El país más rico del mundo tiene uno de los sistemas de salud más injusto del planeta. De hecho, 42 millones de personas se encuentran sin cobertura de ningún tipo. Y muchos de los que sí la poseen padecen innumerables complicaciones que se transforman en equivalentes a no tenerla.
Los tratamientos más complejos, los médicos formados en las mejores universidades y los avances de la investigación científica, la mayoría de las veces aparecen ligados a los Estados Unidos. Las sumas de dinero que se destinan a lo que en general podemos denominar "sistema de salud" son también impresionantes. Sin embargo, los grandes avances tecnológicos en materia de medicina vienen de la mano con precios y costos tan elevados que se transforman en inaccesibles para extensas capas de la población.
¿Cómo es el sistema de salud en los Estados Unidos?
El sistema de salud norteamericano se divide, como en muchos países, entre los sectores privados y públicos. Pero su particularidad es que, en su mayoría, los servicios los provee el sector privado. La financiación del servicio es efectuada directamente por el beneficiario -paciente- que lo abona en forma privada o, más comúnmente, por medio de una tercera entidad, normalmente su empleador, la que se encarga de la realización de los pagos a los que brindan el servicio.
El "corazón" del sistema está constituido por la cobertura brindada por el sector privado. El 70% de la población estadounidense está bajo la cobertura de seguros de salud privados. La cobertura privada se lleva a cabo, en su mayoría, mediante el empleo. Tener un puesto de trabajo es la puerta para tener servicio médico asegurado. En muchas empresas se negocia esto en forma casi tan importante como se discuten los montos salariales. Perder el empleo, por contrapartida, significa quedarse sin cobertura y tener que abonar individualmente montos horrorosamente elevados.
En el caso de la cobertura del servicio de salud pública, existen dos grandes programas de cobertura masiva: Medicare y Medicaid. El Medicare asiste a todos los ciudadanos mayores de 65 años y a aquellos que sufren discapacidades. Se trata del seguro de salud más grande de la nación, cubriendo las necesidades de aproximadamente 39 millones de personas. El otro sistema es el Medicaid, cuyo objetivo es supuestamente brindar seguro médico a la población carenciada, que no tiene acceso a otro sistema de salud. Este programa proporciona cobertura a aproximadamente 36 millones de personas. Su déficit principal es la existencia de millones que, sin calificar en estas categorías de "carenciados" no tienen sin embargo cobertura ni capacidad financiera de afrontar los costos privados del sistema.
La falta de cobertura universal y los debates políticos
El mayor problema que afronta el sistema médico en Estados Unidos es, entonces, la falta de una cobertura universal para todos sus ciudadanos. Son alrededor de 42 millones (14% de la población aproximadamente) quienes no pueden acceder a ningún seguro de salud (ni siquiera el Medicaid), posicionando al país como el único entre los países desarrollados que no brinda cobertura a todos sus ciudadanos. Esto es un punto central a la hora de debatir sobre reformas para mejorar el sistema sanitario y el acceso a él. Hay estadísticas de todo tipo, a todos los niveles, que muestran como la gente de bajos recursos, o de las minorías raciales se encuentran entre los de mayor riesgo en enfermedades tales como el cáncer, o incluso en la drogadicción o alcoholismo. Estos grupos sociales, que son quienes más expuestos están, reciben la peor asistencia en cuanto a salud, debido a su imposibilidad de afrontar los astronómicos gastos de la cobertura privada, y a lo limitada de la pública. El hecho de que la salud sea un derech
o inalienable de todos los ciudadanos, según lo afirma la Organización Mundial de la Salud, parece ser letra muerta en los Estados Unidos.
En los últimos 15 años hubo dos intentos de modificar de raíz el sistema, ampliando el criterio de universalización. El primero fue el proyecto de 1993, acaudillado por Hillary Clinton, entonces primera dama (era la época de la presidencia de Bill Clinton). Se enfrentó a fuertes resistencias, incluso dentro del gobernante Partido Demócrata y no prosperó. El segundo está actualmente en debate, promovido por el actual presidente Barack Obama.
En general los cuestionamientos se realizan desde dos argumentaciones. La más importante es la "fiscal". Se señala que un programa de universalización de la salud pública tendría un costo exorbitante, de aproximadamente un billón de dólares, insostenible para el Tesoro norteamericano. Si bien esto es cierto, hay un monto similar de ahorros que podrían obtenerse por la eliminación de programas superpuestos capaces de ser integrados en el nuevo proyecto, por lo que al final los montos serían similares a lo que hoy el Estado estadounidense gasta en salud pública. El otro argumento de los opositores puede catalogarse de "ideológico". Sostiene que un sistema de universalización de la salud pública pondría en peligro la "libertad de elegir de los ciudadanos", llegándose en algunos extremos a tildar la propuesta de Obama de "socialista". Es una posición que se enraiza en lo más reaccionario del "Estados Unidos profundo", racista y elitista. Por supuesto que ambas argumentaciones se encuentran fuertemente mezcladas, como es común en la política norteamericana, con los lobbys que realizan distintas corporaciones (de medicina privada, aseguradoras o laboratorios), que son de hecho quienes motorizan las críticas.
Obama retrocede ante el chantaje de los lobbies
Es evidente que el sistema estadounidense está muy lejos de alcanzar los principios de universalidad e integridad. En Estados Unidos la salud es claramente un negocio y no respeta ninguno de las recomendaciones básicas de la Organización Mundial de la Salud, manejándose con las bases del más salvaje libre comercio.
De acuerdo a informes realizados por este organismo, un sistema médico debe cumplir con tres requisitos básicos: mejorar la salud de los ciudadanos, satisfacer las expectativas de la gente a la que brindan el servicio y proveer a sus ciudadanos de una protección financiera contra los costos exorbitantes. Varios países desarrollados (Canadá o Suecia, por ejemplo) e incluso algunos de los subdesarrollados (el caso más destacado es Cuba) han logrado, en base al respeto a estos principios y a la garantía de cobertura universal, tener sistemas de salud de alto nivel por solo una fracción de los costos estadounidenses, que quedó relegado, también según la OMS, al puesto 37 en un ranking de 191 países con respecto a la calidad de su sistema sanitario. Es evidente que la reversión de estos resultados, yendo hacia un sistema más "público", con garantía de cobertura universal, resulta fundamental. Desde esta perspectiva, es preocupante que el proyecto de Obama, que recordemos fue una de las banderas centrales de su campaña electoral, cada día retroceda más en aras del "realismo" de lograr los votos republicanos y la propia derecha del Partido Demócrata. Ya incluso se sostiene que el nuevo sistema "no necesariamente" deberá tener una parte pública para garantizar la cobertura universal. Daría la impresión que los lobbys de las aseguradoras, empresas médicas y laboratorios otra vez, como pasó en 1993, van a ganar a costa de la salud de los sectores más desprotegidos de la sociedad norteamericana.
José Castillo, economista. Profesor de Economía Política y Sociología Política en la UBA. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).
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