martes, noviembre 22, 2022

El debut de Argentina en Qatar, un análisis político


En otras épocas era habitual que los papás advirtieran a sus hijos que los resultados, en el fútbol, no debían darse por descontados. Les enseñaban, pedagógicamente, que la disputa en el césped era de once contra once, habituados a manejar la pelota. La cofradía del fútbol, en Argentina, no tuvo acceso a esta enseñanza, probablemente, y menos la de la publicidad y los medios de comunicación –ni los dormilones que prefirieron disfrutar de algún ‘replay’. Mientras Arabia Saudita ‘rankeaba’ en el lugar 51 entre los mundialistas, Argentina llevaba 36 partidos sin perder y es candidata a ganar la Copa. En las apuestas, la selección nacional pagaba 1.6, en tanto que los saudíes 18. Quien haya apostado por la selección del Reino se aseguró no solamente la gratuidad del viaje y de la estadía en Qatar.
 La derrota de Argentina en el estadio que debe acoger también a la final, el Lusail, tenía sin embargo algunos antecedentes. Francia había sido derrotada por Senegal, en la clasificatoria, en 2002; Italia por Corea del Norte en 1966; e Inglaterra por un debutante Estados Unidos, en 1950. Rusia empató con la ‘pequeña’ Islandia, en 2018. Claro que en ninguna de estas selecciones jugaba un Messi, que hoy a la mañana pareció más un zombie que un armador, a pesar de que había embocado un penal en los primeros minutos. Varios goles anulados por fuera de juego provocaron un entusiasmo engañoso en las hinchadas y los relatores, que quisieron ver que la defensa rival era un queso gruyere. No era la primera vez, sin embargo, que el técnico francés de los saudíes, Hervé Rénard, apelaba a la estratagema ‘off side’ en su carrera y como entrenador de Arabia Sauidta. Scaloni debía saberlo, pero no instruyó a los jugadores argentinos a desbaratarlo, al punto que cayeron tres veces en la zancadilla franco-saudita.
 Arabia Saudita no sólo “nocauteou”, como dijo un brasileño, a nuestra selección en seis minutos; es el equipo con mayor representación de su Liga, o sea con menos saudíes en el extranjero, entre todos los mundialistas. No hace falta, entonces, pasar por el Milán, el Barcelona, el PSG o el Bayern para defender el propio arco y acosar al arco rival. Esto no será desmentido si, como imaginan todos y todas, el equipo del Reino sale con una adelante y otra atrás frente a México y Polonia. 
 El debut de Argentina frente a Arabia Saudita trae a la superficie algo poco comentado, si es que algo. El contrato de publicidad firmado por Messi con el ahora primer ministro saudí, Mohamed Bin Salman. El hombre que degolló y descuartizó a un periodista connacional en el consulado de Estambul, se hizo designar jefe de gobierno para ganar la impunidad de Joseph Biden, el presidente de Estados Unidos, que anuló la orden de arresto en su contra. Bin Salman es un asistente a las reuniones del G-20 y en ese carácter disfrutó del teatro Colón en la reunión en Buenos Aires, bajo Macri. La publicidad protagonizada por Messi es una operación de lavaje de la criminalidad del régimen saudita. Invitado, en una ocasión anterior, el portugués Cristiano Ronaldo rechazó la oferta que Messi aceptó, renunciando al cobro de seis millones de dólares. Con la inflación y la guerra de por medio, se podría estimar que Messi embolsó cerca de diez millones de la misma moneda. La AFA y la FIFA deben estar al tanto de estas ocurrencias. 
 Es claro, sin embargo, que un contrato de semejante envergadura, vinculado con el Mundial, con el gobierno de una de las selecciones participantes, constituye un conflicto de intereses. Arabia Saudita debería ser expulsada del Mundial por mucho más que la grave falta a la ética olímpica. Bin Salman se valió del contrato para una operación de lavado de sus crímenes. La derrota de Argentina por la selección saudita añade un trofeo enorme a esa operación. Messi y la AFA deberían dar explicaciones. La Argentina del macrismo y del kirchnerismo añade un nuevo fraude al fraude de la deuda pública impagable, al fraude del Presupuesto, al fraude patagónico de Berni, al espionaje de Macri, al fraude de la inflación (que enriquece a los ricos y empobrece a los pobres). Lo que se pone en discusión no es la posición que los jugadores argentinos deben ocupar en la cancha, sino los extremos que ha alcanzado la podredumbre del régimen político de la Argentina capitalista. Entre la explotación de miles de inmigrantes, sacrificados en la construcción de fastuosos estadios, clubes, hoteles y residencias, por parte del emir de Qatar, y los sobornos de Bin Salman para lavar sus crímenes y la benevolencia de Estados Unidos, el Mundial 2022 guarda una marcada similitud con el de 1978, que Argentina tuvo el agravio de hospedar. 
 Aún así, la selección iraní se abstuvo de cantar el himno nacional en repudio a la represión de la teocracia de su país y en apoyo a la rebelión nacional. Mucho, poco o algo de esto tiene un tinte ‘occidental’, en el sentido de un apoyo al boicot de EEUU, la UE y Japón a Irán, pero tiene también algo, poco o mucho de apoyo genuino a una lucha de emancipación social. Las delimitaciones, entre unos y otros, deben ser establecidas. La selección inglesa, por su lado, tampoco cantó himnos y repitió el gesto de arrodillarse en repudio al asesinato de George Floyd, que desató la rebelión contra la brutalidad policial en Estados Unidos, en 2020. 
 El espíritu de confraternidad de los Juegos y las Olimpíadas cobrará toda su entidad superadora bajo una sociedad sin explotadores ni explotados, sin la destrucción del clima y sin imperialistas. 

 Jorge Altamira 
 22/11/2022

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