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sábado, agosto 22, 2009
Historia Mundial de la Megalomanía: Francisco Franco, o la exaltación de la mediocridad
Como decíamos la semana pasada hay grandes diferencias en los rasgos particulares que han presentado los cultos a la personalidad del siglo XX. Tenemos desde los más delirantes hasta los más pragmáticos, y desde los más sanguinarios a otros relativamente más indulgentes. Lo mismo sucede con las cualidades y talantes de los sátrapas que se han hecho culto a la personalidad. Los ha habido decididamente carismáticos, como Fidel, Mussolini o Chávez; de recia personalidad, como Stalin; perversos como Hitler y Mao; dandies guapetones como Tito, Ataturk o Hoxha; y también ha habido personajes indiscutiblemente mediocres, anticarismáticos y hasta ridículos como Rakosi, el Turkmenbashi, Bokasa o Kim Jong Ill. A esta última categoría pertenece el gris Francisco Franco Bahamonde.
Todos los biógrafos de El Caudillo coinciden en señalar su anodina personalidad. De joven era tímido y mal estudiante. Medía 1.64, tenía una voz aflautada, su rostro era inexpresivo y su cuerpo, frágil y menudo, presentaba tendencia a la obesidad. Siempre fue un chaparrín regordete, con esa vocecita ridícula que los españoles debieron tolerar por tanto tiempo. Fue un hombre espiritualmente insustancial, inculto, muy poco cálido en lo personal, cuya insípida vida privada era propia de la clase media de militares modestos de la época: no fumaba ni bebía, veía películas vulgares y leía lo estrictamente indispensable. Su característica más acusada fue la prudencia como militar y jefe del Estado. Como estratega, y pese a lo que han dicho sus panegiristas de siempre, fue bastante ineficaz. Sus errores le costaron al bando nacional años de un guerra sangrienta cuando, desde el punto de vista estrictamente estratégico, debió haberse resuelto en meses en virtud a la enorme superioridad técnica y logística con la que contaba y, de hecho, sin la intervención nazi fascista en su favor quizá Franco hubiese suido ignominiosamente derrotado. Stanley G. Payne, quizá su principal biógrafo, confesó “Franco era una personalidad tan gris como para ahuyentar a cualquier biógrafo".
Aún pese la falta de buen material para hacer un culto a la personalidad digno de tal nombre, durante los casi cuarenta años que permaneció a la cabeza del régimen Francisco Franco fue objeto de uno muy intenso el cual cambiaría progresivamente en función de las necesidades políticas del momento, así como en atención a la edad y el físico del sátrapa. Este proceso de deificación, favorecido en gran medida por un entorno compuesto mayoritariamente de abyectos aduladores, hicieron que Franco personificase, ya desde los tiempos de sus campañas militares en África, el muy mal justificado mito del “militar invicto”, de “César victorioso” poseedor, según la expresión árabe, de la baraka, de una suerte excepcional que le hacía invencible. Representó asimismo el mito mesiánico del Caudillo, su alter ego, como el del Duce en Italia o del Führer en Alemania. Dese el inicio de la guerra el régimen supo imitar a sus congéneres fascistas alemán e italiano en el control de las técnicas más modernas de propaganda y de control de los medios de comunicación. Eslóganes, monumentos, iconografía, panfletos y posters inundaron las zonas nacionales hablando de la “Santa Cruzada Anticomunista” dirigida por un adalid de raíz cuasi-divina, “Caudillo de España por la gracia de Dios”. Y es que el elemento nacional-católico contenido en el culto a la personalidad de Franco lo distingue claramente del resto de los cultos, los cuales han renunciado en mayor y mucho mayor medida a integrar elementos de las religiones establecidas. Mientras los cultos comunistas y de otra índole ideológica o personalista pretendían convertirse en una religión por sí mismos, el de Franco siempre se hizo acompañar por la fuerte presencia del catolicismo más tradicionalista, contoda la amable venía del Papá Pío XII, probablemente el más infame de la historia moderna.
Aún así, la sobrecarga de información en los periódicos, los carteles, los libros, el cine llegaba a ser asfixiante. La sosa imagen del generalísimo aparecía omnipresente, reproducida ad nauseam en los medios de comunicación, en las paredes, en los timbres postales y monedas, lo suficientemente reiterada para recordar a todos asiduamente quién había sido el actor principal de la victoria nacionalista. Mataba Franco de esta manera dos pájaros de un solo tiro al restañar las heridas de los vencedores al mismo tiempo que mantenía abiertas las de los vencidos. Este concurso de circunstancias tuvo un enorme ascendiente sobre los ciudadanos, hasta tal punto que modificó en profundidad el pensamiento nacional. Se estaba operando una particular forma de aculturamiento que pretendía la uniformización de las conciencias y el paulatino conformismo de la gran mayoría de los españoles.
La instrucción pública en la España franquista tenía el propósito expreso de “educar al noble pueblo español en los valores tradicionales, como la religión católica, la familia, el ejército y el pasado glorioso de España tan bien representada hoy por el Caudillo”. Se pretendía a modo simplista la construcción de una nueva España en el que "Franco incorpora a su persona el conjunto de valores del nuevo orden, mediante una red de asociaciones de un alto grado de transparencia". Para ello se adoptaba un punto de vista bastante revelador: concedía una extrema importancia al tema del pasado imperial en la medida en que constituía "un elemento fundamental del discurso de justificación franquista". En esta misma perspectiva, Stanley G. Payne mantiene que Francisco Franco fue la figura histórica española que más poder acaparó desde la época de Felipe II, ya que consiguió asociar las prerrogativas de un dictador-regente con los poderes de control administrativo y político de un Estado del siglo XX. Recurrir a la Gloriosa Historia Imperial Española fue una de las bases de legitimación del régimen y también determinó la cimentación de Franco como líder político “continuador natural de la obra de España”. De hecho, ésta llegó a convertirse en las tesis franquistas en una verdadera obsesión.
Ahora bien, como hemos señalado arriba, el culto a su personalidad fue cambiando con los años de acuerdo con las necesidades políticas. Tras la leyenda de ser un general invicto, el más joven de Europa, pasó al mito mesiánico de caudillo, del cruzado que derrota indemne a las fuerzas más oscuras; durante la guerra mundial, de la que se privo de participar al lado de sus amigos, coqueteó como nunca con eso del glorioso pasado imperial; tras la derrota del eje y el advenimiento de la guerra fría se convirtió en ”Centinela de Occidente”; los años le revistieron con un aura como “timonel prudente y firme capaz de dar a España décadas de paz”.
Cómo sucedió con tantos otros de esta especie el mito no sobrevivió a su muerte, aunque sí se mantuvo hasta la última exhalación del dictador. Llama la atención la capacidad de supervivencia que presentan casi la mayoría de estos sátrapas. A no ser de ser derrotados en una gran guerra, muy pocos son los que han sido derrocados por alzamientos populares. ¿Son los pueblos pusilánimes? ¿Fue Franco injustamente aquilatado y en realidad, como dicen sus panegiristas, fue un genio? La realidad es que a estos déspotas que sobreviven tanto tiempo han sabido ser grandes manipuladores. Lo ha sido Fidel, los Kim, Tito, Mao, Trujillo, todos en cierta medida. En el caso concreto de franco el historiador británico Paul Preston lo explica en su estupendo libro El gran manipulador. La mentira cotidiana de Franco, donde desgrana la personalidad del Caudillo “Tan vulnerable, pequeño e inseguro que se refugiaba en un disfraz”, algo que al inglés le recuerda al Mago de Oz. "Las suyas eran unas mentiras tan infantiles que parecía imposible que las pudiese decir", pero "cuando se tiene el control totalitario de los medios, se puede decir cualquier cosa" por ejemplo, “Franco justificaba las penurias que pasó España durante la posguerra aduciendo que la culpa la tenía América, porque tenía envidia del sistema falangista” Cuantas mentiras parecidas no escuchamos hoy en día de la boca de Fidel, Chávez o Kim Jong Il?
Franco, mediocre y mentiroso como era", pudo mantenerse 40 años en el poder por la "inversión de terror" que hizo, por la "capacidad de manipular a sus colaboradores y al contexto internacional, en el que las potencias "sabían las mentiras de Franco pero les convenía no revelarlas.
Pero también es cierto que estos régimen tan personalizados pueden sobrevivir mucho tiempo a base de terror, manipulación y mentiras, pero fallecen junto a creador y caen en medio del más ignominioso juicio de la historia. El del Caudillo por la Gracia de Dios” no fue la excepción. La única “gran cita atribuible a Franco fue aquella glosa de dejar todo “atado y bien atado”, que repitió hasta la saciedad “porque para ello, incansable me he dedicado a tejer nudo a nudo, trama por trama, esa red que habrá de arropar a los españoles ante cualquier caída”. Pero su legado es hoy repudiado por el sector civilizado y demócrata de los españoles del siglo XXI.
Bruno Arpinati | Villa Arpinati
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