miércoles, agosto 26, 2020

El rentable negocio de la educación universitaria en EE.UU.



Protesta contra clases presenciales, Georgia Tech, Atlanta, 17 de agosto de 2020.

En Estados Unidos, la educación universitaria se ha convertido en una costosa mercancía, ofrecida tanto por las universidades estatales como por las privadas. Eso no siempre ha sido así, sino que ha sido resultado del neoliberalismo educativo, que fue impulsado primero en el Estado de California por su gobernador, Ronald Reagan, durante el período 1967-1975, y que después se extendería a todo el país.
El coronavirus ha sacado a relucir las peores lacras del capitalismo, revelando el carácter destructor de la forma mercancía, que se ha impuesto brutalmente en todos los ámbitos de la sociedad. La forma mercancía domina la vida cotidiana de buena parte del mundo, pero es la reina indiscutible en los Estados Unidos, y por esa razón en ese país se hacen más ostensibles sus contradicciones en esta época de pandemia. No es que se hayan originado por el Covid-19, simplemente el virus ha sido el detonante que ha hecho explotar el espejismo del “sueño americano”. Esto se nota en el trabajo, la salud, la recreación, la vivienda, la educación.
En este articulo nos vamos a referir a la mercantilización de la educación, a partir de una noticia en dos momentos: la decisión del gobierno de Donald Trump de expulsar de Estados Unidos a los estudiantes universitarios del resto del mundo que solo estuvieran recibiendo clases on line y la reacción de Estados federales y universidades que se opusieron a dicha disposición. Sobre esta reacción quedaba cierta sensación de que el rechazo a la medida inicial de Trump, que finalmente fue revocada, se debía a la defensa de la democracia y al derecho de extranjeros de estudiar en los Estados Unidos, pero si se mira con detenimiento la conducta de las universidades nos remite a la venta de la mercancía educativa y las fabulosas ganancias que genera para los mercachifles de la universidad.

EDUCACIÓN UNIVERSITARIA: UNA COSTOSA MERCANCÍA

En Estados Unidos, la educación universitaria se ha convertido en una costosa mercancía, ofrecida tanto por las universidades estatales como por las privadas. Eso no siempre ha sido así, sino que ha sido resultado del neoliberalismo educativo, que fue impulsado primero en el Estado de California por su gobernador, Ronald Reagan, durante el período 1967-1975, y que después se extendería a todo el país, cuando ese mismo actor de quinta categoría alcanzó la presidencia de los Estados Unidos (1981-1989). Reagan, un individuo atrabiliario e ignorante, llegó a decir, para justificar la privatización de las universidades, que los contribuyentes no debían “subvencionar la curiosidad intelectual” y eso lo debían financiar las propias universidades. Ese proyecto implicó la reducción en las transferencias estatales a las universidades, que se fue agravando con el paso del tiempo. Así, entre 1987 y 2012, la financiación pública de las universidades disminuyó en un 30% y en el 2019 en Alaska, para dar un ejemplo, la reducción de presupuesto alcanzó los 135 millones de dólares.
Las universidades recurrieron como vía alterna de financiación al aumento de matrículas, las que se dispararon a niveles estratosféricos hasta convertir a la educación universitaria de los Estados Unidos en la más costosa del mundo. Hasta tal punto esos ingresos son importantes, que el presupuesto de las universidades públicas depende en un 25% de las matrículas y de las privadas en un 35%. Estas cifras adquieren sentido si se compara con lo que sucede en algunos países europeos, donde o las matrículas son gratuitas, como Alemania, o muy bajas, como en Francia.
Como resultado, las matrículas se han elevado en las universidades de Estados Unidos en un 260% entre 1980 y 2014. En concreto, estudiar en una universidad de los Estados Unidos cuesta hasta unos 70 mil dólares por año. Como a ese costo solo puede acceder una ínfima minoría de Estados Unidos y del resto del mundo, el sistema interno que se ha desarrollado es el de los préstamos, que en el 2013 constituirán el 50% del total de presupuesto de las universidades (cuyo monto era de 75 mil millones de dólares). Esto ha dado origen a los endeudados educativos, esclavizados con el sistema financiero que está detrás de las universidades, y al cual las familias de los estudiantes debían, en 2019, 1.5 billones de dólares por préstamos para estudiar.
Otra forma de financiación de las universidades se basa en la firma de convenios con entidades privadas, como con canales de televisión, y ventas de cursos de verano y conferencias, arrendamiento de campos deportivos…. Un buen rubro de ingreso de las universidades son los estudiantes extranjeros, puesto que en Estados Unidos están matriculados más de un millón, la mitad de los cuales proceden de China e India. En el año escolar 2016-2017, estos alumnos extranjeros desembolsaron por matriculas 37 mil millones de dólares.
Este sistema de financiación de la universidad ya estaba en crisis antes de la emergencia del coronavirus, como se muestra con la insolvencia de muchas universidades y la quiebra de alguna de ellas. En 2019, estaban en situación de insolvencia 946 universidades, 60 de las cuales quebraron.

EL IMPACTO DEL COVID-19 EN LAS UNIVERSIDADES

El Covid-19 ha agravado una situación ya existente y ha mostrado las limitaciones de la mercantilización educativa. El impacto del cierre de los campus universitarios se ha sentido de inmediato en ese sistema universitario mercantil, que dejara de recibir ingresos por las ventas de verano, así como por la deserción de estudiantes estadounidenses, que puede llegar al 15%, lo que significa una reducción de ingresos de 23 mil millones de dólares en el próximo año académico. A eso se suma que muchos de los estudiantes están inconformes con la educación on line, debido a que ello supone dejar de responder por otros compromisos de las universidades, como vivienda y alimentación, que les siguen cobrando a los estudiantes. Muchos estudiantes ya han demando a las universidades para que cumpla con los contratos a que se comprometen y por los cuales cobra mucho dinero. A esto se le deben sumar los 32 mil millones de dólares y los 300 mil empleos que se perderían si los estudiantes extranjeros no se matriculan para el próximo año escolar.
En este contexto de crisis financiera agravada de las universidades, que se calcula en unos 47 mil millones de dólares, la decisión de Donald Trump sobre expulsar a los estudiantes extranjeros no podía llegar en peor momento. Aunque se hayan hecho declaraciones como la de la senadora Elizabeth Warren, quien señaló que “expulsar a los estudiantes internacionales en medio de una pandemia global” es “un sinsentido, cruel y xenófobo” o la del profesor Stephen Walt de la Universidad de Harvard quien ha dicho: “asumo que Trump y Miller (Stephen Miller, su asesor en inmigración) están encantados con que los estudiantes acaben en la Universidad de Tsinghua (China)” o la del gobernador de Nueva Jersey, Phil Murphy, quien sostuvo: “no podemos ser un líder mundial si le cerramos la puerta al futuro a los estudiantes”. Esas son declaraciones demagógicas, que esconden el problema real que originó el grito de protesta de los dueños de las universidades y de gobernadores estatales, así como de políticos ligados al lobby educativo: la pérdida de ingresos por no recibir el costo de la matricula y otros gastos de un millón de estudiantes extranjeros. Aquí el patriotismo barato de Trump se estrella con los fabulosos ingresos que llenan las faltriqueras de las universidades mercantiles, para las cuales su única patria es el dólar. El resto es cháchara barata.

Renán Vega Cantor

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