la derrota de la revolución alemana y otros estallidos europeos- que colocaron en una situación de aislamiento al Estado Obrero surgido de la Revolución Rusa de 1917. La constitución de una casta burocrática que usufructuó el dominio del aparato estatal en su favor, con privilegios materiales, fue acompañada por una fuerte represión al ala revolucionaria bolchevique. Es sabido que en 1940 solo dos de los miembros del Comité Central que dirigió la revolución quedaban vivos: Stalin y Trotsky. Los demás fueron, en su gran mayoría, ejecutados por el terror stalinista. Y el 20 de agosto de 1940 caía asesinado también León Trotsky.
Trotsky hizo un análisis de la nueva situación del Estado Obrero en uno de sus textos más celebres: “La Revolución Traicionada” (1937). Al triunfar la revolución proletaria en un país de los más atrasados de Europa y no lograr la extensión revolucionaria en las metrópolis capitalistas se creó una nueva contradicción. La expropiación de los capitalistas y latifundistas, el monopolio estatal del comercio exterior y una planificación centralizada de la economía por parte del Estado, planteó un impulso al desarrollo de las fuerzas productivas. Pero estas partían de un gran retraso. Las normas de distribución de lo producido se tenían que atener –dada la baja productividad y una escasa producción de bienes de consumo- a un reparto burgués, insuficiente y desigual. La burocracia contrarrevolucionaria a través del terror logro imponerse como una casta social usufructuando en forma privilegiada ese reparto.
Pero esta situación -la contradicción entre normas burguesas de reparto y las formas socialistas de propiedad, en condiciones de expropiación política del proletariado por una burocracia contrarrevolucionaria- no podía mantenerse indefinidamente. Se creaba una fuerte tendencia de la burocracia stalinista a modificar las relaciones de propiedad, a la restauración capitalista. Al llevar hasta el extremo -con complacencia de Stalin- las normas burguesas de reparto, prepara una restauración capitalista. Esto, en su época y aún hoy, fue una genial caracterización revolucionaria. De la cual Trotsky deducía el carácter transitorio del Estado Obrero, la posibilidad de volver a retroceder al capitalismo y la formulación de un pronóstico alternativo que iba a depender en definitiva de la lucha de clases internacional: “o bien la burocracia, convirtiéndose cada vez más en el órgano de la burguesía mundial en el Estado Obrero derrocará las nuevas formas de propiedad y volverá a hundir al país en el capitalismo, o bien la clase obrera aplastará a la burocracia y abrirá el camino al socialismo” (Programa de Transición 1938). Era la época en que el llamado ‘movimiento comunista internacional’, consideraba irreversible la constitución del Estado Obrero y, más aún, que se entraba abiertamente en la construcción del socialismo… en un solo país. En contra de la teoría marxista revolucionaria de que el socialismo es un sistema internacional, que recién podrá considerarse irreversible cuando el desarrollo de las fuerzas productivas supere al de las naciones imperialistas desarrolladas. Y que eso era imposible para una sola nación, dado el dominio imperialista del mercado mundial.
Trotsky formulo un programa para enfrentar esta tendencia contrarrevolucionaria en la URSS: la necesidad de una revolución política que derroque a la burocracia pro restauracionista y lleve nuevamente al poder al proletariado. Revolución política, porque –a diferencia de las naciones capitalistas- en la URSS ya se había ejecutado la revolución social: la expropiación de los capitalistas.
La restauración capitalista no iba a respetar el nivel de desarrollo alcanzado por la URSS. El imperialismo iba a avanzar decididamente hacia la colonización capitalista de toda Rusia. Hitler (y antes otros imperialismos) intentarían imponer la restauración capitalista, a través de la guerra, destruyendo el Estado, incluso a la mayoría de la burocracia stalinista que se apoyaba en él. Trotsky analizó que “sin Ejército Rojo, la URSS ya habría sido derrotada y desmembrada como China” (La Revolución Traicionada). Y, también caracterizó que un sector de la burocracia stalinista quería transformarse en “compradora”, intermediaria con el imperialismo, considerando que “la nueva capa gobernante sólo puede asegurar sus posiciones privilegiadas mediante el rechazo de la nacionalización, la colectivización y el monopolio del comercio exterior, en nombre de la asimilación de la ‘civilización occidental’, es decir, el capitalismo” (Programa de Transición).
Después de la segunda guerra mundial, el creciente desarrollo de levantamientos obreros en toda Europa Oriental –Berlín, Hungría, Checoslovaquia, Polonia, etc.- con grandes movilizaciones obreras revolucionarias contra las burocracias stalinistas, fue brutalmente reprimido. Pero indicaba a las burocracias que estaba en desarrollo el proceso de las revoluciones políticas por parte de la clase obrera para tomar el poder político en los países que había sido expropiado el capital. Espantada, por esta tendencia revolucionaria, las burocracias se fueron echando en brazos directos de la restauración capitalista. La burocracia se transformó en el principal campo de desarrollo de una nueva clase burguesa a través de privatizaciones-liquidaciones masivas de amplios sectores productivos.

La experiencia china

En 1949 Mao Tse Tung y el PC chino (PCCh) culminaron una larga guerra civil tomando el poder en Pekin. El acuerdo de Stalín con las potencias occidentales planteaba que la derrota japonesa debía dar lugar a que China fuera nuevamente dirigida por el corrupto Chang Kai Shek, y su partido nacionalista burgués, el Kuomintang (que incluso había pactado con el imperio japonés para atacar conjuntamente al Ejército revolucionario dirigido por Mao Tse Tung). Pero esta indicación fue desoída por el PCCh que empujado por un fuerte ascenso revolucionario tomó el poder. Fue un gran avance revolucionario que consumo la unidad nacional de China, profundas transformaciones agrarias y –a través de un proceso- la expropiación de los capitalistas. Programáticamente, a diferencia de la Revolución Rusa, el PC chino no pretendía instaurar una República o Federación socialista soviética, es decir un Estado Obrero (como se hizo en la URSS), sino que proclamó la República Popular China. Pretendía llevar adelante una revolución democrática, con la integración del llamado “Bloque de las 4 clases”, que incluía a la raquítica, casi inexistente, burguesía nacional. La contrarrevolución imperialista, manifestada con la guerra de Corea y la recolonización de Viet Nam impulso la radicalización de la revolución. Una vez estabilizada –débilmente- la situación militar, la creciente burocracia china al frente del Partido y del Estado, se propuso construir un “socialismo con características chinas”: una nueva versión del ‘socialismo en un solo país’. Buscando consolidar sus privilegios de casta y buscando mantener un status quo con el imperialismo. Ahogando, para ello, la extensión de la revolución mundial. En primer lugar en Asia (masacre de la revolución en Indonesia por una política frentepopuista como la que impuso Stalin en la década del 20 en China, de subordinación al nacionalismo burgués del Kuomintang). Al igual que Stalin, Mao y el PC chino emprendieron, en forma burocrática, una serie de aventuras económicas, violentando la realidad social, que provocaron fenomenales crisis, hambrunas y muertes masivas (el ‘gran salto’ de fabricar más acero que Gran Bretaña creando hornos siderúrgicos en cada aldea, colectivizaciones agrarias forzosas, etc.). Las terribles contradicciones y crisis que produjo esta política aventurera y el desarrollo de una burocracia gubernamental, fomento las condiciones para el desarrollo de un proceso de restauración capitalista. Proceso que se abrió no sin crisis y resistencias tanto dentro del aparato del PCCh, como en las masas (la Revolución Cultural impulsada por Mao, etc.). La sangrienta represión a la ocupación de la Plaza de Tiananmén (más de 1.500 muertos, más de 30 mil detenidos) en 1989, permitió que se impusieran decididamente los sectores abiertamente restauracionistas de la burocracia. El proceso se había abierto antes, con el giro de Mao al acuerdo con el presidente yanqui, Nixon, y su Jefe del Departamento de Estado, Kissinger. A la muerte del ‘gran timonel’, el ala restauracionista se hizo cargo del aparato del PCCh y del Estado y dio pasos gigantes en este camino. Lo hizo poniendo el mismo bajo ‘control’ de un gobierno bonapartista de mano dura.

¿La restauración sacó a China del atraso?

En pocas décadas China tuvo un fenomenal salto económico-productivo. Considerada la segunda economía mundial, después de la de los EEUU, por su Producto Bruto, muchos sectores, incluso de la izquierda, han llegado a considerar que China se habría transformado en un país imperialista. De ser así, China no solo habría consumado su ‘revolución democrática’ sino avanzado hasta salir a competir con el imperialismo yanqui dominante (de la misma manera que este empezó a desarrollarse hace dos siglos luego de su revolución-independencia contra Gran Bretaña). Barrería con las tesis marxistas de que el capitalismo, en su actual etapa imperialista, es “la reacción en toda la línea” y ya no permite un real desarrollo autónomo de nuevas naciones y menos que surjan nuevos imperialismos.
China es un país con un desarrollo combinado, sigue teniendo la base de un país atrasado, con inserciones importantes del capital financiero internacional en sus ramas base. El PBI por habitante está lejos de las potencias imperialistas (está por debajo del de la Argentina). Aunque ha logrado un lugar en la exportación de sistemas de primer nivel, su dependencia tecnológica, incluso en este campo, es fenomenal.
Trotsky caracterizo la existencia de este tipo de estructuras, como expresiones de la ley del desarrollo desigual y combinado, que no responden a un desarrollo armónico de las fuerzas productivas, sino que inserta modernas técnicas, introducidas por el capital imperialista, en un contexto en el que se mantiene el atraso económico. El núcleo central de desarrollo chino provino de la instalación de empresas imperialistas que usan la mano de obra superbarata y ‘disciplinada’ por el régimen burocrático, como plataforma de exportación, fundamentalmente hacia los propios centros imperialistas. Esto asegura superganancias al capital e introduce incluso una competencia a la baja con los salarios de los obreros de las metrópolis. La burguesía china autóctona que está surgiendo de este proceso de restauración es una clase relativamente débil, aprisionada entre dos colosos: la fuerte penetración del capital imperialista por un lado –con todo su poderío, no solo económico, sino político y militar- y por un gigantesco proletariado de más de 400 millones de asalariados chinos creado por las inversiones extranjeras y las de ‘capital nacional’. La nueva clase burguesa china, una protoburguesía, está sostenida por el régimen bonapartista que la defiende frente a estos dos monstruos creados por el desarrollo restauracionista. La burocracia restauradora del capital arbitra medidas en defensa de bancos y empresas que debieran ir a la quiebra, pero que son sostenidas ‘artificialmente’ por los fondos estatales.

¿Una restauración pacífica?

Hay corrientes de la izquierda que caracterizan que la restauración capitalista en China se ha impuesto de un modo pacífico. No solo no consideran como esencial el violento aplastamiento burocrático de los movimientos de lucha hacia un proceso de revolución política contra la burocracia represora y restauracionista y el establecimiento de un régimen de regimentación totalitaria, sino que no comprenden la naturaleza del proceso restauracionista. Se trata de una restauración incompleta, no acabada. El imperialismo, por su naturaleza monopólica, no puede permitir una China fuerte, en términos capitalistas. Necesita hacer retroceder las conquistas de la revolución de 1949 y avanzar en un proceso de colonización a fondo. Incluso, no se debe descartar como un objetivo estratégico el hacer retroceder la unidad nacional china, hacerla volver al período prerrevolucionario. A fines del siglo XIX, distintos imperialismos tenían ‘concesiones’ y áreas exclusivas de dominio. China era un campo de disputa interimperialista. Japón constituyo gran parte de su imperio colonial sobre territorio chino (Manchuria, etc.).
La restauración capitalista, llevada a su culminación, planteara la división de China para mejor colonizarla, incluso entregando sectores al control directo de imperialismos rivales. Esa fue la experiencia de la restauración capitalista en Yugoslavia, que llevo a sangrientas guerras que destrozaron su unidad nacional, recreando pequeños estados-protectorados bajo influencia de diversos imperialismos. (Lo mismo ha sucedido en Libia, dividida en dos, bajo distintos protectorados capitalistas). La restauración capitalista no aleja la guerra, sino que la promociona, incentivada por la agudización de la crisis capitalista en desarrollo. Un peligro de rigurosa actualidad: la preparación militarista y las provocaciones de Trump contra China (y Rusia), es una política de Estado que abarca a Demócratas y Republicanos por igual. Una eventual culminación del proceso restauracionista no será posible sin grandes guerras y revoluciones en China y en el mundo, como pronosticara Trotsky.

Actualización del programa planteado por Trotsky

El planteo de luchar por una revolución política en el Estado Obrero soviético burocratizado y degenerado por la acción contrarrevolucionaria stalinista, para que el proletariado tome el poder, que hizo Trotsky en el Programa de Transición, hoy debe ser actualizado. Porque ya no estamos frente a una tendencia, sino ante una realidad. En China, el 50% de las empresas está en manos de capitalistas privados. El otro 50% que aún permanece bajo propiedad estatal es o subsidiario del capital privado o está en la lista de privatizaciones a ejecutarse. Por lo tanto se plantea no solo un cambio de régimen político (revolución política), sino también la necesidad de expropiar a los capitalistas y retomar una planificación económica centralizada que impulse el desarrollo de las fuerzas productivas en beneficio de la población trabajadora y no de las ganancias capitalistas. La tesis que en su momento levantó la CRCI (Declaración de Génova, 1997) y que nuestro Partido Obrero defiende es sobre “la necesidad de la revolución social y política en la antigua Unión Soviética, Este europeo, China, Indochina, Corea de Norte y Cuba”. Plena vigencia del Programa de Transición en las condiciones más terribles de la crisis mundial en desarrollo. Punto central del programa para refundar la IV Internacional.

Rafael Santos

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