miércoles, agosto 12, 2009

El derrumbe del "Socialismo Real": causas, impactos y lecciones.


Esta reflexión data de años atrás: se remonta embrionariamente a los días finales de 1965, (inmediatamente después de nuestra hermosa revolución de abril) cuando nuestro Partido Comunista Dominicano proclamó el “no seguidismo” al PCUS y la adopción de una política internacional “independiente y creadora”. Se profundizó cuando conocimos más de cerca el llamado modelo soviético y diversas expresiones del “socialismo real”.
Tomó mucho vuelo a raíz de conocer la “Primavera de Praga” y condenar la intervención militar de la URSS en ese país, evaluando sus causas de fondo; continuó desarrollándose a las luz de no pocas lecturas críticas de la historia del socialismo e intensas vivencias en el movimiento comunista y revolucionario mundial en las dos décadas posteriores,
Se nutrió de los inolvidables intercambios con el erudito latinoamericanista soviético Kiva Maidanik, guevarista por convicción, y de los ricos debates entre él, Schafik Handal, Hugo Kores, Manuel Piñeyro, Marta Harnercker y el autor de estas líneas. Igual del primer Foro de Sao Paulo, de seminarios permanentes como el de la revista America Libre y del creado por Manuel Monereo desde la Fundación de Investigaciones Marxista del PC de España
Tomó cuerpo antes del “derrumbe” y se expresó antes y después en múltiples trabajos partidarios, artículos y ensayos y entrevistas en revistas nacionales e internacionales, publicaciones propias como la revista “Impacto Socialista” que dirigí y el semanario “Hablan los Comunistas” (décadas de los 70 y 80); en columnas de periódicos comunistas y no comunistas, en seminarios, congresos, paneles, debates televisivos y radiales, folletos y libros, particularmente en el primero publicado bajo el título COMUNISMO VS. SOCIALDEMOCRACIA (1986).
Este análisis se fue puliendo y enriqueciendo en variadas ocasiones, recordando aquel especial momento en que cinco secretarios generales ( Patricio Echegaray, Schafik Handal, Rigoberto Padilla, Humberto Vargas Carbonel y Narciso Isa Conde) de los PC del Continente, Manuel Piñeyro (Comandante Barbarroja) y el intelectual cubano Luís Suárez Salazar, poco antes del colapso general de la URSS, dimos a luz -luego de intensas reflexiones en Nicaragua y en Cuba- la “Carta Abierta a los Partidos Comunistas y Revolucionarios de América Latina y el Caribe,” y el ensayo titulado “América Latina: Continente de la Esperanza” (1990).
Este producto -no el único- de esa reflexión y debate trascendentes, fue inicialmente estructurado en forma parecida y próxima a esta nueva versión, ahora algo actualizada y reforzada, como primer capitulo de mi libro “REARMANDO LA UTOPÍA”, publicado en 1999 y ahora en proceso de revisión y enriquecimiento cara a su tercera edición.
Creo útil volver en este periodo sobre sus pasos y darlo a conocer por este y otros medios involucrados en el debate sobre el presente y el futuro del socialismo en el mundo, en vista la importancia que a mi entender tiene aproximarnos cada vez más al conocimiento de las causas de aquel “cataclismo político” en interés de no volver a tropezar con las mismas piedras y peñones; procurando prevenir lo previsible, recuperar conceptos abandonados, recrear otros, corregir rumbos y entuertos, y sobre todo recrear esperanzas alrededor de proyectos más atractivos, menos vulnerables, con capacidad auto-superadora y dinámicas persistentes capaces de unir cada vez más la conquista del pan, la belleza, la igualdad y la libertad como valores colectivos.

No pretendo que esta sea la verdad incontrovertible sobre esos acontecimientos, tampoco toda la verdad, mucho menos la verdad absoluta. Aspiro sencillamente a que la difusión de este trabajo contribuya a aproximarnos a ella, para como movimientos tratar de ser cada vez más certeros. Es un aporte modesto a un debate trascendente sobre un tema trascendente, que precisa de una mayor participación y socialización.

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Los cambios acaecidos a final del siglo XX incluyeron el derrumbe de los procesos anticapitalistas y anti-imperialistas europeos, a los que no pocos críticos de izquierda de esas realidades le atribuyen fuerte componentes del capitalismo de Estado
Una especie de cataclismo político con muchas naciones víctimas y con escasos pero valiosos sobrevivientes. Un terremoto de alta intensidad que arrasó simultáneamente con importantes conquistas sociales, pero también con graves y costosas aberraciones.
Una tragedia que súbitamente cambió la correlación de fuerzas mundiales y le abrió paso a escala planetaria a la epidemia neoliberal y a la uni-polaridad militar.
Todo eso y algo más.
Pero de ninguna manera la fantasiosa muerte del socialismo como ideal liberador. Lo transformado, lo construido y lo adulterado nunca dejó de ser un proceso inconcluso y estructuralmente defectuoso.
Nunca dejó de ser un tránsito difícil y arriesgado, escasamente paradigmático.
Jamás llegó a ser un sistema esencialmente socialista, sino más bien un intento de tránsito hacia él, sensiblemente deformado. Y la mayor tragedia consistió en que no pudo auto-renovarse.

Mistificación

En esos países el socialismo nunca llegó a ser una realidad plena en el transcurso de este siglo. Una de las grandes mistificaciones de ese proceso de tránsito al socialismo en Europa del Este fue presentar como socialismo pleno , como socialismo desarrollado , o como avance hacia un comunismo cercano, las que realmente fueron transformaciones incompletas y adulteradas en el marco de procesos anticapitalistas.
Un recurso en esa misma dirección fue el calificativo de “socialismo real”, empleado para presentar como irreal, como fantástico o como antisocialismo, todo lo que fuera distinto al conjunto de modelos estatistas burocratizados que resultaron de esas transformaciones.
Tal versión obvió el hecho de que desde muy temprano abundaron los pensadores revolucionarios que pusieron énfasis en la distancia existente entre lo que se alcanzó en esos países y el ideal socialista, entendido éste como estadio superior de bienestar y de retribución por la capacidad y el aporte de los miembros de la sociedad; como democracia social, económica, cultural y política; como régimen de predominio de formas de propiedad social, donde los productores y gestores pasan a ser realmente dueños de los medios de producción y distribución; como sistema que garantice altos niveles de superación humana y de la libertad en todos los órdenes.
Los logros fueron significativos, pero se quedaron cortos y fueron sumergidos en un entorno político que se tornó impugnable.
La industrialización, el desarrollo científico y cultural, la reducción de las desigualdades, la superación de la miseria y del desempleo, la erradicación del analfabetismo, el auge del deporte y la recreación sana, la promoción social de clases y sectores marginados... constituyeron, entre otras, sus conquistas más relevantes y realmente respetables. Ellas, sin embargo, no evitaron la crisis final.
Las denominaciones de “países socialistas” y “países comunistas” tuvieron una gran divulgación propagandística, tanto desde sus gestores como desde los medios masivos de comunicación del sistema capitalista. Y eso ha hecho que ellas se repitan por inercia, por hábito, por costumbre y por facilidad de referencia, a pesar de su gran imprecisión científica.
Ciertamente, estas situaciones no son fáciles de explicar, y mucho menos de sintetizar con ciertos calificativos y ciertas denominaciones, y por eso muchas veces se recurre a convencionalismos que permiten, aún sin ser precisos, establecer diferencias.
Incluso el término “socialismo de Estado” es en gran medida convencional, tanto por lo inconcluso del proceso de transformación socialista a escala nacional y planetaria, como por lo parcial de las precondiciones creadas para conformar sociedades socialistas, por las involuciones acaecidas, por los niveles de enajenación y alienación que se registraron en no pocos de esos procesos de tránsito, por las trágicas y generalizadas aberraciones derivadas de su poder burocrático. Y, además, porque el verdadero socialismo procura precisamente abolir el Estado, extinguirlo paulatinamente, socializar la economía y socializar progresivamente el poder hasta hacerlo desaparecer.
Por eso es importante precisar el real contenido de esos procesos. Y ante el colapso de los modelos estalinistas, neo-estalinistas o estatistas burocratizados salidos de ellos, se impone además la necesidad de explicar a mayor profundidad lo que ha acontecido, llamando las cosas por sus nombres, contrarrestando la inercia propagandística y la referida mistificación de la realidad.

Crisis estructural

La historia de la humanidad registra múltiples crisis dentro de modelos y estructuras creadas en el proceso de gestación de una determinada formación económico-social, crisis que han sido resueltas o en beneficio de ella misma o en otras direcciones.
A través del examen crítico de la historia reciente hemos llegado a la firme convicción de que en Europa Oriental no fue el socialismo lo que hizo crisis, sino determinados modelos y estructuras conformadas en el tránsito hacia él.
Hizo crisis, más bien, la falta de socialismo dentro de esa transición; esto es, colapsaron estructuras que se tornaron bloqueadoras de los nuevos avances y que finalmente conformaron modelos estatista-burocratizados, que si bien representaron vías no capitalistas de desarrollo, se convirtieron en regímenes negadores de valores esenciales del ideal socialista y, en no pocos períodos y casos, en regímenes tiránicos. De esa manera el “socialismo real” devino más bien en socialismo irreal.
El súper-Estado propietario, basado en grandes monopolios estatales y en el trabajo asalariado (sin autogestión ni cogestión social) bajo administración burocrática, si bien es diferente al capitalismo de Estado bajo control de la gran burguesía privada; si bien no implica la apropiación privada del excedente -aunque si su uso antojadizo por la burocracia (en una especie de combinación de distribución social y sistema de privilegios- no equivale, como dicen algunos al capitalismo de Estado propiamente dicho, pero si a una modalidad de régimen no capitalista al servicio de la burocracia y no del proletariado ni del sujeto popular en general .
Esa realidad, con toda su impronta de corrupción y privilegios, con toda su negacion de democracia y participación, con todo el aplastamiento de la sociedad civil en términos gramscianos, fue la que hizo crisis y colapsó, sin tirar un tiro, después de más de medio siglo de imposición estable, más de 70 en el caso de la URSS.
Específicamente, a finales del decenio de los 80 y principios del 90 se produjo la crisis final de esos modelos de tránsito altamente estatizados, altamente centralizados, con gestiones extremadamente verticales, con un aparato estatal y un sistema de gestión económica considerablemente burocratizados.
Se trató a la vez de la crisis final de los sistemas políticos antidemocráticos que allí primaron, dentro de los cuales el papel del partido único se confundió con el del Estado para aislarse del pueblo, perdiendo por esas y otras razones su carácter de vanguardia, desgastándose al compás de la agudización de la crisis y del desarrollo del sistema de privilegios, de la corrupción burocrática, de nuevas modalidades del dominio patriarcal y del adulto-centrismo, como también y de políticas depredadoras de la naturaleza y trasplante de patrones tecnológicos afines a la civilización industrial capitalistas.
El modelo soviético gravitó de manera determinante en otros países europeos vía las fuerzas militares del Pacto de Varsovia, vía el CAME, vía múltiples mecanismos de presencia directa e indirecta, vía el gran peso económico e ideológico de la URSS... provocando a la larga en no pocos casos, por ser extraño a los procesos nacionales, mayor rechazo que aceptación.
Esos modelos, pasado el período de las medidas de excepción y del entusiasmo revolucionario de los primeros años, pasado los liderazgos originales de las revoluciones y las fases de alta popularidad de sus direcciones políticas ganada en la lucha antifascista, acentuaron la separación entre el poder y el pueblo, debilitaron o anularon la vida política y el dinamismo en la sociedad civil, incrementaron el apoliticismo en las nuevas generaciones, congelaron el nacionalismo y el conservadurismo, y crearon el caldo de cultivo favorable para el desarrollo de tendencias pro-capitalistas y corrientes desintegradoras.
Y mientras más se insistió en prolongar su vigencia (a pesar de su evidente entrada en períodos de agotamiento y de crisis), más desastrosos fueron los resultados de su crisis y más imposible de alcanzar su continuidad a través de una renovación de corte socialista.

Imposibilidad de la renovación

En medio de esa crisis, los intentos de renovaciones políticas que se emprendieron tuvieron en común la ausencia total o el diseño incompleto de nuevas estrategias socialistas y la falta de nuevas vanguardias capaces de conducirlas, lo que facilitó la hegemonía de posiciones pro-capitalistas.
Se trató de una crisis esencialmente estructural, una crisis de un modelo económico y de un sistema político conformados durante decenios; de un modelo y un conjunto de estructuras que tuvieron sus fases de crecimiento, logros, expansión y dinamismo, pero que evidentemente agotaron sus posibilidades.
Las crisis que en la URSS, en los países de Europa oriental y central, le abrieron paso a un traumático proceso pro-capitalista que, en lugar de superar errores y deformaciones, ha introducido en esas regiones del mundo los problemas propios del llamado capitalismo “salvaje” (con perdón de los/as salvajes, agregado a otros males no resueltos.

¿Triunfo de occidente? ¿Fin del socialismo?

El teórico japonés-estadounidense Francis Fukuyama presentó estos hechos como el “fin de la historia”, entendida ésta como controversia entre los dos grandes campos enfrentados durante siete decenios de este siglo, y nos habló a la vez del triunfo definitivo del Occidente capitalista y de la democracia liberal.
Los principales ideólogos y propagandistas del capitalismo han hablado de la derrota definitiva del socialismo y del comunismo, y han invitado a la humanidad al entierro de las ideas de Marx, Engels y Lenin.

¿Qué ha pasado realmente?

¿Cuáles son las características y los límites de esta derrota?
¿Es cierto que la utopía socialista se ha quedado sin vida?
¿Es verdad que el ideal socialista ha probado su impertinencia?
¿Es real que no tiene validez el proyecto socialista-comunista como alternativa al sistema capitalista?
¿Debemos aceptar que en lo adelante el desarrollo mundial será unidireccional y uniformemente a favor de la privatización de los medios de producción, distribución y servicios, del reinado omnímodo del neoliberalismo y de las estrategias trazadas desde los grandes centros del capitalismo mundial?

Características del revés

El revés ha sido en parte formal y en parte real, con serios impactos deprimentes de la conciencia revolucionaria acumulada y de la lucha por el ideal socialista.
Ha sido en parte formal, porque se presenta como derrota total del proyecto socialista, a pesar de representar solamente el agotamiento y la quiebra de modelos que en el tránsito hacia ese ideal resultaron altamente burocratizados y esencialmente negadores de valores socialistas fundamentales. El hecho de que los modelos estatistas, burocratizados y autoritarios fueron proyectados como el único socialismo posible, motivó que su desplome afectara sensiblemente la conciencia prosocialista a escala mundial y le diera asidero temporal a esa campaña.
El revés ha sido en parte real, dado que se trató del colapso de regímenes objetivamente enfrentados al capitalismo y al imperialismo, cuyo papel internacional servía, en diferentes grados, de contrapeso a la política imperialista, al colonialista y al neocolonialismo.
Y ese revés, con ese doble significado, ha tenido impactos decepcionantes y deprimentes para las fuerzas de la izquierda revolucionaria y los sectores progresistas y antiimperialistas, no tanto por el desplome de modelos en franca decadencia, sino sobre todo por el hecho de que sus crisis no pudieron ser superadas en el sentido socialista-revolucionario y, en consecuencia, sirvieron de caldo de cultivo a pensamientos y opciones pro-capitalistas, facilitando la progresiva aproximación y asociación de esos países a las estrategias imperialistas.
Es claro que la superación de los modelos estatista-burocratizados con fuertes componentes despóticos, se convirtió en los decenios de los 60, 70 y 80 en una necesidad para el progreso y para el paso a un modelo de desarrollo y tránsito autosostenido al socialismo. La llamada Primavera de Praga fue la primera señal en esa dirección (Checoslovaquia 1968) y resultó aplastada por la intervención soviética, la cual fue profundamente analizada y categóricamente rechazada por nuestro Partido Comunista Dominicano (PCD).
Lo más grave de ese hecho fue que la posibilidad de esa renovación se frustró en esa y en ocasiones posteriores, provocando graves daños al ideal socialista.
En el curso de las dos décadas posteriores a ese atropello la atrofia de las fuerzas de la renovación socialista fue mayor de lo previsto en el más pesimista de los vaticinios, y la negación de valores esenciales del socialismo a nombre del socialismo, anuló en el corto y en el mediano plazo toda posibilidad de recuperación auténticamente socialista en el marco los procesos burocratizados.
La castración ideológica fue tan drástica que aún en los casos en que fuerzas formalmente comunistas y prosocialistas lograron sostenerse por más tiempo en los gobiernos nacionales y locales asumiendo algunas reformas, su actitud defensiva, su vulnerabilidad por el desprestigio del pasado, las condujo a recular, a hacer concesiones, a ceder frente a las emergentes fuerzas pro-capitalistas y, finalmente, a sucumbir.
En otros casos, el pensamiento y el accionar liberal (pro-occidental y pro-capitalista) pasó a ser francamente hegemónico desde los llamados sectores reformistas y “renovadores”, independientemente de la velocidad posterior de los cambios en el régimen de propiedad.

Un revés previo de trágicas consecuencias

La imposibilidad de aprovechar la crisis de los modelos estatistas-burocratizados para retomar el camino socialista, para llevar a cabo la conversión de la propiedad estatal en propiedad realmente colectiva, para democratizar el proceso de tránsito, para dar al pueblo participación y poder de decisión, se tradujo en un costoso revés. Y ese hecho fue, en gran medida, consecuencia tardía de un revés más remoto y más profundo, que tampoco fue debidamente evaluado.
Nos referimos al revés que sufrió el ideal socialista original y el primer intento de tránsito al socialismo en el marco de una sociedad sin las precondiciones materiales para ello y a través de un ensayo que pudo implicar, en caso de prolongarse y enriquecerse, una dinámica de desarrollo autosostenido, con pluralidad económica, social, política e ideológica, con democracia en el partido, en los soviets y en la sociedad, con participación y poder de decisión de los pueblos.
Nos referimos al esfuerzo leninista a través de la NEP (siglas con que se conoce internacionalmente la Nueva Política Económica) y a sus reflexiones adicionales; esto es, el ensayo de un tránsito con poder popular, con amplias alianzas sociales y con capacidad auto-superadora, sin rígidas uniformidades ni verticalismos extremos. Esfuerzo, que si bien admitía la coexistencia con áreas de propiedad privada capitalista(perfectamente entendible en sociedades donde la socialización partía del predominio de la propiedad privada en sus múltiples expresiones y dimensiones), no resignaba el proceso progresivo de socialización.
Ese ensayo fue derrotado por Stalin, sus partidarios y otros sectores del Partido Bolchevique en el empalme de los decenios de 1920 y 1930. En su lugar se impusieron la estatización y la colectivización forzadas, contando el inicio de ese curso político con el respaldo de una parte del pueblo contra la otra, y luego volcándose contra la inmensa mayoría de la sociedad.
Esa derrota resultó, a la corta y a la larga, trágica para el tránsito al socialismo.
Esa imposición del llamado modelo estatista, pese a todo el poder de acumulación generado inicialmente a través de los métodos verticales de gestión dentro de un régimen altamente centralizado y del sacrificio del campesinado, se fue convirtiendo en una especie de negación de valores fundamentales del socialismo y, muy especialmente, en un mecanismo de aplastamiento de la democracia socialista y del poder popular representado por los consejos obreros y populares (soviets). Así el socialismo del siglo veinte, presente el la fa se inicial de esa formidable revolución obrera y popular, fue declinando al compás del brutal estatismo staliniano.
Se construyó así un súper-Estado propietario, altamente monopolista, negador de la democracia y del poder de decisión de los trabajadores, de los productores y de los consumidores; negador de la igualdad de derechos entre los géneros y de la relación armónica entre seres humanos y el resto de la naturaleza.
Un súper-Estado enajenante, atropellador de los derechos nacionales, negador de la diversidad y de la creatividad, machista en nueva esencia, avasallador del espíritu crítico y resistente a la autocrítica.
A nombre de la revolución, del socialismo y del propio leninismo, se entronizó una de contrarrevolución sui generis, con un sistema y un modo de producción y distribución absolutamente burocráticos, condicionado por una intensa hostilidad y agresividad imperialista que, al tiempo de legitimarlo ante las fuerzas anticapitalistas del mundo, lo obligada a un alto grado de militarización que luego cobró vida propia y se tragó parte de sus propios logros sociales y no pocas de sus ofertas de bienestar popular a través de una intensa y prolongada carrera armamentista.

Imprevisión

La tragedia que implicó la derrota del ensayo de Lenin, los graves efectos de la prolongada vigencia del llamado modelo estalinista (expandido hacia el Este y el Centro de Europea después de la victoria antifascista y del heroico aporte del Ejército Rojo en esos resultados), y el negativo desenlace de esa crisis hacia tortuosos senderos capitalistas, no eran elementos fáciles de advertir en medio de un tránsito tan complejo, paradójico y contradictorio como el iniciado en Octubre de 1917.
Desde fuera era todavía más difícil pensar tales resultados.
El desarrollo relativo (comparado con lo que fue el nivel y el papel de Rusia y sus viejas colonias) resultaba impactante pese a los atrasos y los retrasos que lo acompañaban.
La mistificación generada y el hermetismo del sistema, ocultaba muchas de sus debilidades, taras, aberraciones y limitaciones.
Incluso los propios enemigos del socialismo quedaron alegremente sorprendidos por el estrepitoso colapso de esas experiencias. Nadie previó ese cataclismo político, aunque no pocos hablaron de sus crisis y formularon críticas sabias y justas a lo largo de su existencia.

Paradojas

El aporte a la humanidad del sistema creado fue, paradójicamente, muy superior a los nada despreciables resultados en los límites de sus fronteras territoriales:
Obligó al capitalismo desarrollado a reformarse y a conceder reivindicaciones económicas, sociales, culturales y políticas de gran significación para los trabajadores y los pueblos. En Europa lo forzó a incorporar conquistas propias de los movimientos sociales (auge de la socialdemocracia y del llamado “Estado de Bienestar”).Gravitó incluso sobre el pujante capitalismo estadounidense.
Contribuyó al desmantelamiento del sistema colonial y estimuló los procesos de independencia y autodeterminación de los pueblos.
Aportó más que ninguna otra fuerza mundial a la derrota del fascismo, aunque no supo superar sus limitaciones ni las trabas de su propio modelo bajo el influjo optimista provocado por esa gran victoria.
Contribuyó a la heroica Revolución China, al proceso revolucionario coreano, a la victoria de Vietnam y a la defensa de la heroica Revolución Cubana; hechos puntuales y extraordinariamente valiosos en el camino hacia el imperio de la justicia en las relaciones mundiales.
Estableció términos de intercambio con países “subdesarrollados” del Tercer Mundo que bien podrían servir para diseñar normas más justas en el orden económico internacional.
Garantizó la paz mundial, bloqueó la guerra termonuclear y evitó un grado mayor de agresiones militares e imposiciones políticas estadounidenses.

Causas del desenlace fatal

La negación de valores socialistas desde esos modelos burocráticos, así como sus contradictorios e incluso dramáticos resultados y su posterior estancamiento, crisis y desmantelamiento, guarda relación con cuestiones teóricas, prácticas e históricas muy concretas.
Esas revoluciones no se dieron dentro del esquema propiamente marxista, que fundamentaba la revolución socialista a partir del desarrollo capitalista y de la intensificación de la contradicción entre un alto desarrollo de las fuerzas productivas y las trabas que le impusieron determinadas relaciones de producción. En un buena medida fueron revoluciones, como dijo una vez Antonio Gramsci contra El Capital de Marx.
Las revoluciones que, según Marx, debieron surgir en Europa Occidental en el período revolucionario provocada por la crisis pre-industrial del capitalismo temprano, no tuvieron lugar.

Fallo en lo previsto y desencuentro con la realidad

En ese orden, hay que registrar un fallo en la previsión científica marxista, pese a que su aporte en cuanto al análisis general del capitalismo resultó insuperable.
El fallo consistió en lo relativo a la valoración de una crisis del crecimiento del capitalismo temprano, de la crisis de una fase del desarrollo capitalista, de la crisis de un nivel específico y de una sub-formación concreta del capitalismo, como crisis general del modo de producción en desarrollo.
Esto creó la confusión de entender esa crisis como la posibilidad casi segura y a corto plazo de la caída de los pilares fundamentales del capitalismo y provocó un primer choque con la realidad al crear una ilusión a favor de la caída total del sistema en Europa Occidental, sin apreciar que sólo se trataba de una fase y de un nivel específicamente crítico de una de sus modalidades de acumulación.
La crisis de crecimiento no resultó ser una crisis del modo de producción, y el capitalismo pudo salir airoso de ella, consolidándose posteriormente en los llamados países centrales.
La profecía falló, el desencuentro del vaticinio inicial con la realidad se evidenció, y las posibilidades de ruptura del sistema, por el contrario, se crearon específicamente en sus zonas periféricas, en las zonas del capitalismo subdesarrollado y dependiente, donde la vía occidental se vio bloqueada.
Allí, la revolución popular, democrática, antiimperialista, con perspectiva socialista, se tornó viable.
El propio Marx llegó a atisbar las posibilidades de la revolución rusa, pero no hizo teoría sobre el tránsito revolucionario en esas condiciones.
A Lenin le tocó actuar en ese escenario y conducir la revolución popular dentro de él, algo totalmente distinto a la lógica de la revolución marxista y en condiciones de un evidente subdesarrollo de la teoría de la transición del capitalismo al socialismo en estadios de bajo, mediano y alto. Ese vacío teórico perduró después de su temprana muerte. Y es que parodiando lo que dijo Fidel en su primera visita a mi país, Marx “sabía más de capitalismo que de socialismo” y a Lenin agregándole lo de sus valiosos análisis del imperialismo y del Estado burgués, en cierta y menor medida lo pasó algo parecido.

Narciso Isa Conde en Kaos en la Red

2 comentarios:

mariela dijo...

hola...me podrias recomendar algun libro que tenga mas informacionacerca de las causas del derrumbe de socialismo real!
Gracias, Mariela

Panfilov dijo...

Un libro que puede servir para abrir el debate es "Rusia: de la revolución a la contrarrevolución" de Ted Grant.
Está en internet.
Saludos.