martes, diciembre 01, 2009

Clase, ideología y revolución en Occidente


Para que las ideas obtengan una aceptación popular, Antonio Gramsci argumentó que deben propagarse dentro de la sociedad por capas de individuos. En la Italia de Gramsci de principios del siglo XX, la mayoría de la población vivía en ciudades pequeñas y pueblos. Las ideas dominantes las transmitían los curas, maestros, abogados, médicos, etc.
Gramsci abogó por la construcción de redes de comunistas en cada lugar de trabajo y en cada comunidad para poder desafiar el sentido común de la sociedad.
Hoy en día mucha gente considera que los medios de comunicación son todopoderosos, al invadir cada rincón de nuestras vidas. Sin embargo, para que las ideas de la clase dominante mantengan su hegemonía social, resultan necesarias redes de personas que se sientan comprometidas con el estado o el partido gobernante.
Esas redes pueden traducir esas ideas a la vida cotidiana de la cafetería, el bar o en casa.
Un problema al que se enfrentó Tony Blair es que las bases de su partido están en decadencia. El Nuevo Laborismo (término usado para definir el giro a la derecha del Partido Laborista Británico) no está a punto de desaparecer, pero su influencia en las bases está en su punto más bajo. En la actualidad, tenemos que abordar la cuestión de la falta de redes para movilizar ideas alternativas en sociedades enteras.
Gramsci argumentó que “una masa humana no se ‘diferencia’ en sí misma, no pasa a ser independiente por derecho propio sin que exista, en el sentido más amplio, una autoorganización”.
“Y no hay organización sin intelectuales, es decir, sin organizadores ni líderes, en otras palabras, sin el componente teórico del nexo entre teoría-práctica, identificado en concreto con la existencia de un grupo de gente ‘especializada’ en la elaboración conceptual y filosófica de ideas”.
“Pero el proceso de formación de intelectuales es largo, difícil, lleno de contradicciones, avances y retrocesos, dispersiones y reagrupamientos, en los que a menudo se pone a prueba la lealtad de las masas”.
Escribiendo en una celda de la prisión y frente a la censura, Gramsci no podía utilizar el término “partido revolucionario”, por lo que escribió en su lugar “intelectuales orgánicos”.
La idea del liderazgo en el movimiento, como es natural, despierta suspicacias, ya que se asocia con el concepto de liderazgo de Blair o Stalin, donde una persona cuenta con todos los votos.
Pero el liderazgo forma parte de toda lucha. Alguien tiene que decir “no hay que cruzar el piquete”, del mismo modo que alguien en 1789 en París planteó el llamamiento a marchar hacia la Bastilla.
Gramsci escribió que este tipo de liderazgo “no consiste en repetir mecánicamente una fórmula científica, abstracta o teórica”. “No hay que confundir la acción real con las disertaciones teóricas. Hay que dedicarse a las personas de carne y hueso”. Y añadió: “se trata de ofrecer un liderazgo orgánico para toda la masa económicamente activa, un liderazgo que no debe seguir viejos esquemas, sino innovar”. Las rebeliones espontáneas de la clase trabajadora eran cruciales —Gramsci abogó por la unidad entre “la espontaneidad” y “la dirección consciente”.
Esto nos lleva de nuevo a las asambleas de fábrica y a la propia experiencia de Gramsci en la rebelión de Turín tras la I Guerra Mundial.
En la sociedad occidental, la clase trabajadora se identifica con la democracia parlamentaria o burguesa. No tiene sentido. Se trata de un avance respecto a la dictadura o la autocracia y ha habido que luchar y ganar. Pero la experiencia directa de la democracia obrera debería permitir que la clase trabajadora comprenda las limitaciones de la democracia burguesa y vaya más allá, hacia una nueva sociedad más democrática. Gramsci centró la cuestión en que en Europa Occidental no se había ganado a la clase trabajadora a favor de la revolución.
Como concluyó Perry Anderson en un sustancioso artículo sobre Gramsci en 1977, “la problemática central del Frente Unido —el último consejo estratégico que le dio Lenin a los movimientos obreros occidentales antes de su muerte, la primera preocupación de Gramsci en la cárcel—, conserva toda su validez hoy”. “La necesidad imperiosa sigue consistiendo en ganarse a la clase trabajadora, antes de que podamos siquiera hablar de poder ganar”.
Las y los revolucionarios, reconociendo que en este aspecto somos una minoría, necesitamos realizar un trabajo político e ideológico a largo plazo entre la clase trabajadora y los oprimidos. Esto significa que hay que combinar una aproximación no sectaria mediante el trabajo junto a trabajadores no revolucionarios y sus representantes, al tiempo que establecemos un diálogo en el que presentemos nuestras ideas y estrategias con la máxima claridad.
Las asambleas de trabajadoras y trabajadores, o soviets como se les llamó en Rusia, fueron la máxima expresión de esto. Necesitamos entablar y ganar la “guerra de posición” para que las ideas socialistas sean hegemónicas en el movimiento antes de que podamos pasar a la ofensiva con una “guerra de maniobra”.

Chris Bambery
http://www.enlucha.org

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