martes, diciembre 22, 2009

Copenhague: el olor a podrido del capitalismo


La Cumbre de la ONU sobre el Cambio Climático de Copenhague terminó en un rotundo fracaso. El acuerdo meramente formal alcanzado a última hora (que se negaron a suscribir Venezuela, Cuba, Bolivia, Nicaragua y Sudán) no obliga a los firmantes, ni concreta volúmenes de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (que quedan pendientes de posteriores compromisos “voluntarios”), ni establece plazos. Fue el presidente de EEUU, Barak Obama, el primero en declarar en la capital danesa que el documento, cuando aún se estaba redactando, no sería vinculante. El mismo secretario ejecutivo de la cumbre, Yvo de Boer, lo ha calificado de “declaración de intenciones”. El anunciado objetivo de limitar la subida de las temperaturas en dos grados con respecto a 1900 queda así en mera fantasía.
Sin embargo, el calentamiento global ya es hecho indiscutible. Según las estadísticas científicas, 11 de los 14 últimos años han batido el récord del año más caliente. Las capas de hielo de los dos polos y los glaciares del Himalaya están derritiéndose aceleradamente, la superficie del mar se eleva en forma constante y los desastres climáticos aumentan en frecuencia e intensidad. Estos desastres ya han afectado gravemente a 250 millones de personas, más del 90% de las cuales son de los países pobres.
Evidentemente, el planeta no se ha calentado de repente. El cambio climático es el resultado de varios siglos desde la Revolución Industrial. Las potencias imperialistas son las protagonistas principales de la emisión de gases de efecto invernadero. En cambio, los numerosos países en vías de desarrollo, que apenas empiezan a desarrollar su industria, son las mayores víctimas.
Pero las potencias imperialistas eluden los hechos para exigir a los países pobres que “compartan” la misma responsabilidad que ellas y hagan más “contribuciones”. En Copenhague, esas potencias imperialistas, meras representantes de los intereses depredadores de sus grandes transnacionales, se han negado a comprometerse a reparar parte del daño que han hecho a la supervivencia de la vida en el planeta.
La clave para lograr una efectiva reducción de emisiones no reside en los países pobres, sino en los países occidentales. Pero estas potencias imperialistas se negaron a asumir índices de reducción de emisiones aceptables. Por ejemplo, y a pesar de la existencia de los programas de reducción de emisiones como la “Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático” y el “Protocolo de Kyoto”, EEUU, el mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo, ni siquiera quiso ofrecer lo que exigía a los países en vías de desarrollo. Su oferta máxima era una reducción de apenas el 4%.
El otro gran asunto a debate en Copenhague era la necesidad de que las potencias imperialistas suministren suficientes fondos y tecnologías a los países pobres. No cabe otra alternativa: los países en vías de desarrollo han sido sistemáticamente descapitalizados por el orden económico imperialista, y la introducción de tecnologías no contaminantes exige cuantiosos capitales.
De los 100.000 millones de dólares que se estimaba eran necesarios hasta el 2012, solo se comprometieron 30.000 millones, de los que EEUU aportará 3.600 millones, la Unión Europea 10.600 millones, y Japón otros 11.000 millones de dólares. Pero ese escaso “compromiso” también flaquea cuando el texto final dice que esos fondos procederán de fuentes “privadas, públicas, bilaterales y multilaterales, incluidos recursos alternativos de financiación”. En otras palabras: ni se garantiza el dinero, ni se tiene claro de dónde se va a sacar.
Hay también otro “compromiso” de proveer 100.000 millones de dólares adicionales ¡a partir de 2020! Es decir, cuando ninguno de los gobernantes actuales tenga ya responsabilidades de gobierno. Largo me lo fiáis, amigo Sancho.
Y eso con la condición de que China y otros países aceptasen “mecanismos de supervisión y verificación” de las emisiones en su territorio (y no, por ejemplo, en el de EEUU). Al final la cosa ha quedado en una inocua alusión a sistemas “internacionales de consulta y análisis” que “garantizarán que se respeta la soberanía nacional”.
Lo que ha dejado claro la cumbre de Copenhague es que el capitalismo imperialista internacional no está dispuesto a ceder en su acelerada carrera por más y mayores beneficios, aunque eso ponga en peligro la misma supervivencia de la vida humana en el planeta. La disyuntiva sigue siendo socialismo o barbarie.

Teodoro Santana

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